丅ᐯᗪ - 𝕯 🦇 𝕵𝖆𝖊𝖄𝖔𝖓𝖌
- mellifluous_AR

- 21 dic 2021
- 1 Min. de lectura
Actualizado: 26 dic 2021
Sinopsis
Jung Yoon Oh, el nuevo alumno de Mystic Falls, arrastra con él un misterioso pasado y también a alguien que sólo desea venganza, su hermano John: su odio excede las barreras del tiempo... Ahora tratan de reproducir un mortífero triángulo amoroso que tiene en su centro a Taeyong, el chico más popular del instituto.
Una fantástica mezcla de terror y romanticismo.
Un escalofriante triángulo amoroso que excede las barreras del tiempo.
🦇 𝕵𝖆𝖊𝖄𝖔𝖓𝖌
🦇 Saga T V D
🦇 #1 : 𝕯𝖊 𝖘𝖕 𝖊𝖗 𝖙𝖆 𝖗
PRÓXIMAMENTE

🦇
Orden
1. TVD 1 - D e s p e r t a r (Adaptando) 🦇
2. TVD 2 - C o n f l i c t o (En proceso)
3. TVD 3 - F u r i a (En proceso)
4. TVD 4 - I n v o c a c i ó n (En proceso)
🦇
Capítulos
Capítulo 1
4 de septiembre
Querido diario:
Algo horrible va a suceder hoy...
No sé por qué escribí eso. Es de locos. No hay ningún motivo para que me sienta inquieto y todo para que sea feliz, pero...
Pero aquí estoy a las 5.30 de la mañana, despierto y asustado. No hago más que decirme que simplemente sucede que estoy hecho un lío debido a la diferencia horaria entre Francia y aquí. Pero eso no explica por qué me siento tan asustado. Tan perdido.
Anteayer, mientras tía Sunmi, Shotaro y yo volvíamos del aeropuerto en coche, tuve una sensación muy extraña. Cuando giramos en nuestra calle, pensé de repente: «Mamá y papá nos están esperando en casa. Apuesto a que estarán en el porche delantero o en la sala de estar mirando por la ventana. Deben de haberme echado mucho de menos».
Lo sé. Es de locos.
Pero incluso cuando vi la casa y el porche delantero vacío seguí sintiendo lo mismo. Subí corriendo los escalones y llamé con la aldaba. Y cuando tía Sunmi abrió con la llave me precipité adentro y simplemente me quedé en el vestíbulo escuchando, esperado oír a mamá bajar por la escalera o a papá llamando desde el estudio.
Justo entonces, tía Sunmi soltó ruidosamente una maleta en el suelo detrás de mí, lanzó un enorme suspiro y dijo: «Estamos en casa». Shotaro rió. Y me invadió la sensación más horrible que he tenido jamás. Nunca me he sentido tan total y completamente perdido.
Casa. Estoy en casa. ¿Por qué suena eso como una mentira?
Nací aquí, en Mystic Falls. Siempre he vivido en esta casa, siempre. Esta es mi misma vieja habitación, con la leve marca de quemadura en las tablas del suelo donde Doyoung y yo intentamos esconder cigarrillos en quinto grado y estuvimos a punto de asfixiarnos. Puedo mirar por la ventana y ver el enorme membrillo al que Lucas y los chicos treparon para colarse en la fiesta de pijamas de mi cumpleaños hace dos años. Ésta es mi cama, mi silla, mi tocador.
Pero en estos momentos todo me parece extraño, como si yo no perteneciera aquí. Soy yo el que está fuera de lugar. Y lo peor es que siento que hay algún lugar al que pertenezco, sólo que no logro encontrarlo.
Ayer estaba demasiado cansado para ir a Orientación. Mark recogió mi programa por mí, pero yo no tuve ganas de hablar con él por teléfono. Tía Sunmi dijo a todos los que llamaban que tenía jet lag y dormía, pero me observó durante la cena con una curiosa expresión en el rostro.
Tengo que ver a la pandilla hoy, no obstante. Se supone que debemos encontrarnos en el aparcamiento antes del instituto. ¿Estoy asustado por eso? ¿Les tengo miedo?
Lee Taeyong dejó de escribir. Contempló fijamente la última línea que había escrito y luego meneó la cabeza, con la pluma cerniéndose sobre el pequeño libro con tapa de terciopelo azul. Luego, con un gesto repentino, alzó la cabeza, y arrojó la pluma y libro a la gran ventana del mirador, donde rebotaron inofensivamente y aterrizaron sobre el tapizado asiento interior que había al pie de la ventana.
Todo era tan totalmente ridículo...
¿Desde cuándo él, Lee Taeyong, había tenido miedo de reunirse con gente?
¿Desde cuándo le había asustado algo? Se puso en pie y, lleno de enfado, introdujo los brazos en un quimono de seda roja. Ni siquiera echó una ojeada al trabajado espejo Victoriano sobre el tocador de madera de cerezo; sabía lo que vería. Lee Taeyong, rubio, esbelto y fantástico, el que marcaba tendencias, el alumno de último curso de preparatoria, el chico que todos deseaban y que todos querían ser. El chico que justo en aquellos momentos mostraba una cara de pocos amigos y tenía los labios apretados.
«Un baño caliente y un poco de café y me tranquilizaré», pensó. El ritual matutino de darse un baño y vestirse resultó relajante y se lo tomó con parsimonia, revisando los nuevos conjuntos traídos de París. Finalmente eligió una combinación de una playera roja y unos shorts blancos de lino que le daban un aspecto muy atractivo. «Bastante apetitoso», pensó, y el espejo mostró un muchacho con una sonrisa inescrutable. Sus anteriores temores se habían desvanecido, olvidados.
—¿Taeyong? ¿Dónde estás? ¡Llegarás tarde al instituto! —La voz ascendió débilmente desde abajo.
Taeyong volvió a pasar el cepillo por su melena sedosa y lo peinó hacia atrás. Luego cogió su mochila y descendió la escalera.
En la cocina, Shotaro, de cuatro años, comía cereales sentada a la mesa, y tía Sunmi cocinaba algo en los fogones. Tía Sunmi era la clase de mujer que siempre parecía vagamente aturallada; tenía un rostro delgado y afable y un cabello claro y lacio echado hacia atrás descuidadamente. Taeyong le dio un beso en la mejilla.
—¡Buenos días a todo el mundo! Lamento no tener tiempo para desayunar.
—Pero, Taeyong, no puedes salir así sin comer. Necesitas tus proteínas...
—Comeré una rosquilla antes del instituto —respondió él con vivacidad. Depositó un beso en la rubia cabeza de Shotaro y dio la vuelta para marcharse.
—Pero, Taeyong...
—Y probablemente iré a casa de Ten o Mark después de clase, de modo que no me esperéis para cenar. ¡Adiós!
—Taeyong...
Taeyong estaba ya en la puerta principal. La cerró tras él, cortando las distantes protestas de tía Sunmi, y salió al porche delantero.
Y se detuvo.
Todas las malas sensaciones de la mañana volvieron a abalanzarse sobre él. La ansiedad, el miedo. Y la certeza de que algo terrible estaba a punto de ocurrir.
La calle Maple estaba desierta. Las altas casas victorianas parecían extrañas y silenciosas, como si todas estuvieran vacías por dentro, como las casas de un plato abandonado. Parecían vacías de gente, pero llenas de extrañas cosas vigilantes.
Eso era: algo lo vigilaba. El cielo sobre su cabeza no era azul, sino lechoso y opaco, como un cuenco gigante vuelto boca abajo. El aire era sofocante, y Taeyong tuvo la seguridad de que había ojos observándolo.
Vio algo oscuro en las ramas del viejo membrillo que había frente a la casa.
Era un cuervo, tan inmóvil como las hojas teñidas de amarillo de su alrededor. Y era la cosa que lo observaba.
Intentó decirse que era ridículo, pero en cierto modo lo sabía. Era el cuervo más grande que había visto nunca, gordo y brillante, con arcos iris centelleando en sus plumas negras. Podía ver cada detalle con claridad: las ávidas garras oscuras, el afilado pico, el individual y centelleante ojo negro.
Estaba tan quieto que podría haber sido un modelo en cera de un ave colocado allí. Pero mientras lo contemplaba fijamente, Taeyong se sintió enrojecer poco a poco, el calor ascendiendo en oleadas por la garganta y las mejillas. Porque... lo miraba a él. Lo miraba del modo con que los chicos lo miraban cuando llevaba un bañador o una playera muy fina. Como si lo desvistiera con los ojos.
Antes de darse cuenta de lo que hacía, ya había soltado la mochila y cogido una piedra de la entrada.
—¡Fuera de aquí! —Dijo, y oyó la temblorosa cólera de su propia voz—¡Vamos! ¡Vete! —Con la última palabra, arrojó la piedra.
Hubo una explosión de hojas, pero el cuervo remontó el vuelo indemne. Las alas eran enormes y hacían tanto ruido como toda una bandada de cuervos. Taeyong se acuclilló, repentinamente preso del pánico, cuando el ave aleteó justo por encima de su cabeza, alborotando sus cabellos rubios con el viento producido por las alas.
Pero volvió a alzarse abruptamente y describió un círculo, una silueta negra recortada en el cielo blanco como el papel. Luego, con un graznido ronco, giró y se marchó en dirección al bosque.
Taeyong se irguió despacio, luego miró en derredor, cohibido. No podía creer lo que acababa de hacer. Pero ahora que el pájaro se había ido, el cielo volvía a parecer normal. Un leve viento agitó las hojas, y Taeyong aspiró profundamente. Calle abajo, una puerta se abrió y varios niños salieron en tropel, riendo.
Taeyong les sonrió y volvió a tomar aire, sintiendo que una sensación de alivio lo inundaba igual que la luz solar. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido? Era un día hermoso, que prometía mucho, y nada malo iba a suceder.
Nada malo iba a suceder; excepto que llegaría tarde al instituto. Toda la pandilla lo estaría aguardando en el aparcamiento.
Siempre podía contarles a todos que se había detenido para arrojarle piedras a un mirón, se dijo, y casi soltó una risita divertida. Eso sí les daría algo en que pensar.
Sin siquiera una mirada atrás al membrillo, empezó a andar tan de prisa como pudo calle abajo.
El cuervo se abrió paso violentamente por entre la parte superior de un roble enorme, y la cabeza de JaeHyun se alzó de golpe de un modo reflejo. Cuando vio que no era más que un pájaro, se relajó.
Sus ojos descendieron hasta la blanca figura flácida en sus manos, y notó que el rostro se le crispaba con pesar. No había querido matarlo. Habría cazado algo mayor que un conejo de haber sabido lo hambriento que estaba. Pero, claro, eso era justo lo que lo asustaba: no saber nunca lo fuerte que sería el hambre, o qué tendría que hacer para satisfacerla. Tenía suerte de haber matado sólo a un conejo en esa ocasión.
Se puso en pie bajo los viejos robles, con la luz del sol filtrándose hasta sus cabellos rizados. En téjanos y con una camiseta, Jung Yoon Oh tenía todo el aspecto de un alumno normal y corriente de preparatoria.
No lo era.
Se había internado en lo más profundo del bosque, donde nadie podría verlo, para alimentarse, y en aquellos momentos se pasaba la lengua a conciencia por encías y labios, para asegurarse de que no había ninguna mancha en ellos. No quería correr riesgos. Ya iba a ser bastante difícil llevar a cabo aquella mascarada.
Por un momento se preguntó, una vez más, si no debería dejarlo correr. Quizá debería regresar a Italia, de vuelta a su escondite. ¿Qué le hacía pensar que podía reincorporarse al mundo de la luz diurna?
Pero estaba cansado de vivir en sombras. Estaba cansado de la oscuridad y de las cosas que vivían en ella. Sobre todo, estaba cansado de estar solo.
No estaba seguro de por qué había escogido Mystic Falls, en Virginia. Era una ciudad joven, según su criterio; los edificios más antiguos los habían levantado hacía sólo un siglo y medio. Pero recuerdos y fantasmas de la guerra de Secesión todavía vivían allí, tan reales como los supermercados y los locales de comida rápida.
JaeHyun apreciaba el respeto por el pasado y pensaba que podría llegar a gustarle la gente de Mystic Falls. Y a lo mejor (sólo a lo mejor) podría encontrar un lugar entre ella.
Jamás le aceptarían por completo, desde luego. Una amarga sonrisa curvó sus labios ante la idea. Sabía bien que no podía esperar eso. Jamás habría un lugar al que pudiera pertenecer por completo, donde pudiera ser realmente él.
A menos que eligiera pertenecer a las sombras...
Desechó la idea violentamente. Había renunciado a la oscuridad; había dejado atrás las sombras. Estaba borrando todos aquellos largos años y empezando otra vez, hoy.
Advirtió que todavía sostenía el conejo. Con suavidad, lo depositó sobre el lecho de hojas secas de roble. A lo lejos, demasiado lejos para que el oído humano lo captara, reconoció los sonidos de un zorro.
«Apresúrate, camarada cazador—pensó entristecido—Te espera el desayuno.»
Al echarse la chaqueta sobre los hombros, reparó en el cuervo que lo había perturbado antes. Seguía posado en el roble y parecía observarle. Había algo que resultaba impropio en él.
Empezó a lanzar un pensamiento de sondeo en su dirección, para examinar al ave, y se detuvo. «Recuerda tu promesa—pensó—No usarás los Poderes a menos que sea absolutamente necesario. No a menos que no haya otra posibilidad.»
Moviéndose casi en silencio por entre las hojas y las ramitas secas, se encaminó hacia el linde del bosque. Su coche estaba aparcado allí. Miró hacia atrás una vez y vio que el cuervo había abandonado las ramas y saltado sobre el conejo.
Había algo siniestro en el modo en que extendía las alas sobre el cuerpo blanco y flácido, algo siniestro y triunfal. A JaeHyun se le hizo un nudo en la garganta y estuvo a punto de volver atrás para ahuyentar al pájaro. Con todo, tenía tanto derecho a comer como el zorro, se dijo.
Tanto derecho como él mismo.
Si volvía a tropezarse con el ave, echaría una mirada en su mente, decidió. Por el momento, apartó los ojos de él y corrió a través del bosque, con expresión decidida. No quería llegar tarde al instituto de Mystic Falls.
🩸🦇🩸
Jung JaeHyun Salvatore

Capítulo 2
🦇
En cuanto puso el pie en el aparcamiento del instituto, Taeyong se vio rodeado. Todo el mundo estaba allí, la pandilla que no había visto desde finales de junio, más cuatro o cinco advenedizos que esperaban obtener popularidad por asociación. Uno a uno aceptó los abrazos de bienvenida de su propio grupo.
Doyoung había crecido al menos casi tres centímetros y resultaba más sensual y más parecido a un modelo de Vogue que nunca. Recibió a Taeyong con frialdad y volvió a retroceder con los verdes ojos entrecerrados como los de un gato.
Ten no había crecido en absoluto y su rizada cabeza roja apenas le llegaba a Taeyong a la barbilla cuando le arrojó los brazos al cuello. «Un momento... ¿rizos?», pensó Taeyong. Apartó al menudo chico.
—¡Ten! ¿Qué le has hecho a tu cabello?
—¿Te gusta? Creo que me hace parecer más alto.
Ten se ahuecó el ya ahuecado flequillo y sonrió, los ojos castaños centelleando emocionados y el menudo rostro ovalado encendido.
Taeyong siguió adelante.
—Mark. No has cambiado nada.
Aquel abrazo fue igualmente afectuoso por ambas partes. Había echado de menos a Mark más que a nadie, se dijo Taeyong, mirando al alto muchacho. Mark jamás llevaba maquillaje; pero, por otra parte, con su perfecta tez aceitunada y sus espesas pestañas negras, no lo necesitaba. Justo en aquel momento tenía una elegante ceja enarcada mientras estudiaba a Taeyong.
—Bueno, tus cabellos son dos tonos más claros debido al sol... Pero ¿dónde está tu bronceado? Creía que te estabas dando la gran vida en la Costa Azul.
—Ya sabes que nunca me bronceo.
Taeyong le enseñó las manos para que las inspeccionara. La piel estaba impecable, igual que porcelana, pero casi tan blanca y traslúcida como la de Ten.
—Sólo un minuto; esto me recuerda algo —terció Ten, agarrando una de las manos de Taeyong— ¡Adivina qué aprendí de mi prima este verano! —Antes de que nadie pudiera hablar, él mismo comunicó triunfal—: ¡A leer las manos!
Se escucharon gemidos y algunas carcajadas.
—Rían todo lo que quieran—replicó Ten, sin mostrarse afectado— Mi prima me dijo que soy médium. Ahora, veamos...
Escrutó la palma de Taeyong.
—Date prisa o vamos a llegar tarde —dijo Taeyong, un tanto impaciente.
—De acuerdo, de acuerdo. Bien, ésta es tu línea de la vida... ¿o es la línea del corazón? —En el grupo, alguien lanzó una risita— Silencio; estoy penetrando en el vacío. Veo... Veo... —de improviso, el rostro de Ten pareció desconcertado, como si se hubiera sobresaltado. Los ojos castaños se abrieron de par en par, pero ya no parecía contemplar la mano de Taeyong. Era como si mirara a través de él... a algo aterrador.
—Conocerás a un desconocido alto y atractivo—murmuró Mark desde detrás de él y se escuchó un aluvión de risitas.
—Atractivo sí, y un desconocido... pero no alto —la voz de Ten sonaba baja y lejana.
—Aunque —prosiguió tras un instante, con aspecto perplejo— fue alto en una ocasión—Los abiertos ojos castaños se alzaron hacia Taeyong desconcertados— Pero eso es imposible... ¿verdad? —Soltó la mano de su amigo, casi arrojándola lejos— No quiero ver más.
—Muy bien, se acabó el espectáculo. Vamos —dijo Taeyong a los demás, vagamente irritado.
Siempre le había parecido que los trucos de las médiums no eran más que eso, trucos. Entonces, ¿por qué se sentía molesto? ¿Sólo porque aquella mañana casi le había dado un ataque...?
Los chicos iniciaron la marcha hacia el edificio de la escuela, pero el rugido de un motor puesto a punto con precisión los detuvo a todos en seco.
—Vaya —dijo Doyoung, mirándolo fijamente— Menudo coche.
—Menudo Porsche —lo corrigió Mark con sequedad.
El elegante Turbo 911 negro ronroneó por el aparcamiento, buscando un espacio mientras se movía perezosamente como una pantera acechando a su presa.
Cuando el automóvil se detuvo, la puerta se abrió y tuvieron una breve visión del conductor.
—¡Oh, Dios mío! —murmuró Doyoung.
—Ya puedes repetirlo —musitó Ten.
Desde donde se encontraba, Taeyong vio que el joven tenía un cuerpo delgado, de musculatura plana. Llevaba unos jeans descoloridos que probablemente tenía que despegar del cuerpo por la noche, una camiseta ajustada y una chaqueta de cuero de un corte poco común. El cabello era ondulado... y oscuro.
No era alto, sin embargo. Tenía una altura corriente. Taeyong soltó el aliento que había contenido.
—¿Quién es ese hombre enmascarado? —preguntó Mark.
El comentario era acertado: unas oscuras gafas de sol cubrían completamente los ojos del joven, ocultando el rostro como una máscara.
—Ese desconocido enmascarado —dijo alguien más y se elevó un murmullo de voces.
—¿Ven esa chaqueta? Es italiana, seguro.
—¿Cómo puedes saberlo? ¡Nunca has ido más allá de Little Italy de Nueva York!
—¡Uh, ah! Taeyong vuelve a tener esa mirada. Esa expresión cazadora.
—Bajo-pálido-y-apuesto, será mejor que tengas cuidado.
—¡No es bajo; es perfecto!
En medio del parloteo, la voz de Doyoung se dejó oír de repente.
—Vamos, Taeyong. Tú ya tienes a Lucas. ¿Qué más quieres? ¿Qué puedes hacer con dos que no puedas hacer con uno?
—Lo mismo... sólo que durante más tiempo —dijo Mark arrastrando las palabras y el grupo prorrumpió en carcajadas.
El chico había cerrado el coche y caminaba hacia la escuela. Con indiferencia, Taeyong empezó a andar tras él, con los otros chicos justo detrás de él en un grupo compacto. Por un instante, la irritación burbujeó en su interior. ¿Es que no podía ir a ninguna parte sin toda una procesión pisándole los talones? Pero Mark atrajo su mirada, y sonrió a pesar suyo.
—Noblesse oblige —dijo Mark en voz baja.
—¿Qué?
—Si vas a ser el príncipe del instituto, tienes que aguantar las consecuencias.
Taeyong torció el gesto mientras entraban en el edificio. Un largo pasillo se extendía ante ellas, y una figura en jeans y chaqueta de cuero desaparecía en aquel momento por la entrada de la secretaría situada más allá. Taeyong aminoró el paso al acercarse a la secretaría, deteniéndose por fin para contemplar pensativo los mensajes del tablero de anuncios de corcho situado junto a la puerta. En aquel punto había una gran ventana desde la que resultaba visible toda la habitación.
Los otros chicos miraban descaradamente por la ventana y reían tontamente.
—Hermosa vista posterior.
—Ésa es sin lugar a dudas una chaqueta Armani.
—¿Creéis que es de fuera del estado?
Taeyong aguzaba el oído para captar el nombre del muchacho. Parecía existir alguna especie de problema: la señora Clarke, la secretaria de admisiones, miraba una lista y negaba con la cabeza. El muchacho dijo algo, y la señora Clarke levantó las manos en un gesto que daba a entender: «¿Qué puedo hacer?». Deslizó un dedo por la lista y volvió a negar con la cabeza, de manera concluyente. El muchacho hizo intención de marcharse y luego dio la vuelta. Y cuando la señora Clarke alzó los ojos hacia él, su expresión cambió.
El desconocido tenía ahora las gafas de sol en la mano. La señora Clarke parecía sobresaltada por algo; Taeyong vio cómo pestañeaba varias veces. Los labios de la mujer se abrieron y cerraron como si intentara hablar.
Taeyong deseó poder ver algo más que el perfil del muchacho. La señora Clarke buscaba entre pilas de papel en aquellos momentos, con expresión aturdida. Por fin encontró alguna especie de formulario y escribió en él, luego lo giró y lo empujó hacia el muchacho.
Éste escribió brevemente en el impreso (firmándolo, probablemente) y lo devolvió. La señora Clarke lo miró fijamente durante un segundo, luego rebuscó en un nuevo montón de papeles, para finalmente entregarle lo que parecía un horario de clases. Sus ojos no se apartaron ni un momento del joven mientras éste lo tomaba, inclinaba la cabeza en agradecimiento y se dirigía hacia la puerta.
Taeyong estaba loco de curiosidad a aquellas alturas. ¿Qué acababa de suceder allí?
¿Y qué aspecto tenía el rostro de aquel desconocido? Pero mientras salía de la secretaría, él se colocaba ya otra vez las gafas de sol. Lo embargó la desilusión.
Con todo, pudo ver el resto de la cara cuando él se detuvo en la entrada. El cabello oscuro y rizado enmarcaba facciones tan delicadas que podían haber sido sacadas de una antigua moneda o un medallón romanos. Pómulos prominentes, una clásica nariz recta... y una boca capaz de mantenerte despierto por la noche, se dijo Taeyong. El labio superior estaba maravillosamente esculpido, con cierta sensibilidad y una gran cantidad de sensualidad. El parloteo de las personas en el pasillo había cesado, como si alguien hubiese pulsado un interruptor.
La mayoría desviaba la mirada del muchacho ahora, ojeando a cualquier sitio excepto a él. Taeyong mantuvo su puesto junto a la ventana y sacudió la cabeza ligeramente, quitándose el pelo de la cara de modo que éste cayó suelto hacia atrás.
Sin mirar ni a un lado ni a otro, el chico avanzó por el pasillo. Un coro de suspiros y susurros estalló en cuanto él ya no pudo oírlos.
Taeyong no oyó nada de todo ello.
Había pasado justo a su lado sin prestarle atención, se dijo, aturdido. Justo a su lado sin dirigirle ni una mirada.
Vagamente, advirtió que sonaba la campana y que Mark tiraba de su brazo.
—¿Qué?
—He dicho que aquí tienes tu horario. Tenemos matemáticas en el segundo piso, justo ahora. ¡Vamos!
Taeyong permitió que Mark lo empujara pasillo adelante, lo hiciera subir un tramo de escaleras y lo introdujera en un aula. Se instaló automáticamente en un asiento vacío y clavó los ojos en la profesora, que estaba delante, sin verla en realidad. La impresión aún no se había desvanecido.
Había pasado por su lado sin prestarle atención. Sin una mirada. No recordaba cuánto hacía que un muchacho había hecho eso. Todos miraban, como mínimo. Algunos silbaban. Algunos se detenían a hablar. Otros se limitaban a mirarlo fijamente.
Y aquello siempre había complacido a Taeyong.
Al fin y al cabo, ¿había algo más importante que los chicos? Ellos eran el indicador de lo popular que eras, de lo bonito que eras. Y podían ser útiles para toda clase de cosas. En ocasiones resultaban excitantes, pero por lo general eso no duraba demasiado. A veces eran desagradables desde el principio.
La mayoría de los chicos, reflexionó Taeyong, eran como cachorros. Adorables en su ambiente, pero prescindibles. Unos pocos podían ser más que eso, podían convertirse en auténticos amigos. Como Lucas.
Ah, Lucas. El año anterior había esperado que fuera la persona que buscaba, el chico que podía hacerle sentir... bueno, algo más. Más que el arrebato triunfal de hacer una conquista, el orgullo de exhibir la nueva adquisición ante las otras personas. Y realmente había llegado a sentir un afecto auténtico por Lucas. Pero en el transcurso del verano, cuando tuvo tiempo para pensar, comprendió que era el afecto que sentiría por una prima o una hermana.
La señorita Halpern estaba distribuyendo los libros de texto. Taeyong tomó el suyo mecánicamente y escribió su nombre en el interior, sumido aún en sus reflexiones.
Le gustaba Lucas más que cualquier otro chico que había conocido. Y por eso iba a tener que decirle que todo había terminado.
No había sabido cómo decírselo por carta. Tampoco sabía cómo decírselo ahora. No era que temiera que él fuera a montar un número; sencillamente, no lo comprendería. Él tampoco lo comprendía en realidad.
Era como si siempre intentara alcanzar... algo. Sólo que cuando pensaba que lo había conseguido, no estaba allí. No con Lucas, no con ninguno de los chicos con los que había salido.
Y entonces tenía que volver a empezar desde el principio. Por suerte, siempre había material nuevo. Ningún chico se le había resistido, y ningún chico lo había desairado jamás. Hasta aquel momento.
Hasta aquel momento. Recordando aquel instante en el vestíbulo, Taeyong descubrió que tenía los dedos crispados sobre el bolígrafo que sostenía. Seguía sin poder creer que lo hubiese ignorado de aquel modo.
Sonó la campana y todo el mundo salió en tropel del aula, pero Taeyong se detuvo en la entrada. Se mordió el labio, escrutando el río de estudiantes que cruzaba el pasillo. Entonces distinguió a una de los chicos que habían estado pululando a su alrededor en el aparcamiento.
—¡Sanha! Ven aquí.
La aludido se acercó entusiasmado, con el poco agraciado rostro iluminándose.
—Escucha, Sanha, ¿recuerdas a ese chico de esta mañana?
—¿El del Porsche y los... ejem... activos personales? ¿Cómo podría olvidarle?
—Bueno, quiero su horario de clases. Consigúelo en la secretaría si puedes, o copíalo de él si es necesario. ¡Pero hazlo!
Sanha se mostró sorprendido por un instante, luego sonrió de oreja a oreja y asintió.
—De acuerdo, Taeyong, lo intentaré. Me reuniré contigo a la hora del almuerzo si puedo conseguirlo.
—Gracias.
Taeyong contempló al muchacho mientras éste se alejaba.
—¿Sabes? estás realmente loco —dijo la voz de Mark en su oído.
—¿De qué sirve ser el príncipe de la escuela si no puedes abusar un poco de tu autoridad a veces? —replicó él con tranquilidad— ¿Adonde voy ahora?
—Tecnología. Toma, quédatelo —Mark le tendió bruscamente un horario—Tengo que ir corriendo a química. ¡Nos vemos luego!
Tecnología y el resto de la mañana pasaron de un modo vago. Taeyong había esperado vislumbrar otra vez al nuevo alumno, pero no estaba en ninguna de sus clases. Lucas sí estaba en una y sintió una punzada cuando los ojos azules de él se encontraron con los suyos con una sonrisa.
Al sonar la campana del almuerzo, saludó con la cabeza a derecha e izquierda mientras iba hacia la cafetería. Doyoung estaba fuera, plantado con aire indiferente contra una pared con la barbilla alzada, los hombros echados hacia atrás y las caderas adelantadas. Los dos chicos con los que hablaba callaron y se dieron codazos al acercarse Taeyong.
—Hola —saludó lacónico Taeyong a los chicos, y luego le dijo a Doyoung—: ¿Listo para entrar y comer?
Los ojos verdes de Doyoung apenas oscilaron en dirección a Taeyong, y se apartó unos brillantes cabellos castaño rojizos del rostro.
—¿En la mesa real? —preguntó.
Taeyong se sintió desconcertado. Doyoung y él habían sido amigos desde el jardín de infancia, y siempre habían competido entre sí con buen humor. Pero últimamente algo le había sucedido a Doyoung, que había empezado a tomarse la rivalidad cada vez más en serio. Y en aquel momento, a Taeyong le sorprendió la amargura en la voz del otro.
—Bueno, no se puede decir precisamente que tú pertenezcas a la plebe — respondió en tono ligero.
—Ah, en eso tienes mucha razón —respondió Doyoung, girando para colocarse totalmente de cara a Taeyong.
Sus ojos verdes estaban entrecerrados y velados, y a Taeyong le impresionó la hostilidad que vio en ellos. Los dos sonrieron inquietos y se alejaron poco a poco.
Doyoung no pareció advertirlo.
—Muchas cosas han cambiado mientras estabas fuera este verano, Taeyong — prosiguió— Y simplemente es posible que tu tiempo en el trono se esté acabando.
Taeyong había enrojecido; lo notaba. Se esforzó por mantener la voz tranquila.
—Es posible —respondió— Pero yo no me compraría aún un cetro si fuera tú, Doyoung—Dio la vuelta y entró en el comedor.
Fue un alivio ver a Mark y a Ten, y a Sanha junto a ellos. Sintió cómo sus mejillas se enfriaban mientras elegía su almuerzo e iba a reunirse con ellos. No dejaría que Doyoung lo trastornara; no pensaría en absoluto en él.
—Lo tengo —anunció Sanha, agitando un trozo de papel cuando Taeyong se sentó.
—Y yo tengo cosas interesantes que contar —dijo Ten, dándose importancia— Taeyong, escucha esto. Está en mi clase de biología y me siento justo al otro lado. Su nombre es JaeHyun Salvatore, viene de Italia, y se hospeda en casa de la vieja señora Daehee, en las afueras de la ciudad—Suspiró— Es tan romántico... A Doyoung se le cayeron los libros y él se los recogió.
—Qué torpe es Doyoung —comentó Taeyong, torciendo el gesto— ¿Qué más sucedió?
—Bueno, eso es todo. En realidad no habló con él. Es muuuy misterioso, ¿sabes? La señora Endicott, mi profesora de biología, intentó conseguir que se quitara las gafas, pero no quiso hacerlo. Padece una afección.
—¿Qué clase de afección?
—No lo sé. A lo mejor es terminal y sus días están contados. ¿No sería eso romántico?
—Oh, mucho —dijo Mark.
Taeyong revisaba la hoja de papel de Sanha, mordiéndose el labio.
—Está en mi séptima hora, Historia Europea. ¿Alguien más tiene esa clase?
—Yo —respondió Ten— Y creo que Doyoung también la tiene. Ah, y a lo mejor Lucas; dijo algo ayer sobre lo mala que era su suerte al tener al señor Donghae.
Maravilloso, se dijo Taeyong, tomando el tenedor y acuchillando su puré de patatas.
Parecía que la séptima hora iba ser sumamente interesante.
JaeHyun se alegró de que el día escolar finalizara ya. Deseaba abandonar aquellas habitaciones y pasillos atestados, aunque solo fuera unos minutos.
Tantas mentes. La presión de tantas pautas de pensamiento, de tantas voces mentales rodeándole, lo mareaba. Hacía años que no había estado en medio de una multitud de gente como aquella.
Una mente en particular destacaba de las demás. Él había estado entre los que lo observaban en el pasillo principal del edificio del instituto. No sabía qué aspecto tenía, pero su personalidad era poderosa. Estaba seguro de que volvería a reconocerla.
Hasta el momento, al menos, había sobrevivido al primer día de la mascarada. Había usado los Poderes sólo dos veces y además con moderación. Pero estaba cansado, y, admitió con pesar, hambriento. El conejo no había sido suficiente.
Ya se preocuparía de eso más tarde. Localizó su última aula y se sentó. E inmediatamente sintió la presencia de aquella mente otra vez.
En el límite de su conciencia, una luz dorada, suave y a la vez vital, resplandecía. Y, por primera vez, consiguió localizar a la persona de la que procedía. Estaba sentado justo frente a él.
En el mismo instante en que lo pensaba, volvió la cabeza y él le vio la cara.
Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no lanzar una exclamación de sorpresa.
¡Sunhee! Pero, desde luego, no podía ser. Sunhee estaba muerto, nadie lo sabía mejor que él.
Con todo, el parecido era asombroso. Aquel cabello de un dorado pálido, tan rubio que parecía brillar tenuemente. Aquella piel cremosa, que siempre le había hecho pensar en cisnes o en alabastro, sonrojándose con un leve tono rosa sobre los pómulos. Y los ojos... Los ojos de Sunhee habían sido de un color que no había visto nunca antes; más oscuros que el azul celeste, tan intensos como el lapislázuli de su enjoyado collar. Este chico tenía los mismos ojos.
Y estaban puestos directamente en él mientras le sonreía.
Rápidamente, bajó los ojos, apartándolos de la sonrisa. Lo que menos deseaba era pensar en Sunhee. No quería mirar a aquel chico que se lo recordaba y no quería seguir sintiendo su presencia. Mantuvo los ojos puestos en el pupitre, bloqueando su mente con toda la energía de que fue capaz. Y por fin, lentamente, él volvió la cabeza otra vez.
Se sentía herido. Incluso a través de los bloqueos, lo percibió. No le importó. De hecho, le satisfacía, y esperó que eso lo mantuviera lejos de él. Aparte de eso, no sentía ninguna otra cosa por el chico.
No dejó de decirse eso mientras permanecía allí sentado, con la voz monótona del profesor vertiéndose sobre él sin que la oyera. Pero podía oler un sutil deje de algún perfume... rosas, se dijo. Y el delgado cuello blanco del chico estaba inclinado sobre su libro, con el cabello peinado hacia atrás.
Lleno de ira y contrariedad, reconoció la seductora sensación en sus dientes... más un hormigueo o un cosquilleo que un dolor persistente. Era hambre, un hambre específica. Y no una que pensara satisfacer.
El profesor paseaba por la habitación como un hurón, haciendo preguntas, y JaeHyun fijó deliberadamente su atención en el hombre. En un principio se sintió perplejo, pues a pesar de que ninguno de los alumnos sabía las respuestas, las preguntas seguían llegando. Entonces comprendió que ése era el propósito del profesor. Avergonzar a los alumnos con lo que no sabían.
En aquel mismo instante había encontrado a otra víctima, un muchacho menudo con abundantes rizos rojos y una cara en forma de corazón. JaeHyun contempló con disgusto cómo el profesor lo importunaba a preguntas. La víctima parecía muy avergonzado cuando él se apartó de él para dirigirse a toda la clase.
—¿Ven a lo que me refiero? Piensan que son una gran cosa; estudiantes de último curso ya, listos para graduarse. Bien, dejen que les diga esto, algunos de ustedes no están preparados ni para graduarse del jardín de infancia. ¡Como esto! —Señaló en dirección al chico pelirrojo— Ni idea sobre la Revolución francesa. Cree que María Antonieta era una estrella del cine mudo.
Los alumnos que rodeaban a JaeHyun empezaron a removerse incómodos. Pudo percibir el rencor en sus mentes y la humillación. Y el miedo. Todos temían a aquel hombrecillo delgado con ojos parecidos a los de una comadreja, incluso los chicos grandotes que eran más altos que él.
—De acuerdo, probemos otra época—El profesor se volvió de nuevo hacia el mismo chico al que había estado interrogando— Durante el Renacimiento... —Se interrumpió— Sabes al menos qué es el Renacimiento, ¿verdad? El período entre los siglos XIII y XVII, durante el que Europa redescubrió las grandes ideas de la antigua Grecia y Roma. El período que alumbró a tantos de los artistas y pensadores más importantes de Europa—Cuando el chico asintió atropelladamente, él prosiguió—: Durante el Renacimiento, ¿qué estarían haciendo los alumnos de tu edad en la escuela? ¿Alguna idea? ¿Se te ocurre algo?
El muchacho tragó con fuerza y, con una débil sonrisa, dijo:
—¿Jugar a rugby?
Ante las carcajadas que siguieron, el rostro del profesor se ensombreció.
—¡Más bien no! —le espetó, y la clase se acalló— ¿Creén que esto es un chiste? Pues bien, en esos días, los estudiantes de vuestra edad dominaban ya varios idiomas. También habían llegado a ser expertos en lógica, matemáticas, astronomía, filosofía y gramática. Estaban listos para pasar a una universidad en la que cada curso se enseñaba en latín. El rugby sería rotundamente la última cosa en la que...
—Perdone.
La sosegada voz detuvo al profesor en mitad de la arenga. Todo el mundo se volvió para mirar a JaeHyun.
—¿Qué? ¿Qué has dicho?
—He dicho, perdone —repitió JaeHyun, quitándose las gafas y poniéndose en pie— Pero está equivocado. A los estudiantes del Renacimiento se les animaba a participar en juegos. Se les enseñaba que un cuerpo sano conlleva una mente sana. Y, desde luego, tenían deportes de equipo, como criquet, tenis... e incluso rugby—Volvió la cabeza hacia el chico pelirrojo y sonrió, y él le devolvió la sonrisa con gratitud; dirigiéndose al profesor, añadió—: Pero las cosas más importantes que aprendían eran buenos modales y urbanidad. Estoy seguro de que su libro se lo dirá.
Algunos alumnos sonreían abiertamente. El rostro del profesor estaba rojo de rabia y el hombre farfullaba. Pero JaeHyun siguió sosteniéndole la mirada, y al cabo de un minuto fue el otro quien desvió los ojos.
Sonó la campana.
JaeHyun se puso rápidamente las gafas y recogió sus libros. Ya había atraído más atención sobre sí de la que debería, y no quería tener que mirar del chico rubio otra vez. Además, necesitaba salir de allí rápidamente; notaba una familiar sensación abrasadora en sus venas.
Cuando llegaba a la puerta, alguien gritó:
—¡Eh! ¿Realmente jugaban a rugby en aquellos tiempos?
No pudo evitar lanzar una sonrisa burlona por encima del hombro.
—Claro que sí. A veces con las cabezas cortadas de los prisioneros de guerra.
Taeyong le observó mientras se alejaba. Lo había rechazado deliberadamente. Lo había desairado a propósito, y delante de Doyoung, que no le había quitado los ojos de encima. Las lágrimas ardían en sus ojos, pero en aquel momento sólo una idea bullía en su cabeza.
Lo tendría, incluso aunque le fuera la vida en ello. Aunque les fuera la vida a los dos, lo tendría.
🩸🦇🩸
Lee Taeyong

Capítulo 3
La primera luz del amanecer veteaba la noche de rosa y del verde más pálido. JaeHyun la observó desde la ventana de su habitación en la casa de huéspedes. Había alquilado aquella habitación específicamente debido a la trampilla del techo, una trampilla que daba a la plataforma de observación del tejado situado encima. En aquel momento, la trampilla estaba abierta, y un viento fresco y húmedo descendía por la escalera situada debajo. JaeHyun estaba totalmente vestido, pero no porque hubiera madrugado. No se había acostado.
Acababa de regresar del bosque y llevaba algunos restos de hojas húmedas pegados a un lado de la bota. Los retiró meticulosamente. Los comentarios de los estudiantes del día anterior no le habían pasado por alto y sabía que se habían fijado en sus ropas. Siempre se había vestido con lo mejor, no sólo por vanidad, sino porque era lo correcto. Su tutor lo había dicho a menudo: «Un aristócrata debería vestir como corresponde a su posición. Si no lo hace, muestra desprecio por los demás».
¿Por qué se dedicaba a pensar en aquellas cosas? Claro, debería haber comprendido que hacer el papel de un estudiante era probable que le recordara sus propios días como alumno. En aquellos momentos, los recuerdos le llegaban copiosamente, como si ojeara las páginas de un diario, los ojos capturando una anotación aquí y allí. Una apareció fugazmente ante él: el rostro de su padre cuando Johnny había anunciado que abandonaba la universidad. Jamás olvidaría eso. Jamás había visto a su padre tan enojado...
***
Pasado.
—¿Qué quieres decir con que no vas a volver? —Giuseppe era por lo general un hombre justo, pero tenía mal genio, y su hijo mayor hacia aflorar la violencia que había en él.
Justo en aquel momento, ese hijo se tocaba ligeramente los labios con un pañuelo de seda color azafrán.
—Había pensado que incluso tú podrías entender una frase tan simple, padre. ¿Deseas que te la repita en latín?
—Johnny... —empezó JaeHyun con severidad, consternado ante aquella falta de respeto.
Pero su padre le interrumpió.
—¿Me estás diciendo que yo, Giuseppe, Conté di Salvatore, tendré que presentarme ante mis amigos sabiendo que mi hijo es un scioparto? ¿Un bueno para nada? ¿Un haragán que no aporta ninguna contribución útil a Florencia?
Los criados se iban alejando lentamente a medida que Giuseppe se encolerizaba más.
Johnny ni siquiera pestañeó.
—Aparentemente. Si puedes llamar amigos a esos que te lisonjean con la esperanza de que les prestes dinero.
—Sporco parassito! —gritó Giuseppe, levantándose de su silla— ¿No es ya bastante malo que cuando estás en la escuela despilfarres tu tiempo y mi dinero? Ah, sí, lo sé todo sobre el juego, las justas y las mujeres. Y sé que de no ser por tu secretario y tus tutores suspenderías todos los cursos. Pero ahora tienes la intención de deshonrarme totalmente. ¿Y por qué? ¿Por qué? —Su enorme mano se alzó veloz para agarrar la barbilla de Johnny— ¿Para poder regresar a tus cacerías y tu cetrería?
JaeHyun tuvo que hacerle justicia a su hermano; Johnny ni siquiera se echó atrás. Se mantuvo firme, casi repantigado en la mano de su padre que lo sujetaba, un aristócrata de pies a cabeza, desde la gorra elegantemente sencilla sobre la oscura cabeza pasando por la capa ribeteada de armiño hasta llegar a los suaves zapatos de cuero. Su labio superior estaba curvado en un gesto de absoluta arrogancia.
«Has ido demasiado lejos esta vez —pensó JaeHyun, observando a los dos hombres, que se miraban fijamente a los ojos— Ni siquiera tú serás capaz de salir de ésta usando tus encantos.»
Pero justo entonces sonaron unos pasos suaves en la entrada del estudio. JaeHyun volvió la cabeza y se quedó encandilado con unos ojos de color lapislázuli enmarcados por largas pestañas doradas. Era Sunhee. Su padre, el barón Von Swartzschild, lo había traído desde las frías tierras de los príncipes alemanes a la campiña italiana, con la esperanza de que esto ayudaría a que se recuperara de una larga enfermedad. Y desde el día de su llegada, todo había cambiado para JaeHyun.
—Os pido disculpas. No era mi intención molestar.
Su voz era suave y nítida. Efectuó un leve gesto como para marcharse.
—No, no te vayas. Quédate —se apresuró a decir JaeHyun.
Quiso decir más, tomarle la mano..., pero no se atrevió. No con su padre presente. Todo lo que pudo hacer fue mirar fijamente aquellos ojos azules, como gemas, alzados hacia él.
—Sí, quedaos —dijo Giuseppe, y JaeHyun vio que la expresión furiosa de su padre se había aclarado y que había soltado a Johnny.
El noble se adelantó, alisando los gruesos pliegues de la larga toga ribeteada en piel.
—Vuestro padre debería estar de regreso de sus negocios en la ciudad hoy, y le encantará veros. Pero vuestras mejillas están pálidas, pequeño Sunhee. Espero que no volváis a estar enfermo.
—Ya sabéis que siempre estoy pálido, señor. No utilizo colorete como vuestras atrevidas muchachas italianas.
—No lo necesitas —dijo JaeHyun sin poder contenerse, y él le sonrió. Era tan hermoso... El muchacho sintió un dolor en el pecho.
—Y os veo demasiado poco durante el día —siguió su padre— Casi nunca nos concedéis el placer de vuestra compañía antes del crepúsculo.
—Llevo a cabo mis estudios y mis devociones en mis propios aposentos, señor — respondió Sunhee en voz queda, bajando las pestañas.
JaeHyun sabía que no era cierto, pero no dijo nada; jamás traicionaría el secreto de Sunhee. El muchacho volvió a alzar los ojos hacia el padre de JaeHyun.
—Pero ahora estoy aquí, señor.
—Sí, sí, eso es cierto. Y debo ocuparme de que esta noche tengamos una comida muy especial para celebrar el regreso de vuestro padre. Johnny..., hablaremos más tarde.
Mientras Giuseppe hacía una seña a un sirviente y marchaba con paso decidido, JaeHyun se volvió hacia Sunhee con deleite. Casi nunca podían conversar sin la presencia de su padre o de Christoph, el imperturbable caballero alemán del joven.
Pero lo que JaeHyun vio fue como un puñetazo en el estómago, Sunhee sonreía..., aquella leve sonrisa reservada que tan a menudo había compartido con él. Pero no le miraba a él. Miraba a Johnny.
JaeHyun odió a su hermano en aquel momento, odió la belleza morena y la gracia y la sensualidad de Johnny, que atraían a las personas hacia él como polillas a una llama. Quiso en ese momento golpear a Johnny, hacer pedazos aquella belleza. Pero tuvo que permanecer allí y contemplar cómo Sunhee avanzaba despacio hacia su hermano, paso a paso, con su traje de brocado dorado susurrando sobre el suelo de baldosas.
Y mientras él observaba, Johnny extendió una mano hacia Sunhee y sonrió con la cruel sonrisa del triunfo...
***
JaeHyun se apartó de la ventana rápidamente.
¿Por qué volvía a abrir viejas heridas? Pero, incluso mientras lo pensaba, sacó la delgada cadena de oro que llevaba bajo la camisa. Su pulgar y su índice acariciaron el anillo que colgaba de ella y luego lo alzó hacia la luz.
El pequeño aro estaba exquisitamente labrado en oro, y cinco siglos no habían amortiguado su lustre. Llevaba engarzada una única piedra, un lapislázuli del tamaño de la uña de su meñique. JaeHyun lo contempló, luego miró el grueso anillo de plata, también con un lapislázuli engarzado, de su propia mano. En el pecho sintió una opresión familiar.
No podía olvidar el pasado y en realidad no deseaba hacerlo. Pese a todo lo que había sucedido, atesoraba el recuerdo de Sunhee. Pero había un recuerdo que realmente no debía perturbar, una página del diario que no debía volver. Si tenía que revivir aquel horror, aquella... abominación, se volvería loco. Como había enloquecido aquel día, aquel último día, cuando había contemplado su propia condenación...
Se apoyó en la ventana, con la frente presionada sobre su frescor. Su tutor también le había dicho: «El mal jamás encontrará la paz. Puede que triunfe, pero jamás encontrará la paz».
¿Por qué había tenido que venir a Mystic Falls?
Había esperado hallar la paz aquí, pero eso era imposible. Jamás le aceptarían, jamás descansaría. Porque era malvado. No podía cambiar lo que era.
🦇
Taeyong se levantó más temprano de lo habitual esa mañana y oyó a tía Sunmi trasteando en su habitación, preparándose para tomar su ducha. Shotaro dormía aún profundamente, enroscado igual que un ratoncito en su cama. Taeyong pasó ante la puerta entreabierta de su hermano menor sin hacer ruido y continuó por el pasillo hasta abandonar la casa.
El aire era fresco y limpio esa mañana; el membrillo estaba habitado únicamente por los acostumbrados arrendajos y gorriones. Taeyong, que se había acostado con un terrible dolor de cabeza, alzó el rostro hacia el limpio cielo azul y respiró profundamente.
Se sentía mucho mejor de lo que se había sentido el día anterior. Había prometido encontrarse con Lucas antes del instituto y, aunque no le hacía mucha ilusión, estaba seguro de que todo iría bien.
Lucas vivía a sólo dos calles del instituto. Era una sencilla casa de madera, como todas las demás en aquella calle, excepto que quizá el columpio del porche estaba un poco más deslucido y la pintura un poco más desconchada. Lucas estaba ya en el exterior, y por un momento el corazón del chico se aceleró ante la familiar visión.
Realmente era apuesto. De eso no había duda. No del modo deslumbrante, casi perturbador, de... alguna persona, sino de un saludable modo asiatico. Wong Lucas era típicamente asiático. Llevaba el pelo miel muy corto por la temporada de rugby y tenía la piel bronceada debido al trabajo al aire libre en la granja de sus abuelos. Sus ojos azules eran honestos y francos. Y justo hoy, mientras extendía los brazos para abrazarlo con suavidad, estaban algo tristes.
—¿Quieres entrar?
—No. Limitémonos a andar —dijo Taeyong.
Caminaron uno junto al otro sin tocarse. Arces y nogales negros bordeaban aquella calle, y el aire tenía aún una quietud matutina. Taeyong contempló sus pies sobre la húmeda acera, sintiéndose repentinamente indeciso. Después de todo, seguía sin saber cómo empezar.
—No me has hablado de Francia —dijo él.
—Ah, fue fenomenal —respondió Taeyong, y lo miró de soslayo; también él miraba la acera— Todo resultó fenomenal —continuó, intentando dar un poco de entusiasmo a su voz— La gente, la comida, todo. Realmente fue... —Su voz se apagó, y lanzó una carcajada nerviosa.
—Sí, ya sé. Fenomenal —terminó él por Taeyong.
Lucas se detuvo y se quedó mirando al suelo, a sus arañadas zapatillas de tenis. Taeyong vio que eran las del año anterior. La familia de Lucas apenas conseguía ir tirando; a lo mejor no había podido permitirse unas nuevas. El joven alzó la vista y se encontró aquellos resueltos ojos azules fijos en su rostro.
—¿Sabes?, tienes un aspecto de lo más fenomenal justo ahora —dijo él. Taeyong abrió la boca con consternación, pero él volvía a hablar ya.
—E imagino que tienes algo que decirme.
Taeyong le miró de hito en hito, y él sonrió, con una sonrisa torcida y pesarosa. Luego volvió a tenderle los brazos.
—Lucas —dijo él, abrazándole con fuerza; luego se apartó para mirarle a la cara—Lucas, eres el chico más gentil que he conocido nunca. No te merezco.
—Ah, entonces por eso me plantas —dijo él mientras volvían a andar— Porque soy demasiado bueno para ti. Debería haberme dado cuenta antes.
Él le dio un puñetazo en el brazo.
—No, no es por eso, y tampoco te estoy plantando. Seremos amigos, ¿de acuerdo?
—Desde luego. Por supuesto.
—Porque eso es lo que he comprendido que somos—Se detuvo, volviendo a alzar la mirada hacia él— Buenos amigos. Sé honrado ahora, Lucas, ¿no es eso lo que realmente sientes por mí?
Él lo miró y luego alzó los ojos al cielo.
—¿Puedo acogerme a la Quinta Enmienda respecto a eso? —dijo y al ver que Taeyong ponía cara larga, añadió—: no tiene nada que ver con ese chico nuevo,
¿verdad?
—No —respondió él tras una vacilación, y luego añadió con rapidez—Ni siquiera le conozco aún. No sé quién es.
—Pero quieres conocerle. No, no lo digas—Lo rodeó con un brazo y lo hizo girar con suavidad— Vamos, vayamos hacia el instituto. Si tenemos tiempo, incluso te compraré una rosquilla.
Mientras andaban, algo se agitó violentamente en el nogal sobre sus cabezas. Lucas lanzó un silbido y señaló con el dedo.
—¡Mira eso! Es el cuervo más grande que he visto nunca. Taeyong miró, pero ya había desaparecido.
🦇
Aquel día, el instituto fue sólo el lugar adecuado para que Taeyong repasara su plan.
Por la mañana había despertado sabiendo qué hacer. Y durante el día reunió toda la información que pudo a propósito de Jung Yoon Oh Salvatore. Lo que no fue difícil, porque todo el mundo en el Mystic Falls High School hablaba de él.
Todo el mundo sabía que había tenido alguna especie de roce con la secretaria de admisiones el día anterior. Y hoy lo habían llevado al despacho del director. Algo relacionado con sus papeles. Pero el director lo había enviado de vuelta al aula (tras, se rumoreaba, una llamada de larga distancia a Roma... ¿o era Washington?), y todo parecía arreglado ya. Oficialmente, al menos.
Cuando Taeyong llegó a su clase de Historia Europea aquella tarde, lo saludó un suave silbido en el pasillo. Kim Suho y Moon Taeil remoloneaban por allí. Una pareja de imbéciles de primera, se dijo, haciendo caso omiso del silbido y las miradas fijas. Pensaban que ser pateador y defensa en el equipo de rugby de la escuela los convertía en unos tipos sensacionales. Mantuvo un ojo puesto en ellos mientras también él remoloneaba por el pasillo, jugueteando con su cabello. Había dado a Ten instrucciones especiales, y el plan estaba listo para ponerlo en práctica en cuanto JaeHyun apareciera. El reflejo de su celular le proporcionaba una visión fenomenal del pasillo a su espalda.
Con todo, de algún modo no le vio llegar. Apareció a su lado de improviso, y guardó su celular de golpe mientras él pasaba. Su intención era detenerlo, pero algo sucedió antes de que pudiera hacerlo. JaeHyun se puso tenso... o, al menos, algo hubo en él que le hizo adoptar una actitud cautelosa de improviso. Justo entonces, Suho y Taeil se colocaron frente a la puerta del aula de historia, impidiendo el paso.
Imbéciles de talla mundial, se dijo Taeyong. Echando chispas, los miró iracundo por encima del hombro de JaeHyun.
Disfrutaban con el jueguecito, repantigados en la entrada mientras fingían estar totalmente ciegos a la presencia de JaeHyun allí de pie.
—Excusad.
Era el mismo tono de voz que había usado con el profesor de historia. Sosegado, distante.
Suho y Taeil se miraron el uno al otro, luego a su alrededor, como si oyeran voces fantasmales.
—¿Escuuzi? —dijo Taeil con voz de falsete— ¿Escuuzi a mí? ¿A mí escuuzi? ¿Jacuzzi?
Los dos rieron.
Taeyong vio cómo los músculos se tensaban bajo la camiseta que tenía delante. Aquello era totalmente injusto; los dos eran más altos que JaeHyun y las espaldas de Taeil eran casi el doble de anchas.
—¿Sucede algo?
Taeyong se sobresaltó tanto como los dos muchachos ante la nueva voz a su espalda.
Dio media vuelta y se encontró con Lucas. Sus ojos azules tenían una mirada dura.
Taeyong se mordió los labios para contener una sonrisa mientras Taeil y Suho se apartaban despacio, con resentimiento. El bueno de Lucas, se dijo. Pero ahora el bueno de Lucas entraba en el aula acompañando a JaeHyun, y Taeyong se tenía que resignar con seguirlos, observando la parte posterior de dos camisetas. Cuando se sentaron, se deslizó en el pupitre situado detrás de JaeHyun, desde donde podía observarle sin que lo viera. Su plan tendría que esperar hasta que finalizara la clase.
Lucas hacía sonar monedas en su bolsillo, lo que significaba que quería decir algo.
—Eh, oye —empezó por fin, incómodo— Esos chicos, ya sabes... JaeHyun rió. Fue un sonido amargo.
—¿Quién soy yo para juzgar?
Había más emoción en su voz de la que Taeyong había oído antes, incluso cuando había hablado al señor Donghae. Y aquella emoción era infelicidad total.
—De todos modos, ¿por qué tendría que ser bienvenido aquí? —finalizó, casi para sí mismo.
—¿Por qué no deberías serlo? —Lucas había estado mirando fijamente a JaeHyun, y en ese momento su mandíbula se irguió con determinación— Oye —dijo— ayer hablaste sobre rugby. Bien, nuestro mejor receptor abierto se ha roto un ligamento, y necesitamos un sustituto. Las pruebas son esta tarde. ¿Qué te parece?
—¿Yo? —JaeHyun pareció verse cogido por sorpresa— Ah... No sé si podría.
—¿Sabes correr?
—¿Correr...?
JaeHyun se medio giró hacia Lucas, y Taeyong vio cómo un leve atisbo de sonrisa curvaba sus labios.
—Sí.
—Eso es todo lo que un receptor abierto tiene que hacer. Yo soy el quarterback. Si puedes atrapar lo que yo tire y correr con ello, puedes jugar.
—Entiendo.
Lo cierto era que JaeHyun casi sonreía, y aunque la boca de Lucas tenía una expresión seria, sus ojos azules estaban risueños. Sorprendido de sí mismo, Taeyong advirtió que estaba celoso. Había una cordialidad entre los dos muchachos que lo excluía completamente.
Pero al siguiente instante, la sonrisa de JaeHyun desapareció y éste dijo en tono vago:
—Gracias..., pero no. Tengo otros compromisos.
En ese momento, Ten y Doyoung llegaron y empezó la clase.
Durante toda la lección de Donghae sobre Europa, Taeyong no dejó de repetirse: «Hola, me llamo Lee Taeyong. Estoy en el comité de bienvenida del último curso y me han designado para que te muestre el instituto. ¿Seguramente no querrás ponerme en un aprieto, verdad, no dejando que haga mi trabajo?». Eso último con ojos muy abiertos y melancólicos..., pero sólo si daba la impresión de que él intentara escabullirse. Era virtualmente infalible. Seguro que no podía resistirse a una persona en apuros.
Cuando iban por la mitad de la clase, la chica sentada a su derecha le pasó una nota. Taeyong la abrió y reconoció la letra redonda e infantil de Ten. Decía: «He mantenido a D. alejado todo el tiempo que pude. ¿Qué ha sucedido? ¿Ha funcionado?».
Taeyong alzó la vista y vio a Ten vuelto hacia atrás en su asiento de la primera fila. Taeyong señaló la nota y negó con la cabeza, articulando con los labios: «Después de clase».
Pareció que transcurría un siglo antes de que Donghae diera las últimas instrucciones sobre exposiciones orales y los despidiera. Entonces todo el mundo se levantó de golpe. «Ahí vamos», pensó Taeyong, y con el corazón latiéndole con fuerza, se colocó directamente en el camino de JaeHyun, impidiéndole el paso por el pasillo de modo que no pudiera rodearlo.
Justo igual que Suho y Taeil, se dijo, sintiendo un irresistible impulso de reír como un tonto. Alzó la mirada y se encontró con sus ojos justo a la altura de la boca del muchacho.
Su mente se quedó en blanco. ¿Qué era lo que se suponía que debía decir? Abrió la boca y de algún modo las palabras que había estado ensayando brotaron atropelladamente.
—Hola, soy Lee Taeyong, y estoy en el comité de bienvenida del último curso y me han designado para...
—Lo siento; no tengo tiempo.
Por un momento no pudo creer que él estuviera hablando, que no fuera a darle siquiera la oportunidad de terminar. Su boca siguió pronunciando el discurso.
—... que te muestre el instituto...
—Lo siento. No puedo. Tengo que... tengo que ir a las pruebas de rugby—JaeHyun volvió la cabeza hacia Lucas, que se mantenía al margen con expresión atónita— Dijiste que eran justo después del instituto, ¿verdad?
—Sí —dijo éste lentamente— pero...
—Entonces será mejor que me ponga en marcha. Tal vez podrías mostrarme el camino.
Lucas miró a Taeyong con expresión de impotencia y luego se encogió de hombros.
—Bueno... claro. Vamos.
Echó un vistazo atrás mientras se iban. JaeHyun, no.
Taeyong se encontró paseando la mirada por un círculo de observadores, imuestro Doyoung, que le dedicaba una clara sonrisita de suficiencia. El chico sintió un aturdimiento en todo el cuerpo y una sensación de ahogo en la garganta. No podía soportar seguir allí ni un segundo más. Dio la vuelta y abandonó el pasillo tan aprisa como pudo.
Capítulo 4
Para cuando llegó a su taquilla, el aturdimiento se disipaba ya y el nudo en su garganta intentaba disolverse en lágrimas. Pero no lloraría en el instituto, se dijo, no iba a hacerlo. Tras cerrar la taquilla, se encaminó a la salida principal.
Por segundo día consecutivo, regresaba a casa del instituto justo tras sonar la última campana, y solo. Tía Sunmi no podría sobrellevarlo. Pero cuando Taeyong llegó a su casa, el coche de tía Sunmi no estaba en la entrada; ella y Shotaro debían de haber ido al mercado. La casa estaba silenciosa y tranquila cuando Taeyong abrió la puerta.
Agradeció la quietud; quería estar solo en aquellos momentos. Pero, por otra parte, no sabía exactamente qué hacer consigo mismo. Ahora que finalmente ya podía llorar, descubrió que las lágrimas no acudían. Soltó la mochila sobre el suelo del vestíbulo delantero y entró despacio en la sala de estar.
Era una habitación hermosa e imponente, la única parte de la casa además del dormitorio de Taeyong que pertenecía a la construcción original. La primera casa se había construido antes de 1861 y se había quemado casi por completo durante la guerra de Secesión. Todo lo que se pudo salvar fue esa habitación, con su elaborada chimenea enmarcada por molduras en forma de volutas, y el gran dormitorio del piso superior. El bisabuelo del padre de Taeyong había construido una nueva casa y los Lee habían vivido en ella desde entonces.
Taeyong giró para mirar por una de las ventanas que iban desde el suelo hasta el techo. El cristal era antiguo y grueso y mostraba ondulaciones, y todo en el exterior quedaba distorsionado, con un aspecto ligeramente sesgado. Recordó la primera vez que su padre le había mostrado aquel viejo cristal con ondulaciones, cuando él era más joven aún de lo que Shotaro era en la actualidad.
La sensación de ahogo había regresado a su garganta, pero las lágrimas seguían sin acudir. Todo en su interior era contradictorio. No quería compañía, y a la vez se sentía dolorosamente solo; realmente quería pensar, pero ahora que lo intentaba, los pensamientos la esquivaban como ratones huyendo de una lechuza blanca.
«Una lechuza blanca... ave de presa... devorador de carne... cuervo», pensó. «El cuervo más grande que he visto nunca», había dicho Lucas.
Los ojos volvieron a escocerle. Pobre Lucas. Le había herido, pero él se lo había tomado muy bien. Incluso había sido amable con JaeHyun.
JaeHyun. Su corazón dio un baquetazo, violento, arrancando a sus ojos dos lágrimas ardientes. Bueno, por fin lloraba. Lloraba de rabia y humillación y frustración... ¿y qué más?
¿Qué había perdido en realidad ese día? ¿Qué sentía en realidad por aquel desconocido, aquel Jung Yoon Oh? Era un desafío, sí, y eso le hacía ser distinto, interesante. JaeHyun era exótico... excitante.
Resultaba curioso, justo lo que algunos chicos le habían dicho a veces a Taeyong que él era. Y más tarde se enteraba por ellos, o por sus amigos o hermanas, de lo nerviosos que estaban antes de salir con él, cómo se les ponían sudorosas las palmas de las manos y sentían el estómago lleno de mariposas. A Taeyong esas historias siempre le habían parecido divertidas. Ningún chico de los que había conocido a lo largo de su vida lo había puesto nervioso.
Pero al hablar con JaeHyun hoy, su pulso se había acelerado y las rodillas habían estado a punto de doblarse. Había tenido las palmas húmedas. Y no había habido mariposas en su estómago... había habido murciélagos.
¿Le interesaba el tipo porque lo ponía nervioso? No era una buena razón, se dijo. De hecho, era una muy mala razón.
Pero estaba también aquella boca. Aquella boca tan perfecta que hacía que sus rodillas se doblaran con algo que no tenía nada que ver con el nerviosismo. Y aquellos cabellos negros como la noche; sus dedos ansiaban entretejerse en su suavidad. Aquel cuerpo ágil de musculatura plana, aquellas piernas largas... y aquella voz. Fue su voz lo que lo había decidido el día anterior, haciendo que se sintiera totalmente empeñado en tenerle. Su voz había sido serena y desdeñosa al hablar al señor Donghae, pero extrañamente persuasiva a pesar de todo. Se preguntó si podría volverse misteriosa y oscura también, y cómo sonaría pronunciando su nombre, susurrando su nombre...
—¡Taeyong!
Taeyong se sobresaltó, la ensoñación hecha pedazos. Pero no era Jung Yoon Oh quien lo llamaba, era tía Sunmi que abría la puerta con un traqueteo.
—¿Taeyong? ¡Taeyong! —Y aquél era Shotaro, con la voz chillona y aflautada—
¿Estás en casa?
La desdicha volvió a embargar al muchacho, y paseó la mirada por la cocina. No estaba en condiciones de enfrentarse a las preguntas preocupadas de su tía ni a la alegría inocente de Shotaro en aquellos momentos. No con las pestañas húmedas y nuevas lágrimas amenazando con aparecer en cualquier instante. Tomó una decisión relámpago y se escabulló en silencio por la puerta trasera mientras la puerta principal se cerraba de un portazo.
Una vez abandonado el porche trasero, y ya en el patio, vaciló. No quería tropezarse con nadie conocido. Pero ¿adonde podía ir para estar solo?
La respuesta llegó casi al instante. Desde luego. Iría a ver a su madre y a su padre.
Era una caminata bastante larga, casi hasta las afueras de la ciudad, pero durante los últimos tres años se había convertido en algo acostumbrado para Taeyong. Cruzó al otro lado del puente Wickery y ascendió la colina, pasando ante la iglesia en ruinas. Luego descendió al pequeño valle situado abajo.
Aquella parte del cementerio estaba bien cuidada; era a la parte antigua a la que se le permitía estar en un estado ligeramente salvaje. Aquí, la hierba estaba pulcramente cortada, y ramos de flores ofrecían notas de vividos colores. Taeyong se sentó junto a la gran lápida de mármol con la palabra «Lee» tallada en la parte frontal.
—Hola, mamá. Hola, papá —murmuró.
Se inclinó sobre el lugar para depositar una flor violeta que había recogido de camino. Luego dobló las piernas bajo el cuerpo y se quedó sentado.
Había ido allí a menudo tras el accidente. Shotaro sólo tenía un año en el momento del accidente de coche, y lo cierto era que no los recordaba. Pero Taeyong sí. Dejó que su mente retrocediera para ojear recuerdos, y el nudo de su garganta aumentó y las lágrimas salieron con más facilidad. Todavía los echaba mucho de menos... Su madre, tan joven y hermosa, y su padre, con una sonrisa que le arrugaba los ojos.
Tenía suerte de contar con tía Sunmi, desde luego. No todas las tías abandonarían su empleo y volverían a vivir en una ciudad pequeña para hacerse cargo de dos sobrinos huérfanos. Y Robert, el novio de tía Sunmi, era más un padre adoptivo para Shotaro que un futuro tío.
Pero Taeyong recordaba a sus padres. En ocasiones, justo después del funeral, había acudido allí para enfurecerse con ellos, enfadado con ellos por haber sido tan estúpidos como para matarse. Eso fue cuando no conocía muy bien a tía Sunmi y sentía que ya no había ningún lugar en la tierra al que perteneciera.
¿Adonde pertenecía ahora?, se preguntó. La respuesta fácil era: allí, a Mystic Falls, donde había vivido toda su vida. Pero últimamente la respuesta fácil parecía equivocada. Últimamente sentía que debía existir algo más allá para él, algún lugar que reconocería en seguida y llamaría hogar.
Una sombra cayó sobre su persona y alzó los ojos sobresaltado. Por un instante, las dos figuras de pie junto a él resultaron extrañas, desconocidas, vagamente amenazadoras. Las miró fijamente, paralizado.
—Taeyong —dijo nerviosamente la figura más pequeña, con las manos en las caderas—A veces realmente me preocupo por ti, realmente lo hago.
Taeyong pestañeó y luego lanzó una breve carcajada. Eran Ten y Mark.
—¿Qué tiene que hacer una persona para conseguir un poco de intimidad por aquí? —preguntó mientras ellos se sentaban.
—Decirnos que nos marchemos —sugirió Mark, pero Taeyong se limitó a encogerse de hombros.
Mark y Ten habían acudido allí a menudo en su busca los meses siguientes al accidente. De repente se sintió complacida por ello, y agradecido a ambos. Aunque no hubiera nada más, tenía amigos que se preocupaban por él. No le importó si sabían que había estado llorando, aceptó el pañuelo de papel arrugado que Ten le ofreció y se secó los ojos. Los tres permanecieron sentados en silencio durante un rato, observando cómo el viento alborotaba el roble del extremo del cementerio.
—Siento lo que sucedió esta mañana —dijo Ten por fin, en voz baja— Fue realmente terrible.
—Y tu segundo nombre es «Tacto» —dijo Mark— No pudo haber sido tan malo, Taeyong.
—No estabas allí—Taeyong se sintió enrojecer todo él ante el recuerdo— Sí que fue terrible. Pero ya no me importa —añadió categórica, desafiante— He acabado con él. Ya no le quiero.
—¡Taeyong!
—No le quiero, Ten. Evidentemente piensa que es demasiado bueno para... para los americanos. Así que puede coger esas gafas de sol de diseño y... —Se escucharon resoplidos de risa procedentes de sus compañeros. Taeyong se sonó la nariz y negó con la cabeza— De todos modos —dijo, cambiando decididamente de tema—Al menos Donghae parecía de mejor humor hoy.
Ten adoptó una expresión de mártir.
—¿Sabes que hizo que me apuntara para ser el primero en presentar la exposición oral? De todos modos, no me importa. Voy a hacer el mío sobre los druidas, y:..
—¿Sobre qué?
—Druidas. Esos viejos raros que construyeron Stonehenge y hacían magia y cosas así en la antigua Inglaterra. Desciendo de ellos; por eso soy médium.
Mark lanzó un resoplido, pero Taeyong contempló con el entrecejo fruncido la brizna de hierba que retorcía entre los dedos.
—Ten, ¿realmente viste algo en mi palma ayer? —preguntó súbitamente. El muchacho vaciló.
—No lo sé —dijo por fin— Creí verlo entonces. Pero a veces la imaginación se me descontrola.
—Sabía que estabas aquí —observó Mark inesperadamente— Yo pensé en mirar en la cafetería, pero Ten dijo: «Está en el cementerio».
—¿Lo hice? —Ten pareció levemente sorprendido e impresionado— Bien, ya lo ves. Mi abuela de Edimburgo tiene el don de la clarividencia, y yo también. Siempre salta una generación.
—Y desciendes de los druidas —dijo Mark en voz solemne.
—¡Bueno, es cierto! En Escocia mantienen las viejas tradiciones. No te creerías algunas de las cosas que hace mi abuela. Tiene un modo de averiguar con quién te vas a casar y cuándo vas a morir. Me dijo que moriría joven.
—¡Ten!
—Lo hizo. Seré joven y hermoso dentro de mi ataúd. ¿No creen que es romántico?
—No, no lo creo. Creo que es repugnante —replicó Taeyong. Las sombras se alargaban y el viento se había vuelto fresco.
—Así pues, ¿con quién te vas a casar, Ten? —terció Mark con habilidad.
—No lo sé. Mi abuela me contó el ritual para averiguarlo, pero jamás lo probé. Por supuesto —Ten adoptó una pose sofisticada—Tiene que ser escandalosamente rico y guapísimo. Como nuestro misterioso desconocido moreno, por ejemplo. En especial, si nadie más le quiere—Dirigió una mirada traviesa a Taeyong.
Taeyong no picó el anzuelo.
—¿Qué hay de Moon Taeil? —murmuró inocentemente— Su padre es, desde luego, bastante rico.
—Y no es feo —estuvo de acuerdo Mark en tono solemne— Eso, desde luego, si te gustan los animales. Todos esos enormes dientes blancos...
Los chicos intercambiaron miradas y luego prorrumpieron en carcajadas. Ten arrojó un puñado de hierba a Mark, que se la sacudió de encima y le arrojó un diente de león en respuesta. En algún momento en medio de todo ello, Taeyong comprendió que iba a estar bien. Volvía a ser él mismo, no estaba perdido, no era un desconocido, sino Lee Taeyong, el príncipe del Mystic Falls High School. Se quitó la gorra color crema del pelo y sacudió los cabellos alrededor del rostro.
—He decidido sobre qué hacer mi exposición oral —dijo, contemplando con ojos entrecerrados cómo Ten se pasaba los dedos por los rizos para quitar la hierba.
—¿Qué será?
Taeyong echó la barbilla hacia arriba para contemplar el cielo rojo y morado de encima de la colina. Aspiró pensativa y dejó que el suspenso creciera por un instante. Luego dijo con indiferencia:
—El Renacimiento italiano.
Ten y Mark lo miraron fijamente, luego se miraron entre sí e irrumpieron en fuertes carcajadas otra vez.
—¡Aja! —dijo Mark cuando se recuperaron— Así que el tigre regresa.
Taeyong le dedicó una mueca salvaje. Su conmocionada seguridad en sí mismo había regresado, y aunque no lo comprendía ni él mismo, sabía una cosa: no iba a dejar que Jung Yoon Oh escapara.
—De acuerdo —indicó con vivacidad— Ahora, escuchen ustedes dos. Nadie más debe saber esto o seré el hazmerreír de la escuela. Y a Doyoung le encantaría tener cualquier excusa para hacerme aparecer ridículo. Pero todavía quiero que sea mío y lo será. Aún no sé cómo, pero lo conseguiré. No obstante, hasta que se me ocurra un plan, vamos a hacer un juramento.
—¿Vamos?
—Sí, vamos. No puedes tenerlo, Ten; es mío. Y tengo que poder confiar completamente en ti.
—Aguarda un minuto —dijo Mark con un brillo en los ojos.
Soltó el broche de su playera; luego, alzando el pulgar, le dio un veloz pinchazo.
—Ten, dame tu mano.
—¿Por qué? —preguntó éste, contemplando el alfiler con suspicacia.
—Porque quiero casarme contigo, ¿para qué crees, idiota?
—Pero... pero... Oh, vale. ¡Ay!
—Te toca, Taeyong—Pinchó eficientemente el dedo de su amigo, y luego lo oprimió para conseguir sacar una gota de sangre— Ahora —prosiguió, mirando a los otros dos con centelleantes ojos oscuros— todos juntamos los pulgares y juramos. Especialmente tú, Ten. Jura guardar este secreto y hacer todo lo que Taeyong pida en relación a JaeHyun.
—Oigan, jurar con sangre es peligroso —protestó Ten en tono serio— Significa que tienes que mantener tu promesa suceda lo que suceda, sin importar lo que sea, Mark.
—Lo sé —respondió éste inflexible— Por eso te digo que lo hagas. Recuerdo lo que sucedió con Cha Eunwoo.
Ten torció el gesto.
—Eso fue hace años, y rompimos en seguida de todos modos y... Ah, de acuerdo. Lo juraré—Cerrando los ojos, dijo—: Juro mantener esto en secreto y hacer todo lo que Taeyong pida respecto a JaeHyun.
Mark repitió el juramento. Y Taeyong, con la vista fija en las sombras pálidas de sus pulgares juntos en la creciente oscuridad, tomó una larga bocanada de aire y dijo en voz baja:
—Y yo juro no descansar hasta que sea mío.
Una ráfaga de aire frío sopló a través del cementerio, echando hacia atrás los cabellos de los chicos, haciendo revolotear hojas secas por el suelo. Ten lanzó una exclamación ahogada y se echó hacia atrás; todos miraron a su alrededor, y luego lanzaron risitas nerviosas.
—Ha oscurecido —observó Taeyong, sorprendido.
—Será mejor que nos pongamos en camino hacia casa —dijo Mark, volviendo a sujetar el broche.
También Ten se puso en pie, introduciendo la punta del pulgar en la boca.
—Adiós —dijo Taeyong en voz baja, volviéndose hacia la lápida.
La flor violeta era una masa borrosa en el suelo. Recogió la gorra color crema que descansaba junto a él, dio media vuelta e hizo una seña con la cabeza a Ten y a Mark.
—Vámonos.
En silencio, se dirigieron colina arriba en dirección a la iglesia en ruinas. El juramento hecho con sangre les había conferido a todos una sensación de solemnidad, y al pasar ante la destrozada iglesia, Ten se estremeció. Con la puesta del sol, la temperatura había descendido bruscamente, y se alzaba viento. Cada ráfaga enviaba susurros por entre la hierba y hacía que los viejos robles agitaran ruidosamente las oscilantes hojas.
—Estoy helado —comentó Taeyong, deteniéndose por un instante ante el agujero negro que en el pasado había sido la puerta de la iglesia y dirigiendo una mirada al paisaje situado a sus pies.
La luna no había salido todavía y apenas se distinguían el cementerio antiguo y el puente Wickery más allá. El antiguo cementerio se remontaba a los días de la guerra de Secesión, y muchas lápidas mostraban nombres de soldados. Tenía un aspecto salvaje; zarzas y maleza crecían sobre las tumbas, y enredaderas de hiedra pululaban sobre pedazos de granito desmoronado. A Taeyong nunca le había gustado.
—Tiene un aspecto distinto, ¿verdad? En la oscuridad, quiero decir —comentó con voz vacilante.
No sabía cómo decir lo que en realidad quería indicar: que no era un lugar para los vivos.
—Podríamos ir por el camino largo —propuso Mark— Pero eso significaría otros veinte minutos de camino.
—No me importa ir por aquí —dijo Ten, tragando saliva con fuerza— Siempre dije que quería que me enterraran ahí, en el viejo.
—¡Quieres dejar de hablar sobre ser enterrado! —le soltó Taeyong, e inició el descenso por la colina.
Pero cuanto más avanzaba por el estrecho sendero, más incómodo se sentía. Aminoró el paso hasta que Ten y Mark lo alcanzaron. Cuando se acercaban a la primera lápida, su corazón empezó a latir con fuerza. Intentó no hacer caso, pero sentía un cosquilleo por toda la piel y el fino vello de sus brazos se le puso de punta. Entre las ráfagas de viento, cada sonido parecía amplificado de un modo horrible; el crujido de los tres pares de pies sobre el sendero cubierto de hojas resultaba ensordecedor.
La iglesia en ruinas era ya una silueta negra detrás de ellos. El angosto sendero conducía por entre las lápidas recubiertas de liqúenes, muchas de las cuales eran más altos que Mark. Lo bastante grandes para que algo se ocultara detrás, pensó Taeyong con inquietud. Algunas tumbas acobardaban, como la que tenía un querubín que parecía un auténtico bebé, excepto que su cabeza se había desprendido y la habían colocado con cuidado junto a su cuerpo. Los ojos de granito abiertos de par en par carecían de expresión. Taeyong no podía apartar los ojos de ella, y su corazón empezó a latir violentamente.
—¿Por qué nos detenemos? —preguntó Mark.
—Yo sólo... Lo siento —murmuró Taeyong, pero cuando se obligó a dar la vuelta se quedó rígido al instante— ¿Ten? —dijo— Ten, ¿qué sucede? —Ten tenía la vista fija en el interior del cementerio, con los labios entreabiertos y los ojos tan desorbitados e inexpresivos como el querubín de piedra. El miedo recorrió el estómago de Taeyong— Ten, para ya. ¡Para! No es divertido.
Ten no contestó.
—¡Ten! —llamó Mark.
Taeyong y él se miraron, y de repente Taeyong comprendió que tenía que salir de allí. Giró en redondo para empezar a descender por el sendero, pero una voz desconocida habló a su espalda, y se volvió sobresaltado.
—Taeyong —dijo la voz.
No era la voz de Ten, pero procedía de la boca de éste. Pálido en la oscuridad, Ten seguía con la mirada fija en el camposanto. Su rostro carecía totalmente de expresión.
—Taeyong —repitió la voz, y añadió, a la vez que la cabeza de Ten se volvía hacia él— hay alguien esperándote ahí fuera.
Taeyong nunca supo del todo qué sucedió en los minutos siguientes. Algo pareció moverse por entre las oscuras formas jorobadas de las lápidas, agitándose y alzándose entre ellas. Taeyong chilló y Mark lanzó un grito, y acto seguido los dos corrían ya, y Ten con ellos, chillando también.
Los pies de Taeyong aporreaban el estrecho sendero, tropezando con rocas y terrones de tierra. Ten sollozaba intentando recuperar el aliento detrás de él, y Mark, el tranquilo y cínico Mark, jadeaba violentamente. Se oyó una repentina agitación y un chillido en un roble que se alzaba por encima de ellos, y Taeyong descubrió que aún podía correr más de prisa.
—Hay algo detrás de nosotros —gritó Ten con voz aguda— Oh, Dios, ¿qué está sucediendo?
—Hay que llegar al puente —jadeó Taeyong por entre el fuego que sentía en los pulmones.
No sabía el motivo, pero sentía que debían conseguir llegar allí.
—¡No te detengas, Ten! ¡No mires atrás!
Agarró la manga del muchacho y lo obligó a darse la vuelta.
—No puedo hacerlo —sollozó Ten, llevándose una mano al costado mientras aminoraba la marcha.
—Sí, claro que puedes —rugió Taeyong, volviendo a agarrar la manga de Ten y obligándolo a seguir en movimiento— Vamos. ¡Vamos!
Vio el destello plateado del agua ante ellos. Y allí estaba el claro entre los robles, y el puente, justo más allá. A Taeyong le flaqueaban las piernas y la respiración le silbaba en la garganta, pero no pensaba rezagarse. Ya veía las tablas de madera del puente peatonal, que estaba a seis metros, a tres, a un metro y medio de ellos.
—¡Lo conseguimos! —jadeó Mark mientras sus pies retumbaban sobre la madera.
—¡No se detengan! ¡Lleguen al otro lado!
El puente crujió cuando lo cruzaron en una carrera tambaleante, las pisadas resonando sobre el agua. En cuanto saltó sobre la tierra apisonada de la otra orilla, Taeyong soltó por fin la manga de Ten y dejó que sus piernas se detuvieran con un traspié.
Mark tenía el cuerpo doblado, con las manos sobre los muslos, y respiraba fatigosamente. Ten lloraba.
—¿Qué era? ¿Qué era? —inquirió— ¿Todavía viene?
—Pensaba que tú eras el experto—dijo Mark con voz insegura— Por el amor de Dios, Taeyong, vamonos de aquí.
—No, ahora ya pasó —susurró Taeyong.
Tenía lágrimas en los ojos y temblaba de pies a cabeza, pero el aliento caliente sobre su espalda había desaparecido. El río se extendía entre él y aquello; las aguas eran un tumulto oscuro.
—No puede seguirnos aquí —siguió.
Mark lo miró fijamente, luego miró la otra orilla con sus robles apiñados, a continuación miró a Ten. Se humedeció los labios y lanzó una breve carcajada.
—Seguro. No puede seguirnos. Pero vayamos a casa de todos modos, ¿vale? A menos que tengan ganas de pasar la noche aquí fuera.
Una especie de sensación indescriptible recorrió a Taeyong con un estremecimiento.
—No, gracias —contestó, y rodeó con un brazo a Ten, que seguía gimoteando— Ya pasó, Ten. Estamos a salvo ahora. Vamos.
Mark volvió a mirar al otro lado del río.
—¿Sabes?, no veo nada ahí atrás —dijo con la voz más tranquila— A lo mejor no había nada detrás de nosotros, al fin y al cabo; a lo mejor, sencillamente nos entró el pánico y nos asustamos sin motivo. Con un poco de ayuda de la sacerdotisa druida que tenemos aquí.
Taeyong no dijo nada cuando empezaron a andar, manteniéndose muy juntos en el sendero de tierra. Pero se hacía preguntas. Se hacía muchas preguntas.
Capítulo 5
La luna llena brillaba de pleno cuando JaeHyun regresó a la casa de huéspedes. Estaba mareado, casi tambaleante, tanto por la fatiga como por la superabundancia de sangre que había consumido. Había transcurrido mucho tiempo desde la última vez que se había permitido alimentarse tan copiosamente. Pero el estallido de Poder en bruto junto al cementerio lo había contagiado de su frenesí, echando por tierra su ya debilitado control. Seguía sin saber con seguridad de dónde había salido el Poder. Había estado observando a los chiloschicosos desde su puesto en las sombras cuando éste estalló por detrás de él, haciendo huir a los jóvenes, y se había visto atrapado entre el temor de que éstos fueran a parar al río y el deseo de sondear aquel Poder y descubrir su procedencia. Al final, lo había seguido a él, incapaz de arriesgarse a que resultara herido.
Algo negro había volado en dirección a los árboles mientras los humanos alcanzaban la protección del puente, pero ni siquiera los sentidos nocturnos de JaeHyun pudieron descifrar de qué se trataba. Había vigilado mientras Taeyong y los otros dos marchaban en dirección a la ciudad. Luego había regresado al cementerio.
Estaba vacío entonces, purgado de lo que fuera que había estado allí. Sobre el suelo yacía una fina tira de tela que a unos ojos corrientes les habría parecido gris en la oscuridad. Pero él vio su auténtico color, y mientras la arrugaba entre los dedos, alzándola despacio hasta tocar sus labios, olió el aroma de los cabellos del Taeyong.
Los recuerdos lo asaltaron. Ya era bastante terrible cuando se hallaba fuera de su vista, cuando el sereno resplandor de su mente sólo martirizaba los bordes de su consciencia. Pero estar en la misma aula que él en la escuela, sentir su presencia detrás, oler la embriagadora fragancia de su piel a su alrededor, era casi más de lo que podía soportar.
Había escuchado cada pequeña respiración del joven, sentido su calidez irradiando sobre su espalda, percibido cada latido de su melodioso pulso. Y finalmente, con gran horror por su parte, se había encontrado cediendo a ello. Su lengua se había deslizado arriba y abajo sobre sus colmillos, deleitándose con el placer-dolor que crecía allí, alentándolo. Había aspirado su olor por la nariz de un modo deliberado, y dejado que las visiones acudieran, imaginándolo todo. Lo suave que sería su cuello, y cómo sus labios irían a su encuentro con igual suavidad al principio, depositando diminutos besos aquí y allí, hasta que alcanzaran el blando hueco de su garganta. Cómo se acurrucarían allí, en el lugar donde el corazón del joven latía con tanta fuerza contra la delicada piel. Y cómo por fin sus labios se abrirían, se apartarían de los ansiosos dientes afilados como pequeñas dagas y...
No. Había salido de su trance con una sacudida, su propio pulso latiendo irregularmente, el cuerpo estremecido. Habían dado por finalizada la clase, a su alrededor todo era movimiento, y sólo podía esperar que nadie le hubiese estado observando con demasiada atención.
Cuando Taeyong le había hablado, había sido incapaz de creer que pudiera mirarlo a la cara mientras sus venas ardían y toda su mandíbula superior suspiraba por él. Por un momento había temido que su control se quebraría, que lo sujetaría por los hombros y lo tomaría delante de todos ellos. No tenía ni idea de cómo había podido escapar, sólo que algo más tarde estaba canalizando su energía en forma de duro ejercicio, vagamente consciente de que no debía utilizar los Poderes. No importaba; incluso sin ellos era en todos los aspectos superior a los adolescentes mortales que competían con él en el campo de rugby. Su visión era más aguda, los reflejos más veloces, los músculos, más fuertes. En seguida, una mano le había palmeado la espalda y la voz de Lucas había sonado en sus oídos:
—¡Felicidades! ¡Bienvenido al equipo!
Al contemplar aquel rostro franco y sonriente, JaeHyun se había sentido invadido por la vergüenza. «Si supieras lo que soy, no me sonreirías —había pensado sombrío— He ganado esta competición vuestra mediante engaños. Y al chico al que amas... porque lo amas, ¿verdad?, está en mis pensamientos justo ahora.»
Y había permanecido en ellos a pesar de todos sus esfuerzos por desterrarlo aquella tarde. Había ido a parar al cementerio ciegamente, atraído al bosque por una fuerza que no comprendía. Una vez allí, lo había vigilado, luchando consigo mismo, luchando contra el ansia, hasta que el estallido de Poder había hecho huir a Taeyong y a sus amigos. Y luego había regresado a casa... pero no hasta después de alimentarse. Después de haber perdido el control.
Era incapaz de recordar cómo había sucedido exactamente, cómo había permitido que sucediera. Aquella llamarada de Poder lo había provocado, despertando cosas en su interior que era mejor dejar que durmieran. La necesidad de cazar. El ansia por la caza, por el olor a miedo y el salvaje triunfo de caer sobre la presa. Hacía años (siglos) que no sentía el ansia con tanta fuerza. Sus venas habían empezado a arder como el fuego. Y todos sus pensamientos se habían vuelto rojos: era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera el cálido sabor cúprico, la efervescencia vital de la sangre.
Con aquella excitación rugiendo aún en su interior, había dado un paso o dos tras los chicos. ¿Qué podría haber sucedido de no haberse cruzado en su camino el anciano? Era mejor no pensarlo. Cuando llegó al final del puente, sus orificios nasales se habían ensanchado ante el olor fuerte y característico a carne humana.
Sangre humana. El elixir supremo, el vino prohibido. Más embriagador que cualquier licor, la humeante esencia de la vida misma. Y estaba tan cansado de oponerse al ansia...
Había un movimiento en la orilla, al agitarse un montón de viejos harapos. Y al instante siguiente, JaeHyun había aterrizado con un movimiento grácil y felino junto a él. La mano salió despedida al frente y retiró los harapos, dejando al descubierto un rostro arrugado y parpadeante encima de un cuello esquelético. Sus labios se echaron hacia atrás.
Y a continuación todo lo que se oyó fue un sonido de succión.
En aquellos momentos, mientras ascendía a trompicones por la escalera principal de la casa de huéspedes, intentó no pensar en ello y no pensar en él... en el chico que le tentaba con su calidez, con su vida. Taeyong había sido el que realmente deseaba, pero a partir de aquel momento debía poner freno a aquello, debía matar cualquier pensamiento parecido antes de que se iniciara. Por su bien y por el de Taeyong. Él mismo era su peor pesadilla hecha realidad y Taeyong ni siquiera lo sabía.
—¿Quién anda ahí? ¿Eres tú? —gritó, chillona, una voz cascada.
Una de las puertas del segundo piso se abrió y una cabeza canosa asomó fuera.
—Sí, signora... señora Flowers. Siento haberla perturbado.
—Ah, se necesita más que el crujido de una tabla del suelo para perturbarme.
¿Cerraste la puerta con llave al entrar?
—Sí, signora. Está... a salvo.
—Eso está bien. Necesitamos estar seguros aquí. Uno nunca sabe lo que podría salir de esos bosques, ¿verdad?
JaeHyun dirigió una veloz mirada al pequeño rostro sonriente rodeado de mechones grises, a los ojos brillantes que se movían de un lado a otro. ¿Ocultaban algún secreto?
—Buenas noches, signora.
—Buenas noches, Yoon Oh—La mujer cerró la puerta.
Ya en su propia habitación, JaeHyun se dejó caer sobre la cama y permaneció tumbado con los ojos fijos en el techo bajo e inclinado.
Por lo general tenía un sueño intranquilo por las noches; no era su hora natural de dormir. Pero esa noche estaba cansado. Requería tanta energía enfrentarse a la luz del sol. Y la comida pesada no hacía más que contribuir a su letargo. Pronto, aunque sus ojos no se cerraron, dejó de contemplar el techo encalado sobre su cabeza.
Retazos aleatorios de recuerdos flotaron por su mente. Sunhee, tan encantador aquella noche junto a la fuente, la luz de la luna tiñendo de plata sus pálidos cabellos dorados. Qué orgulloso se había sentido de estar sentado con él, de ser quien compartiera su secreto...
—Pero ¿no puedes salir nunca a la luz del sol?
—Sí que puedo, siempre y cuando lleve esto puesto—Alzó una pequeña mano blanca, y la luz de la luna brilló sobre el anillo de lapislázuli que llevaba— Pero el sol me cansa mucho. Nunca he sido muy fuerte.
JaeHyun lo contempló, contempló la delicadeza de sus facciones y la delgadez de su cuerpo. Era casi tan incorpórea como el cristal hilado. No, jamás debió de ser fuerte.
—De niño, a menudo estaba enfermo—dijo en voz muy baja, los ojos fijos en el juego del agua en la fuente—La última vez, el doctor dijo que me moriría. Recuerdo que papá lloraba y recuerdo estar tumbado en mi enorme cama, demasiado débil para moverme. Incluso respirar era un esfuerzo excesivo. Me entristecía tanto abandonar el mundo y tenía tanto frío, tantísimo frío... —Se estremeció y luego sonrió.
—Pero ¿qué sucedió?
—Desperté en plena noche y encontré a Christoph, mi sirviente, de pie junto a mi cama. Y entonces se hizo a un lado y vi al hombre que había traído. Sentí miedo. Su nombre era Kun y había oído a la gente del pueblo decir que era malvado. Grité a Christoph que me salvara, pero él se limitó a permanecer allí de pie, observando. Cuando Kun acercó la boca a mi cuello, pensé que iba a matarme.
Hizo una pausa. JaeHyun lo miraba con horror y compasión, y Sunhee le dedicó una sonrisa reconfortante.
—No fue tan terrible después de todo. Hubo un poco de dolor al principio, pero desapareció rápidamente. Y luego la sensación fue en realidad agradable. Cuando él me dio de su sangre para beber, me sentí más fuerte de lo que había estado en meses. Y luego esperamos juntos a que transcurrieran las horas hasta que llegó el amanecer. Cuando vino el doctor, no podía creer que yo pudiera incorporarme en la cama y hablar. Papá dijo que era un milagro y volvió a llorar, pero de alegría—Su rostro se nubló— Tendré que abandonar a mi padre pronto. Un día de éstos advertirá que desde aquella enfermedad no he envejecido ni una hora.
—¿Y jamás lo harás?
—No. ¡Eso es lo más maravilloso de todo, JaeHyun! —Alzó los ojos hacia él con infantil júbilo— ¡Seré joven eternamente y nunca moriré! ¿Puedes imaginarlo?
Él no podía imaginarle como nada que no fuese lo que era en aquel momento: adorable, inocente, perfecto.
—Pero... ¿no lo encontraste aterrador al principio?
—Al principio, un poco. Pero Christoph me mostró qué hacer. Fue él quien me dijo que cargara este anillo, con una gema que me protegería de la luz solar. Mientras estuve en cama, me trajo sustanciosas bebidas calientes. Más tarde, me trajo pequeños animales que su hijo atrapaba.
—¿No... personas? Se oyó su risa.
—Por supuesto que no. Puedo obtener todo lo que necesito en una noche de una paloma. Christoph dice que si deseo ser poderoso, debería tomar sangre humana, pues la esencia vital de los humanos es más fuerte. Y Kun también solía instarme a hacerlo; quería volver a intercambiar sangre. Pero yo le digo a Christoph que no quiero poder. Y en cuanto a Kun...
Se interrumpió y bajó los ojos, de modo que las espesas pestañas descansaron sobre la mejilla. Su voz era muy baja cuando prosiguió:
—No creo que sea una cosa que deba hacerse a la ligera. Tomaré sangre humana sólo cuando haya encontrado a mi compañero, aquel que estará junto a mí por toda la eternidad—Alzó la mirada hacia él con expresión seria.
JaeHyun le sonrió, sintiéndose aturdido y pletórico de orgullo. Apenas consiguió contener la felicidad que sintió en aquel momento.
Pero eso fue antes de que su hermano Johnny regresara de la universidad. Antes de que Johnny volviera y contemplara los ojos azules como joyas de Sunhee.
🦇
Sobre su cama en la habitación de techo bajo, JaeHyun gimió. Entonces la oscuridad lo atrajo más profundamente, y nuevas imágenes empezaron a titilar en su mente.
Eran visiones dispersas del pasado que no formaban una secuencia coherente. Las vio como escenas brevemente iluminadas por relámpagos. El rostro de su hermano, crispado en una máscara de furia inhumana. Los ojos azules de Sunhee, centelleando y danzando mientras efectuaba piruetas con su nuevo esmoquin blanco. El fugaz atisbo de algo blanco tras un limonero. El contacto de una espada en su mano; la voz de Giuseppe gritando desde la distancia; el limonero. No debía dar la vuelta al limonero. Volvió a ver el rostro de Johnny, pero en esa ocasión su hermano reía como loco. Reía sin parar, con un sonido parecido al chirriar del cristal roto. Y el limonero estaba más cerca ya...
—¡Johnny... Sunhee... no!
Estaba sentado totalmente tieso en la cama.
Se pasó unas manos temblorosas por los cabellos y serenó su respiración.
Un sueño terrible. Hacía mucho tiempo que no se había visto torturado por sueños como aquél; mucho, desde luego, desde la última vez que soñó algo. Los últimos segundos pasaron una y otra vez por su mente, y volvió a ver el limonero y escuchó de nuevo la risa de su hermano.
Resonó en su mente casi con excesiva nitidez. De improviso, sin ser consciente de una decisión deliberada de moverse, JaeHyun se encontró ante la ventana abierta. Sintió el frío aire nocturno sobre las mejillas al mirar a la oscuridad plateada.
«¿Johnny?» Envió el pensamiento en una oleada de Poder, rastreando. Luego se sumió en una inmovilidad total, escuchando con todos sus sentidos.
No sintió nada, ninguna ondulación como respuesta. A poca distancia, una pareja de aves nocturnas alzaron el vuelo. En la ciudad, muchas mentes dormían; en el bosque, animales nocturnos se dedicaban a sus ocupaciones privadas.
Suspiró y volvió a girar hacia la habitación. A lo mejor se había equivocado respecto a la risa; a lo mejor incluso había estado equivocado sobre la amenaza en el cementerio. Mystic Falls estaba silenciosa y tranquila, y él debería imitarla. Necesitaba dormir.
🦇
5 de setiembre (en realidad, primeras horas del 6 de septiembre... sobre la 1 de la madrugada)
Querido diario:
Debería regresar a la cama en seguida. Hace apenas unos pocos minutos desperté pensando que alguien chillaba, pero ahora la casa está en silencio. Han sucedido tantas cosas extrañas esta noche, que tengo los nervios destrozados, supongo.
Al menos desperté sabiendo exactamente qué voy a hacer respecto a JaeHyun. Todo el asunto más o menos se me ocurrió de repente. El Plan B, Fase Uno, se inicia mañana.
🦇
Los ojos de Francés llameaban, y tenía las mejillas arreboladas mientras se aproximaba a los tres chicos sentados ante la mesa.
—¡Taeyong, tienes que oír esto!
Taeyong le sonrió educadamente, pero sin demasiada familiaridad. Francés bajó la cabeza.
—Quiero decir... ¿puedo unirme? Acabo de enterarme de la cosa más absurda respecto a Jung Yoon Oh.
—Siéntate —indicó Taeyong con indiferencia— Pero —añadió untando mantequilla en un panecillo— no estamos realmente interesados en la noticia.
—¿Ustedes no...? —Francés se le quedó mirando fijamente; miró a Mark, luego a Ten— Ustedes, chicos, están de broma, ¿verdad?
—En absoluto—Mark ensartó una judía verde y lo observó con suspicacia—Tenemos otras cosas en la cabeza hoy.
—Exactamente —indicó Ten tras un repentino sobresalto— JaeHyun es algo pasado, ¿sabes? Ya no interesa—Se inclinó y se frotó el tobillo.
Francés miró a Taeyong suplicante.
—Pero pensaba que querías saberlo todo respecto a él.
—Curiosidad —repuso Taeyong— Al fin y al cabo es un visitante, y quería darle la bienvenida a Mystic Falls. Pero, por supuesto, debo mantenerme fiel a Jean-Claude.
—¿Jean-Claude?
—Jean-Claude —dijo Mark, enarcando las cejas y suspirando.
—Jean-Claude —repitió Ten animosamente.
Delicadamente, con el pulgar y el índice, Taeyong sacó una foto de su mochila.
—Aquí está de pie frente a la casita en la que nos alojábamos. Justo después me cortó una flor y dijo... bueno —sonrió misteriosamente— No debería repetirlo.
Francés contemplaba con atención la foto, que mostraba a un hombre joven, sin camisa, de pie frente a una mata de hibisco y sonriendo con timidez.
—Es mayor que tú, ¿verdad? —dijo con respeto.
—Veintiuno. Por supuesto... —Taeyong miró por encima del hombro—Mi tía jamás lo aprobaría, de modo que se lo estamos ocultando hasta que me gradúe. Tenemos que escribirnos en secreto.
—Qué romántico... —musitó Francés— No se lo diré a nadie, lo prometo. Pero respecto a JaeHyun...
Taeyong le dedicó una sonrisa de superioridad.
—Si tengo que comer comida europea —dijo—Prefiero la francesa a la italiana siempre—Volvió la cabeza hacia Mark— ¿No te parece?
—Mm... mmm. Siempre—Mark y Taeyong se sonrieron el uno al otro con complicidad, luego se volvieron hacia Francés— ¿No estás de acuerdo?
—Pues sí —respondió él apresuradamente— Yo también. Siempre.
Sonrió de manera cómplice él también y asintió varias veces mientras se levantaba y marchaba.
Cuando desapareció, Ten dijo lastimero:
—Esto va a matarme. Taeyong, me moriré si no me entero del chismorreo.
—Ah, ¿eso? Yo puedo contártelo —respondió Taeyong con calma— Iba a decir que existe un rumor por ahí de que JaeHyun es un agente de la brigada de estupefacientes.
—¿Un qué? —Ten lo miró fijamente, y luego prorrumpió en carcajadas— Pero eso es ridículo. ¿Qué agente de estupefacientes en todo el mundo se vestiría así y llevaría gafas oscuras? Quiero decir, ha hecho todo lo que puede para atraer la atención sobre él... —Su voz se apagó, y sus ojos castaños se abrieron más— Pero entonces, ése puede ser el motivo de que lo haga. ¿Quién sospecharía jamás de alguien tan obvio? Y vive solo, y es terriblemente reservado... ¡Taeyong! ¿Y si es cierto?
—No lo es —dijo Mark.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque yo soy quien lo inventó—Al ver la expresión de Ten, sonrió de oreja a oreja y añadió—: Taeyong me dijo que lo hiciera.
—Ahhh—Ten dirigió una mirada de admiración a Taeyong— Eres perverso.
¿Puedo decir a la gente que tiene una enfermedad terminal?
—No, no puedes. No quiero a una ristra de Florences Nightingale haciendo cola para sostenerle la mano. Pero puedes contar a la gente lo que quieras sobre Jean- Claude.
Ten tomó la fotografía.
—¿Quién era realmente?
—El jardinero. Estaba loco por esas matas de hibiscos. También estaba casado y con dos hijos.
—Una lástima —comentó Ten en tono serio— Y tú le dijiste a Francés que no le hablara a nadie de él...
—Exacto—Taeyong consultó su reloj— Lo que significa que sobre las, ah, digamos dos en punto, debería saberlo toda la escuela.
Tras las clases, los muchachos fueron a casa de Ten. Los recibieron en la puerta principal unos ladridos agudos, y cuando Ten abrió la puerta, un pequinés muy viejo y gordo intentó escapar. Se llamaba Yangtzé, y estaba tan malcriado que nadie excepto la madre de Ten lo soportaba. Mordisqueó el tobillo de Taeyong cuando éste pasó por su lado.
La sala de estar estaba oscura y abarrotada, con grandes cantidades de mobiliario recargado y cortinas gruesas en las ventanas. La hermana de Ten, Lisa, estaba allí, quitándose las horquillas que sujetaban una cofia a sus ondulados cabellos rojos. Tenía sólo dos años más que Ten y trabajaba en el dispensario de Mystic Falls.
—Ah, Ten —saludó— me alegrode que estés de vuelta.Hola, Taeyong,Mark.
Taeyong y Mark dijeron «hola».
—¿Qué sucede? Pareces cansada —dijo Ten.
Lisa dejó caer la cofia sobre la mesa de centro. En lugar de responder, fue ella quien hizo una pregunta.
—Anoche, cuando llegaste a casa tan alterado, ¿dónde dijiste que habías estado?
—Allá en el... Sólo allá abajo, junto al puente Wickery.
—Eso es lo que pensé—Lisa aspiró con fuerza— Ahora escúchame, Ten Leechaiyapornkul. No vuelvas a ir allí, y especialmente solo y de noche. ¿Comprendido?
—Pero ¿por qué no? —inquirió Ten, absolutamente desconcertado.
—Porque anoche atacaron a alguien allí, ése es el porqué no. ¿Y sabes dónde lo encontraron? Justo en la orilla debajo del puente Wickery.
Taeyong y Mark se le quedaron mirando con incredulidad, y Ten agarró con fuerza el brazo de Taeyong.
—¿Atacaron a alguien debajo del puente? Pero ¿quién era? ¿Qué sucedió?
—No lo sé. Esta mañana uno de los trabajadores del cementerio lo descubrió allí tendido. Supongo que era alguna persona sin hogar y que probablemente iba a dormir bajo el puente cuando la atacaron. Pero estaba medio muerto cuando lo trajeron y no ha recuperado el conocimiento aún. Podría morir.
—¿Qué quieres decir con atacado? —inquirió Taeyong, tragando saliva.
—Quiero decir —respondió Lisa con claridad—Que casi le habían desgarrado totalmente la garganta. Perdió una increíble cantidad de sangre. Al principio pensaron que podría haber sido un animal, pero ahora el doctor Lowen dice que fue una persona. Y la policía cree que quienquiera que lo hiciese podría ocultarse en el cementerio—Lisa miró a cada uno de ellos por turno, con la boca convertida en una línea recta— De modo que si estuviste allí junto al puente... o en el cementerio, Lee Taeyong... entonces esa persona podría haber estado allí con ustedes.
¿Entendido?
—Ya no tienes que asustarnos más —dijo Ten con voz débil— Lo hemos captado, Lisa.
—De acuerdo. Estupendo—Mary hundió los hombros y se frotó la nuca con gesto cansado— Tengo que tumbarme un rato. No era mi intención ser una gruñona — dijo mientras abandonaba la salita.
Una vez a solas, los tres muchachos se miraron entre sí.
—Podría haber sido uno de nosotros —dijo Mark con calma— En especial tú, Taeyong; tú fuiste allí solo.
Taeyongsentía una picazón por toda la piel, el mismo sentimiento doloroso de alerta que había tenido en el viejo cementerio. Podía sentir la frialdad del viento y ver las hileras de lápidas a su alrededor. La luz del sol y el Mystic Falls High School jamás habían parecido tan lejanos.
—Ten —dijo despacio— ¿viste a alguien allí fuera? ¿Es eso a lo que te referías cuando dijiste que alguien me estaba esperando?
En la habitación oscura, Ten lo contempló sin comprender.
—¿De qué hablas? Yo no dije eso.
—Sí, lo dijiste.
—No, no lo hice. Jamás dije eso.
—Ten —intervino Mark— Los dos te oímos. Te quedaste mirando fijamente a las viejas lápidas, y luego dijiste a Taeyong...
—No sé de qué están hablando y yo no dije absolutamente nada—Ten tenía el rostro congestionado por la cólera y había lágrimas en sus ojos— No quiero seguir hablando de ello.
Taeyong y Mark se miraron el uno al otro impotentes. En el exterior, el sol se ocultó tras una nube.
Capítulo 6
26 de septiembre
Querido diario:
Lamento que haya pasado tanto tiempo, y en realidad no puedo explicar por qué no he escrito: excepto que hay muchísimas cosas de las que me da miedo hablar, incluso a ti.
Primero sucedió algo totalmente espantoso. El día que Ten, Mark y yo estuvimos en el cementerio, atacaron a un anciano alli y casi lo matan. La policía todavía no ha encontrado a la persona que lo hizo, y la gente cree que el anciano estaba loco, porque cuando despertó empezó a delirar sobre «ojos en la oscuridad» y robles y cosas. Pero recuerdo lo que nos sucedió a nosotros esa noche y me hago preguntas. Me asusta.
Todo el mundo estuvo aterrorizado durante un tiempo, y todos los niños tuvieron que permanecer dentro de casa después de oscurecer o salir en grupos. Pero han pasado casi tres semanas ya sin más ataques, de modo que toda la conmoción va apagándose gradualmente. Tía Sunmi no puede entender el ataque. El padre de Taeil Moon incluso sugirió que el anciano podría habérselo hecho él mismo; aunque me gustaría ver cómo alguien se muerde a sí mismo en la garganta.
Pero con lo que he estado ocupado sobre todo es con el Plan B. Por el momento va bien. He recibido varias cartas y un ramo de rosas rojas de «Jean-Claude» (el tío de Mark es florista), y todo el mundo parece haber olvidado que me sentí interesado en algún momento por JaeHyun. Así que mi posición social está segura. Ni siquiera Doyoung ha causado problemas.
De hecho, no sé qué hace Doyoung estos días, y no me importa. Ya nunca lo veo a la hora del almuerzo ni después de clases; parece haberse distanciado por completo de su antiguo grupo.
Sólo hay una cosa que me importa en estos momentos, JaeHyun.
Ni siquiera Ten y Mark se dan cuenta de lo vital que es para mí, y me da miedo decírselo; me temo que pensarían que estoy loco. En la escuela muestro una máscara de calma y autocontrol, pero interiormente... bueno, sencillamente, cada día empeora.
Tía Sunmi ha empezado a preocuparse por mí. Dice que no como suficiente estos días, y tiene razón. Parezco incapaz de concentrarme en mis clases, ni en nada divertido, como lo de la Casa Encantada para recaudar fondos. No puedo concentrarme en nada que no sea él. Y ni siquiera comprendo el motivo.
No me ha dirigido la palabra desde aquella tarde horrible. Pero te contaré algo extraño. La semana pasada, durante la clase de historia alcé los ojos un momento y le pesqué mirándome. Estábamos sentados a unos cuantos asientos de distancia, y él estaba totalmente vuelto de lado en su pupitre, mirando. Por un momento me sentí casi asustado y mi corazón empezó a latir con fuerza, y simplemente nos quedamos mirándonos fijamente el uno al otro... y luego él desvió la mirada. Pero desde entonces ha sucedido otras dos veces, y cada vez noté sus ojos puestos en mí antes de verlos. Es literalmente cierto. Sé que no es mi imaginación.
No se parece a ningún chico que haya conocido.
Parece tan aislado, tan solo... Aunque sea elección propia. Ha causado un gran impacto en el equipo de rugby, pero no anda por ahí con ninguno de los chicos, excepto tal vez con Lucas. Lucas es el único con el que habla. Tampoco sale con ninguna chica, que yo sepa, de modo que quizá el rumor de que es un agente de narcotráfico está funcionando. Pero es más probable que esté evitando a otras personas y no que ellas le eviten a él. Desaparece entre clases y tras los entrenamientos, y ni una sola vez le he visto en el club. Jamás ha invitado a nadie a su habitación en la casa de huéspedes. Nunca visita la cafetería después de las clases.
Así pues, ¿cómo voy a pescarle en algún lugar donde no pueda huir de mí? Éste es el auténtico problema que tiene el Plan B. Ten dice: «¿Por qué no quedarte atrapado con él en medio de una tormenta eléctrica, de modo que tengan que acurrucarse juntos para mantener el calor corporal?». Y Mark sugirió que mi coche se estropeara frente a la casa de huéspedes. Pero ninguna de esas ideas es práctica, y me estoy volviendo loco intentando pensar en algo mejor.
Cada día es peor para mí. Me siento como si fuera un reloj o algo parecido, con la cuerda a punto de saltar de tanto darle vueltas. Si no encuentro algo que hacer pronto, voy a...
Iba a decir «morir».
🦇
La solución se le ocurrió de un modo más bien repentino y sencillo.
Sentía lástima por Lucas; sabía que se había sentido dolido por el rumor sobre Jean- Claude, pues apenas había hablado con Taeyong desde que se supo la historia. Por lo general se limitaba a saludarlo con un veloz movimiento de cabeza cuando se cruzaba en su camino. Y cuando tropezó con él un día en un pasillo vacío frente al aula de Escritura Creativa, el muchacho desvió la mirada.
—Lucas... —empezó.
Quiso decirle que no era cierto, que nunca habría empezado a salir con otro chico sin decírselo a él primero. Quiso decirle que nunca había sido su intención herirle, y que se sentía fatal en aquellos momentos. Pero no sabía cómo empezar, así que finalmente se limitó a soltar: «¡Lo siento!», y se giró para entrar en el aula.
—Taeyong —dijo, y él dio media vuelta.
Ahora sí lo miraba, con los ojos entreteniéndose en sus labios, sus cabellos. Luego meneó la cabeza como para indicar que le había gastado una buena jugarreta.
—¿Existe de verdad ese tipo francés? —inquirió finalmente.
—No —respondió Taeyong al momento y sin vacilación— Lo inventé —añadió con sencillez— Para demostrar a todo el mundo que no estaba disgustado por... —Se interrumpió.
—Por lo de JaeHyun. Comprendo—Lucas asintió, mostrándose a la vez más sombrío y algo más comprensivo— Pero no creo que te evite porque tenga algo personal contra ti. Es así con todo el mundo...
—Excepto contigo.
—No. Me habla a veces, pero no sobre nada personal. Nunca dice nada sobre su familia o lo que hace fuera del instituto. Es como... como si hubiera un muro a su alrededor que no puedo atravesar. No creo que jamás deje que nadie atraviese ese muro. Lo que es una condenada idiotez, porque creo que en realidad se siente desdichado.
Taeyong reflexionó sobre ello, fascinado por una visión de JaeHyun que no había considerado antes. Él siempre parecía tan controlado, tan calmado e imperturbable... Pero, por otra parte, sabía que Taeyong también causaba esa impresión a otras personas.
¿Sería posible que en el fondo él se sintiera tan confuso e infeliz como Taeyong?
Fue entonces cuando tuvo la idea, y era ridiculamente simple. Nada de planes complicados, nada de tormentas eléctricas o coches que se averian.
—Lucas —dijo despacio— ¿no crees que sería una buena cosa si alguien consiguiera derribar ese muro? ¿Una buena cosa para JaeHyun, me refiero? ¿No crees que sería lo mejor que podría sucederle?
Alzó los ojos para mirarle intensamente, deseando que comprendiera.
El lo miró fijamente un instante, luego cerró los ojos brevemente y sacudió la cabeza con incredulidad.
—Taeyong —dijo— Eres increíble. Haces bailar a la gente a tu son y no creo que te des cuenta siquiera de que lo haces. Y ahora vas a pedirme que haga algo para ayudarte a tenderle una emboscada a JaeHyun, y yo soy tan imbécil que podría incluso aceptar hacerlo.
—No eres un imbécil, eres un caballero. Y sí, quiero pedirte un favor, pero sólo si consideras que es correcto. No quiero hacerle daño a JaeHyun, y no quiero hacerte daño a ti.
—¿No quieres?
—Claro que no. Ya sé cómo debe de sonar eso, pero es cierto. Sólo quiero... — Volvió a interrumpirse; ¿cómo podía explicar lo que quería cuando ni siquiera lo comprendía él mismo?
—Sólo quieres que todo el mundo y todo giren alrededor de Lee Taeyong — repuso él con amargura— Únicamente quieres todo lo que no tienes.
Horrorizado, retrocedió y le miró. Sintió un nudo en la garganta y sus ojos se llenaron de lágrimas ardientes.
—No lo hagas —dijo él— Taeyong, no pongas esa expresión. Lo siento—Suspiró— De acuerdo, ¿qué es lo que se supone que debo hacer? ¿Atarlo de pies y manos y arrojarlo ante tu puerta?
—No —respondió Taeyong, intentando aún obligar a las lágrimas a regresar a su lugar de origen— Sólo quería que consiguieras que acudiera al baile de inicio de curso de la semana próxima.
Lucas mostró una expresión curiosa.
—Sólo quieres que esté en el baile. Taeyong asintió.
—De acuerdo. Estoy seguro de que estará allí. Y, Taeyong... a mí no me apetece llevar a nadie más que a ti.
—De acuerdo —respondió tras unos instantes— Y, bueno, gracias. La expresión de Lucas seguía siendo peculiar.
—No me des las gracias, Taeyong. No es nada... en realidad.
Taeyong seguía intentando comprender aquella expresión cuando él dio media vuelta y se alejó por el pasillo.
🦇
—Quédate quieto—dijo Mark, dando al cabello de Taeyong un tirón reprobatorio.
—Sigo pensando —comentó Ten desde el banco situado al pie de la ventana—Que los dos fueron maravillosos.
—¿Quiénes? —murmuró Taeyong distraídamente.
—Como si no lo supieras —dijo Ten— Esos dos chicos tuyos que consiguieron un milagro de última hora en el partido de ayer. Cuando JaeHyun atrapó ese último pase, pensé que iba a desmayarme. O a vomitar.
—Vamos, por favor —intervino Mark.
—Y Lucas... Ese chico es simplemente poesía en movimiento...
—Y ninguno de ellos es mío —declaró Taeyong, categórico.
Bajo los dedos expertos de Mark, sus cabellos se estaban convirtiendo en una obra de arte, una suave masa de oro. Y el traje era perfecto; el pálido tono violeta resaltaba el color de sus ojos. Pero incluso para sus adentros se veía con un aspecto pálido y férreo, no suavemente sonrojado por la emoción, sino blanco y decidido, como un soldado jovencísimo al que envían a primera línea del frente.
De pie en el campo de rugby, el día anterior, cuando anunciaron su nombre como Rey de la Fiesta de Inicio de Curso, sólo había tenido una idea en la cabeza. JaeHyun no podría negarse a bailar con él. Si es que aparecía en el baile, no podía rechazar al Rey del Baile. Y de pie ante el espejo en aquellos momentos, volvió a repetírselo a sí mismo.
—Esta noche tendrás a todo aquel que desees —decía Ten en tono tranquilizador— Y, escucha, cuando te deshagas de Lucas, ¿puedo llevármelo y consolarlo?
—¿Qué pensará Raymond? —inquirió Mark con un resoplido.
—Bueno, tú puedes consolarlo a él. Pero, realmente, Taeyong, me gusta Lucas. Y una vez que te centres en JaeHyun, tu grupito de tres va a resultar un poco abarrotado. Así que...
—Como quieras. Lucas merece un poco de consideración.
«Desde luego, no lo está obteniendo de mí», pensó Taeyong, que todavía no podía creer lo que le estaba haciendo. Pero precisamente en aquellos momentos no podía permitirse cuestionarse a sí mismo; necesitaba toda su energía y concentración.
—Ya está—Mark colocó el último pasador en el cabello de Taeyong— Ahora, mírate: el Rey del Baile de Inicio de Curso y su corte... o parte de ella al menos. Estamos guapísimos.
—¿Es ése el «nos» mayestático? —preguntó Taeyong en tono burlón, pero era cierto.
Estaban guapísimos. El traje de Mark era de un majestuoso raso color burdeos, muy ceñido a la cintura y que se desplegaba en forma de pliegues desde las caderas. Llevaba su oscuro cabello hacia atrás. Y Ten, cuando se levantó y fue a reunirse con sus amigos frente al espejo, era como un resplandeciente muñequito en tafetán rosa y lentejuelas negras.
En cuanto a él mismo... Taeyong escudriñó su imagen con ojo experto y volvió a pensar: «El esmoquin está bien». La única otra frase que le vino a la mente fue violetas escarchadas. Su abuela había tenido un tarro de ellas, flores auténticas sumergidas en azúcar cristalizado y congeladas.
Bajaron la escalera juntos, como habían hecho para cada baile desde séptimo curso; sólo que antes Doyoung siempre los había acompañado. Taeyong reparó con vaga sorpresa en que ni siquiera sabía con quién iba a ir Doyoung esa noche.
Tía Sunmi y Robert (que pronto sería tío Robert) estaban en la sala de estar con Shotaro, que tenía puesto su pijama.
—Chicos, están guapísimos—dijo tía Sunmi, agitada y nerviosa como si ella misma fuera al baile.
Besó a Taeyong y Shotaro alzó los brazos para abrazarlo.
—Estás muy bonito—dijo con la sencillez de sus cuatro años.
También Robert contemplaba a Taeyong. Pestañeó, abrió la boca y volvió a cerrarla.
—¿Qué sucede, Bob?
—Ah —miró a tía Sunmi con aspecto turbado— Bueno, en realidad se me acaba de ocurrir que Taeyong es una forma del nombre Helen. Pero él lo escribe Taeyong, y por algún motivo pensé en otro Taeyong, en Helen de Troya.
—Hermosa y predestinada a morir —dijo Ten alegremente.
—Bueno, sí —repuso Robert, que no parecía nada alegre. Taeyong no dijo nada.
Sonó el timbre de la puerta. Lucas estaba en la entrada, con su acostumbrada chaqueta deportiva azul. Con él iban Ed Goff, el acompañante de Mark, y Raymond Hernández, el de Ten. Taeyong buscó a JaeHyun.
—Probablemente ya esté allí —dijo Lucas, interpretando su veloz mirada— Escucha, Taeyong —Pero lo que fuera que estaba a punto de decir quedó interrumpido en medio de la charla de las otras parejas. Ten y Raymond fueron con ellos en el coche de Lucas, y no dejaron de intercambiar agudezas durante todo el trayecto hasta el instituto.
La música salía al exterior por las puertas abiertas del auditorio. En cuanto abandonó el coche, una curiosa certeza embargó a Taeyong. Algo iba a suceder, comprendió, contemplando la masa cuadrada del edificio del instituto. La tranquila primera velocidad de las últimas semanas estaba a punto de pasar a la marcha directa.
Estoy listo, se dijo. Y esperó que fuera cierto.
Dentro, todo era un caleidoscopio de color y actividad. Lucas y él se vieron asediados en cuanto entraron, y a ambos les cayó una lluvia de cumplidos. El traje de Taeyong... su cabello... sus flores. Lucas era una leyenda en potencia: otro Joe Montana, una apuesta segura para una beca deportiva.
En el vertiginoso remolino que debería haberlo sido todo para él, Taeyong no dejaba de buscar una cabeza castaña.
Taeil Moon respiraba pesadamente sobre él, oliendo a ponche y a chicle de menta, mientras su acompañante lucía una expresión asesina. Taeyong hizo caso omiso de él con la esperanza de que lo dejara en paz.
El señor Donghae pasó ante ellos con un empapado vaso de papel y aspecto de estar siendo estrangulado por el cuello de su camisa. Sue Carson, la otra reina de último curso de la fiesta, se acercó veloz y empezó a alabar su vestuario. Ten estaba ya en la pista de baile, brillando bajo las luces. Pero Taeyong no vio a JaeHyun por ninguna parte.
Otra vaharada más de chicle de menta y vomitaría. Dio un codazo a Lucas y huyeron a la mesa de los refrescos, donde el entrenador Lyman se lanzó a hacer un estudio crítico del partido. Parejas y grupos se acercaban a ellos, se quedaban unos pocos minutos y luego se retiraban para dejar sitio a los que aguardaban tanda.
«Igual que si realmente fuéramos de la realeza», pensó Taeyong entusiasmado. Miró de soslayo para ver si Lucas compartía su regocijo, pero él tenía la mirada fija a su izquierda.
Taeyong siguió su mirada. Y allí, medio oculta tras un grupo de jugadores de rugby, estaba la cabeza oscura que había estado buscando. Inconfundible, incluso bajo aquella tenue luz. Un estremecimiento lo recorrió, más de dolor que de otra cosa.
—¿Ahora qué? —preguntó Lucas con expresión dura— ¿Lo ato de pies y manos?
—No; voy a pedirle que baile conmigo, eso es todo. Aguardaré hasta que nosotros hayamos bailado primero, si quieres.
Él negó con la cabeza, y Taeyong marchó en dirección a JaeHyun por entre la multitud. Pieza a pieza, Taeyong fue registrando información sobre él mientras se aproximaba.
Su americana negra tenía un corte sutilmente distinto del de las que llevaban los
otros chicos, más elegante, y llevaba un suéter de cachemir blanco debajo de ella. Se mantenía muy quieto, un poco apartado de los grupos que lo rodeaban. Y, aunque sólo podía verle de perfil, reparó en que no llevaba puestas las gafas de sol.
Se las quitaba para jugar al rugby, desde luego, pero Taeyong nunca le había visto de cerca sin ellas. Aquello lo hizo sentir mareado y emocionado, como si aquél fuera un baile de disfraces y hubiese llegado el momento de quitarse las máscaras. Se concentró en su hombro, en la línea de la mandíbula, y entonces él empezó a volverse hacia Taeyong.
En ese instante, Taeyong se dio cuenta de que era atractivo. No era sólo el traje o el modo en que llevaba peinado su cabello. Era hermoso en sí mismo: esbelto, imperial, un objeto hecho de seda y fuego interior. Vio que los labios de él se abrían ligeramente, de forma refleja, y entonces alzó la vista para mirarle a los ojos.
—Hola.
¿Era ésa su propia voz, tan sosegada y segura de sí mismo? Él tenía los ojos verdes. Verdes como hojas de roble en verano.
—¿Lo pasas bien? —preguntó.
«Lo hago ahora». Él no lo dijo, pero ella supo que era lo que pensaba; lo veía en el modo en que lo miraba fijamente. Jamás había estado tan seguro de su poder. Excepto que en realidad no tenía el aspecto de estarlo pasando bien; parecía acongojado, lleno de dolor, como si no pudiera soportar ni un minuto más aquello.
La banda empezaba a tocar un baile lento. Él seguía contemplándolo fijamente, empapándose de Taeyong. Aquellos ojos verdes oscureciéndose, volviéndose negros de deseo... Tuvo la repentina sensación de que podría acercarlo a él bruscamente y besarlo con fuerza, sin decir ni una palabra en ningún momento.
—¿Te gustaría bailar? —preguntó en voz baja.
«Estoy jugando con fuego, con algo que no comprendo», pensó de repente. Y en ese momento se dio cuenta de que estaba asustado. Su corazón empezó a latir violentamente. Era como si aquellos ojos verdes hablaran a alguna parte de él que estaba enterrada muy por debajo de la superficie y aquella parte le gritara «peligro». Algún instinto más antiguo que la civilización le decía que corriera, que huyera.
No se movió. La misma fuerza que lo aterraba lo mantenía allí. Aquello estaba fuera de control, se dijo de improviso. Lo que sucedía allí, fuera lo que fuera, escapaba a su comprensión, no era nada normal ni cuerdo. Pero ya no se podía parar, e incluso aterrorizado disfrutaba con ello. Era el momento más intenso que había experimentado con un chico, pero no estaba sucediendo nada en absoluto; él se limitaba a contemplarlo, como hipnotizado, y Taeyong le devolvía la mirada, mientras la energía brillaba entre ellos como un rayo calorífico. Vio que sus ojos se oscurecían, derrotados, y sintió el salvaje salto de su propio corazón cuando él le tendió lentamente una mano.
Y entonces todo se hizo añicos.
—Vaya, Taeyong, qué encantador estás —dijo una voz, y la visión de Taeyong quedó deslumbrada por reflejos dorados.
Era Doyoung, los cabellos castaño rojizos intensos y lustrosos y la piel luciendo un bronceado perfecto. Llevaba un esmoquin confeccionado totalmente en lame dorado que mostraba una increíblemente osada extensión de aquella piel perfecta. Deslizó un brazo alrededor del de JaeHyun y le sonrió con indolencia. Resultaban deslumbrantes juntos, como una pareja de modelos internacionales que va a divertirse a un baile de escuela secundaria, mucho más glamurosos y sofisticados que cualquier otra persona en la sala.
—Y ese traje es tan elegantr... —prosiguió Doyoung, mientras la mente de Taeyong seguía funcionando en automático.
Aquel brazo informalmente posesivo unido al de JaeHyun se lo decía todo: dónde había estado Doyoung a la hora del almuerzo aquellas últimas semanas, qué había estado tramando durante todo aquel tiempo.
—Le dije a JaeHyun que sencillamente teníamos que pasarnos por aquí un momento, pero no vamos a quedarnos mucho tiempo. Así que no te importará que me lo quede para los bailes, ¿verdad?
Taeyong estaba extrañamente tranquilo ahora, su mente era un vacío zumbante. Respondió que no, que desde luego no le importaba, y contempló cómo Doyoung se alejaba, una sinfonía en castaño rojizo y oro. JaeHyun se marchó con él.
Había un círculo de rostros alrededor de Taeyong; les dio la espalda y se topó con Lucas.
—Sabías que venía con él.
—Sabía que él quería que lo hiciera. Le ha estado siguiendo por todas partes a la hora del almuerzo y después de clase, e imponiéndole más o menos su presencia. Pero...
—Ya veo.
Sumido aún en aquella curiosa calma artificial, escudriñó la multitud y vio a Ten que iba hacia él, y a Mark abandonando su mesa. Lo habían visto, entonces. Probablemente todo el mundo lo había visto. Sin una palabra a Lucas, fue hacia ellos, encaminándose instintivamente hacia el pasillo fuera del salón.
Estaba abarrotado de parejas, y Mark y Ten mantuvieron sus comentarios alegres y superficiales mientras lo miraban con preocupación.
—¿Viste ese esmoquin? —dijo Ten, oprimiendo los dedos de Taeyong a escondidas— La parte delantera debe de estar sujeta con pegamento. Y ¿qué se pondrá para el siguiente baile? ¿Celofán?
—Tela transparente para envolver —repuso Mark, y añadió en voz baja—: ¿Estás bien?
—Sí.
Taeyong pudo ver en el ventanal que sus ojos estaban demasiado brillantes y que había una mancha de color ardiendo en cada mejilla. Se arregló los cabellos y se apartó.
El pasillo se vació dejándolos a solos. Ten jugueteaba nerviosamente con el cinturón de lentejuelas de su cintura.
—Quizá no sea tan mala cosa después de todo—dijo con calma— Me refiero a que no has pensado en otra cosa que no fuera él durante semanas. Casi un mes. Y así tal vez sea para bien, y tú puedas dedicarte a otras cosas ahora, en lugar de... bueno, perseguirle.
«¿También tú, Bruto?», pensó Taeyong.
—Muchas gracias por tu apoyo —dijo en voz alta.
—Vamos, Taeyong, no seas así —intervino Mark— No intenta herirte, sólo piensa que...
—Y supongo que tú también lo piensas. Bueno, eso es estupendo. Sencillamente saldré y me buscaré otras cosas a las que dedicarme. Como otros mejores amigos.
Los dejó a ambos contemplándolo atónitos mientras se alejaba.
Fuera, se arrojó al remolino de color y música. Se mostró más radiante de lo que había estado nunca en ningún baile. Bailó con todo el mundo, riendo en una voz demasiado alta, coqueteando con todos los chicos que se cruzaban en su camino.
Lo llamaron para que subiera y lo coronaran, y permaneció de pie sobre el escenario, contemplando a las figuras multicolores del suelo. Alguien le entregó unas flores; alguien colocó una corona en su cabeza. Sonaron aplausos. Todo transcurrió como en un sueño.
Coqueteó con Taeil porque era quien estaba más cerca cuando descendió del escenario. Luego recordó lo que él y Suho le habían hecho a JaeHyun y extrajo una de las rosas del ramo y se la dio. Lucas observaba desde la barrera, con los labios apretados. La olvidada acompañante de Taeil estaba casi hecha un mar de lágrimas.
Taeyong olió alcohol mezclado con menta en el aliento de Taeil, y vio que el muchacho tenía el rostro colorado. Sus amigos lo rodeaban, una pandilla que chillaba y reía a carcajadas, y vio que Suho vertía algo de una bolsa de papel marrón en su vaso de ponche.
Nunca antes había estado con aquel grupo, y éste la recibió con una calurosa acogida, admirándolo, los muchachos disputándose su atención. Los chistes volaban de un lado a otro, y Taeyong reía incluso cuando no tenían sentido. El brazo de Taeil le rodeó la cintura, y él se limitó a reír aún más. Con el rabillo del ojo vio que Lucas meneaba la cabeza y se alejaba. Las chicas empezaban a mostrarse estridentes, los muchachos alborotadores. Taeil le besuqueaba el cuello.
—Tengo una idea —anunció éste al grupo, abrazando a Taeyong con más fuerza contra él— Vayamos a algún lugar más divertido.
Alguien chilló:
—¿Adonde, Taeil? ¿A casa de tu padre?
Taeil sonreía de oreja a oreja, una sonrisa borracha y temeraria.
—No, me refiero a alguna parte donde podamos dejar nuestra marca. Como el cementerio.
Las chicas lanzaron grititos, los chicos se dieron codazos entre sí y fingidos puñetazos.
La acompañante de Taeil seguía allí de pie, fuera del círculo.
—Taeil, eso es una locura —dijo con voz aguda y débil— Ya sabes lo que le sucedió a aquel anciano. No iré allí.
—Estupendo, entonces quédate aquí—Taeil sacó unas llaves del bolsillo y las agitó frente al resto de la pandilla— ¿Quién no tiene miedo? —preguntó.
—Eh, yo estoy dispuesto a ir —dijo Suho, y se escuchó un coro de aprobación.
—Yo, también —dijo Taeyong con voz clara y desafiante.
Dedicó una sonrisa a Taeil, y éste prácticamente lo aceptó.
Y acto seguido Taeyong y Taeil conducían ya a un ruidoso y alborotador grupo a la zona de aparcamiento, donde todos se amontonaron en coches. Y luego Taeil bajó la capota de su descapotable y él se introdujo en el coche, con Suho y una chica llamada Shim YooA apretujándose en el asiento trasero.
—¡Taeyong! —gritó alguien, muy lejos, desde la entrada iluminada de la escuela.
—Conduce —le dijo a Taeil quitándose la corona, y el motor se puso en marcha.
Arrancaron dejando las marcas de los neumáticos en el suelo del aparcamiento, y el frío viento nocturno azotó el rostro de Taeyong.
Capítulo 7
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