丅ᐯᗪ - 𝕯(2) 🦇 𝕵𝖆𝖊𝖄𝖔𝖓𝖌
- mellifluous_AR

- 26 dic 2021
- 1 Min. de lectura
Actualizado: 20 mar 2022
Capítulos
Para leer los capítulos 1-6:
Capítulo 7
Ten estaba en la pista de baile con los ojos cerrados, dejando que la música fluyera a través de él. Cuando los abrió un instante, Mark le hacía señas desde un lateral. Ten alzó la barbilla con rebeldía, pero puesto que las señas de Mark se hacían más insistentes, alzó los ojos hacia Raymond y obedeció. Raymond lo acompañó.
Lucas y Ed estaban detrás de Mark. Lucas tenía el entrecejo fruncido. Ed aparecía incómodo.
—Taeyong acaba de irse —dijo Mark.
—Es un país libre —repuso Ten.
—Se fue con Moon Taeil—indicó Mark— Lucas, ¿estás seguro de no haber oído adonde iban?
Lucas negó con la cabeza.
—Se merece lo que le suceda..., pero también es culpa mía —dijo con voz sombría— Deberíamos ir tras él.
—¿Abandonar el baile? —exclamó Ten, y miró a Mark, que articuló las palabras «lo prometiste»—No me lo puedo creer —masculló con ferocidad.
—No sé cómo lo encontraremos —observó Mark—Pero tenemos que intentarlo—Luego añadió, con una voz extrañamente titubeante— Ten, tú no tendrás una idea de dónde está, ¿verdad?
—¿Qué? No, claro que no. He estado bailando. ¿Han oído hablar de eso, verdad, lo que uno hace en un baile?
—Tú y Ray quédense aquí —le dijo Lucas a Ed— Si regresa, díganle que hemos ido a buscarlo.
—Y si vamos a hacerlo, será mejor salir ahora —terció Ten de mala gana. Dio media vuelta y chocó inmediatamente con una americana oscura.
—Vaya, perdona—dijo bruscamente, alzando los ojos y encontrándose con Jung Yoon Oh.
El muchacho no dijo nada mientras Ten, Mark y Lucas se dirigían hacia la puerta, dejando a unos Raymond y Ed de aspecto desdichado tras ellos.
🦇
Las estrellas se veían lejanas y brillantes como el hielo en el cielo sin nubes. Taeyong se sentía justo igual que ellas. Una parte de él gritaba y reía con Suho, YooA y Taeil por encima del rugido del viento, pero otra parte observaba desde lejos.
Taeil aparcó a mitad de camino de la cima de la colina que conducía a la iglesia en ruinas, dejando las luces encendidas cuando descendieron del coche. Aunque había varios coches detrás de ellos cuando abandonaron la escuela, parecían ser los únicos que habían conseguido recorrer todo el trayecto hasta el cementerio.
Taeil abrió el maletero y sacó un paquete de seis cervezas.
—Más para nosotros.
Ofreció una cerveza a Taeyong, que negó con la cabeza, intentando no hacer caso de la sensación de náusea que notaba en la boca del estómago. Sentía que era un error estar allí... pero en modo alguno iba a reconocerlo ahora.
Ascendieron por la senda de losas, con las muchachas tambaleándose en sus zapatos de tacón alto y apoyándose en los muchachos. Cuando llegaron a lo alto, Taeyong lanzó una exclamación ahogada y YooA profirió un gritito.
Algo enorme y rojo flotaba justo por encima del horizonte. Taeyong tardó un momento en comprender que en realidad era la luna. Era tan grande e irreal como una pieza de utilería en una película de ciencia ficción, y su masa hinchada brillaba pálidamente con una luz malsana.
—Como una enorme calabaza podrida —dijo Taeil, y le lanzó una piedra. Taeyong se obligó a dedicarle una sonrisa radiante.
—¿Por qué no vamos adentro? —sugirió YooA, indicando con una mano blanca el agujero vacío que era la entrada de la iglesia.
La mayor parte del tejado se había desplomado al interior, aunque el campanario seguía intacto; una torre que se alargaba hacia el cielo muy por encima de ellos. Tres de las paredes seguían en pie, pero la cuarta llegaba sólo a la altura de la rodilla. Había montones de cascotes por todas partes.
Una luz llameó junto a la mejilla de Taeyong, y éste se dio la vuelta, sobresaltado, encontrándose con Taeil que sostenía un encendedor. El muchacho sonrió de oreja a oreja, mostrando unos fuertes dientes blancos, y dijo:
—¿Quieres usar mi encendedor?
La carcajada de Taeyong fue la más sonora, para ocultar su desasosiego. Tomó el encendedor, usándolo para iluminar el sepulcro que había en el lateral de la iglesia.
No se parecía a ninguna otra tumba del cementerio, aunque su padre decía haber visto cosas parecidas en Inglaterra. Parecía una enorme caja de piedra, lo bastante grande para dos personas, con dos estatuas de mármol descansando sobre la tapa.
—Thomas Keeping Fell y Honoria Fell —dijo Taeil con un gesto grandilocuente, como si los presentara— Supuestamente, el viejo Thomas fundó Mystic Falls. Aunque en realidad los Moon también estaban ahí por aquella época. El tatarabuelo de mi bisabuelo vivía en el valle junto a Drowning Creek...
—.. hasta que se lo comieron los lobos —intervino Suho, y echó la cabeza hacia atrás imitando a un lobo. Luego eructó y YooA lanzó una risita nerviosa. Una expresión de enojo cruzó las apuestas facciones de Taeil, pero forzó una sonrisa.
—Thomas y Honoria están más bien pálidos —dijo YooA, todavía riendo nerviosamente— Creo que lo que necesitan es un poco de color.
Sacó un pintalabios de su monedero y empezó a cubrir la boca de mármol de la estatua de la mujer de ceroso color escarlata. Taeyong sintió un nuevo ataque de náuseas. De niño siempre se había sentido intimidado por la dama y el hombre de aspecto serio que yacían con los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre sus pechos. Y después de que sus padres murieran, los había imaginado tendidos uno al lado del otro de aquel modo en el cementerio. Pero sostuvo el encendedor mientras la otra chica usaba el pintalabios para colocar un bigote y una nariz de payaso a Thomas Fell.
Taeil los contemplaba.
—Oíd, ahí los tienen tan elegantes y sin un lugar al que ir—Colocó las manos sobre el borde de la tapa de piedra, intentando moverla lateralmente— ¿Qué dices tú, Suho? ¿Quieres sacarlos a dar una vuelta nocturna por la ciudad? ¿Digamos, justo por el centro de la ciudad?
«No», pensó Taeyong, horrorizado, mientras Suho lanzaba una carcajada y YooA una serie de risotadas. Pero Suho estaba ya junto a Taeil, apuntalándose y preparándose, con las palmas de las manos sobre la tapa de piedra.
—A la de tres —dijo Taeil, y contó—: Uno, dos, tres.
Los ojos de Taeyong estaban clavados en el horrible rostro de payaso de Thomas Fell mientras los muchachos empujaban al frente y gruñían, con los músculos a punto de estallar bajo la ropa. No consiguieron mover la tapa ni un centímetro.
—La maldita cosa debe de estar sujeta de algún modo —dijo Taeil con enojo, apartándose.
Taeyong sintió que se le doblaban las piernas de alivio. Intentando parecer indiferente, se apoyó en la tapa de piedra de la tumba para sostenerse... Y entonces fue cuando sucedió.
Escuchó un chirriar de piedra y notó que la tapa se movía bajo su mano izquierda al instante. Se alejaba de él, haciéndole perder el equilibrio. El encendedor salió volando, y Taeyong gritó y volvió a gritar, intentando mantenerse en pie. Caía a la tumba abierta, y un viento helado rugía a su alrededor. En sus oídos sonaron chillidos.
Y entonces se encontró fuera y la luz de la luna brillaba lo suficiente para que pudiera ver a los demás. Taeil lo sujetaba. Miró a su alrededor enloquecido.
—¿Estás chiflado? ¿Qué ha sucedido? —Taeil empezó a zarandearlo.
—¡Se ha movido! ¡La tapa se ha movido! Se ha deslizado a un lado y... no sé... casi caigo dentro. Hacía frío...
Los muchachos se echaron a reír.
—A la pobre criatura le dio el tembleque —dijo Taeil— Vamos, amigo Suho, lo comprobaremos.
—Taeil, no...
Pero entraron de todos modos. YooA se quedó en la entrada, mientras Taeyong temblaba. Al poco, Taeil le hizo señas desde la puerta para que se acercara.
—Mira —dijo cuando él volvió a entrar a regañadientes; el chico había recuperado el encendedor y lo sostuvo por encima del pecho de mármol de Thomas Fell— Todavía encaja, está aquí la tapa. ¿Lo ves?
Taeyong contempló con asombro la perfecta alineación de tapa y sepulcro.
—Se ha movido. He estado a punto de caer dentro...
—Desde luego, lo que tu digas, bebé.
Taeil lo rodeó con sus brazos, sujetándolo contra él de espaldas. Taeyong miró más allá y vio a Suho y a YooA en una posición muy parecida, sólo que YooA, con los ojos cerrados, parecía estar disfrutando. Taeil restregó el poderoso mentón por sus cabellos.
—Me gustaría regresar al baile ahora —dijo Taeyong en tono categórico. Hubo una pausa en la fricción. Luego Taeil suspiró y dijo:
—Claro, bebé—Miró a Suho y a YooA— ¿Y ustedes dos? Suho sonrió ampliamente.
—Nos quedaremos aquí un ratito.
YooA lanzó una risita con los ojos todavía cerrados.
—De acuerdo.
Taeyong se preguntó cómo regresarían, pero permitió que Taeil lo condujera afuera.
Una vez en el exterior, no obstante, el muchacho se detuvo.
—No puedo dejarte marchar sin que eches un vistazo a la lápida de mi abuelo — dijo— Anda, vamos, Taeyong —insistió cuando Taeyong empezó a protestar—No hieras mis sentimientos. Tienes que verla, es el orgullo y la alegría de la familia.
Taeyong se obligó a sonreír, aunque sentía el estómago helado. A lo mejor, si le seguía la corriente, lo sacaría de aquel lugar.
—De acuerdo —dijo, y empezó a andar hacia el cementerio.
—Por ahí no. Es por aquí.
Y al minuto siguiente lo conducía hacia abajo en dirección al viejo cementerio.
—No pasa nada, de verdad, no está lejos del sendero. Mira, ahí, ¿ves? —e indicó algo que brillaba a la luz de la luna.
Taeyong lanzó una exclamación, sintiendo el corazón en un puño. Parecía una persona allí de pie, un gigante con una cabeza redonda y calva. Y no le gustaba estar allí en absoluto, entre las desgastadas e inclinadas lápidas de granito de siglos pasados. La brillante luz de la luna proyectaba sombras extrañas, y había charcos de oscuridad impenetrable por todas partes.
—No es más que la bola de la parte superior. Nada de lo que tener miedo —dijo Taeil, arrastrándolo con él fuera del sendero y hacia la brillante lápida.
Estaba hecha de mármol rojo, y la enorme esfera que la coronaba le recordó a Taeyong la abotargada luna del horizonte; una luna que en aquellos momentos brillaba sobre ellos, tan blanca como las manos de Thomas Fell. Taeyong no pudo contener sus escalofríos.
—El pobre bebé tiene frío. Tendremos que calentarlo—dijo Taeil.
Taeyong intentó apartarle, pero él era demasiado fuerte y lo rodeó con los brazos, atrayéndolo hacia sí.
—Taeil, quiero irme; quiero irme ahora mismo...
—Claro, bebé, nos iremos —dijo él— Pero primero tenemos que calentarte.
¡Caramba, estás helado!
—Taeil, para —instó Taeyong.
Los brazos del muchacho a su alrededor habían sido simplemente molestos, limitando sus movimientos, pero en aquel momento, con una sensación de sobresalto, sintió sus manos en su cuerpo, tanteando en busca de carne desnuda.
Taeyong no había estado nunca en su vida en una situación como aquélla, muy lejos de cualquier ayuda. Dirigió un afilado tacón al empeine del chico, pero él lo esquivó.
—Taeil, quítame las manos de encima.
—Vamos, Taeyong, no seas así, sólo quiero calentarte todo el cuerpo...
—Taeil, suéltame —le espetó con voz ahogada.
Intentó deshacerse de él. Taeil dio un traspié, y entonces todo su peso cayó sobre Taeyong, aplastándolo contra la maraña de hiedra y maleza del suelo. Taeyong estaba desesperado.
—Te mataré, Taeil. Lo digo en serio. Sal de encima.
De manera patosa y descoordinada, Taeil intentó echarse a un lado, riendo estúpidamente.
—¡Ah!, vamos, Taeyong, no seas tonto. Sólo te estaba calentando. Taeyong el príncipe de hielo, calentándose... Estás más caliente ahora, ¿verdad?
Entonces Taeyong sintió su boca caliente y húmeda sobre el rostro. Seguía inmovilizada por él, y sus empalagosos besos descendían por su garganta. Oyó ropa que se desgarraba.
—¡Uy! —farfulló Taeil— Lo siento.
Taeyong torció la cabeza y su boca encontró la mano de Taeil, que le acariciaba torpemente la mejilla. La mordió, hundiendo los dientes en la carnosa palma. Mordió con fuerza, sintiendo el sabor de la sangre mientras escuchaba el alarido de dolor del muchacho. La mano se apartó violentamente.
—¡Eh! ¡Dije que lo lamentaba!
Taeil contempló ofendido la mano herida. Entonces su cara se ensombreció, mientras, sin dejar de mirarlo fijamente, la cerraba convirtiéndola en un puño.
«Ya está —pensó Taeyong con una tranquilidad de pesadilla— O bien me va a abandonado aquí o me matará.» Se preparó para el golpe.
🦇
JaeHyun se había resistido a entrar en el cementerio; todo en su interior había gritado en contra. La última vez que había estado allí había sido la noche del anciano.
El horror se removió en sus tripas otra vez al recordarlo. Habría jurado que no había desangrado al hombre que vivía bajo el puente, que no había tomado sangre suficiente como para lastimarlo. Pero todo aquella noche tras la oleada de Poder estaba embrollado, confuso. Si es que había existido una oleada de Poder después de todo. Quizá había sido su propia imaginación o incluso la había provocado él. Podían suceder cosas extrañas cuando la necesidad se descontrolaba.
Cerró los ojos. Cuando se enteró de que el anciano estaba hospitalizado, a las puertas de la muerte, la conmoción fue inenarrable. ¿Cómo había podido ser capaz de descontrolarse de aquel modo? Hasta matar, casi, cuando no había matado desde...
No iba a permitirse pensar en eso.
En aquel momento, de pie frente a la reja del cementerio en la oscuridad de la medianoche, lo que más deseaba era dar media vuelta y marchar. Regresar al baile donde había dejado a Doyoung, aquella criatura cimbreante y bronceada por el sol que estaba totalmente a salvo porque no significaba absolutamente nada para él.
Pero no podía regresar, porque Taeyong estaba en el cementerio. Lo percibía, y percibía su creciente angustia. Taeyong estaba en el cementerio y en apuros, y él tenía que encontrarlo.
Estaba a mitad de camino colina arriba cuando tuvo un mareo. Le hizo tambalearse mientras seguía avanzando penosamente en dirección a la iglesia porque era la única cosa en la que podía concentrar la mirada. Oleadas grises de niebla barrían su cerebro, y luchó por seguir moviéndose. Débil, se sentía tan débil... E impotente ante el poder absoluto de aquel vértigo.
Necesitaba... llegar hasta Taeyong. Pero estaba débil. No podía estar... débil... si tenía que ayudar a Taeyong. Necesitaba...
La cavidad que era la puerta de la iglesia apareció ante él.
🦇
Taeyong vio la luna sobre el hombro izquierdo de Taeil. Resultaba extrañamente apropiado que fuera a ser la última cosa que viera, se dijo. El grito había quedado atrapado en su garganta, sofocado por el miedo.
Y entonces algo levantó a Taeil y lo arrojó contra la lápida de su abuelo.
Eso fue lo que le pareció a Taeyong, que rodó a un lado, sin aliento, sujetando con una mano su saco desgarrado mientras la otra buscaba a tientas un arma.
No la necesitó. Algo se movió en la oscuridad, y vio a la persona que le había sacado a Taeil de encima. Jung Yoon Oh. Pero era un JaeHyun que no había visto nunca, aquel rostro de facciones elegantes estaba lívido y enfurecido, y había una luz asesina en aquellos ojos verdes. Sin siquiera moverse, JaeHyun emanaba tal cólera y amenaza que Taeyong descubrió que sentía más miedo de él del que había sentido de Taeil.
—La primera vez que te vi, supe que jamás aprenderías buenos modales —dijo JaeHyun.
La voz del joven era baja, fría y suave, y en cierto modo hizo que Taeyong se sintiera mareado. No podía dejar de mirarle mientras él avanzaba hacia Taeil, que meneaba la cabeza, aturdido, y empezaba a incorporarse. JaeHyun se movía como un bailarín, cada movimiento natural y controlado con precisión.
—Pero no tenía ni idea de que tu carácter estuviera tan poco desarrollado.
Golpeó a Taeil. El muchacho, que era más grande que él, había estado alargando una mano carnosa, y JaeHyun le golpeó casi con despreocupación en un lado del rostro, antes de que la mano estableciera contacto.
Taeil salió volando contra otra lápida. Se puso en pie gateando y se quedó allí quieto, jadeando, con los ojos en blanco. Taeyong vio descender un hilillo de sangre de su nariz. Entonces Taeil se levantó.
—Un caballero no impone su compañía a nadie —dijo JaeHyun, y lo derribó a un lado.
Taeil volvió a caer despatarrado al suelo, boca abajo sobre la maleza y los brezos. En esa ocasión fue más lento en incorporarse y manaba sangre de sus dos orificios nasales y de la boca. Resoplaba como un caballo asustado cuando se arrojó sobre JaeHyun.
Este agarró la parte frontal de la chaqueta de Taeil, haciendo que los dos giraran absorbiendo el impacto de la violenta embestida. Zarandeó a Taeil dos veces, con fuerza, mientras aquellos puños rechonchos giraban como molinillos a su alrededor, sin poder asestarle un puñetazo. Luego dejó caer al muchacho.
—No se insulta a tu acompañante—siguió.
El rostro de Taeil estaba contraído, tenía los ojos en blanco, pero intentó agarrar la pierna de JaeHyun. Este le puso en pie de un tirón y volvió a zarandearlo; Taeil se quedó flácido como un muñeco de trapo, con los ojos en blanco. JaeHyun siguió hablando, sosteniendo el pesado cuerpo en posición vertical y recalcando cada palabra con un zarandeo capaz de dislocar todos los huesos.
—Y, por encima de todo, no se le hace daño...
—¡JaeHyun! —gritó Taeyong.
La cabeza de Taeil se movía violentamente adelante y atrás con cada sacudida, y él estaba asustado de lo que veía; asustado de lo que JaeHyun pudiera hacer. Y asustado por encima de todo de la voz de JaeHyun, aquella voz fría que era como un estoque en danza, hermoso y mortífero y totalmente implacable.
—JaeHyun, para.
El joven giró violentamente la cabeza hacia él, sobresaltado, como si hubiese olvidado su presencia. Por un momento lo miró sin reconocerlo, los ojos negros a la luz de la luna, y él pensó en algún depredador, en alguna ave enorme o un carnívoro de piel lustrosa incapaz de sentir emociones humanas. Luego la comprensión apareció en su rostro y parte de la oscuridad desapareció de la mirada.
Bajó los ojos hacia la cabeza colgante de Taeil y a continuación lo depositó con cuidado contra la lápida de mármol rojo. Las rodillas del muchacho se doblaron y resbaló a lo largo de su superficie, pero, con gran alivio por parte de Taeyong, sus ojos se abrieron; al menos el izquierdo lo hizo. El derecho se estaba hinchando hasta convertirse en una mera rendija.
—Estará bien —dijo JaeHyun vagamente.
Al desaparecer su miedo, Taeyong se sintió vacío. «La conmoción —pensó— Padezco una conmoción. Probablemente empezaré a chillar como un histérico en cualquier momento.»
—¿Hay alguien que pueda llevarte a casa? —inquirió JaeHyun, todavía con aquella voz espeluznantemente amortiguada.
Taeyong pensó en Suho y YooA, haciendo Dios sabía qué junto a la estatua de Thomas Fell.
—No —respondió.
Su cerebro empezaba a funcionar otra vez, a reparar en las cosas a su alrededor. El traje violeta estaba desgarrado a lo largo de la parte delantera; estaba destrozado. Mecánicamente, lo cerró sobre su torso desnudo.
—Te llevaré yo —dijo JaeHyun.
Incluso a través del aturdimiento, Taeyong se estremeció de miedo por un instante. Le miró, una figura extrañamente elegante en medio de las tumbas, el rostro pálido a la luz de la luna. Jamás le había parecido tan... tan bello, pero aquella belleza era casi foránea. No sólo extranjera, sino inhumana, porque ningún humano podía proyectar aquella aura de poder, o de distancia.
—Gracias, eres muy amable —respondió despacio; no se podía hacer otra cosa. Dejaron a Taeil incorporándose penosamente junto a la tumba de su antepasado.
Taeyong sintió otro escalofrío cuando llegaron al sendero y JaeHyun giró en dirección al
puente Wickery.
—He dejado mi coche en la casa de huéspedes —dijo— Éste es el camino más rápido que tenemos para regresar.
—¿Has venido por aquí?
—No; no he cruzado el puente. Pero no pasará nada.
Taeyong le creyó. Pálido y silencioso, el muchacho anduvo junto a él sin tocarlo, excepto cuando se quitó la americana para colocársela sobre los hombros. Se sentía curiosamente seguro de que JaeHyun mataría a cualquiera que intentara meterse con él.
El puente Wickery aparecía blanco bajo la luz de la luna, y por debajo las aguas heladas se arremolinaban sobre antiguas rocas. Todo el mundo estaba quieto, hermoso y frío mientras pasaban bajo los robles en dirección a la estrecha carretera rural.
Dejaron atrás pastos vallados y campos oscuros hasta alcanzar un largo camino curvo. La casa de huéspedes era un edificio enorme de ladrillo rojo óxido fabricado con la arcilla del lugar y estaba flanqueada por cedros y arces antiquísimos. Todas las ventanas excepto una estaban a oscuras.
JaeHyun abrió con la llave una de las puertas dobles y entraron en un pequeño vestíbulo, con un tramo de escaleras directamente frente a ellos. El pasamanos, igual que las puertas, era de auténtico roble claro, tan pulido que parecía refulgir.
Subieron la escalera hasta el rellano de un segundo piso que estaba pobremente iluminado. Ante la sorpresa de Taeyong, JaeHyun lo condujo al interior de uno de los dormitorios y abrió lo que parecía la puerta de un armario. A través de ella distinguió una escalera muy estrecha y empinada.
Qué lugar más extraño, se dijo, con aquella escalera secreta enterrada en el corazón de la casa, adonde no podía llegar ningún sonido del exterior. Alcanzó lo alto de las escaleras y penetró en una gran habitación que constituía todo el tercer piso de la casa.
Estaba casi tan pobremente iluminada como la escalera, pero Taeyong pudo ver el manchado suelo de madera y las vigas al descubierto en el techo inclinado. Había ventanales en todos los lados, y muchos baúles desperdigados entre unas cuantas piezas de mobiliario de madera maciza.
Advirtió que él lo observaba.
—¿Hay algún cuarto de baño donde...?
JaeHyun le indicó con la cabeza una puerta. Taeyong se quitó la americana, se la tendió sin mirarle y entró.
Capítulo 8
Taeyong entró en el baño aturdido y vagamente agradecido. Salió enojado.
No estaba muy seguro de cómo había tenido lugar la transformación; pero en algún momento mientras se lavaba los arañazos del rostro y los brazos, irritado por la falta de un espejo y el hecho de haberse dejado la cartera en el descapotable de Taeil, empezó a sentir otra vez. Y lo que sintió fue ira.
Maldito Jung Yoon Oh. Tan frío y controlado incluso mientras le salvaba la vida. Maldita su educación y su galantería y los malditos muros de su alrededor que parecían más gruesos y altos que nunca.
Se quitó los pasadores que quedaba en su pelo y los usó para mantener cerrada la parte delantera de su camisa. Luego se arregló rápidamente el cabello, ahora revuelto, con un peine de hueso tallado que encontró junto al lavamanos. Salió del cuarto de baño con la barbilla bien alta y los ojos entrecerrados.
JaeHyun no se había vuelto a poner la americana y permanecía de pie junto a la ventana con su suéter blanco y la cabeza inclinada, tenso, aguardando. Sin alzar la cabeza, indicó una pieza de terciopelo oscuro colocada sobre el respaldo de una silla.
—Tal vez quieras ponerte esto sobre el saco.
Era una capa de cuerpo entero, espléndida y suave, con una capucha. Taeyong se colocó la pesada tela sobre los hombros. Pero no se sintió aplacado por el obsequio; advirtió que JaeHyun no se había acercado para nada, ni tampoco lo había mirado mientras hablaba.
Deliberadamente, invadió su territorio, envolviéndose más en la capa y sintiendo, incluso en aquel momento, el modo en que los pliegues caían a su alrededor, arrastrándose por el suelo tras él. Fue hacia JaeHyun y efectuó un examen del pesado tocador de caoba situado junto a la ventana.
Sobre él descansaban una daga siniestra con empuñadura de marfil y una hermosa copa de ágata engarzada en plata. También había una esfera dorada con una especie de dial incrustado y varias monedas sueltas de oro.
Tomó una de las monedas, en parte porque eran interesantes y en parte porque sabía que a él le molestaría verlo tocar sus cosas.
—¿Qué es esto?
Transcurrió un momento antes de que JaeHyun respondiera.
—Un florín de oro. Una moneda florentina.
—¿Y esto qué es?
—Un reloj alemán en forma de colgante. Es de finales del siglo XV —dijo en tono angustiado, y añadió—: Taeyong...
Taeyong alargó la mano hacia un pequeño cofre de hierro con una tapa con bisagras.
—¿Qué es esto? ¿Se abre?
—No.
Tenía los reflejos de un gato; su mano descendió violentamente sobre el cofre, manteniendo la tapa bajada.
—Esto es personal —dijo con la tensión muy patente en la voz.
Taeyong reparó en que la mano estaba en contacto sólo con la curvada tapa de hierro y no con su propia mano. Alzó los dedos, y él retrocedió al momento.
De improviso, su enojo fue demasiado grande para contenerlo por más tiempo.
—Más cuidado —dijo con ferocidad— No me toques, que a lo mejor pescas una enfermedad.
JaeHyun se apartó en dirección a la ventana.
Y sin embargo, incluso mientras Taeyong se apartaba también, regresando al centro de la habitación, percibió cómo él observaba su reflejo. Y supo de inmediato qué debía parecerle con los cabellos derramándose sobre la negrura de la capa y con una mano blanca sujetando el terciopelo cerrado a la altura de la garganta: un príncipe mancillado dando vueltas en su torre.
Echó la cabeza hacia atrás todo lo que pudo para contemplar la trampilla del techo y escuchó una suave y clara inhalación. Cuando volvió la cabeza, la mirada de él estaba fija en su garganta, que había quedado al descubierto; la expresión de sus ojos lo confundió. Pero al cabo de un instante el rostro se endureció, excluyéndola.
—Creo —dijo—Que será mejor que te lleve a casa.
En ese instante deseó hacerle daño, hacerlo sentir tan mal como él lo hacía sentir. Pero también quería la verdad. Estaba cansado de aquel juego, cansado de intrigar y conspirar e intentar leer la mente de Jung Yoon Oh. Fue aterrador y a la vez un maravilloso alivio escuchar su propia voz pronunciando las palabras que había pensado durante tanto tiempo.
—¿Por qué me odias?
Lo miró sorprendido, y por un momento no pareció capaz de encontrar palabras.
Luego dijo:
—No te odio.
—Sí lo haces —replicó Taeyong— Sé que no... no es de buena educación decirlo, pero no me importa. Sé que debería estarte agradecido por salvarme esta noche, pero tampoco me importa. No te pedí que me salvaras. Para empezar, ni siquiera sé por qué estabas en el cementerio. Y, desde luego, no comprendo por qué lo hiciste, teniendo en cuenta lo que sientes respecto a mí.
Él negaba con la cabeza, pero su voz era baja.
—No te odio.
—Ya desde el principio me has evitado como si yo fuera... fuera alguna especie de leproso. Intenté ser simpático contigo, y me lo echaste en cara. ¿Es eso lo que hace un caballero cuando alguien intenta darle la bienvenida?
Él intentaba decir algo, pero Taeyong siguió imparable, sin prestarle atención.
—Me desairaste en público una y otra vez; me has humillado en la escuela. No estarías hablando conmigo ahora si no se hubiera tratado de una cuestión de vida o muerte. ¿Es eso lo que hace falta para sacarte una palabra? ¿Es necesario que alguien esté a punto de ser asesinado?
»E incluso ahora —prosiguió Taeyong con amargura— no quieres ni que me acerque a ti. ¿Qué te sucede, Jung Yoon Oh, para que tengas que vivir así? ¿Para que tengas que alzar muros ante la gente para mantenerla fuera? ¿Para que no puedas confiar en nadie? ¿Qué es lo que te pasa?
Él permaneció callado ahora, con el rostro desviado. Taeyong aspiró profundamente y luego irguió los hombros, alzando la cabeza incluso a pesar de que tenía los ojos doloridos y ardiendo.
—¿Y qué hay de malo en mí —añadió en voz más sosegada— para que seas incapaz de mirarme siquiera, pero puedas dejar que Kim Doyoung se desviva por ti? Tengo derecho a saber esto, al menos. No volveré a molestarte jamás, ni siquiera te hablaré en el instituto, pero quiero saber la verdad antes de irme. ¿Por qué me odias tanto, JaeHyun?
Lentamente, el muchacho se volvió y alzó la cabeza. Sus ojos estaban sombríos, sin vida, y algo se retorció en Taeyong ante el dolor que vio en su rostro.
JaeHyun apenas podía mantener su voz bajo control. Taeyong pudo oír el esfuerzo que le costaba hablar con serenidad.
—Sí —dijo—Creo que tienes derecho a saberlo, Taeyong.
Los ojos del chico se fijaron en los suyos, devolviéndole la mirada directamente, y Taeyong pensó: «¿Tan malo es?».
—No te odio —continuó él, pronunciando cada palabra con cuidado, con claridad— No te he odiado nunca. Pero tú... me recuerdas a alguien.
Taeyong se sintió desconcertado. Fuera lo que fuera lo que había esperado, no era eso.
—¿Te recuerdo a otra persona que conoces?
—A alguien que conocí —respondió él en voz baja— Pero —añadió despacio, como descifrando algo por sí mismo— No eres como él realmente. Se parecía a ti, pero era frágil, delicado y vulnerable. Tanto interior como exteriormente.
—Y yo no lo soy.
El muchacho emitió un sonido que podría haber sido una carcajada de haber habido algo de humor en él.
—No. Tú eres un luchador. Tú eres... tú mismo.
Taeyong permaneció en silencio un momento. No podía prolongar su enojo viendo el dolor que había en el rostro de Jung Yoon Oh.
—¿Estabas muy unido a él?
—Sí.
—¿Qué sucedió?
Hubo una larga pausa, tan larga que Taeyong pensó que no iba a responderle. Pero por fin dijo:
—Murió.
Taeyong soltó aire trémulamente. Lo que quedaba de su enojo se dobló sobre sí mismo y lo abandonó.
—Eso debió de dolerte horriblemente —dijo en voz baja, pensando en la lápida blanca de los Lee que se alzaba entre la hierba— Lo siento mucho.
Él no dijo nada. Su rostro se había vuelto a cerrar y parecía mirar algo a lo lejos, algo terrible y desgarrador que sólo él podía ver. Pero no había únicamente pesar en su expresión. A través de los muros, a través de todo su tembloroso control, Taeyong pudo ver la expresión torturada de una culpa y soledad insoportables. Una expresión tan perdida y angustiada que ya se había colocado junto a él antes de darse cuenta de lo que hacía.
—JaeHyun —susurró.
No pareció oírlo; parecía ir a la deriva en su propio mundo de aflicción. Taeyong no pudo evitar posar una mano sobre su brazo.
—JaeHyun, sé lo que duele...
—No puedes saberlo —estalló él, toda su tranquilidad explotando en una furia colérica.
Bajó la mirada hacia la mano de Taeyong como si acabara de advertir que estaba allí, como enfurecido por su desfachatez al tocarle. Los ojos verdes estaban dilatados y oscuros cuando le apartó la mano violentamente, alzando la suya para impedirle que volviera a tocarle...
... y de algún modo, en lugar de ello, le sujetaba la mano, sus dedos fuertemente entrelazados con los de Taeyong, aferrados como si le fuera la vida en ello. Bajó los ojos hacia sus manos juntas lleno de perplejidad. Luego, despacio, su mirada se movió de sus dedos enlazados al rostro del chico.
—Taeyong... —musitó.
Y entonces él la vio, vio la angustia haciendo añicos su mirada, como si sencillamente ya no pudiera luchar más. La derrota a medida que los muros se desmoronaban por fin y veía lo que había debajo.
Y entonces, sin poderlo evitar, él inclinó la cabeza hacia sus labios.
🦇
—Espera... para aquí —dijo Ten— Me pareció ver algo.
El abollado Ford de Lucas aminoró la marcha, acercándose lentamente al borde de la carretera, donde zarzas y matorrales crecían tupidos. Algo blanco centelleó allí, yendo hacia ellos.
—¡Oh, Dios mío! —dijo Mark— Es Shim YooA.
La joven apareció dando traspiés en la trayectoria de los faros y se quedó allí, tambaleante, mientras Lucas frenaba en seco. Los cabellos castaño claro de la muchacha estaban enmarañados y desaliñados, y los ojos miraban vidriosos en un rostro tiznado y sucio de tierra. Llevaba puesta únicamente su ropa interior.
—Súbanla en el coche —dijo Lucas.
Mark abría ya la puerta del coche. Saltó afuera y corrió al encuentro de la aturdida muchacha.
—YooA, ¿estás bien? ¿Qué te ha sucedido?
YooA gimió, sin dejar de mirar directamente al frente. Luego pareció ver de improviso a Mark y se aferró a él, clavándole las uñas en los brazos.
—Váyanse de aquí —dijo con los ojos llenos de desesperada intensidad, la voz extraña y pastosa, como si tuviera algo en la boca— Todos ustedes... ¡váyanse de aquí! Ya viene.
—¿Quién viene? YooA, ¿dónde está Taeyong?
—Váyanse ahora...
Mark miró carretera adelante y luego se llevó a la temblorosa chica al coche.
—Te sacaremos de aquí —dijo—Pero tienes que decirnos qué ha sucedido.
Ten, dame tu chaqueta. Está helada.
—Y herida —dijo Lucas sombrío— Parece en estado de choque o algo así. La cuestión es, ¿dónde están los demás? YooA, ¿iba Taeyong contigo?
YooA sollozó, cubriéndose el rostro con las manos mientras Mark colocaba la chaqueta de Ten alrededor de sus hombros.
—No... Suho —dijo de un modo ininteligible; parecía como si hablar le provocara dolor— Estábamos en la iglesia... fue horrible. Apareció... como neblina todo alrededor. Neblina oscura. Y ojos. Vi sus ojos allí en la oscuridad, ardiendo. Me quemaron...
—Delira —dijo Ten— O está histérica, o como quieran llamarlo.
—YooA, por favor —dijo Lucas, hablando despacio y con claridad— Sólo dinos una cosa. ¿Dónde está Taeyong? ¿Qué le sucedió?
—No lo sé —YooA alzó un rostro manchado de lágrimas hacia el cielo— Suho y yo... estábamos solos. Estábamos... y entonces de repente todo se oscureció a nuestro alrededor. No podía correr. Taeyong dijo que la tumba se había abierto. A lo mejor fue de ahí de donde salió. Fue horrible...
—Estaban en el cementerio, en la iglesia en ruinas —interpretó Mark— Y Taeyong estaba con ellos. Miren esto.
Bajo la luz interior, todos vieron los profundos arañazos recientes que descendían por el cuello de YooA hasta el corpiño de encaje de su combinación.
—Parecen marcas de un animal —dijo Ten— Como las marcas de las garras de un gato, tal vez.
—No fue un gato lo que atacó a aquel viejo del puente —dijo Lucas.
El muchacho estaba pálido, y los músculos de su mandíbula sobresalían. Mark siguió la dirección de su mirada carretera adelante y luego meneó la cabeza.
—Lucas, tenemos que llevarla de vuelta primero. Tenemos que hacerlo —dijo— Escúchame, estoy tan preocupado por Taeyong como tú. Pero YooA necesita un médico, y debemos avisar a la policía. No tenemos elección. Debemos regresar.
Lucas volvió a mirar fijamente la carretera durante otro prolongado momento, luego soltó aire con un siseo. Cerrando la puerta de golpe, puso el coche en marcha y lo hizo girar, cada movimiento realizado con violencia.
Durante todo el camino de vuelta a la ciudad, YooA no dejó de gimotear.
🦇
Taeyong sintió que los labios de JaeHyun se encontraban con los suyos.
Y... fue tan sencillo como eso. Todas las preguntas contestadas, todos los temores enterrados, todas las dudas eliminadas.
Lo que Taeyong sentía en aquellos momentos no era sólo deseo, sino una ternura dolorosa y un amor tan fuerte que lo hacía estremecerse. La intensidad de sus sentimientos habría resultado aterradora, sólo que estando con él nada podía asustarlo.
Estaba en casa.
Aquí era donde pertenecía y lo había encontrado por fin. Con JaeHyun estaba en casa.
El lo apartó ligeramente y Taeyong percibió que temblaba.
—Taeyong —musitó él sobre sus labios— No podemos...
—Ya lo hemos hecho —susurró, y volvió a atraerle hacia él.
Era casi como si pudiera oír los pensamientos de JaeHyun, percibir sus sentimientos. Placer y deseo corrían veloces entre ellos, conectándolos, uniéndolos. Y Taeyong percibió también una fuente de emociones muy profundas dentro de él. JaeHyun quería abrazarlo eternamente, protegerlo de todo daño. Quería defenderlo de cualquier mal que lo amenazara. Quería unir su vida a la de él.
Sintió la tierna presión de sus labios sobre los de Taeyong, y apenas fue capaz de soportar la dulzura de todo ello. «Sí», pensó. Las sensaciones ondulaban a través de Taeyong como olas en un estanque quieto y transparente, y se sumergía en ellas, tanto en la alegría que percibía en JaeHyun como en el delicioso oleaje de respuesta que brotaba de él mismo. El amor de JaeHyun lo bañaba, brillaba a través de él, iluminando cada punto oscuro en su alma igual que el sol. Tembló de placer, amor y anhelo.
Él se apartó despacio, como si no pudiera soportar separarse de Taeyong, y se miraron mutuamente a los ojos con maravillada alegría.
No hablaron. No había necesidad de palabras. Él le acarició los cabellos, con un roce tan leve que Taeyong apenas lo sintió, como si él temiera que pudiera quebrarse en sus manos. Taeyong supo entonces que no había sido odio lo que le había hecho evitarlo durante tanto tiempo. No, no había sido odio en absoluto.
🦇
Taeyong no tenía ni idea de lo tarde que era cuando descendieron en silencio la escalera de la casa de huéspedes. En cualquier otro momento se habría sentido muy emocionado de entrar en el elegante coche negro de JaeHyun, pero esa noche apenas se dio cuenta. Él le mantuvo la mano cogida mientras conducían por las calles desiertas.
Lo primero que Taeyong vio cuando se acercaban a su casa fue las luces.
—Es la policía —dijo, recuperando la voz con cierta dificultad; resultaba curioso hablar tras haber estado en silencio durante tanto rato— Ése de la entrada es el coche de Damwon. Y ahí está el de Lucas —indicó; miró a JaeHyun, y la paz que la había inundado pareció frágil de repente— Me pregunto qué ha sucedido. ¿No supondrás que Taeil ya les ha contado...?
—Ni siquiera Taeil sería tan estúpido —dijo JaeHyun.
Paró detrás de uno de los coches de policía, y, de mala gana, Taeyong soltó su mano de la de él. Deseaba con todo su corazón que JaeHyun y ella pudieran estar a solas juntos, que nunca tuvieran necesidad de enfrentarse al mundo.
Pero no se podía evitar. Ascendieron por el camino hasta la puerta, que estaba abierta. Dentro, la casa estaba toda iluminada.
Al entrar, Taeyong vio lo que parecían docenas de rostros vueltos hacia ella y tuvo una repentina visión del aspecto que debía de tener ella, allí de pie en la entrada con la envolvente capa de terciopelo negro y con Jung Yoon Oh a su lado. Y entonces tía Sunmi lanzó un grito y la rodeó con sus brazos, zarandeándola y abrazándola al mismo tiempo.
—¡Taeyong! ¡Gracias a Dios que estás a salvo! Pero ¿dónde has estado? ¿Y por qué no telefoneaste? ¿No te das cuenta de lo que nos has hecho pasar a todos?
Taeyong paseó la mirada por la habitación llena de perplejidad. No comprendía nada.
—Nos alegramos de tenerte de vuelta —dijo Damwon.
—He estado en la casa de huéspedes con JaeHyun —dijo ella lentamente— Tía Sunmi, éste es Jung Yoon Oh; tiene una habitación alquilada allí. Él me trajo.
—Gracias —dijo tía Sunmi al chico por encima de la cabeza de Taeyong. Luego, retrocediendo para mirar a la muchacha, dijo:
—Pero tu vestido, tus cabellos... ¿Qué sucedió?
—¿No lo sabéis? Entonces Taeil no os lo contó. Pero en ese caso, ¿por qué está la policía aquí?
Taeyong se acercó lentamente a JaeHyun de un modo instintivo y sintió cómo él se aproximaba más para protegerla.
—Están aquí porque esta noche atacaron a Shim YooA en el cementerio —dijo Lucas.
Él, Ten y Mark estaban de pie detrás de tía Sunmi y Damwon, con aspecto cansado; aliviados con la aparición de Taeyong, pero también con cara extraña.
—La encontramos hace unas dos o tres horas y te hemos estado buscando desde entonces.
—¿Atacada? —dijo Taeyong, atónita— ¿Atacada por quién?
—Nadie lo sabe —respondió Mark.
—Bueno, de todos modos, puede que no sea nada de lo que preocuparse —indicó Damwon consolador— El doctor dijo que se ha llevado un buen susto, y que había estado bebiendo. Todo ello podría haber sido fruto de su imaginación.
—Esos arañazos no eran imaginarios —dijo Lucas, cortés pero obstinado.
—¿Qué arañazos? ¿De qué estáis hablando? —inquirió Taeyong, paseando la mirada de un rostro a otro.
—Yo te lo contaré —dijo Mark, y le explicó, sucintamente, cómo ella y los demás habían encontrado a YooA— No hacía más que decir que no sabía dónde estabas, que estaba sola con Suho cuando sucedió. Y cuando la trajimos de vuelta aquí, el doctor dijo que no encontraba nada concluyente. No estaba realmente herida, excepto por los arañazos, y podría haberlos hecho un gato.
—¿No había otras marcas en ella? —preguntó JaeHyun en tono seco.
Era la primera vez que había hablado desde que entrara en la casa, y Taeyong le miró, sorprendida por el tono de su voz.
—No —dijo Mark— Desde luego, un gato no le arrancó las ropas..., pero Suho podría haberlo hecho. Ah, y tenía la lengua mordida.
—¿Qué? —exclamó Taeyong.
—Un mordisco terrible, quiero decir. Debe de haber sangrado una barbaridad, y le duele cuando habla.
Junto a Taeyong, JaeHyun se había quedado muy quieto.
—¿Dio alguna explicación sobre lo sucedido?
—Estaba histérica —indicó Lucas— Realmente histérica; lo que decía no tenía ningún sentido. No hacía más que farfullar algo sobre ojos y neblina oscura y no ser capaz de huir..., motivo por el cual el doctor piensa que quizá fue una especie de alucinación. Pero, por lo que se ha podido averiguar hasta el momento, los hechos son que ella y Kim Suho estaban en la iglesia en ruinas que hay junto al cementerio, que era alrededor de medianoche, y que alguien entró allí y la atacó.
—No atacó a Suho —añadió Ten— lo que al menos muestra que tenía algo de buen gusto. La policía lo encontró inconsciente en el suelo de la iglesia, y no recuerda nada en absoluto.
Pero Taeyong apenas escuchó las últimas palabras. Algo terrible le pasaba a JaeHyun. No podía decir cómo lo sabía, pero lo sabía. El muchacho se había quedado rígido mientras Lucas terminaba de hablar, y en aquellos instantes, aunque no se había movido, ella sentía como si los separara una distancia enorme, como si ella y él estuvieran en lados opuestos de un témpano de hielo agrietado que se resquebrajaba.
El muchacho dijo, con aquella voz terriblemente controlada que ella había escuchado ya antes en su habitación:
—¿En la iglesia, Lucas?
—Sí, en la iglesia en ruinas —respondió él.
—¿Y estás seguro de que dijo que era medianoche?
—No podía afirmarlo, pero debió de ser aproximadamente por entonces. La encontramos no mucho después. ¿Por qué?
JaeHyun no dijo nada, y Taeyong sintió cómo el abismo entre ellos se ensanchaba.
—JaeHyun —susurró, y luego, en voz alta, dijo con desesperación—: JaeHyun, ¿qué sucede?
El sacudió negativamente la cabeza. «No me dejes fuera», pensó ella, pero él ni siquiera la miró.
—¿Vivirá? —preguntó él súbitamente.
—El doctor dijo que no tenía nada grave —respondió Lucas— Nadie ha sugerido siquiera que pudiera morir.
El gesto de asentimiento de JaeHyun fue brusco; luego se volvió hacia Taeyong.
—Tengo que irme —dijo— Ahora estás a salvo. Ella le cogió la mano cuando él se daba la vuelta.
—Claro que lo estoy —dijo— Gracias a ti.
—Sí —respondió él.
Pero no hubo reacción en sus ojos, que estaban entornados, sin brillo.
—Llámame mañana.
Le oprimió la mano, intentando transmitir lo que sentía bajo el escrutinio de todos aquellos ojos vigilantes. Deseó que la comprendiera.
Él bajó la mirada a las manos de ambos sin mostrar la menor expresión, luego, lentamente, volvió a subirla hacia ella. Y entonces, por fin, le devolvió la presión de sus dedos.
—Sí, Taeyong —musitó mientras sus ojos se aferraban a los de ella. Al minuto siguiente ya se había ido.
Taeyong aspiró profundamente y se volvió otra vez hacia la atestada habitación. Tía Sunmi seguía revoloteando a su alrededor, con la mirada fija en lo que podía verse del vestido desgarrado de su sobrina por debajo de la capa.
—Taeyong —dijo— ¿qué sucedió?
Y sus ojos se dirigieron a la puerta por la que acababa de desaparecer JaeHyun.
Una especie de risa histérica ascendió vertiginosamente por la garganta de la joven, y ésta la contuvo.
—JaeHyun no lo hizo —dijo— Él me salvó—Sintió que su rostro se endurecía y miró al agente de policía situado detrás de tía Sunmi— Fue Taeil. Moon Taeil...
Capítulo 9
Él no era la reencarnación de Sunhee.
Mientras conducía de regreso a la casa de huéspedes bajo la débil quietud lavanda que precede al amanecer, JaeHyun pensaba en eso.
Se lo había dicho, y era cierto, pero sólo en esos momentos empezaba a darse cuenta de cuánto tiempo le había costado llegar a esa conclusión. Había sido consciente de cada aliento y movimiento de Taeyong durante semanas y había catalogado cada diferencia.
El cabello era un tono o dos más claro que el de Sunhee, y sus pestañas y cejas eran más oscuras. Las de Sunhee habían sido casi plateadas. Y era un buen palmo más alto que Sunhee. También se movía con mayor libertad; los chicos de esta época se sentían más cómodos con sus cuerpos.
Incluso sus ojos, aquellos ojos que lo habían dejado paralizado debido al sobresalto experimentado al verlos aquel primer día, no eran realmente iguales. Los ojos de Sunhee, por lo general, habían estado muy abiertos, con un asombro infantil, o, por lo contrario, bajados hacia el suelo, como era lo correcto para un jovencito de finales del siglo XV. Sin embargo, los ojos de Taeyong te devolvían la mirada directamente, te contemplaban con fijeza y sin pestañear. Y en ocasiones se entrecerraban decididos o en desafío, como nunca lo habían hecho los de Sunhee.
En gracia, belleza y auténtica fascinación eran parecidos. Pero si Sunhee había sido un gatito blanco, Taeyong era un tigre de las nieves.
Mientras pasaba con el coche junto a las siluetas de arces, JaeHyun reculó ante el recuerdo que le asaltó inopinadamente. No pensaría en aquello, no se permitiría... pero las imágenes se desenrollaban ya ante él. Era como si el diario se hubiera abierto y no pudiera hacer otra cosa que contemplar impotente la página mientras la historia se representaba en su mente.
Blanco, Sunhee había llevado un traje blanco aquel día. Un traje nuevo de seda veneciana con mangas acuchilladas para mostrar la bella camisa de hilo que llevaba debajo. Lucía un collar de oro y perlas alrededor del cuello y pendientes que eran perlas diminutas en forma de lágrimas.
Se había mostrado encantado con el vestuario nuevo que su padre había encargado especialmente para él.
Había dado vueltas frente a JaeHyun, alzando el dobladillo que le llegaba hasta los tobillos con una mano menuda para mostrar las calcetas de brocado amarillo que llevaba debajo.
—Lo ves, incluso lleva bordadas mis iniciales. Papá lo mandó hacer. Mein lieber Papa...
Su voz se apagó y dejó de dar vueltas, posando lentamente una mano en el costado.
—Pero ¿qué sucede JaeHyun? No sonríes.
Él no podía ni intentarlo. Verlo a él allí, blanco y dorado como una visión etérea, le dolía. Si lo perdía, no sabía cómo podría vivir.
Sus dedos se cerraron convulsivamente alrededor del frío metal cincelado.
—Sunhee, ¿cómo puedo sonreír, cómo puedo ser feliz cuando...?
—¿Cuándo?
—Cuando veo cómo miras a Johnny.
Ya está, lo había dicho. Prosiguió lleno de dolor:
—Antes de que él viniera a casa, tú y yo estábamos juntos cada día. Mi padre y el tuyo estaban satisfechos, y hablaban de planes de matrimonio. Pero ahora los días se acortan, el verano casi ha finalizado... y pasas casi tanto tiempo con Johnny como conmigo. La única razón por la que mi padre le permite permanecer aquí es porque tú lo pediste. Pero ¿por qué lo pediste, Sunhee? Pensaba que yo te importaba.
Los ojos azules del muchacho estaban consternados.
—Claro que me importas, JaeHyun. ¡Sabes que es así!
—Entonces, ¿por qué interceder por Johnny ante mi padre? De no ser por ti, habría arrojado a Johnny a la calle...
—Y yo estoy seguro de que eso te habría complacido, hermanito.
La voz de la puerta era suave y arrogante, pero cuando JaeHyun se volvió vio que los ojos de Johnny llameaban.
—Ah, no, eso no es cierto —dijo Sunhee— JaeHyun jamás desearía verte lastimado.
Los labios de Johnny se curvaron, y lanzó a su hermano una mirada irónica mientras se colocaba junto a Sunhee.
—Tal vez no —le dijo al joven, la voz suavizándose un poco— Pero mi hermano tiene razón respecto a una cosa, al menos. Los días se acortan, y pronto tu padre abandonará Florencia. Y te llevará con él... a menos que tengas una razón para quedarte.
A menos que tengas un esposo con el que quedarte. Las palabras no se pronunciaron, pero los tres las oyeron. El barón le tenía demasiado cariño a su hijo para obligarlo a casarse contra su voluntad. Al final tendría que ser la decisión de Sunhee, la elección de Sunhee.
Puesto que el tema había salido a colación, JaeHyun no podía permanecer en silencio.
—Sunhee sabe que tendrá que dejar a su padre dentro de poco...—empezó, haciendo alarde de su información confidencial, pero su hermano le interrumpió.
—Ah, sí, antes de que el viejo empiece a sospechar —dijo Johnny con indiferencia— Incluso el más amante de los padres debe empezar a hacerse preguntas al ver que su hijo sólo aparece por la noche.
Enojo y pena embargaron a JaeHyun. Era cierto, pues: Johnny lo sabía. Sunhee había compartido su secreto con su hermano.
—¿Por qué se lo contaste, Sunhee? ¿Por qué? ¿Qué ves en él, un hombre al que no le importa nada que no sea su propio placer? ¿Cómo puede hacerte feliz si piensa sólo en él?
—¿Y cómo puede hacerte feliz ese muchacho si no conoce nada del mundo? — interpuso Johnny, la voz llena de un desdén cortante como una cuchilla— ¿Cómo te protegerá si jamás se ha enfrentado a la realidad? Se ha pasado la vida entre libros y pinturas; deja que permanezca ahí.
Sunhee sacudía la cabeza afligido, con los preciosos ojos azules empañados por las lágrimas.
—Ninguno de vosotros comprende —dijo— Pensáis que me puedo casar e instalarme aquí como cualquier dama florentina. Pero no puedo ser como las demás damas. Soy un caballero. ¿Cómo podría tener una casa llena de sirvientes que vigilaran todos mis movimientos? ¿Cómo podría vivir en un lugar donde la gente viera que los años no pasaban por mí? Jamás existirá una vida normal para mí.
Aspiró profundamente y miró a cada uno por turnos.
—Quien elija ser mi esposo debe renunciar a la vida a la luz del sol —susurró—
Debe elegir vivir bajo la luna y en las horas de la oscuridad.
—Entonces tú debes elegir a alguien que no tema a las sombras —dijo Johnny, y a JaeHyun le sorprendió la intensidad de su voz.
El muchacho jamás había oído a Johnny hablar con tanta seriedad y con tan poca afectación.
—Sunhee, mira a mi hermano: ¿será capaz de renunciar a la luz del sol? Está demasiado unido a las cosas corrientes: sus amigos, su familia, su deber para con Florencia. La oscuridad lo destruiría.
—¡Mentiroso! —chilló JaeHyun, que estaba furioso en aquellos momentos— Soy tan fuerte como tú, hermano, y no temo a nada en las sombras, ni tampoco a la luz del día. Y amo a Sunhee más que a los amigos o a la familia...
—... ¿o a tu deber? ¿Lo amas lo suficiente para renunciar también a eso?
—Sí —respondió JaeHyun, desafiante— Lo suficiente como para renunciar a todo. Johnny mostró una de sus repentinas sonrisas inquietantes y luego se volvió hacia
Sunhee.
—Al parecer —dijo— la elección es tuya. Tienes dos pretendientes a tu mano;
¿aceptarás a uno de nosotros o a ninguno?
Sunhee inclinó lentamente la dorada cabeza. Luego alzó unos húmedos ojos azules para mirarlos a ambos.
—Dadme hasta el domingo para pensar. Y entretanto, no me presionéis con preguntas.
JaeHyun asintió de mala gana.
—¿Y el domingo? —preguntó Johnny.
—Ese día por la noche a la hora del crepúsculo os comunicaré mi elección.
🦇
El crepúsculo... la profunda oscuridad violeta del crepúsculo...
Las tonalidades aterciopeladas se desvanecieron alrededor de JaeHyun y éste volvió en sí. No era el anochecer, sino el amanecer, lo que teñía el cielo a su alrededor. Absorto en sus pensamientos, había conducido hasta el linde del bosque.
Al noroeste pudo ver el puente Wickery y el cementerio. Un nuevo recuerdo aceleró su pulso.
Había dicho a Johnny que estaba dispuesto a renunciar a todo por Sunhee. Y eso era justamente lo que había hecho. Había renunciado a todo derecho a la luz del sol y se había convertido en una criatura de la oscuridad por él. Un cazador condenado a ser cazado eternamente, un ladrón que debía robar vida para llenar sus propias venas.
Y tal vez un asesino.
No, habían dicho que aquella chica llamada YooA no moriría. Pero su siguiente víctima sí podría hacerlo. Lo peor respecto a aquel último ataque era que no recordaba nada sobre él. Recordaba la debilidad, la abrumadora necesidad, y recordaba haber cruzado tambaleante la entrada de la iglesia, pero nada después de eso. Había vuelto en sí en el exterior con el grito de Taeyong resonando en los oídos... y había corrido veloz hacia él sin detenerse a pensar en lo que podría haber sucedido.
Taeyong... Por un momento sintió una oleada de pura alegría y temor reverencial, olvidando todo lo demás. Taeyong, cálido como la luz del sol, suave como la mañana, pero con un corazón de acero que no se podía romper. Era como fuego ardiendo en hielo, como el afilado filo de una daga de plata.
Pero ¿tenía derecho a amarlo? Sus mismos sentimientos por él lo ponían en peligro. ¿Y si la próxima vez que la necesidad se apoderara de él Taeyong era el ser humano vivo más próximo, el recipiente más cercano repleto de sangre caliente y renovadora?
«Moriré antes que tocarlo —pensó, haciendo una promesa— Antes que abrir sus venas, moriré de sed. Y juro que jamás sabrá mi secreto. Jamás tendrá que renunciar a la luz del sol por mí.»
Detrás de él, el cielo se iluminaba. Pero antes de marchar, envió un pensamiento sonda, con toda la fuerza de su dolor tras él, buscando algún otro Poder que pudiera estar cerca. Buscando alguna otra solución a lo que había sucedido en la iglesia.
Pero no había nada, ningún indicio de una respuesta. El cementerio se burlaba de él con su silencio.
🦇
Taeyong despertó con el sol brillando en su ventana. De inmediato se sintió como si acabara de recuperarse de una larga gripe y como si fuera la mañana del día de Navidad. Sus pensamientos se mezclaron entre sí mientras se sentaba en la cama.
Ah. Le dolía todo el cuerpo. Pero él y JaeHyun... eso lo arreglaba todo. Aquel borracho palurdo de Taeil... Pero Taeil ya no importaba. Nada importaba, excepto que JaeHyun lo amaba.
Bajó en camisón, advirtiendo por la luz que entraba oblicuamente por las ventanas que debía de haber dormido hasta muy tarde. Tía Sunmi y Shotaro estaban en la sala.
—Buenos días, tía Sunmi—Dio a su sorprendida tía un largo y fuerte abrazo— Y buenos días, preciosidad—Alzó a Shotaro en volandas y bailó un vals con él por la habitación— Y... ¡ah! Buenos días, Damwon.
Un tanto avergonzado por su euforia y por su estado de desnudez, dejó a Shotaro en el suelo y corrió a la cocina.
Tía Sunmi entró tras él y, aunque había oscuras ojeras bajo sus ojos, sonreía.
—Pareces de buen humor esta mañana.
—Lo estoy—Taeyong le dio otro abrazo para pedir perdón por las oscuras ojeras.
—Ya sabes que hemos de ir al despacho del sheriff para hablarles sobre Taeil.
—Sí—Taeyong sacó zumo de la nevera y se sirvió un vaso— Pero ¿puedo acercarme a casa de Shim YooA primero? Sé que debe de estar alterada, en especial porque parece que no todo el mundo le cree.
—¿Tú le crees, Taeyong?
—Sí —respondió él lentamente— Le creo. Y, tía Sunmi —añadió, tomando una decisión— a mí también me sucedió algo en la iglesia. Me pareció...
—¡Taeyong! Ten y Mark han venido a verte—La voz de Damwon sonó procedente del vestíbulo.
La atmósfera confidencial se rompió.
—Ah... hazlas entrar —contestó Taeyong, y tomó un sorbo de zumo de naranja— Te lo contaré luego —le prometió a tía Sunmi, mientras unas pisadas se aproximaban a la cocina.
Ten y Mark se detuvieron en la entrada, permaneciendo de pie con una formalidad poco habitual. El mismo Taeyong se sintió violento y aguardó hasta que su tía volvió a abandonar la habitación para hablar.
Entonces carraspeó, con los ojos fijos en una baldosa desgastada del linóleo. Les dirigió una rápida mirada a hurtadillas y vio que tanto Ten como Mark tenían la vista puesta en aquella misma baldosa.
Prorrumpió en carcajadas, y ante su sonido los otros dos alzaron los ojos.
—Me siento demasiado feliz para colocarme siquiera a la defensiva —dijo Taeyong, tendiéndoles los brazos— Y sé que debería lamentar lo que dije, y realmente lo lamento, pero sencillamente no puedo mostrarme patético al respecto. Me porté pésimamente y merezco que me ejecuten. Ahora, ¿no podríamos simplemente fingir que nunca sucedió?
—Realmente deberías sentirlo, mira que dejarnos allí plantados de ese modo —lo reprendió Ten mientras los tres se fundían en un abrazo.
—Y con Moon Taeil, nada menos —apostilló Mark.
—Bueno, he aprendido la lección en ese sentido —dijo Taeyong, y por un instante su ánimo se ensombreció.
En ese momento Ten gorjeó una risita.
—Y te llevaste el gran premio... ¡a Jung Yoon Oh! Y hablando de entradas teatrales, cuando entraste por la puerta con él pensé que alucinaba. ¿Cómo lo hiciste?
—No hice nada. Simplemente apareció, igual que la caballería en una de esas películas de indios.
—Defendiendo tu honor —dijo Ten— ¿Qué podría ser más emocionante?
—Se me ocurren una o dos cosas —indicó Mark— Pero, claro, es posible que Taeyong también las tenga incluidas.
—Se los contaré todo —dijo Taeyong, soltándolos y retrocediendo— Pero primero,
¿irán a casa de YooA conmigo? Quiero hablar con ella.
—Puedes hablar con nosotros mientras te vistes y mientras andamos y mientras te cepillas los dientes, de hecho —dijo Ten con firmeza— Y si te dejas aunque sea un mínimo detalle, te vas a enfrentar con el tribunal de la Inquisición.
—Como verás —indicó Mark maliciosamente— todo el trabajo del señor Donghae ha tenido su compensación. Ten sabe ahora que la Inquisición no es un grupo de rock.
Taeyong reía con auténtico entusiasmo mientras subían por la escalera.
🦇
La señora Shim estaba pálida y cansada, pero los invitó a entrar.
—YooA ha estado descansando, el doctor dijo que la mantuviera en cama — explicó con una sonrisa que temblaba ligeramente.
Taeyong, Ten y Mark se agolparon en el angosto vestíbulo.
La señora Shim dio unos suaves golpecitos en la puerta de YooA.
—Cariño, unos chicos del instituto han venido a verte. No estén demasiado rato — le dijo a Taeyong mientras abría la puerta.
—No lo haremos —prometió Taeyong.
Penetró en un bonito dormitorio azul y blanco, con los demás justo detrás de él. YooA yacía en la cama recostada en almohadas, con un edredón azul pastel subido hasta la barbilla, que contrastaba con su rostro blanco como el papel. Los ojos entrecerrados de la muchacha miraban directamente al frente.
—Ése es el aspecto que tenía anoche —susurró Ten. Taeyong fue a colocarse junto a la cama.
—YooA —dijo en voz baja.
Ésta siguió mirando fijo al frente, pero a Taeyong le pareció que su respiración cambiaba ligeramente.
—YooA, ¿puedes oírme? Soy Lee Taeyong—Dirigió una mirada vacilante a Ten y a Mark.
—Parece como si le hubiesen dado tranquilizantes —comentó Mark.
Pero la señora Shim no había dicho que le hubieran dado ningún medicamento.
Frunciendo el entrecejo, Taeyong volvió a mirar a la pasiva muchacha.
—YooA, soy yo, Taeyong. Sólo quería hablar contigo sobre anoche. Quiero que sepas que creo lo que dijiste sobre lo sucedido —hizo caso omiso de la aguda mirada que le lanzó Mark y prosiguió— y quería preguntarte...
—¡No!
Fue un alarido, vivo y desgarrador, arrancado de la garganta de YooA. El cuerpo que había estado tan inmóvil como una figura de cera estalló en violenta acción. Los cabellos castaño claro de la muchacha le azotaron las mejillas cuando empezó a agitar la cabeza de un lado para otro y sus manos se debatieron en el aire.
—¡No! ¡No! —chilló.
—¡Hagan algo! —exclamó Ten con voz ahogada— ¡Señora Shim! ¡Señora Shim!
Taeyong y Mark intentaban mantener a YooA en la cama, y ella se resistía. Los alaridos siguieron y siguieron. Entonces, de improviso, la madre de YooA apareció junto a ellos, ayudando a sujetarla a la vez que apartaba a los muchachos.
—¿Qué le han hecho? —gritó.
YooA se aferró a su madre, tranquilizándose, pero luego sus ojos entrecerrados vislumbraron a Taeyong por encima del hombro de la señora Shim.
—¡Tú eres parte de ello! ¡Eres malvado! —le gritó histéricamente a Taeyong—
¡Mantente lejos de mí!
Este se quedó anonadado.
—¡YooA! Sólo he venido a preguntar...
—Creo que será mejor que se marchen ahora. Déjenos solas —dijo la señora Shim mientras estrechaba a su hija en actitud protectora— ¿No se dan cuenta de lo que le hacen?
En atónito silencio, Taeyong abandonó la habitación. Ten y Mark lo siguieron.
—Debe de ser algún fármaco —dijo Ten una vez estuvieron fuera de la casa—
Simplemente se ha vuelto totalmente tarumba.
—¿Has reparado en sus manos? —le preguntó Mark a Taeyong— Cuando intentábamos contenerla, le sujeté una de las manos y estaba fría como el hielo.
Taeyong sacudió la cabeza con perplejidad. Nada de ello tenía sentido, pero no estaba dispuesto a permitir que le estropeara el día. No lo permitiría. Desesperadamente, rebuscó en su mente algo que pudiera contrarrestar la experiencia, que le permitiera aferrarse a su felicidad.
—Ya lo sé —dijo— La casa de huéspedes.
—¿Qué?
—Dije a JaeHyun que me llamara hoy, pero ¿por qué no nos acercamos a la casa de huéspedes en vez de eso? No está lejos de aquí.
—Sólo a veinte minutos a pie —comentó Ten, y se animó— Al menos podremos ver por fin su habitación.
—En realidad —indicó Taeyong— mi idea era que ustedes dos esperaran abajo. Bueno, sólo le veré unos minutos —añadió poniéndose a la defensiva cuando ellos lo miraron.
Era curioso quizá, pero todavía no quería compartir a JaeHyun con sus amigos.
Llevaba tan poco tiempo con él que le resultaba casi como un secreto.
🦇
Su llamada a la reluciente puerta de nogal la contestó la señora Daehee, que era una mujer muy menuda y arrugada con unos ojos negros sorprendentemente brillantes.
—Tú debes de ser Taeyong —dijo— te vi salir a ti y a JaeHyun anoche, y él me dijo tu nombre cuando regresó.
—¿Nos vio? —inquirió él, sobresaltado— No la vi.
—No, no lo hiciste —repuso la señora Daehee, y rió entre dientes— Qué chico más bonito eres, querido —añadió— Un chico muy bonito —y palmeó la mejilla de Taeyong.
—Ah, gracias —respondió él, nervioso, pues no le gustaba el modo en que aquellos ojos de pajarito permanecían fijos en él; miró más allá de la mujer en dirección a la escalera— ¿Está JaeHyun?
—¡Debe de estar, a menos que haya salido volando por el tejado! —dijo la señora Daehee, y volvió a lanzar su risita.
Taeyong rió educadamente.
—Nosotros nos quedaremos aquí con la señora Daehee —dijo Mark a Taeyong, mientras Ten alzaba los ojos al techo con expresión mártir.
Ocultando una sonrisa burlona, Taeyong asintió con la cabeza y subió la escalera.
Era una casa vieja muy extraña, volvió a pensar mientras localizaba la segunda escalera en el dormitorio. Las voces de abajo sonaban muy apagadas desde allí, y mientras ascendía los peldaños se desvanecieron por completo. Estaba envuelto en silencio, y al llegar a la puerta pobremente iluminada del último piso tuvo la sensación de haber penetrado en otro mundo.
Su llamada a la puerta sonó muy tímida.
—¿JaeHyun?
No oyó nada en el interior, pero de improviso la puerta se abrió. «Todo el mundo debe de tener un aspecto pálido y cansado hoy», pensó Taeyong al ver al chico, y a continuación se encontró en sus brazos.
Brazos que lo apretaron convulsivamente.
—Taeyong. ¡Taeyong...!
Luego retrocedió. Ocurrió lo mismo que la noche anterior; Taeyong percibió que el abismo se abría entre ellos. Vio cómo la mirada fría y correcta acudía a sus ojos.
—No —dijo, apenas consciente de haber hablado en voz alta— No te lo permitiré. Y atrajo la boca de él hacia la suya.
Por un momento no recibió respuesta, y luego él se estremeció y el beso se volvió abrasador. Los dedos del muchacho se enredaron en sus cabellos, y el universo se encogió alrededor de Taeyong. No existía nada más aparte de JaeHyun, y el contacto de sus brazos a su alrededor, y el fuego de sus labios sobre los suyos.
Al cabo de unos pocos minutos o unos pocos siglos se separaron, ambos temblando. Pero sus miradas siguieron conectadas, y Taeyong vio que los ojos de JaeHyun estaban demasiado dilatados incluso para aquella luz tenue: sólo había una fina franja verde alrededor de las oscuras pupilas. El muchacho parecía aturdido y su boca, ¡aquella boca!, estaba hinchada.
—Creo —dijo, y volvió a notar el control en su voz— que será mejor que tengamos cuidado cuando hagamos eso.
Taeyong asintió, aturdido también él. No en público, se decía. Y no cuando Ten y Mark aguardaban abajo. Y no cuando estuvieran totalmente a solas, a menos...
—Pero puedes abrazarme —dijo.
Qué curioso, que tras aquella pasión se pudiera sentir tan seguro, tan tranquilo en sus brazos.
—Te quiero —susurró a la áspera lana de su suéter.
Sintió cómo un estremecimiento recorría el cuerpo de JaeHyun.
—Taeyong —repitió él, y sonó casi desesperado.
—¿Qué hay de malo en eso? —preguntó él, alzando la cabeza— ¿Qué podría haber de malo en eso, JaeHyun? ¿No me quieres?
—Yo...
Lo miró, con impotencia... y oyeron la voz de la señora Daehee llamando débilmente desde el pie de la escalera.
—¡Chico! ¡Chico! ¡JaeHyun!
Sonó como si estuviera golpeando el pasamanos con el zapato. JaeHyun suspiró.
—Será mejor que vaya a ver qué quiere.
Se escabulló de sus brazos con expresión inescrutable.
Al encontrarse a solas, Taeyong cruzó los brazos sobre el pecho y tiritó. Hacía tanto frío allí... Debería tener un fuego encendido, se dijo, a la vez que sus ojos se movían distraídamente por la habitación para ir a posarse por fin en el tocador de caoba que había examinado la noche anterior.
El cofre.
Echó una veloz mirada a la puerta cerrada. Si él regresaba y lo pescaba... En realidad no debía... pero avanzaba ya hacia el tocador.
«Piensa en la esposa de Barba Azul —se dijo— La curiosidad la mató.» Pero los dedos estaban ya sobre la tapa de hierro y, con el corazón latiendo veloz, la abrió con cuidado.
Bajo la débil luz, el cofre pareció al principio vacío, y Taeyong soltó una risa nerviosa.
¿Qué había esperado? ¿Cartas de amor de Doyoung? ¿Una daga ensangrentada?
Entonces vio la pequeña pulsera de seda, doblada pulcramente una y otra vez sobre sí misma en una esquina. La sacó y la pasó entre sus dedos. Era la pulsera color crema que había perdido el segundo día de instituto.
«Ah, JaeHyun.» Las lágrimas acudieron a sus ojos, y en su pecho se desbordó el amor sin que pudiera evitarlo. «¿Hace tanto tiempo? ¿Te importaba ya desde hace tanto tiempo? Ah, JaeHyun, te amo...»
«Y no importa si no eres capaz de decírmelo», pensó. Se escuchó un ruido al otro lado de la puerta, y él dobló la cinta rápidamente y volvió a colocarla en el cofre. Luego giró en dirección a la puerta, parpadeando para intentar contener las lágrimas.
«No importa si no eres capaz de decirlo justo ahora. Yo lo diré por los dos. Y algún día aprenderás a decirlo.»
Capítulo 10
7 de octubre, alrededor de las 8.00 de la mañana
Querido diario:
Escribo esto durante la clase de matemáticas, y sencillamente espero que la señorita Halpern no me vea.
No tuve tiempo de escribir anoche, a pesar de que deseaba hacerlo. Ayer fue un día de locos, igual que la noche del baile de inicio de curso. Sentado aquí en la escuela esta mañana casi me parece como si todo lo sucedido este fin de semana fuera un sueño. Las cosas malas fueron muy malas, pero las buenas fueron sumamente buenas.
No voy a presentar cargos contra Taeil. Aunque lo han expulsado temporalmente de la escuela y lo han echado del equipo de rugby. Lo mismo le ha sucedido a Suho, por haber bebido durante el baile. Nadie lo dice, pero creo que mucha gente cree que es responsable de lo que le sucedió a YooA. La hermana de Ten vio a Taeil en el dispensario ayer y dijo que tenía los ojos hinchados y todo el rostro amoratado. No puedo evitar preocuparme por lo que pueda suceder cuando él y Suho regresen al instituto. Ahora tienen más motivos que nunca para odiar a JaeHyun.
Lo que me lleva a él. Cuando desperté esta mañana, me entró el pánico al pensar: «¿Y si nada es real? ¿Y si nunca sucedió? ¿Y si él ha cambiado de idea?». Y tía Sunmi estaba preocupada a la hora del desayuno porque yo era incapaz de comer otra vez. Pero luego cuando llegué aquí le vi en el pasillo junto a la secretaría, y simplemente nos miramos. Y lo supe. Justo antes de darme la espalda, sonrió, con cierta ironía. Y comprendí también eso, y tenía razón: era mejor no acercarnos el uno al otro en un pasillo público, no a menos que queramos excitar a las secretarias.
Decididamente, estamos juntos. Ahora simplemente debo encontrar un modo de explicarle todo esto a Jean-Claude. Ja, ja.
Lo que no comprendo es por qué JaeHyun no se siente tan feliz como yo. Cuando estamos juntos percibo lo que siente, y sé lo mucho que me desea, cómo le importo. Hay casi un ansia desesperada en su interior cuando me besa, como si quisiera arrancarme el alma del cuerpo. Como un agujero negro que...
7 de octubre todavía, ahora son aproximadamente las 2.00 de la tarde.
Bueno, ha habido una pequeña pausa porque la señorita Halpern me pescó. Incluso empezó a leer lo que había escrito en voz alta, pero luego creo que el tema empañó los cristales de sus gafas y se detuvo. No lo encontró gracioso, pero yo me siento demasiado feliz para que me importen nimiedades como catear matemáticas.
JaeHyun y yo almorzamos juntos, o al menos fuimos a un rincón del campo de juego y nos sentamos con mi almuerzo. Él ni siquiera se molestó en traer nada y, por supuesto, al final resultó que yo tampoco podía comer... No nos tocamos demasiado (no lo hicimos) pero charlamos y nos miramos una barbaridad. Quiero tocarle. Más que a cualquier chico que haya conocido nunca. Y sé que él también lo quiere, pero se contiene.
Eso es lo que no consigo comprender, por qué lucha contra ello, por qué se contiene. Ayer en su habitación encontré una prueba concluyente de que me ha estado vigilando desde el principio. ¿Recordarás que te conté que el segundo día de clase Ten, Mark y yo estuvimos en el cementerio? Bien, pues ayer en la habitación de JaeHyun encontré la pulsera color crema que yo llevaba ese día. Recuerdo que cayó de mi mano mientras corría, y él debió de recogerla y guardarla. No le he dicho que lo sé, porque es evidente que desea mantenerlo en secreto, pero eso demuestra que le importo, ¿no es cierto?
Te diré alguien que no lo encuentra gracioso: Doyoung. Al parecer lo ha estado arrastrando al interior del aula de fotografía cada día a la hora del almuerzo, y cuando hoy no apareció fue en su busca hasta que nos encontró. Pobre JaeHyun, se había olvidado por completo de él, y se sintió conmocionado por ello. Cuando él se marchó (luciendo un enfermizo color verde, podría añadir yo) él me contó cómo se le había pegado la primera semana del curso. Le dijo que había advertido que él no comía a la hora del almuerzo y que Doyoung tampoco lo hacía, ya que estaba a régimen. Así que ¿por qué no iban a algún lugar tranquilo y se relajaban? Lo cierto es que no quiso hablar mal de él (creo que esto responde también a su idea de lo que son buenos modales: un caballero no hace eso), pero sí dijo que no había nada en absoluto entre ellos. Y para Doyoung creo que verse olvidado fue peor que si él le hubiese arrojado piedras.
No obstante, me pregunto por qué JaeHyun no almuerza. Es raro en un jugador de rugby.
Vaya. El señor Donghae acaba de pasar por mi lado y he dejado caer mi cuaderno encima de este diario justo a tiempo. Ten se ríe desde detrás de su libro de historia, veo cómo se agitan sus hombros. Y JaeHyun, que está delante de mí, parece a punto de saltar de su silla de tan tenso como se le ve. Lucas me mira con esa expresión suya de «estás chiflado», y Doyoung parece iracundo. Yo me muestro de lo más inocente, escribiendo con los ojos puestos en Donghae parado frente a la clase. Así que si esto resulta un poco irregular y descuidado, ya comprenderás el motivo.
Durante el último mes no he sido realmente yo mismo. No he podido pensar con claridad ni concentrarme en nada, aparte de JaeHyun. Hay tanto que he dejado sin hacer que casi me asusta. Se supone que debo encargarme de los adornos para la Casa Encantada y aún no he hecho absolutamente nada. En estos momentos me quedan exactamente tres semanas y media para organizarlo... y yo sólo quiero estar con JaeHyun.
Podría abandonar el comité. Pero eso sería cargarle el muerto a Ten y a Mark, y no dejo de recordar lo que Lucas dijo cuando le pedí que consiguiera que JaeHyun fuera al baile:
«Quieres que todo el mundo y todo gire en torno a Lee Taeyong».
Eso no es cierto. O, al menos, si lo ha sido en el pasado, no voy a permitir que siga siendo verdad. Quiero... bueno, esto va a parecer una solemne estupidez, pero quiero ser digno de JaeHyun. Sé que él no defraudaría a los chicos del equipo sólo por propia conveniencia. Quiero que esté orgulloso de mí.
Quiero que me ame tanto como yo le amo.
🦇
—¡Date prisa! —gritó Ten desde la puerta del gimnasio.
Junto a él aguardaba el conserje del instituto de secundaria, el señor Nam.
Taeyong lanzó una última ojeada a las lejanas figuras del campo de rugby y luego, de mala gana, cruzó la pista para reunirse con Ten.
—Sólo quería decirle a JaeHyun adonde iba —dijo.
Tras una semana de estar con él, todavía sentía un estremecimiento de emoción con sólo pronunciar su nombre. Cada noche de aquella semana él había ido a su casa, apareciendo en la puerta cuando empezaba a caer la noche, con las manos en los bolsillos y llevando la americana con el cuello levantado. Por lo general daban un paseo bajo el crepúsculo o se sentaban en el porche a conversar. Aunque no se mencionaba, Taeyong sabía que era el modo de JaeHyun de asegurarse de que no estaban solos en la intimidad. Desde la noche del baile, él se había asegurado de ello. Protegiendo su honor, pensaba Taeyong con ironía y con una punzada de dolor, pues sabía en su corazón que ése no era el único motivo.
—Puede vivir una tarde sin ti —dijo Ten, insensible— Si te pones a hablar con él jamás conseguirás marcharte, y a mí me gustaría llegar a casa a tiempo de poder cenar algo.
—Hola, señor Nam —saludó Taeyong al conserje, que seguía aguardando pacientemente.
Ante su sorpresa, éste cerró un ojo, dedicándole un solemne guiño.
—¿Dónde está Mark? —añadió Taeyong.
—Aquí —dijo una voz detrás de él, y Mark apareció con una caja de cartón llena de carpetas de anillas y cuadernos de notas en los brazos— He sacado el material de tu taquilla.
—¿Ya están todos? —preguntó el señor Nam— Bien, pues ahora, chicos, dejen la puerta cerrada con llave, ¿me oyeron? De ese modo nadie puede entrar.
Ten se detuvo en seco.
—¿Está seguro de que no hay nadie dentro ya? —inquirió con recelo. Taeyong le asestó un empujón entre lo omóplatos.
—Date prisa —la imitó en un tono nada amable— Quiero llegar a casa a tiempo para la cena.
—No hay nadie dentro —dijo el señor Nam, haciendo una mueca por debajo del bigote— Pero griten si quieren algo, chicos. Estaré por aquí.
La puerta se cerró detrás de ellos con un curioso sonido inapelable.
—A trabajar —dijo Mark con resignación, y depositó la caja en el suelo.
Taeyong asintió, mirando a un lado y a otro de la enorme habitación vacía. Cada año, el consejo de estudiantes organizaba una Casa Encantada para recaudar fondos. Taeyong había pertenecido al comité de decoración los últimos dos años junto con Ten y Mark, pero era distinto ser presidente. Tenía que tomar decisiones que afectarían a todo el mundo, y ni siquiera podía contar con lo que se había hecho en años anteriores.
Por lo general, la Casa Encantada se montaba en un almacén de maderas, pero con la creciente inquietud que reinaba en la ciudad se había decidido que el gimnasio de la escuela era más seguro. Para Taeyong significaba repensar todo el diseño interior, y ya faltaban menos de tres semanas para Halloween.
—Realmente, esto da bastante miedo —dijo Mark en voz baja.
Sí que provocaba cierta inquietud estar en la enorme sala cerrada, se dijo Taeyong, que se encontró bajando también él la voz.
—Vamos a medirlo primero —propuso.
Se movieron por la habitación, con sus pisadas resonando con un fuerte eco.
—De acuerdo —dijo Taeyong cuando terminaron— Pongámonos a trabajar.
Intentó sacudirse de encima la sensación de inquietud, diciéndose que era ridículo sentirse nervioso en el gimnasio del instituto, con Ten y Mark a su lado y todo un equipo de rugby entrenando a menos de doscientos metros.
Los tres se sentaron en las graderías con bolígrafos y cuadernos en la mano. Taeyong y Mark consultaron los esbozos de años anteriores mientras Ten mordía su bolígrafo y miraba en derredor pensativo.
—Bien, esto es el gimnasio —dijo Mark, haciendo un rápido bosquejo en su cuaderno— Y aquí es por donde la gente tendrá que entrar. Bueno, podríamos colocar el Cadáver Ensangrentado justo al final de todo... A propósito, ¿quién será el Cadáver Ensangrentado este año?
—El entrenador Lyman, creo. Hizo un buen trabajo el año pasado, y ayuda a mantener a los chicos del equipo a raya—Taeyong señaló el bosquejo que habían hecho— De acuerdo, dividiremos esto con un tabique para convertirlo en la Cámara de Tortura Medieval. Saldrán de ahí e irán directamente a la Habitación de los Muertos Vivientes...
—Creo que deberíamos tener druidas —dijo Ten bruscamente.
—¿Tener qué? —preguntó Taeyong, y entonces, cuando Ten empezó a chillar «druuidas», agitó una mano para calmarla— Muy bien, muy bien, lo recuerdo. Pero ¿por qué?
—Porque ellos fueron los que inventaron Halloween. De verdad. Empezó siendo uno de sus días sagrados, en el que encendían hogueras y sacaban nabos con caras talladas en ellos para mantener alejados a los malos espíritus. Creían que era el día en el que la frontera entre los vivos y los muertos era más fina. Y daban miedo, Taeyong. Realizaban sacrificios humanos. Podríamos sacrificar al entrenador Lyman.
—A decir verdad, ésa no es una mala idea —intervino Mark— El Cadáver Ensangrentado podría ser un sacrificio. Ya saben, en un altar de piedra, con un cuchillo y charcos de sangre por todas partes. Y entonces, cuando uno realmente está cerca, se incorpora de repente.
—Y te provoca un infarto —dijo Taeyong, pero tuvo que admitir que realmente era una buena idea, que definitivamente daba miedo.
Sentía ciertas náuseas sólo de pensar en ello. Toda esa sangre... aunque en realidad sólo era salsa de tomate.
Sus compañeros también se habían quedado callados. Del vestuario de los chicos, situado al lado, les llegaba el sonido de agua que corría y de taquillas cerrándose de un portazo, y por encima de todo ello voces confusas que gritaban.
—Terminó el entrenamiento —murmuró Ten— Debe de haber oscurecido fuera.
—Sí, y nuestro héroe se está dando un buen baño —dijo Mark, enarcando una ceja en dirección a Taeyong— ¿Quieres echar una miradita?
—Ojalá —respondió él, sólo medio en broma.
De algún modo, indefiniblemente, la atmósfera de la habitación se había ensombrecido. Justo en ese momento sí deseaba ver a JaeHyun y estar con él.
—¿Han sabido algo más de Shim YooA? —preguntó de repente.
—Bueno —respondió Ten tras un instante— oí que sus padres la iban a llevar a un psiquiatra.
—¿Un loquero? ¿Por qué?
—Bueno... imagino que piensan que esas cosas que contó eran alucinaciones de algún tipo. Y oí que sus pesadillas eran terribles.
—Ah —dijo Taeyong.
Los sonidos procedentes del vestuario masculino empezaban a apagarse, y oyeron cerrarse de golpe una puerta interior. «Alucinaciones —pensó— Alucinaciones y pesadillas.» Por algún motivo, recordó de improviso aquella noche en el cementerio, aquella noche en la que Ten los había hecho correr huyendo de algo que ninguno de ellos podía ver.
—Será mejor que volvamos a la tarea —dijo Mark.
Taeyong abandonó sus meditaciones con un estremecimiento y asintió.
—Po... podríamos tener un cementerio —sugirió Ten con cierta vacilación, como si hubiese estado leyendo los pensamientos de Taeyong— En la Casa Encantada, quiero decir.
—No —dijo Taeyong con severidad— No, nos ceñiremos a lo que tenemos —añadió en voz más calmada, y volvió a inclinarse sobre su cuaderno.
Una vez más sólo se escuchó el sonido del suave rascar de bolígrafos y el susurrar del papel.
—Bien —dijo Taeyong por fin— Ahora sólo tenemos que medir para las diferentes divisiones. Alguien tendrá que meterse detrás de las graderías... ¿Qué pasa ahora?
Las luces del gimnasio habían parpadeado y descendido a media potencia.
—Vaya, no —profirió Mark, exasperado.
Las luces volvieron a parpadear, se apagaron y volvieron a encenderse muy tenuemente.
—No puedo leer ni una palabra —dijo Taeyong, contemplando con fijeza lo que en aquel momento parecía un pedazo de papel blanco sin nada más.
Alzó los ojos hacia Ten y Mark y vio dos rostros blancos borrosos.
—Algo le debe de suceder al generador de emergencia —dijo Mark— Iré a buscar al señor Nam.
—¿No podemos acabar mañana? —inquirió Ten lastimeramente.
—Mañana es sábado —dijo Taeyong— Y se suponía que debíamos tener esto hecho la semana pasada.
—Iré en busca de Nam —volvió a decir Mark— Vamos, Ten, tú vienes conmigo.
—Podríamos ir todos..—empezó a decir Taeyong, pero Mark lo interrumpió.
—Si vamos todos y no le encontramos, entonces no podremos volver a entrar. Vamos, Ten, es sólo dentro del instituto.
—Pero está oscuro ahí.
—Está oscuro en todas partes, es de noche. Vamos ya, yendo dos no pasará nada.
—Arrastró a un reacio Ten hasta la puerta— Taeyong, no dejes entrar a nadie más.
—Como si tuvieras que decírmelo —respondió él, abriéndoles la puerta y luego contemplando cómo daban unos pocos pasos pasillo adelante.
En cuanto empezaron a fundirse con la penumbra, volvió a retroceder al interior y cerró la puerta.
Bueno, aquello era un bonito lío, como acostumbraba a decir su madre. Taeyong fue hacia la caja de cartón que Mark había traído y empezó a volver a apilar carpetas y cuadernos en su interior. Con aquella luz sólo los veía como formas vagas. No se oía ningún sonido, aparte de su propia respiración y el ruido que él hacía. Estaba solo en la enorme habitación oscura...
Alguien lo observaba.
No sabía cómo lo averiguó, pero estaba seguro. Alguien estaba detrás de él en el gimnasio a oscuras, vigilándolo. «Ojos en la oscuridad», había dicho el anciano. YooA también lo había dicho. Y en aquellos momentos había ojos puestos en él.
Giró rápidamente de cara a la sala, forzando sus propios ojos para penetrar las sombras, intentando no respirar siquiera. Le aterraba que si hacía ruido lo que había allí lo cogería. Pero no vio nada, no oyó nada.
Las graderías eran formas oscuras y amenazadoras que se extendían hasta perderse en la nada. Y en el extremo opuesto de la sala no había más que una neblina gris informe. Neblina oscura, se dijo, y sintió cada músculo terriblemente tenso mientras escuchaba con desesperación. Ah, cielos, ¿qué era aquel apagado sonido susurrante? Sin duda era su imaginación... Por favor, que fuera su imaginación.
De improviso, su mente se despejó. Tenía que salir de aquel lugar ya. Existía un peligro real allí, no era sólo una fantasía. Había algo allí fuera, algo malvado, algo que lo quería a él. Taeyong no estaba solo.
Algo se movió en las sombras.
El chillido se heló en su garganta. También tenía los músculos paralizados, inmovilizados por el terror... y por alguna fuerza innombrable. Impotente, observó en la oscuridad que la figura salía de las sombras e iba hacia él. Parecía casi como si la misma oscuridad acabara de cobrar vida y se aglutinara tomando forma... forma humana, la forma de un joven.
—Lo siento si te asusté.
La voz era agradable, con un leve acento que no consiguió identificar. No sonaba en absoluto como si lo sintiera.
El alivio fue tan repentino y total que resultó doloroso. Se dejó caer y oyó cómo su aliento salía en forma de suspiro.
No era más que un chico, algún antiguo alumno o un ayudante del señor Nam. Un chico corriente que sonreía levemente, como si le divirtiera verlo casi desmayarse.
Bueno... tal vez no tan corriente. Era extraordinariamente apuesto. El rostro aparecía pálido bajo el artificial crepúsculo, pero pudo ver que las facciones estaban nítidamente definidas y eran casi perfectas bajo una mata de cabello oscuro. Aquellos pómulos eran el sueño de un escultor. Y había resultado casi invisible porque iba vestido de negro: botas blandas negras, vaqueros negros, suéter negro y chaqueta de cuero.
Y seguía sonriendo levemente. El alivio de Taeyong se transformó en enojo.
—¿Cómo has entrado? —exigió— ¿Y qué haces aquí? Se supone que no debe haber nadie más en el gimnasio.
—He entrado por la puerta —respondió él.
La voz era queda, culta, pero él podía oír aún el dejo divertido y lo encontró desconcertante.
—Todas las puertas están cerradas con llave —dijo categórico y acusador. Él enarcó una ceja y sonrió.
—¿Lo están?
Taeyong sintió otro estremecimiento de miedo, y los cabellos de la nuca se le erizaron.
—Se suponía que debían estarlo —respondió con el tono de voz más frío que consiguió adoptar.
—Estás enfadado —dijo él solemne— He dicho que lamentaba haberte asustado.
— ¡No estoy asustado! —soltó Taeyong.
De algún modo se sentía estúpido delante de él, igual que una criatura a la que le sigue la corriente alguien mucho mayor y mejor informado. Eso lo enfureció más.
—Simplemente me he sobresaltado —prosiguió— Lo que no es ninguna sorpresa, contigo acechando en la oscuridad de ese modo.
—Cosas interesantes suceden en la oscuridad... a veces.
Seguía riéndose de él; lo veía en sus ojos. Se había acercado un paso más, y Taeyong vio que aquellos ojos eran inusuales, casi negros, pero con una luz curiosa en ellos. Como si se pudiera mirar más y más en su interior hasta que uno caía dentro de ellos y seguía cayendo eternamente.
Taeyong advirtió que lo miraba fijamente. ¿Por qué no se encendían las luces? Quería salir de allí. Se apartó, colocando el extremo de una gradería entre ellos, y apiló las últimas carpetas en la caja. Mejor olvidar el resto del trabajo por aquella noche. Todo lo que quería en aquel momento era irse.
Pero el continuo silencio lo incomodaba. Él estaba simplemente allí de pie, sin moverse, observándolo. ¿Por qué no decía algo?
—¿Has venido en busca de alguien?
Se sintió molesto consigo misma por ser quien hablaba.
Él seguía contemplándolo, aquellos ojos oscuros fijos en Taeyong de un modo que lo hacían sentir cada vez más incómodo. Tragó saliva.
—Ah, sí —murmuró él con los ojos puestos en sus labios.
— ¿Qué?
Había olvidado su pregunta y sus mejillas y su garganta se sonrojaban a medida que la sangre se acumulaba en ellas. Se sentía mareado. Si al menos dejara de mirarle...
—Sí, he venido aquí buscando a alguien —repitió él, no más alto que antes.
Luego, de un paso, avanzó hacia él de modo que quedaron separados únicamente por la esquina de un asiento de la gradería.
Taeyong no podía respirar. El muchacho estaba muy cerca, lo bastante cerca como para tocarle. Podía oler una leve insinuación de colonia y el cuero de su chaqueta. Y los ojos del desconocido seguían reteniendo los suyos; era incapaz de apartar la mirada. No se parecían a otros ojos que hubiese visto nunca: eran negros como la medianoche, con las pupilas dilatadas como las de un gato. Ocuparon su visión mientras él se inclinaba hacia Taeyong, agachando la cabeza en dirección a la de él. Taeyong sintió cómo sus propios ojos se medio cerraban, perdiendo enfoque, y también cómo su cabeza se echaba hacia atrás y sus labios se separaban.
¡No! Volvió la cabeza violentamente a un lado justo a tiempo y sintió como si acabara de apartarse del borde de un precipicio. «¿Qué estoy haciendo? —pensó conmocionado— Estaba a punto de permitir que me besara. Un completo desconocido, alguien que he conocido hace apenas unos minutos.»
Pero eso no era lo peor. Durante aquellos pocos minutos, algo increíble había sucedido. Durante ese tiempo, había olvidado a JaeHyun.
Pero en aquel momento su imagen ocupaba su mente, y el ansia de tenerlo cerca era como un dolor físico en su cuerpo. Deseaba a JaeHyun, deseaba sus brazos a su alrededor, deseaba estar a salvo con él.
Tragó saliva, y los orificios nasales se dilataron mientras respiraba con fuerza.
Intentó mantener la voz firme y circunspecta.
—Voy a irme ahora —dijo— Si buscas a alguien, creo que será mejor que lo hagas en otra parte.
Él lo contemplaba de un modo curioso, con una expresión que Taeyong no conseguía comprender. Era una mezcla de irritación, reticente respeto... y algo más. Algo ardiente y feroz que lo asustó de un modo distinto.
El muchacho aguardó para responder hasta que la mano de Taeyong estuvo en el pomo de la puerta, y su voz sonó queda pero seria, sin rastro de diversión.
—A lo mejor ya he encontrado a esa persona... Taeyong.
Cuando se dio la vuelta, no pudo ver nada en la oscuridad.
Capítulo 11


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