TSA (5) ⚔️ JaeYong
- mellifluous_AR

- 29 ago 2022
- 1 Min. de lectura
Capítulos
Capítulos 23-30:
31
...escuchar miestras lees <3 ;(
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JaeHyun está de pie en lo alto de la colina, observando el movimiento de las oscuras figuras de la batalla que tiene lugar en la planicie de Troya. No es capaz de distinguir rostros ni formas individuales. La carga hacia la ciudad se asemeja a la marea; el centelleo de las espadas y armaduras parece el de las escamas de los peces bajo el sol. Los griegos han rechazado a los troyanos, tal y como vaticinó Taeyong. Pronto regresará, Lucas cederá y ellos volverán a ser felices.
Pero no logra sentirlo así en su interior, donde hay un embotamiento. El torturado campo de batalla es como el rostro de la Gorgona, poco a poco le vuelve de piedra. Las formas serpenteantes se retuercen más y más ante él, congregándose en un punto oscuro en la base de Troya. Ha caído un rey, o un príncipe, y se están disputando el cuerpo. ¿El de quién? Se escuda los ojos con la mano, pero no logra ver nada más. Seguro que Taeyong puede decírselo.
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Ve fragmentos de la escena. Los hombres recorren la playa de camino al campamento. Doyoung cojea junto a otros reyes. Johnny sostiene en brazos a alguien cuya bota manchada de verdín cuelga libremente. Unos mechones de pelo revuelto se han deslizado sobre el rostro, formando una suerte de sudario improvisado. Ahora, el torpor es misericordioso, pero al cabo de unos pocos momentos se produce la caída.
Echa mano a la espada con la intención de cortarse el cuello y solo cuando su mano vuelve vacía recuerda que me había entregado su acero. Entonces, Antíloco le coge por las muñecas y los hombres se ponen a hablar, aun cuando todo lo que él puede ver es la túnica empapada de sangre. Con un rugido, aparta a Antíloco de su lado y tumba de un golpe a Johnny. Se deja caer sobre el cuerpo y se queda sin respiración al comprenderlo todo. Profiere un grito desgarrador, y otro, y otro más. Se tira del pelo y se lo arranca a puñados. Doradas hebras caen sobre el cadáver ensangrentado.
—Taeyong —dice— Taeyong, Taeyong.
Lo repite una y otra vez hasta que la palabra es solo un sonido. Doyoung se arrodilla y le insta a comer y beber. Le invade una ira feroz al oír eso y está a punto de matarle, pero para eso debería dejarme y no puede. Me sujeta con tanta fuerza que casi noto el latido de su corazón, como el aleteo de una mariposa. Es un eco, el último jirón de mi espíritu aún sujeto a mi cuerpo. Un suplicio.
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Winter corre hacia nosotros con el semblante crispado de dolor. Se dobla sobre el cuerpo. Sus adorables ojos negros vierten unas gotas cálidas como la lluvia estival. Se cubre el rostro con las manos y gime. JaeHyun no la mira. Ni siquiera la ve. Se pone en pie.
—¿Quién hizo esto? —Su voz quebrada y rota suena terrible.
—Mark —contesta Johnny.
JaeHyun aferra la lanza de Johnny e intenta arrebatársela, pero Doyoung le agarra por los hombros.
—Mañana. Mark ha entrado en la ciudad. Mañana, Pelida, mañana podrás matarle. Lo juro. Ahora debes comer y descansar.
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JaeHyun solloza. Me acuna, no come ni pronuncia otra palabra que no sea mi nombre. Contemplo su rostro como si lo viera a través del agua, igual que un pez observa el sol. Vierte una catarata de lágrimas, pero yo no puedo enjugárselas. Este es mi elemento ahora: la media vida de un espíritu insepulto.
Haechan acude, la oigo llegar con el sonido de las olas rompiendo contra la orilla. Si yo le disgustaba en vida, es peor cuando encuentra mi cadáver en brazos de su hijo.
—Está muerto —dice con su voz inexpresiva.
—Y Mark también. Mañana.
—No tienes armadura.
—No la necesito—Muestra los dientes. Está haciendo un esfuerzo para hablar.
—Él mismo se hizo esto —le dice mientras alarga las manos frías y pálidas para retirar las de JaeHyun de mí.
—¡No me toques!
Haechan retrocede mientras le ve acunarme entre sus brazos.
—Te traeré una armadura.
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La cosa sucede así, más o menos: alguien aparta la tela de la entrada y asoma el rostro indeciso. YangYang, XiaoJun. Macaón. Y sigue hasta que por fin hace acto de presencia Doyoung.
—Lucas ha venido a verte y a devolverte a la chica.
JaeHyun no le replica: «Ya ha vuelto», pero tal vez no lo sepa.
Los dos hombres se miran a la luz parpadeante del fuego. El Atrida se aclara la garganta antes de empezar.
—Es tiempo de olvidar nuestras diferencias. He venido a traerte a la chica, JaeHyun, ilesa y sana—El rey hace una pausa, como si esperase un impulso de gratitud, pero solo encuentra silencio— Algún dios debe habernos arrebatado el juicio para acabar así, no me cabe duda. Pero eso ha terminado y ahora volvemos a ser aliados.
Esto último lo dice en voz más alta y es así para que lo oigan los asistentes. JaeHyun no le contesta. Se imagina matando a Mark. Eso es lo único que le mantiene en pie.
Lucas vacila.
—¿Vas a luchar mañana, príncipe JaeHyun?
—Sí—Lo súbito de su respuesta los sobresalta.
—Excelente, eso es magnífico—Lucas aguarda otro momento— ¿Y vas a luchar después?
—Si lo deseas, sí. No me importa. Pronto estaré muerto.
Los observadores intercambian miradas. El Atrida se recobra.
—Bien, entonces quedamos en eso—Se vuelve para marcharse, pero se detiene y añade—: Lo sentí al enterarme de la muerte de Taeyong. Hoy luchó con bravura. ¿Sabes que mató a Sarpedón?
JaeHyun los mira con ojos mortecinos y ensangrentados.
—Ojalá él os hubiera dejado morir a todos.
Lucas se queda demasiado sorprendido como para contestar y es Doyoung quien se adelanta en medio del silencio para decir:
—Te dejamos con tu duelo, príncipe JaeHyun.
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Winter se arrodilla a mi lado. Ha traído agua y trapos con los que limpiar la sangre y el polvo de mi cadáver. Sus manos me tratan con suavidad, como si lavara a un niño, y no una cosa muerta. JaeHyun abre la tienda y las miradas de ambos se encuentran sobre mi cuerpo.
—Apártate de su lado.
—Casi he terminado. No se merece yacer en la inmundicia.
—No voy a dejar que le pongas las manos encima.
Winter le fulmina con ojos llorosos.
—¿Acaso crees que solo le amabas tú?
—¡Fuera, fuera!
—Le cuidas más en muerte que en vida —le reprocha con voz amarga de pura pena— ¿Cómo pudiste dejarle ir? ¡No sabía luchar y tú lo sabías!
—¡LARGO! —grita fuerte JaeHyun, y hace añicos una fuente. Winter ni pestañea.
—Mátame. Eso no te lo devolverá. Valía diez veces más que tú. Diez veces. ¡Y tú le enviaste a la muerte!
—Intenté detenerle, le dije que no abandonara la playa—El sonido de su voz apenas es humano.
—Fuiste tú quien le impulsó a ir—Winter se le acerca un paso— Él luchó para salvarte a ti y a tu preciada reputación ¡porque no soportaba verte sufrir! —JaeHyun entierra el rostro entre las manos, pero ella no transige— Nunca le has merecido. Ni siquiera sé por qué te amaba. Solo te preocupas de ti.
JaeHyun rehúye la mirada de Winter, ella tiene miedo, mas no retrocede.
—Ojalá Mark te mate.
El aire hace un ruido áspero cuando sale de su garganta al replicar:
—¿Acaso piensas que yo no deseo lo mismo?
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Solloza mientras me lleva en vilo a nuestra cama. Mi cuerpo se comba. Hace calor dentro de la tienda y el hedor no tardará en aparecer, pero a él no le preocupa. Se lleva mis manos frías a los labios y me abraza durante toda la noche.
Al alba, Haechan reaparece con un escudo, una espada y un peto recién forjado, tanto que el bronce aún está caliente. Haechan mira cómo se arma, pero no hace ademán de hablarle.
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JaeHyun no espera a los mirmidones ni a XiaoJun. Sube por la playa y deja atrás a los griegos que han salido a mirar. Los guerreros recogen las armas y le siguen. No desean perderse aquello.
—¡Mark, Mark! —clama.
Atraviesa las filas troyanas más adelantadas, haciendo trizas pechos y rostros, marcándoles con el meteoro de su furia. Se ha ido antes de que los cuerpos caigan sobre el suelo. La hierba rala tras diez años de guerra bebe con avidez la rica sangre de príncipes y reyes.
Mark le evita, se sitúa detrás de carros y hombres con la suerte de los dioses. Nadie llama cobardía a su huida. Va a morir si su enemigo le alcanza. El hijo de Príamo lleva puesta la armadura de JaeHyun, la inconfundible coraza del fénix que se llevó de mi cuerpo. Los hombres los miran a ambos al pasar, parece como si el aristós achaion se estuviera dando caza a sí mismo.
El troyano corre con la respiración agitada hacia el Escamandro, el ancho río de la ciudad, cuyas aguas centellean con una cremosa luz dorada, el cauce cobra ese color por las piedras del río, las rocas amarillas por las que se conoce Troya.
Pero ahora las aguas no son doradas, bajan revueltas de lodo y sangre; el cauce está lleno de cadáveres y armaduras. Mark se lanza a las olas y nada, sus brazos pasan entre cascos y cuerpos balanceantes. Gana la otra orilla, pero JaeHyun le sigue de un salto.
Una figura se alza del río para impedirle el paso. Le chorrea agua sucia por los músculos de los hombros y las hebras negras de la barba. Es más alto que el más alto de los mortales y está pletórico, como los arroyos en primavera. Ama a Troya y a sus gentes. En verano, vierten vino para él como sacrificio y arrojan coronas de laurel a sus aguas. El más piadoso de todos es Mark, príncipe de Troya.
El rostro de JaeHyun está lleno de salpicaduras de sangre.
—No vas a alejarme de él.
Renjun, el dios del río, alza un grueso cayado, tan grande como el tronco de un árbol joven. No necesita una hoja, un solo golpe con semejante arma rompería huesos y partiría cuellos. JaeHyun solo cuenta con una espada, pues ha perdido las lanzas, hundidas en los cadáveres de los vencidos.
—¿Merece la pena perder la vida por esto? —le pregunta el numen.
«No, por favor» me gustaría gritar, pero carezco de voz. JaeHyun se adentra en el río y alza la espada.
Renjun blande el bastón con esas manos suyas grandes como el torso de un hombre. JaeHyun se agacha y esquiva el primer golpe y luego rueda hacia delante para evitar el estacazo cuando vuelve siseando la vara. Se pone de pie y lanza un golpe contra el pecho desprotegido del dios. Este se aleja fácilmente, casi con tranquilidad. La punta del acero pasa sin infligir daño alguno, cosa que no había sucedido jamás.
El dios se lanza al ataque. Sus golpes obligan a JaeHyun a retroceder hasta los desechos que se acumulan en la ribera del río. Renjun usa el cayado a modo de martillo. Vastos surtidores de agua surgen allí donde golpea la superficie del cauce. JaeHyun debe saltar para evitarlo una y otra vez. Las aguas no parecen tirar de él como harían con cualquier otro hombre.
La espada del Pelida vuela más deprisa de lo concebible, pero aun así no logra alcanzar al dios. Renjun para todos los tajos con su poderoso cayado, obligándole a ser más y más veloz. El dios es viejo, anciano como el primer deshielo de primavera en las montañas, y también es artero. Se conoce todas y cada una de las luchas libradas en aquella llanada y no hay nada nuevo para él. JaeHyun empieza a fatigarse, desgastado por el esfuerzo de contener el poderío de la deidad sin otra cosa que el fino trozo de metal afilado. Saltan esquirlas de madera cada vez que se encuentran acero y bastón, pero el cayado es tan grueso como una de las piernas del propio Renjun, así que no cabe la esperanza de que vaya a romperse. El numen empieza a sonreír cuando advierte que el mortal esquiva sus golpes más veces de las que los detiene. Va a aplastarle inexorablemente. El esfuerzo físico y la concentración crispan el rostro de JaeHyun. Está luchando al límite mismo de su poder. Después de todo, él no es un dios.
Le veo prepararse para un ataque final a la desesperada. Renjun debe agacharse para evitarlo y ese es el momento que JaeHyun necesita. Veo cómo sus músculos se tensan para dar un único golpe final.
Salta.
Por vez primera en su vida, JaeHyun no es lo bastante rápido. Renjun detiene el golpe y le aparta violentamente. El mortal tropieza, es algo muy ligero, un simple desequilibrio que apenas si soy capaz de observar, pero el dios lo ve. Se precipita hacia delante, despiadado y triunfal, aprovechando la pausa que le concede el ligero tropezón. La madera describe un trayecto descendente mortal.
Debió habérselo pensado mejor, y yo debí haberlo sabido. Aquellos pies no han trastabillado ni una sola vez desde que le conocí. Si iba a cometer un error, no sería ahí, en sus pies curvos de huesos delicados. JaeHyun le ha tendido la trampa de un fallo humano y el numen ha picado.
La guardia del dios se abre cuando se abalanza a por el mortal y este lanza un golpe de espada en esa dirección, abriendo una gran cuchillada en el costado del dios. El río vuelve a bajar áureo una vez más, teñido por el icor que mana de las venas de su señor.
Renjun no va a morir, pero ahora debe alejarse, debilitado y agotado, ha de volver a las montañas, al origen de sus aguas, para restañar las heridas y recobrar la fuerza. Se hunde en el cauce de su río y se marcha.
El rostro de JaeHyun está bañado en sudor y su respiración es agitada, pero no se detiene.
—¡Mark! —grita. Y se reanuda la caza.
«Ha abatido a uno de los nuestros», susurran los dioses en alguna parte.
«¿Qué sucederá si ataca la ciudad?».
«Troya no tiene que caer aún».
Y yo pienso: «No temáis por Troya. Él solo quiere a Mark, a Mark y a nadie más. Se detendrá en cuanto Mark haya muerto».
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Hay una arboleda al pie de los altos muros de Troya, hogar de un laurel sagrado de ramas retorcidas. Mark deja de correr cuando por fin llega allí. Los dos hombres se encaran uno frente a otro debajo de su ramaje. Uno de ellos tiene la tez bronceada y sus pies se hunden en el suelo, profundos como raíces. Su casco y su coraza son dorados y luce unas cnémidas bruñidas. La armadura le sienta mejor que a mí, pues es más corpulento que yo, más ancho. Las cinchas abiertas del casco le cuelgan junto al cuello.
El semblante del otro hombre resulta irreconocible de pura crispación. Sus ropas aún están húmedas tras su lucha en el río. Levanta la lanza de fresno.
«No», le suplico. Es su propia muerte lo que sostiene, tras la muerte de Mark será su sangre la que se vierta, pero él no me escucha.
El hijo de Príamo le mira con ojos muy abiertos, pero no va a huir más.
—Concédeme una cosa: entrega mi cuerpo a mi familia cuando me hayas matado—suplica.
JaeHyun profiere un sonido asfixiado.
—No hay tratos entre hombres y leones. Te mataré y te comeré crudo.
La punta de su lanza vuela en un remolino deslumbrante como el lucero de la tarde en busca de la garganta de Mark.
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JaeHyun regresa a la tienda donde le espera mi cuerpo. Viene cubierto de sangre y óxido en los codos, las rodillas, el cuello; es como si hubiera atravesado los corredores de un corazón descomunal y acabara de salir de él, aún goteante. Tras él arrastra el cadáver de Mark, le lleva cogido por los tobillos con una correa de cuero. Su cabello del vencido está ahora llena de polvo y el rostro, oscurecido por una costra de sangre. Ha atado el cuerpo a su carro y ha espoleado a los caballos para llevarlo a rastras.
Los reyes griegos le están esperando.
—Hoy has triunfado, JaeHyun —le saluda Lucas— Báñate y descansa, y luego celebraremos un festín en tu honor.
—No pienso celebrar nada.
Y dicho esto, se abre paso entre ellos, arrastrando el cuerpo del príncipe troyano tras él.
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—Okumoros—le llama Haechan con su voz más suave— ¿no piensas comer?
—Sabes que no.
Él le toca la mejilla con una mano, como si quisiera limpiarle la sangre.
—Detente —le dice con un estremecimiento.
El rostro del nereida se vuelve blanco por un instante, tan deprisa que él no lo ve, y cuando le habla, el dios lo hace con dureza.
—Es el momento de devolver el cadáver de Mark a su familia para que lo entierren. Le has matado, ya te has vengado. Es suficiente.
—Nunca será suficiente —le replica él.
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Se sume en un sueño irregular y tembloroso por vez primera desde mi muerte.
«No soporto verte sufrir, JaeHyun».
Sus brazos se retuercen y se estremecen.
«Danos paz a los dos. Incinera mi cuerpo y dame sepultura. Te estaré esperando entre las sombras, te estaré...».
Pero ya se ha despertado.
—¡Espera, Taeyong, estoy aquí!
Agita el cuerpo que tiene a su lado y rompe a llorar de nuevo cuando no le respondo.
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Se levanta con las primeras luces del alba para arrastrar el cadáver del vencido alrededor de las murallas de la ciudad para que toda Troya pueda contemplarlo. No ve que los griegos empiezan a evitarle, no ve que la gente murmura con desaprobación a su paso. ¿Cuánto más puede durar aquello?
—Haechan le está esperando en la tienda, alto y recto como una llama.
—¿Qué quieres? —le pregunta mientras deja caer el cuerpo de Mark junto a la puerta.
Las mejillas de Haechan tienen manchas de color, como salpicaduras de sangre sobre mármol.
—Debes detener esto. SiCheng está enfadado. Busca vengarse de ti.
—Que se vengue—Se arrodilla y me retira el pelo de la frente. Yazco envuelto en mantas para aminorar el hedor.
—Escúchame, JaeHyun—Se acerca a él con grandes pasos y le coge por el mentón— Has ido demasiado lejos con esto. No voy a poder protegerte de él.
Él aparta la cabeza de Haechan y le enseña los dientes.
—No necesito que me protejas.
Haechan palidece como nunca antes había visto.
—No seas idiota. Es solo mi poder lo que...
—¿Y qué más da? —la interrumpe él, gruñendo— Taeyong ha muerto. ¿Puedes traérmelo de vuelta?
—No, nadie puede.
El hijo se pone en pie.
—¿Acaso piensas que no veo tu regocijo? Sé cuánto le odiabas. Siempre le has odiado. Taeyong seguiría vivo si no hubieras acudido a hablar con Jungwoo.
—Es un mortal y todos los mortales mueren.
—También yo lo soy —grita— ¿De qué sirve la deidad si no puedes hacer esto? ¿De qué te sirve a ti?
—Sé que eres mortal—Pronuncia las palabras una tras otra como si fueran teselas de un mosaico— Lo sé mejor que nadie. Te dejé demasiado tiempo en Pelión. Eso te ha echado a perder—Haechan hace un gesto brusco hacia las ropas rasgadas de JaeHyun y el rostro manchado por el llanto— No eres mi hijo.
JaeHyun se queda sin aliento.
—¿Y quién lo es, madre? ¿No soy ya bastante célebre? Maté a Mark. ¿Y a quién más...? Envíamelos a todos y acabaré con ellos.
—Actúas como un niño. Pirro tiene doce años y ya es más hombre que tú.
—Pirro —repite él de forma entrecortada.
—Va a venir y Troya caerá. La ciudad no puede conquistarse sin su concurso, lo han dicho las Moiras—El rostro del dios resplandece.
—¿Piensas traerle aquí?
JaeHyun lo mira con fijeza.
—Es el próximo aristós achaion.
—Aún no he muerto.
—Es como si ya lo estuvieras—Las palabras restallan como un latigazo—¿Sabes lo que he tenido que soportar para hacerte grande? Y ahora, ¿vas a destruirlo todo por esto? —Haechan señala mi cuerpo purulento con semblante tenso por el desprecio— Mi tarea ha concluido. No puedo hacer nada más para salvarte.
Los ojos negros del dios parecen contraerse como estrellas moribundas.
—Me alegra que Taeyong haya muerto.
Es lo último que Haechan va a decirle a su hijo.
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Okumoros: «Destinado a tener una vida breve»
32
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Un anciano acude a nuestro pabellón en el corazón de la noche, cuando los perros salvajes dormitan y hasta los búhos guardan silencio. Viene sucio, con las ropas rasgadas, los cabellos le huelen a polvo y cenizas. Sus ropas están húmedas después de haber vadeado el río a nado. Aun así, sus ojos son claros cuando anuncia:
—He venido a por mi hijo.
El rey de Troya cruza el interior de la tienda y se arrodilla a los pies de JaeHyun, haciendo una reverencia con la cabeza.
—¿Oirás la plegaria de un padre, poderoso príncipe de Ftía, tú, el mejor de los griegos?
JaeHyun mira los hombros del anciano como si estuviera en trance. Le tiemblan a causa de la edad, lastrados por la carga del pesar. Este hombre ha engendrado a cincuenta hijos y los ha perdido a todos, salvo a un puñado.
—Te escucharé —le contesta JaeHyun.
—Los dioses bendigan tu amabilidad —replica Príamo, cuyas manos parecen heladas al contacto con la piel caliente de JaeHyun— He venido desde lejos esta noche lleno de esperanza—Se estremece sin querer a causa del frío de la noche y las prendas húmedas— Lamento que mis plegarias sean el único don que pueda darte.
Esas palabras parecen conmover un poco a JaeHyun, que le dice:
—No te arrodilles. Deja que te traiga algo de comida y bebida.
Le ofrece la mano y ayuda al viejo monarca a ponerse de pie; luego le entrega una capa seca y los cojines suaves favoritos de YangYang; por último le sirve vino. En contraste con la piel arrugada y los pasos lentos de Príamo, JaeHyun parece repentinamente joven.
—Te agradezco la hospitalidad —dice Príamo. Habla despacio y con un acento muy fuerte, pero su griego es bueno— He oído decir que eres un hombre noble y a tu nobleza apelo. Somos enemigos, pero no se te tiene por alguien cruel. Te ruego que me entregues el cadáver de mi hijo para darle sepultura y así su alma no vague perdida.
El rey se esmera por no mirar el abatido rostro envuelto en sombras. JaeHyun no aparta la mirada de la oscuridad recogida en sus manos ahuecadas como una copa.
—Has demostrado coraje viniendo aquí solo. ¿Cómo has entrado en el campamento?
—La gracia de los dioses me guio.
JaeHyun alza los ojos.
—¿Y cómo sabías que no iba a matarte?
—No lo sabía —responde Príamo.
Se hace un silencio. Ambos tienen vino y comida delante, pero ninguno come ni bebe. Puedo ver las costillas de JaeHyun a través de su túnica. Los ojos de Príamo descubren otro cuerpo, el mío, tendido sobre la cama. Vacila un segundo antes de preguntar:
—¿Es ese... tu amigo?
—Taeyong—contesta JaeHyun con severidad. «El más querido»— Fue el mejor de los hombres. Tu hijo le mató.
—Lamento tu pérdida —responde Príamo— y también lamento que fuera mi hijo quien te lo arrebatase. Aun así, apelo a tu clemencia. En el duelo, los hombres deben ayudarse unos a otros aunque sean enemigos.
—¿Y si no lo hago? —quiere saber JaeHyun con voz envarada.
—Pues en tal caso, no lo harás.
Se hace un momento de silencio.
—Aún puedo matarte.
«JaeHyun».
—Lo sé—El monarca habla con voz sosegada y sin miedo— Pero merece la pena jugarse la vida si existe una posibilidad de que el alma de mi hijo pueda descansar en paz.
Los ojos de JaeHyun se llenan de lágrimas y gira el rostro para que su interlocutor no lo vea.
—Es correcto buscar la paz para los muertos —insiste Príamo con voz amable—Tú y yo sabemos bien que no la hay para quienes los sobreviven.
—No —susurra JaeHyun.
Nada se mueve en la tienda después de eso y el tiempo parece detenerse hasta que JaeHyun se pone de pie.
—Está a punto de amanecer y no quiero que corras peligro alguno mientras viajas de vuelta a tu ciudad. Daré órdenes a mis criados de que preparen el cuerpo de tu hijo.
⚔️
Se derrumba a mi lado cuando los siervos se han ido y apoya su rostro contra mi vientre. Mi piel se torna resbaladiza bajo el incesante llanto.
Al día siguiente me conduce hasta la pira. Winter y los mirmidones contemplan cómo deposita mi cadáver sobre la madera y prende la hoguera con pedernal. Las llamas se alzan a mi alrededor y siento que me deslizo más allá de la vida, me empequeñezco hasta ser como el más intangible soplo de aire. Ansío la oscuridad y el silencio del inframundo, donde podré descansar.
Él mismo se encarga de recoger mis cenizas, incluso aunque eso sea tarea de mujeres. Las guarda en una urna dorada, la mejor de todo el campamento, y se vuelve a los griegos que le observan.
—Os encomiendo una misión para después de mi muerte: mezclar nuestras cenizas y enterrarnos juntos.
⚔️
Mark y Sarpedón han muerto, pero hay más héroes capaces de ocupar su lugar. Anatolia es rica en aliados y todos hacen causa común contra los invasores. El primero de todos es Memnón, rey de Etiopía, hijo de Titono, sobrino de Príamo, y Eos, la diosa de la aurora. El soberano es grandón y de tez oscura, marcha al frente de un ejército de soldados como él, de piel negra bruñida. Se yergue con sonrisa expectante. Ha venido a por un hombre, solo a por uno.
Y ese hombre acude a su encuentro armado únicamente con una lanza. Lleva la coraza anudada con descuido y su pelo rubio, antaño brillante, cuelga lacio y sucio. Memnón ríe, pensando que va a ser fácil. La sonrisa se le borra de la cara cuando se dobla sobre sí mismo con las manos en el largo astil de fresno de la lanza que le ha atravesado. JaeHyun retira el arma con aire fatigado.
A renglón seguido se presentan las amazonas de pechos desnudos y piel centelleante como madera pulida. Llevan el pelo recogido hacia atrás y acuden con los brazos llenos de lanzas y arcos con cuerdas de cerdas. De sus sillas de montar penden escudos curvos con forma de media luna, como si los hubieran troquelado en la luna. Al frente de las guerreras cabalga una figura solitaria a lomos de un caballo zaino; es una joven anatolia de melena al viento, ojos oscuros, curvos y fieros, duros como la piedra, que no pierde de vista ni un momento al ejército que tiene delante. Es Pentesilea.
Viste una capa desabrochada y eso permite que él la sujete y tire de ella, derribándola del caballo. Pero la amazona es de miembros ligeros y tiene el sentido del equilibrio de un gato. Cae con enorme gracia, da una voltereta y en una de sus manos centellea la lanza atada a la silla de montar hasta hace un momento. Se acuclilla en el suelo y la sujeta. Un rostro adusto, oscuro, hastiado, se alza sobre la reina amazona. El guerrero no lleva armadura alguna, con lo cual todo su cuerpo está expuesto a lanzazos y estocadas. Se dirige hacia la guerrera con aire esperanzado.
Pentesilea le asesta una lanzada, pero JaeHyun elude la mortífera punta con una liviandad imposible y una agilidad incesante. Los músculos le traicionan siempre, pues buscan la vida en vez de la paz que podría darle la lanza. Ella le dirige otro golpe, pero él salta por encima de la punta como una rana, con el cuerpo ligero y desenvuelto. Profiere un sonido de pesar. Había albergado esperanzas de morir a resultas de aquel duelo, pues la reina amazona había matado a muchos hombres, porque a lomos de su corcel se parecía mucho a él, rápida, grácil, incansable. Pero no lo es. Le basta un simple golpe para hacerle morder el polvo, dejando su pecho rasgado como un campo recién arado. Las amazonas aúllan de rabia y pesar cuando él se da la vuelta y se retira con los hombros hundidos.
El último de los rivales es el joven Troilo. Le han mantenido detrás de los muros por su seguridad, es el hijo más joven de Príamo, el único que quieren que sobreviva. Es la muerte de Mark lo que le ha impulsado a abandonar la seguridad de la muralla. Es valiente y estúpido, no va a hacer caso a nadie. Le veo forcejear para zafarse de sus hermanos mayores y se sube de un salto al carro. Sale disparado hacia delante como un galgo suelto y busca venganza.
La contera de la lanza le golpea en el pecho, que apenas ha empezado a ensancharse con la llegada de la edad adulta. El troyano cae sin soltar las riendas. Los caballos se desbocan y le llevan por los suelos. En su caída arrastra la lanza, cuya punta choca contra las piedras y llena el suelo de marcas con su uña de bronce.
Al final, el troyano se libera y se pone de pie. Tiene la espalda y las piernas llenas de cortes y magulladuras. Enfrente de él se halla un hombre de más edad, la sombra que merodea por el campo de batalla, el rostro espeluznante que cansinamente mata a un luchador tras otro. Miro a Troilo, sus ojos brillantes, su mentón alzado. No tiene la menor posibilidad. La punta de la lanza se hunde en la nuez desprotegida, por donde empieza a manar un líquido similar a la tinta, pero el polvo congregado en el aire a mi alrededor decolora el rojo de la sangre. El chico se desploma.
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En las murallas de Troya alguien se apresura a sacar un arco y elegir una flecha. Unos pies principescos suben las escaleras de una torre desde la cual se domina el campo de batalla cubierto de muertos y moribundos, donde un dios aguarda.
Apuntar le resulta muy fácil a Hendery, pues el triunfador se mueve con mucha lentitud, como un viejo león herido y enfermo, y los cabellos dorados son inconfundibles. El troyano coloca la flecha en el arco.
—¿Adónde le disparo? Según tengo entendido es invulnerable, salvo por...
—Es un hombre, no un dios. Dispárale y caerá —le asegura SiCheng.
Hendery apunta. El dios toca el dardo enflechado y sopla aire por la boca, como si echara a volar dientes de león o empujara barcos de juguete sobre el agua. La flecha vuela en silencio, directa a su objetivo, describe un arco antes de hundirse en la espalda de JaeHyun.
Él oye el tenue zumbido del proyectil un instante antes de ser alcanzado. Vuelve un poco la cabeza, como para verlo venir. Cierra los ojos y siente cómo la punta metálica le rasga la piel, le rompe el grueso músculo y gusanea en su interior para abrirse paso entre los dedos entrelazados de su costillar y llegar, por último, a su corazón. Un hilo de sangre oscura y brillante como el aceite empieza a correr entre sus omoplatos. JaeHyun sonríe cuando su rostro cae sobre la tierra.
Final
...canción final ;( <3
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Las ninfas marinas acuden a por el cuerpo, arrastrando tras de sí sus ropas de espuma. Le lavan con néctares y aceite de rosas y entrelazan flores a sus cabellos dorados. Los mirmidones le construyen una pira y le ponen en ella. Las ninfas lloran cuando las llamas consumen el bello cuerpo, ahora reducido a huesos y ceniza gris.
Pero son muchos los que no sollozan, como Winter, que se queda a contemplar la hoguera hasta que se apagan los últimos rescoldos, o Haechan, el de espalda erguida y serpenteantes cabellos negros al viento. Y los hombres, tanto los reyes como gentes del común. Se mantienen a distancia, asustados por los fúnebres lamentos espectrales de las ninfas y los ojos furibundos de Haechan. Yuta, aún convaleciente y con la pierna vendada, está al borde de las lágrimas, pero quizá solo piensa en su ascenso tan largamente esperado.
La pira arde hasta extinguirse. El viento dispersará las cenizas si no las recogen pronto, pero ese es el cometido de Haechan, y el dios no se mueve. Por último, los mortales envían a Doyoung para que conferencie con él. Este se arrodilla antes de hablar.
—Dios, deseamos conocer tu voluntad. ¿Debemos guardar las cenizas?
El nereida se vuelve y le mira. Tal vez haya dolor en sus ojos, tal vez no. Es imposible saberlo.
—Recogedlas, enterradlas. Yo he hecho cuanto estaba en mi mano.
El itacense inclina la cabeza.
—Poderoso Haechan, tu hijo deseaba que pusiéramos sus cenizas con las de...
—Sé lo que quería. Haced como gustéis. No es de mi incumbencia.
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Unas esclavas reciben la orden de recoger las cenizas. Las vierten en la urna dorada donde descanso. ¿Sentiré el roce de sus cenizas cuando caigan sobre las mías? Pienso en los copos de nieve en Pelión, fríos cuando tocaban nuestras mejillas sonrosadas. Mi ansia de JaeHyun es como un apetito voraz, me siento hueco. Su alma espera en alguna parte, pero no es un sitio a mi alcance.
«Enterradnos y marcad nuestros nombres encima. Liberadnos». Sus cenizas se asientan entre las mías, pero no noto nada.
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Lucas convoca un concilio a fin de discutir qué tumba van a erigir.
—Deberíamos levantarla en el campo donde cayó —sugiere Néstor. Macaón niega con la cabeza.
—Quedará más céntrica si lo hacemos en la playa, junto al ágora.
—Eso es lo último que querríamos, tropezar con ella todos los días —refuta Kun.
—Mejor en la colina, creo, en la que hay junto al campamento mirmidón —ofrece Doyoung.
«Donde sea, donde sea, donde sea».
—He venido a ocupar el lugar de mi padre—La voz clara cruza la estancia.
Los reyes se vuelven hacia el faldón de la entrada, donde un muchacho permanece de pie. Su pelo es de un rojo brillante, el del color de la madera al arder. Es hermoso, aunque la suya es una belleza fría, la de una mañana invernal. Solo los más obtusos no comprenderían quién era su progenitor. Lo lleva grabado en todos los rasgos de la cara, el parecido es tal que está a punto de desgarrarme. Únicamente es distinto a su padre en el mentón, cuya angulosidad recuerda más al de la madre.
—Soy el hijo de JaeHyun.
Los reyes no le quitan la vista de encima. La mayoría ni siquiera sabía que JaeHyun tenía un hijo. Solo Doyoung tiene los reflejos necesarios para tomar la palabra.
—¿Y podemos saber cómo se llama el hijo de JaeHyun?
—Mi nombre es Chenle, pero me llaman Pirro—«Fuego», pero no hay nada flamígero en él, a excepción de los cabellos— ¿Cuál era el asiento de mi padre?
Baekhyun lo ha ocupado, pero se levanta y dice:
—Este.
Chenle fulmina con la mirada al rey cretense.
—Disculpo el atrevimiento. No sabías nada de mi llegada—Pirro toma asiento— Señor de Micenas, señor de Esparta—Inclina la cabeza de forma imperceptible— Ofrezco mis servicios a vuestro ejército.
A juzgar por el semblante, Lucas está dividido entre el alivio y el disgusto. Daba por concluido todo lo relacionado con JaeHyun y el muchacho le causa un efecto extraño, le pone nervioso.
—Pareces muy joven.
«Doce años. Tiene doce años».
—He vivido con los dioses debajo del mar —contesta— He bebido su néctar y me he alimentado de ambrosía. Ahora vengo a ganar la guerra para vosotros. Las Moiras han predicho que Troya no caerá sin mí.
—¿Qué...? —Lucas está aterrado.
—Si es así, estamos encantados de tenerte entre nosotros —contesta Johnny—Precisamente ahora hablábamos de la tumba de tu padre y de dónde levantarla.
—En la colina —insiste Doyoung. Johnny asiente.
—Es un sitio adecuado para ellos.
—¿Ellos?
Se hace una ligera pausa.
—Tu padre y su compañero, Taeyong.
—¿Y por qué debería ese hombre ser enterrado junto al aristós achaion?
El ambiente se tensa. Todos esperan la respuesta de Johnny.
—Era deseo de tu padre, príncipe Chenle, que se guardaran juntas las cenizas de ambos. No podemos enterrar a uno sin el otro.
Pirro alza el agudo mentón.
—Un esclavo no tiene sitio en la tumba de su amo. Ya no es posible deshacer lo de las cenizas mezcladas, pero no permitiré que la fama de mi padre se vea disminuida. El monumento va a ser para él, solo para él.
«No permitáis que así sea. No me dejéis aquí sin él». Los reyes intercambian miradas entre sí.
—Muy bien —dice Lucas— Hágase como dices. Soy aire y pensamiento, y nada puedo hacer.
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El hombre es más grande cuanto mayor es el monumento. Los griegos extraen unos enormes sillares de piedra blanca para la tumba, que se alza hacia el cielo. JAEHYUN, reza la piedra. El obelisco va a representarle, dirá a todos cuantos pasen por las inmediaciones: vivió y murió, y vive otra vez en el recuerdo.
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Los pendones de Pirro llevan el emblema de Esciro, la tierra de su madre, y no el de Ftía. Sus soldados también proceden de la isla. XiaoJun alinea diligentemente a los mirmidones y a las mujeres para darle la bienvenida. La tropa le observa subir por la playa con sus guerreros bisoños y sus cabellos de un dorado llameante recortándose contra el azul del cielo.
—Soy el hijo de JaeHyun. Os reclamo como herencia por derecho de nacimiento—les dice— Ahora vuestra lealtad me pertenece.
Chenle clava la mirada en una mujer que permanece con las manos plegadas y baja la mirada. Camina hacia ella y le levanta el mentón con la mano.
—¿Cómo te llamas? —quiere saber.
—Winter.
—He oído hablar de ti. Mi padre dejó de luchar por tu causa.
Esa noche Chenle envía guardias a por ella. La cogen por los brazos para llevarla a la tienda. Winter agacha la cabeza en señal de sumisión y no se resiste.
Los guardias abren el faldón de acceso y empujan a la anatolia al interior de la tienda. Pirro está repantigado en una silla, con una pierna suspendida en un lado. JaeHyun podría haberse sentado con esa misma postura, pero sus ojos nunca hubieran estado vacíos como las simas insondables de un negro océano, vacíos a excepción de los cuerpos de unos peces inertes.
Winter se arrodilla.
—Mi señor.
—Mi padre abandonó el ejército por ti. Debes de ser una concubina magnífica.
Los ojos de Winter son oscuros y velados como nunca.
—Me honráis al decir eso, mi señor, pero no creo que se negara a luchar por mi causa.
—Entonces, en tu opinión de esclava, ¿cuál fue la causa? —Y enarca una ceja con extrema precisión. Verle hablar con Winter resulta aterrador. Pirro parece una serpiente, nunca sabes dónde va a atacar.
—Yo era un trofeo de guerra y Lucas le deshonró al cogerme. Eso es todo.
—Entonces, ¿no eras su concubina?
—No, mi señor.
—Basta —replica con voz áspera— No me mientas de nuevo. Eras la mujer más guapa del campamento y eras de mi padre.
Winter levanta un poco los hombros.
—No deberíais tenerme en más estima de la que me merezco. Nunca fui tan afortunada.
—¿Por qué? ¿Qué te pasa?
Ella vacila.
—Mi señor, ¿habéis oído hablar del hombre que está enterrado junto a vuestro padre?
No le hace gracia, se le nota en la cara.
—Vuestro padre le amaba y le honraba. Le hubiera complacido mucho saber que iban a estar enterrados juntos. JaeHyun no tenía necesidad de mí.
Pirro la mira con fijeza.
—Mi señor...
—Silencio—La palabra restalla como un latigazo— Voy a enseñarte lo que significa mentir al aristós achaion—Se pone de pie— Ven aquí.
Solo tiene doce años, pero no lo aparenta. Su cuerpo es el de un hombre. Winter abre los ojos con desmesura.
—Lo siento, mi señor, lamento haberos disgustado. Podéis preguntar a cualquiera, a YangYang, a XiaoJun. Os dirán que no miento.
—Te he dado una orden.
Ella se pone en pie con las manos escondidas en los pliegues del vestido.
—«Corre» —le susurro— «no te acerques a él».
Pero ella acude.
—¿Qué queréis de mí, mi señor?
Chenle camina hacia ella con ojos centelleantes.
—Cualquier cosa que me apetezca.
No veo de dónde sale el puñal, pero ahora ella lo tiene en la mano y traza un arco con el brazo para clavárselo. Winter nunca ha matado a un hombre y no sabe con qué fuerza ni con qué convicción hay que empujar para lograrlo. Y Chenle es realmente rápido. Ya se retuerce para evitar la hoja, que le abre un buen corte en la piel, donde traza una herida picuda, pero no se hunde en la carne. Pirro la tira al suelo de un golpe brutal. Ella le arroja el cuchillo a la cara y echa a correr.
Sale de la tienda en estampida, pasa delante de los centinelas, demasiado lentos, recorre la playa y se zambulle en el mar. Pirro aparece detrás de ella con la túnica rota y sangrando a la altura del estómago. Permanece junto a los guardias perplejos y con calma toma una lanza de manos de uno de ellos.
—Lánzala —le urge un guardia, pues la fugitiva está ahora junto a las rompientes—Un momento —murmura Pirro.
Mueve los brazos entre las olas grises con un ritmo constante. Winter siempre había sido la mejor nadadora de nosotros tres. Solía jurar y perjurar que era capaz de llegar a Ténedos, una isla a dos horas de viaje en bote. Siento una salvaje sensación de triunfo conforme se aleja más y más de la orilla. El único hombre capaz de alcanzarla con una lanza ha muerto. Winter es libre.
El único hombre, salvo el hijo de ese hombre.
La lanza de Chenle vuela silenciosa y precisa desde lo alto de la playa. La punta la alcanza en la espalda como una piedra lanzada sobre una hoja flotante. Una ola de agua la traga por completo.
YangYang manda a un hombre, un buceador, para recobrar el cuerpo, pero no lo encuentra. Tal vez los dioses de Winter sean más benévolos que los nuestros y ella encuentre descanso. Volvería a dar mi vida para que así fuera.
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La profecía de las Moiras resultó ser cierta: Troya cayó tras la llegada de Pirro. No fue obra exclusivamente suya, claro. Estuvo el ingenio del caballo, el plan de Doyoung y todo un ejército en acción, pero fue Chenle quien asesinó a Príamo y quien localizó a Nayeon, la mujer de Mark, escondida en una bodega con su hijo. Le arrebató al pequeño de los brazos y lo estampó contra una pared de piedra, abriéndole la cabeza y esparciendo sus sesos como fruta madura al reventar. Incluso Lucas se quedó lívido cuando se lo contaron.
Los huesos de la ciudad se han agrietado. La han saqueado hasta dejarla seca. Los reyes griegos pusieron sus cosas junto a los montones de oro y a las princesas capturadas. Recogieron el campamento más deprisa de lo que habría podido imaginar. Desmontaron y recogieron las tiendas, mataron al ganado y conservaron la carne. La playa ha quedado completamente limpia, como los huesos mondos de un cadáver bien roído.
Y yo les acecho en sueños.
—«No os vayáis —les imploro— no hasta que me hayáis concedido la paz». Ignoro si me escuchan, pero ninguno me contesta.
Pirro desea oficiar un sacrificio postrero en honor a su padre antes de hacerse a la mar. Los monarcas se congregan en torno a la tumba en una ceremonia presidida por Chenle con sus prisioneras de sangre regia postradas a sus pies, Nayeon, la reina Hécuba y la joven princesa Políxene. Las lleva detrás adondequiera que vaya como señal permanente de victoria.
Jisung conduce a un novillo blanco hasta la base de la tumba. Alza el cuchillo para sacrificarlo, pero el hijo de JaeHyun le detiene.
—Una sola res. ¿Eso es todo? Eso es lo que haríais por cualquier hombre. Mi padre fue el aristós achaion, el mejor de todos vosotros, y su hijo ha demostrado ser aún mejor. ¿Aún vais a seguir escatimándonos lo que nos corresponde?
Chenle aferra el vestido sin forma de Políxene, hinchado por el viento, y la arrastra hacia el altar.
—Esto es lo que se merece el alma de mi padre.
«No lo hará. No se atreverá».
Pirro sonríe como si respondiera a mis palabras.
—JaeHyun está complacido —dice mientras le abre el cuello a la muchacha.
Aún puedo apreciar el olor a metal y salitre del borbotón de sangre: se filtra a través de la hierba hasta donde estamos enterrados y me asfixia. Se supone que los muertos tienen sed de sangre, pero no así, no así.
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Los griegos zarpan mañana y yo estoy desesperado.
—«Doyoung».
El itacense tiene el sueño ligero; mueve los párpados.
—«Escúchame, Doyoung—Se remueve en el lecho. No se siente tranquilo ni en sueños— Cuando tú viniste a él en busca de ayuda, yo te respondí. ¿No vas a contestarme ahora? Tú sabes lo que él significaba para mí. Lo viste, antes incluso de que nos trajeras aquí. Nuestra paz depende de ti».
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—Te pido disculpas por molestarte tan tarde, príncipe Pirro—Y le ofrece la más natural de sus sonrisas.
—Yo no duermo nunca —responde Chenle.
—Qué práctico. No me maravilla que hayas hecho mucho más que todos nosotros.
Pirro entrecierra los ojos y le observa, sin saber a ciencia cierta si se burla o no de él.
—¿Vino? —Doyoung alza un pellejo con bebida.
—¿Por qué no? —Pirro señala con el mentón dos copas y se vuelve hacia Nayeon— Déjanos.
Doyoung escancia el vino mientras ella recoge sus ropas.
—Bueno, debes de estar complacido con tus hazañas en Troya. ¿Héroe a los trece? No hay muchos hombres que puedan decir eso.
—No hay ninguno —replica con voz glacial— ¿Qué quieres?
—Me temo que he venido impulsado por un extraño sentimiento de culpa.
—¿Sí...?
—Zarpamos mañana y dejamos a muchos compañeros muertos detrás. Todos ellos están debidamente enterrados, con un nombre que señala y guarda sus recuerdos, todos salvo uno. No soy un hombre especialmente religioso, pero la idea de un alma vagando entre los vivos no es de mi agrado y me gustaría descansar sin ser molestado por espíritus inquietos.
Chenle le escucha con los labios curvados por su habitual mueca de desagrado.
—No puedo decir que tu padre y yo fuéramos amigos, pero siempre admiré su habilidad y le valoré como soldado. Y en diez años tienes tiempo para conocer a un hombre, da igual que te guste o no. Así que puedo decirte que no creo que él quisiera que el nombre de Taeyong fuera olvidado.
—¿Lo dijo expresamente? —salta Pirro, envarado.
—Tu padre pidió que mezclaran las cenizas de ambos y también que los enterraran como si fueran uno solo, así que, siguiendo el espíritu de todo esto, creo que podemos decir que sí, que era eso lo que deseaba.
Por primera vez me sentí agradecido por la inteligencia de Doyoung.
—Yo soy el hijo de JaeHyun, y el único que decide los deseos de su espíritu.
—Por eso he venido a ti. No tengo ningún interés en esto. Solo soy un hombre justo al que le gusta hacer lo que es correcto.
—¿Y es correcto que la fama de mi padre se vea mancillada y disminuida por un... plebeyo?
—Taeyong no fue un hombre del común. Nació príncipe y fue exiliado. Sirvió con bravura en nuestro ejército y muchos hombres le admiraron. Mató a Sarpedón, a quien solo superaba Mark.
—Con la armadura de mi padre. Y gracias al renombre de mi padre. No tenía nada propio.
Doyoung inclina la cabeza.
—Eso es cierto, pero la fama sigue cursos extraños: la de unos aumenta al morir y la de otros se desvanece. Lo que admira una generación, la siguiente lo aborrece— El itacense abre las manazas— Es imposible decir quién va a sobrevivir al holocausto de la memoria. ¿Quién sabe? —Sonríe— Tal vez algún día yo sea famoso, incluso más que tú.
—Lo dudo.
Doyoung se encoge de hombros.
—Nada podemos decir nosotros, que solo somos hombres, un breve destello de una antorcha. Quienes vengan detrás nos elevarán o nos hundirán a su capricho. Taeyong va a ser de esos que van a crecer en el futuro.
—No.
—Entonces sería un buen gesto, una muestra de caridad y piedad para honrar a tu padre y dar descanso a un muerto.
—Ese hombre es una mancha en el honor de mi padre, y también en el mío. No voy a permitirlo. Coge ese vino agrio y vete.
Las palabras de Pirro suenan como chasquidos de palos al partirse. Doyoung se pone en pie, pero no se marcha.
—¿Tienes esposa?
—Por supuesto que no.
—Yo sí, hace diez años que no la veo. No sé si ha muerto o si yo viviré para reunirme con ella—Siempre había pensado que su esposa era una ficción, una broma, pero ahora su voz no es afable. Pronuncia lentamente cada palabra, como si debiera extraerla desde un gran abismo— Mi consuelo es saber que estaremos juntos en el inframundo, que nos reuniremos allí en la muerte si no es posible hacerlo en vida. No desearía estar allí sin su compañía.
—Mi padre no tuvo una esposa así —replica Pirro. Doyoung mira el rostro implacable del joven y dice:
—Lo he hecho lo mejor posible. Recuerda que lo intenté.
Lo recuerdo.
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Los griegos se hacen a la mar y se llevan mis esperanzas con ellos. No puedo seguirlos, estoy atado a la tierra donde descansan mis cenizas. Me hago un ovillo alrededor del obelisco de piedra de su tumba. Quizá su tacto sea cálido, quizá sea helado. No sabría decirlo. JAEHYUN, reza la piedra, y no dice más. Se ha ido al inframundo y yo sigo aquí.
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La gente acude de visita a su tumba. Algunos retroceden como si temieran que se levantara su espíritu y los desafiara a luchar. Otros se quedan en la base del obelisco a mirar las escenas de su vida talladas en la piedra. Se hicieron con algo de premura, pero son bastante claras. JaeHyun mata a Memnón, a Mark, a Pentesilea. No hay otra cosa que muertes. Así debería ser la tumba de Pirro. ¿De esta manera habrán de recordarlo?
Haechan también viene. Yo lo observo. La hierba se marchita donde él está. Durante mucho tiempo solo he albergado odio hacia él. Haechan formó a Pirro y le amó más que a su hijo JaeHyun.
Contempla las escenas de la tumba, una muerte tras otra. Alarga la mano como si quisiera tocarlas. No lo soporto.
—«Haechan» —lo llamo. El dios retira la mano y se desvanece, pero más tarde regresa— «Haechan»—Él no reacciona, se limita a quedarse allí, contemplando la tumba de JaeHyun— «Estoy enterrado aquí, en la tumba de tu hijo».
Nada dice, nada hace. No me escucha.
Viene a diario y se sienta en la base del obelisco. Me parece que a través de la tierra soy capaz de oler un punzante olor a sal y también puedo sentir su frío. No puedo hacer que se vaya, pero puedo odiarlo.
—«Una vez dijiste que Quirón le había echado a perder. Tú eres un dios frío y no sabes nada. El único que lo ha echado a perder eres tú. Mira ahora cómo van a recordarle. Por matar a Mark y a Troilo, por crueldades cometidas en un momento de dolor».
Su rostro parece de piedra. No mueve ni un músculo. Los días pasan.
—«Tal vez esas cosas sean una virtud entre los dioses, pero dime: ¿qué gloria puede haber en arrebatar otra vida? Morimos con demasiada facilidad. ¿Harías de él otro Pirro? Deja que las historias de JaeHyun cuenten algo más».
—¿Qué más? —me pregunta él.
Por una vez no le tengo miedo. Estoy muerto. ¿Qué más puede hacerme?
—«Devolvió el cuerpo de Mark a Príamo. Deberían recordar eso también».
Él permanece en silencio durante largo tiempo.
—¿Y...?
—«Era muy habilidoso con la lira y tenía una voz hermosa».
Él parece estar esperando.
—«Las chicas, él las cogía para evitar que sufrieran a manos de los reyes».
—Ese mérito es tuyo.
—«¿Por qué no estás con Pirro?».
Algo le flamea en los ojos.
—Ha muerto.
Siento una alegría irreprimible.
—«¿Cómo ha ocurrido?» —Es más una orden que una pregunta.
—Le mató Orestes, el hijo de Lucas.
—«¿Por qué?».
Haechan tarda mucho tiempo en dar una respuesta.
—Raptó y tomó a la prometida de Orestes.
«Cualquier cosa que me apetezca», le había dicho a Winter.
—«¿Y prefieres ese hijo a JaeHyun?».
Haechan frunce los labios.
—¿No tienes más recuerdos?
—«Estoy hecho de recuerdos».
—Entonces, habla.
Casi me niego, pero mi sufrimiento por él es mayor que mi ira. Deseo hablar de cosas que no son muerte ni divinidad. Quiero que él viva. Resulta un tanto extraño en un primer momento: estoy acostumbrado a mantenerle lejos de él, a acapararle para mí, pero luego los recuerdos fluyen como los arroyos en primavera, más deprisa de lo que soy capaz de contenerlos. No vienen en forma de palabras, sino como sueños, surgen como el aroma a mojado de la tierra empapada por la lluvia. Le cuento esto, y lo otro, y lo de más allá. Le hablo del aspecto de su pelo bajo el sol estival, de su rostro al correr, de sus ojos solemnes como los de un búho cuando está en clase. Una cosa, y otra, y otra más. Los momentos de felicidad son tantos que se agolpan.
Haechan cierra los ojos. La piel de sus párpados es del color de la arena en invierno.
Él escucha y también rememora...
Recuerda que está en la playa con su negra melena larga como una cola de caballo. Olas grises como el granito se estrellan contra las rocas de la playa. Y también recuerda las manos del feroz mortal que le llenan de moratones su piel lisa. Se acuerda de cómo la arena le raspa la piel, y del dolor en las entrañas. Después, los dioses la atan al humano.
Haechan repite para sí una y otra vez la profecía de las tres ancianas: «Tu hijo será más grande que su padre».
Los demás dioses se habían espantado al enterarse, sabedores de lo que los hijos poderosos suelen hacer con sus padres: los rayos de Jungwoo aún huelen a carne chamuscada y parricidio. Ellos la entregaron a un mortal con el propósito de reducir el poder del muchacho, diluirlo en humanidad, disminuirle.
Es su sangre divina lo que va a hacerle fuerte.
Pero no lo suficiente. «Soy un mortal», le grita desaforadamente con el rostro ensangrentado, humedecido, sin gracia.
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—«¿Por qué no te has ido con él?».
—No puedo—La pena de su voz resulta desgarradora— No puedo ir debajo de la tierra—Se refiere al inframundo, oscuro como boca de lobo, donde revolotean las almas, por donde únicamente los muertos pueden andar— Esto es todo lo que queda—resume con la vista fija en el obelisco. Una eternidad de piedra.
Yo conjuro al chico que conocí, su ancha sonrisa con las manos borrosas de tan deprisa que hace los malabares con los higos, sus ojos verdes risueños cuando me dice: «Te pillé», su figura recortada contra el cielo mientras cuelga de una rama por encima del río, la respiración intensa y cálida en mi oreja mientras duerme. «Si tienes que ir, sabes que iré contigo». Mis temores olvidados en el dulce puerto de sus brazos.
Los recuerdos vienen y vienen, y Haechan me escucha con la mirada puesta en el grano de la piedra. Ahí estamos los tres: la deidad, el mortal y el chico que fue ambas cosas.
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El sol se pone sobre el mar, derramando sus colores sobre las aguas. Haechan permanece junto a mí, silencioso mientras la penumbra borrosa se desliza sobre la tierra. Su rostro sigue intacto como el primer día que lo vi. Cruza los brazos sobre el pecho, como si se guardara algún pensamiento para sí mismo.
Se lo he contado todo, sin reservarme nada de ninguno de nosotros. El obelisco de la tumba marca el descenso de la luz.
—No logré darle la divinidad —dice Haechan con voz quebrada y llena de pesar.
—Pero le diste la vida.
Él no me responde durante largo tiempo, se limita a permanecer sentado con los ojos iluminados por los últimos rayos del agonizante día.
—Ya lo he hecho —me informa. Al principio no la entiendo, pero entonces miro la tumba y las marcas que Haechan ha grabado en la piedra. JAEHYUN, reza la piedra, y junto a esa inscripción hay otra: TAEYONG. El dios me dice—: Ve, él te espera.
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En la oscuridad, dos figuras alargan los brazos a través de una penumbra espesa y penosa. Y cuando las manos se tocan, se derrama la luz de cien urnas doradas, por las que el sol parece salir a borbotones.
Fin.
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AY, yo quería que lo mataran por el talón. :(