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ᴹᴮᴬᴸᵀ 🔮 JaeYong

Actualizado: 29 jul 2022


Sinopsis

Lee Taeyong es el mago más poderoso del mundo, tiene diecisiete años y es el Elegido, el único que puede salvar su mundo.

La verdad: Taeyong es el peor Elegido que nadie podría haber elegido.

Al menos eso es lo que dice JaeHyun, su némesis. Y JaeHyun será malvado y un vampiro y gilipollas, pero aquí tiene razón. La mayor parte del tiempo, Taeyong ni siquiera puede controlar su magia, ¿y tiene que salvar el mundo?


🔮 JaeYong

🔮 Historia única


PRÓXIMAMENTE


ree

🔮


Capítulos

Parte I: Capítulo 1

TAEYONG

Voy solo a la estación de autobuses.

Siempre arman muchísimo lío con mis papeles cuando me voy. Durante el verano, ni siquiera me dejan ir al supermercado Tesco sin un acompañante y permiso de la mismísima reina de Inglaterra. Pero, cuando llega el otoño, simplemente firmo el documento de salida del centro de menores, y me dejan irme.

—Él va a un colegio especial —le explica una de las señoras de la secretaría a la otra cuando me voy.

Están sentadas sobre una caja de poliespan y yo les devuelvo mis papeles deslizándolos a través de una ranura en la pared.

—Es una escuela para jóvenes delincuentes —susurra. La otra mujer ni siquiera levanta la cabeza.

Esto se repite cada mes de septiembre, a pesar de que nunca repito centro de menores.

El Hechicero en persona vino a buscarme para llevarme a la escuela la primera vez, cuando tenía once años. Pero, al año siguiente, me dijo que podía llegar a Watford yo solo.

—Has sido capaz de matar a un dragón, Taeyong. Seguramente serás capaz de caminar un poco y coger un par de autobuses.

Yo no quería matar a aquel dragón. No creo que quisiera hacerme daño. (A veces todavía sueño con eso. El modo en que el fuego lo consumió de dentro hacia fuera, como una quemadura de cigarrillo consumiendo un trozo de papel.)

Llego a la estación de autobuses y me como una chocolatina de menta marca Aero mientras espero el primer autobús. Después tengo que coger otro. Y luego un tren.

Cuando estoy instalado en el tren, intento dormir con la maleta en el regazo y los pies apoyados en el asiento de enfrente, pero un hombre un par de filas atrás no deja de mirarme. Siento sus ojos trepando por mi nuca.

Podría ser un simple pervertido. O un policía.

O podría ser un cazarrestos que sabe cuánto le pagarían por mi cabeza.

—Se llaman cazarrecompensas —le dije a Doyoung la primera vez que nos enfrentamos a uno de ellos.

—No, se llaman cazarrestos —respondió él—Porque son tus restos, tus dientes y tus huesos, más concretamente, lo que se quedan de ti si te pillan.

Me cambio de vagón y ni siquiera intento volver a dormirme. A medida que me acerco a Watford, me voy poniendo cada vez más nervioso. Todos los años considero la opción de saltar del tren en marcha y así lograr evitar el resto del camino a la escuela, aunque eso signifique quedarme en coma.

Podría hechizar el tren con un ¡Date prisa!, pero es un hechizo arriesgado, y los primeros hechizos que conjuro a principios de curso no suelen salirme bien. Se supone que, durante el verano, debería practicar con hechizos pequeños, predecibles, cuando nadie me vea. Como encender farolas. O transformar manzanas en naranjas.

—Practica abrochándote los botones de la camisa, o atándote los cordones — sugirió la señorita Yoona—Ese tipo de cosas.

—Solo tengo un botón que abrocharme —le dije y, luego me sonrojé cuando ella bajó la vista hacia mis vaqueros.

—Entonces, usa tu magia para hacer las tareas domésticas —dijo—Para fregar los platos. Para sacarle brillo a la vajilla de plata.

No me molesté en decirle a la señorita Yoona que los platos en los que como en verano son desechables y los cubiertos son de plástico (solo tenedores y cucharas, nunca me dejan usar cuchillos).

Ni siquiera me he molestado en practicar mi magia este verano.

Es aburrido. Y no tiene sentido. Y no sirve de nada. No consigo ser mejor mago a base de práctica, lo único que consigo es cabrearme y perder el control.

Nadie sabe por qué mi magia es así. Por qué se dispara como una bomba en lugar de fluir a través de mí como un maldito arroyo o como narices les funcione a los demás.

—No lo sé —me dijo Doyoung cuando le pregunté qué experimenta él con la magia—Supongo que podría describirlo como un pozo en mi interior. Tan profundo que ni siquiera alcanzo a ver el fondo. Pero en lugar de bajar cubos para sacarla, lo único que tengo que hacer es tirar de ellos para que afloren a la superficie. Y, entonces, simplemente aparece la cantidad necesaria que necesite mientras consiga concentrarme.

Doyoung siempre consigue concentrarse. Además, él es poderoso.

Jungwoo no lo es. No tanto, al menos. Y a Jungwoo no le gusta hablar de su magia.

Pero una vez, en Navidad, conseguí mantenerlo despierto hasta que estuvo tan cansado y atontado que logré que me confesara que, para él, lanzar un hechizo es como flexionar un músculo y mantenerlo en esa posición.

—Igual que en el croisé devant —me dijo—¿Sabes lo que es?

Negué con la cabeza.

Estaba tumbado sobre una alfombra de piel de lobo delante de la chimenea, acurrucado como un precioso cachorro.

—Es un paso de ballet —dijo él—Es como tener que mantener una posición el máximo tiempo posible.

JaeHyun dice que, para él, es como encender una cerilla. O apretar un gatillo.

En realidad, no tenía intención de contármelo, pero se le escapó cuando tuvimos que luchar contra la quimera del bosque en quinto. La quimera nos tenía acorralados, y JaeHyun no era lo suficientemente poderoso como para combatir solo contra ella. (Ni siquiera el Hechicero tiene poder suficiente para luchar solo contra una quimera.)

—¡Hazlo, Lee! —me gritó JaeHyun—¡Hazlo! Libérala ahora, joder.

—No puedo —intenté explicarle—No funciona así.

—Claro que funciona así, maldita sea.

—No puedo activarla sin más —respondí.

—Inténtalo.

—Que no puedo, mierda.

Yo estaba blandiendo mi espada a mi alrededor; a los quince años ya la manejaba bastante bien, pero la quimera no era corpórea. (Así es mi mala suerte, casi siempre. En cuanto empiezas a manejarte con la espada, todos tus enemigos se vuelven niebla y telarañas.)

—Cierra los ojos y enciende una cerilla —me dijo JaeHyun.

Los dos estábamos intentando escondernos detrás de una roca. Él lanzaba un hechizo tras otro; prácticamente los estaba cantando.

—¿Qué?

—Eso era lo que solía decirme mi madre —comentó—Enciende una cerilla en tu corazón, y luego sopla sobre la hojarasca.

Para JaeHyun, todo está relacionado con el fuego. Me cuesta creer que todavía no me haya incinerado. O quemado en una hoguera.

Cuando estábamos en tercero, le divertía amenazarme con un funeral vikingo.

—¿Sabes qué significa eso, Lee? Una pira en llamas, a la deriva, en el mar. Podríamos hacer la tuya en Blackpool, para que todos tus horribles amigos Normales puedan venir.

—Vete a la mierda —respondía yo, tratando de ignorarlo.

Yo nunca he tenido amigos Normales, ni horribles ni de ningún tipo.

En el mundo de los Normales, todo el mundo huye de mí si puede evitarlo. Doyoung dice que perciben mi poder y me evitan instintivamente. Como los perros que no establecen contacto visual con sus amos. (Que no es que yo sea el amo de nadie, no quiero que suene así.)

De todas maneras, con los magos me pasa justo al revés. Les encanta el olor de la magia. Tengo que esforzarme mucho para conseguir que me odien.

A no ser que el mago en cuestión sea JaeHyun. Él es inmune. Después de compartir habitación conmigo durante siete años, semestre tras semestre, quizá haya desarrollado cierta tolerancia a mi magia.

Aquella noche que estuvimos luchando contra la quimera, JaeHyun estuvo gritándome hasta que perdí el control y estallé.

Los dos despertamos unas horas más tarde en un agujero renegrido. La roca detrás de la que nos habíamos estado escondiendo se convirtió en polvo, y la quimera en vapor. O, tal vez, simplemente desapareciera.

JaeHyun estaba convencido de que le había chamuscado las cejas, pero a mí parecía que estaba perfectamente, ni un solo pelo fuera de su sitio.

Típico de JaeHyun.

Capítulo 2

TAEYONG

Durante los veranos, no me permito el lujo de pensar en Watford.

Después del primer curso allí, cuando tenía once años, me pasé el verano entero pensando en ello. Pensaba en toda la gente que había conocido en la escuela: Doyoung, Jungwoo, el Hechicero. En sus torres y sus jardines. En la hora del té. En los postres. En la magia. En el hecho de que yo también era mágico.

Llegué a ponerme enfermo de tanto pensar y soñar con la Escuela Mágica de Watford, hasta que empecé a sentir que solo era un sueño. Una simple fantasía con la que pasar el tiempo.

Como cuando solía soñar con que algún día sería futbolista y que mis padres, mis padres biológicos, volverían a por mí...

Imaginaba que mi padre sería fútbolista profesional. Y mi madre una modelo de alta costura. Y me explicarían que tuvieron que abandonarme porque eran demasiado jóvenes para ocuparse de un bebé, y porque tenían que sacar adelante sus carreras.

—Pero siempre te echamos de menos, Taeyong —me dirían—Te hemos estado buscando.

Y me llevarían a su mansión.

La mansión de un jugador de fútbol... Un internado mágico...

A la luz del día, en el mundo real, ambas fantasías eran igual de mierda. (Sobre todo si te despiertas en una habitación con otros siete chicos abandonados por sus familias.)

Aquel primer verano ya casi había reducido a polvo el recuerdo de Watford cuando me llegó el billete de autobús y mis documentos, junto con una nota del Hechicero en persona...

Real. Todo era real.

Así que, durante el verano siguiente, después de mi segundo año en Watford, no me permití pensar en absoluto en la magia durante meses. Simplemente, fue como si me desconectara de ella. No la eché de menos, no me apeteció usarla.

Decidí dejar que la Escuela Mágica llegara como un gran regalo sorpresa en septiembre, si es que llegaba. (Y llegó. Hasta el momento, siempre lo ha hecho.)

El Hechicero solía decir que quizá algún día me dejaría pasar los veranos en Watford, o que tal vez incluso podría pasarlos con él, donde quiera que pase él los veranos.

Pero luego decidió que era mejor que pasara parte del año con los Normales. Para acostumbrarme a su lenguaje y mantenerme alerta:

—Deja que las dificultades te afilen, Taeyong.

Al principio creí que se refería al filo de mi espada, pero después me di cuenta de que se refería a mí.

Yo soy la espada. La Espada del Hechicero. No estoy seguro de que pasar los veranos en casas de acogida me «afile» de ninguna manera... Pero sí me hace sentir más... ávido. Como hambriento. Hace que quiera ir a Watford como, no sé, como si me fuera la vida en ello.

JaeHyun y los de su clase —las Familias Antiguas y ricas— opinan que nadie iguala su capacidad de entender la magia. Ellos creen que son los únicos a los que se les puede confiar el don de la magia.

Pero no hay nadie a quien le guste la magia más que a mí.

Ningún otro mago —ninguno de mis compañeros, ninguno de sus padres— sabe cómo es vivir sin magia.

Yo soy el único que lo sé.

Y haré cualquier cosa para asegurarme de que siempre esté aquí para mí y poder hacer de ella mi hogar.

Intento no pensar en Watford cuando estoy lejos de allí, pero este verano ha sido casi imposible no hacerlo.

Con todo lo que pasó el curso anterior, me costaba creer que el Hechicero fuera a prestarle atención a una cosa tan banal como el final de curso. ¿Quién interrumpe una guerra para mandar a los alumnos a sus casas para las vacaciones de verano?

Además, yo ya no soy un niño. Legalmente, podría haber solicitado la mayoría de edad a los dieciséis años. Podría haber alquilado un piso en algún sitio. Quizá en Londres. (Podía permitírmelo. Tenía un saco lleno de oro de los duendes, que solo desaparece si intentas pagar con él a otros magos.)

Pero el Hechicero me mandó a un nuevo centro de menores, como hace siempre. Después de todos estos años, me sigue teniendo de aquí para allí, dando vueltas como una peonza. Como si allí fuera a estar a salvo. Como si allí el Humdrum no pudiera invocarme, o lo que sea que nos hizo a Doyoung y a mí a finales del semestre pasado.

—¿Es capaz de invocarte? —preguntó Dongs en cuanto conseguimos alejarnos de él—¿A través de una masa de agua? Eso no es posible, Taeyong. No existen precedentes.

—La próxima vez que me invoque bajo la forma de una puta ardilla demoniaca, no te preocupes, que se lo diré.

Doyoung tuvo la mala suerte de estar agarrado a mi brazo cuando el Humdrum me invocó, por lo que lo arrastré conmigo. La única razón por la que conseguimos escapar fue su rapidez de pensamiento.

—Taeyong —me dijo ese día, cuando finalmente estábamos en el tren de vuelta a Watford—Esto es serio.

—¡Por Siegfried y el puto Roy, Dongs!, ya sé que esto es serio. Sabe cómo encontrarme.

Ni yo mismo sé cómo encontrarme, pero el Humdrum sí sabe cómo hacerlo.

—¿Cómo puede ser que sigamos teniendo tan poca información sobre él? —dijo, furioso—Es tan...

—Insidioso —dije—Por algo le llaman el Insidioso Humdrum.

—Deja de bromear. Esto es serio.

—Ya lo sé, Dongs.

Cuando volvimos a Watford, el Hechicero escuchó nuestra historia y comprobó que no hubiéramos sufrido ningún daño, pero luego nos mandó a cada uno por nuestro lado. Simplemente... nos mandó a casa.

No tiene ningún sentido.

Así que, como no podía ser de otra manera, me he pasado el verano entero pensando en Watford. En todo lo que pasó, y todo lo que todavía me podría pasar y todo lo que estaba en juego... Me reconcomía por dentro.

Pero, a pesar de todo, intenté no concentrarme en las cosas buenas. Porque las cosas buenas son las que te vuelven loco cuando las echas de menos, ¿sabes?

Tengo una lista de todas las cosas buenas que echo de menos y en las que no me permito pensar hasta que estoy a una hora de Watford. Entonces, repaso la lista, punto por punto.

Es un poco como irte introduciendo poco a poco en agua fría. Bueno, más bien lo contrario, como irte sumergiendo en algo realmente bueno, para reducir el efecto de la impresión. Empecé a hacer esta lista, mi lista de cosas buenas, cuando tenía once años, y probablemente debería eliminar algunos puntos, pero es más difícil de lo que parece.

De todos modos, ahora mismo estoy a una hora de llegar a la escuela, así que recapitulo mentalmente la lista, y apoyo la frente contra la ventanilla del tren.


🔮 Las cosas que más echo de menos de Watford 🔮


Nº 1 Los bollos de cereza

Antes de estudiar en Watford nunca había probado los bollos de cereza. Solo había probado los de pasas, pero, por lo general, solo comía los normales, los del supermercado, que suelen estar demasiado horneados.

En Watford, si quieres, siempre puedes comer bollos de cereza recién horneados para desayunar. Y a la hora del té vuelve a haber otra remesa. Tomamos té en el comedor después de las clases, antes de las actividades, el fútbol y los deberes.

Siempre tomo el té con Doyoung y Jungwoo, y yo soy el único que siempre come bollos.

—Vamos a cenar dentro de dos horas, Taeyong —Jungwoo se sigue burlando de mí, después de todos estos años.

Una vez Doyoung intentó calcular la cantidad de bollos que me he comido desde que empezamos en Watford, pero se aburrió antes de averiguar el resultado.

Sencillamente, no puedo evitar comérmelos si están allí. Son suaves, ligeros y tienen un leve toque salado. A veces, hasta sueño con ellos.


Nº 2 Doyoung

Este punto de la lista podría ocuparlo el rosbif (ternera asada). Pero hace unos años decidí limitarme a una sola comida. Si no, esta lista se convertiría en una oda a la comida como la del musical ¡Oliver!, y me entra tanta hambre que hasta me duele la tripa.

Jungwoo debería ocupar un lugar más alto de la lista que Doyoung, porque Jungwoo es mi novio. Pero Doyoung llegó a la lista primero. Nos hicimos amigos durante mi primera semana en la escuela, en clase de Palabras Mágicas.

No sabía muy bien qué pensar de él cuando nos conocimos: un niño flaquito con la piel blanca y una brillante mata de pelo rojo. Llevaba gafas puntiagudas, de esas que usas para disfrazarte de brujo en una fiesta de disfraces, y un enorme y pesado anillo color morado en la mano derecha. Estaba intentando ayudarme con un ejercicio, y creo que yo me limitaba a mirarlo fijamente.

—Sé que eres Lee Taeyong —dijo ella—Mi madre me dijo que estarías aquí. Dice que eres muy poderoso, probablemente más poderoso que yo. Yo soy Kim Doyoung.

—No sabía que alguien como tú pudiera llamarse Doyoung —dije. Menuda estupidez. (Ese año solo dije estupideces.)

Él arrugó la nariz.

—¿Y cómo debería llamarse alguien como yo?

—No lo sé —de verdad que no lo sabía. Los chicos que había conocido que se parecían a él se llamaban Moonbin o Yujin, y, definitivamente, no eran pelirrojos—¿Moonbin? —propuse.

—Alguien como yo puede llamarse de cualquier manera —dijo Doyoung.

—¡Ah! —dije—Vale, perdona.

—Y podemos hacer lo que nos dé la gana con nuestro pelo —volvió al ejercicio, pasando los dedos entre su melena pelirroja—Es de mala educación quedarse mirando fijamente a la gente, ¿sabes?, aunque sean tus amigos.

—¿Somos amigos? —le pregunté, más sorprendido que otra cosa.

—¿Te estoy ayudando con el ejercicio, no?

Lo estaba haciendo. Acababa de ayudarme a reducir una pelota de fútbol al tamaño de una canica.

—Creía que me estabas ayudando porque soy tonto —respondí.

—Todo el mundo es tonto —respondió—Te estoy ayudando porque me caes bien.

Resultó que se había teñido el pelo accidentalmente de ese color probando un hechizo nuevo; después lo llevó pelirrojo durante todo primero. En segundo probó con el azul.

La madre de Doyoung es coreana y su padre inglés. En realidad, los dos son ingleses; la rama coreana de su familia lleva muchísimos años instalada en Londres. Más tarde, Doyoung me contó que sus padres le habían pedido que se mantuviera alejado de mí en la escuela.

—Mi madre dice que nadie sabe realmente de dónde has salido. Y que puedes ser peligroso.

—¿Y por qué no le has hecho caso? —le pregunté.

—¡Porque nadie sabe de dónde has salido, Taeyong! ¡Y porque puedes ser peligroso!

—Tienes el instinto de supervivencia roto.

—Además, también me diste pena —dijo—Estabas cogiendo la varita al revés.

Todos los veranos echo de menos a Dongs, aunque me repita a mí mismo que no debo hacerlo. El Hechicero ha prohibido a todo el mundo que me escriba o me llame durante las vacaciones, pero Dongs se las ingenia para encontrar la manera de enviarme mensajes: un día poseyó el cuerpo del anciano de la tienda de abajo, al que se le olvida ponerse la dentadura, y habló a través de él. Me alegré de tener noticias suyas y eso, pero fue tan raro que le pedí que no lo volviera a hacer a menos que hubiera alguna emergencia.


Nº 3 El campo de fútbol

No consigo jugar tanto al fútbol como antes. No se me da lo suficientemente bien como para entrar en el equipo de la escuela, además siempre estoy metido en algún plan, o en alguna tragedia, o fuera de la escuela porque el Hechicero me ha enviado a alguna misión. (No se puede defender la portería con confianza cuando el puto Humdrum de las narices es capaz de invocarte cuando le viene en gana.)

Pero a veces consigo jugar. Y es un campo perfecto: el césped es precioso. La única zona llana del campus. Es muy bonito, y cerca hay árboles, a la sombra de los que podemos sentarnos a ver los partidos. JaeHyun juega en el equipo oficial de la escuela. Por supuesto. El muy cabrón.

En el campo es igual que en todos los demás sitios. Fuerte. Agraciado.

Jodidamente despiadado.


Nº 4 El uniforme

Incluí este punto en la lista cuando tenía once años. Hay que entender que, cuando recibí mi primer uniforme, era la primera vez que tenía ropa de mi talla, la primera vez que me ponía una chaqueta y una corbata. De repente, me sentí alto y elegante. Hasta que JaeHyun entró en el aula: él era el más alto y elegante de todos.

En Watford, los estudios duran ocho años. Los alumnos de primero y segundo usan chaquetas a rayas —de dos tonos de morado y dos tonos de verde— con pantalones gris oscuro, jerséis verdes y corbatas rojas.

Hasta sexto, dentro de la escuela hay que usar un sombrero como los que llevan los gondoleros, aunque en realidad es solo una prueba para ver si eres capaz de lanzar un Estate quieto suficientemente potente como para mantener el sombrero en su sitio. (El mío siempre lo hechizaba Dongs. Si lo hubiera hecho yo, habría terminado durmiendo con el maldito sombrero todo el curso.)

Cada otoño, cuando llego a nuestra habitación, hay un uniforme nuevo esperándome. Lo encontraré sobre mi cama, limpio, planchado, y me quedará perfectamente, da igual cuánto haya cambiado o crecido.

Los alumnos de cursos superiores —como yo, ahora mismo— visten chaquetas verdes con ribetes blancos. Además, si queremos podemos llevar jerséis rojos. Las capas son opcionales. Yo nunca las he usado, me hacen sentir un poco imbécil, pero a Dongs le gustan. Dice que se siente como Stevie Nicks, la cantante de Fleetwood Mac.

Me gusta el uniforme. Me gusta saber la ropa que voy a llevar todos los días. No sé cómo vestiré el año que viene, cuando haya terminado en Watford...

He pensado en unirme a los Hombres del Hechicero. Ellos tienen sus propios uniformes, una mezcla de Robin Hood y agente del MI6, el servicio secreto británico. Pero el Hechicero dice que ese no es mi camino.

Me lo dice así:

—Ese no es tu camino, Taeyong. Tú camino está en otro lado.

Él quiere que me mantenga apartado de todo el mundo. Que reciba entrenamiento exclusivo. Lecciones especiales. Creo que ni siquiera me habría permitido asistir a Watford si él no fuera el director y pensara que es el lugar más seguro para mí.

Si le preguntara al Hechicero qué ropa debería usar cuando termine en Watford, probablemente me daría un equipamiento de superhéroe.

Pero, cuando me marche, no pienso preguntarle a nadie cómo debería vestirme.

Ya tengo dieciocho años.

Me vestiré yo solo.

O me ayudará Dongs.


Nº 5 Mi habitación

Debería decir «nuestra habitación», pero no echo de menos la parte que comparto con JaeHyun.

En Watford, cuando entras en primero, se te asigna una habitación y un compañero para toda tu estancia allí. Nunca tienes que recoger tus cosas, ni quitar tus pósteres.

Compartir habitación con alguien que quiere matarme, con alguien que lleva queriendo matarme desde que tenía once años, ha sido... Bueno, ha sido un poco jodido, ¿vale?

Pero tal vez el Crisol se sintiera un poco mal por ponernos a JaeHyun y a mí juntos en la misma habitación (no literalmente, no creo que el Crisol tenga sentimientos), porque, a cambio, JaeHyun y yo tenemos la mejor habitación de Watford.

Vivimos en la Casa de los Enmascarados, casi en el confín de los terrenos de la escuela. Es un edificio de piedra de cuatro pisos y medio, y nuestra habitación está en la parte superior, en una especie de torreta que da al foso. La torreta es demasiado pequeña para tener más de una habitación, pero es más grande que las habitaciones de los demás alumnos. Y aquí solía alojarse el personal, así que tenemos nuestro propio baño.

JaeHyun es en realidad una persona bastante decente para compartir un baño. Se pasa toda la mañana ahí, pero es limpio; y no le gusta que toque sus cosas, así que lo mantiene todo bastante despejado. Doyoung dice que nuestro cuarto de baño huele a cedro y bergamota, y ese olor debe ser de JaeHyun porque, definitivamente, yo no huelo así.

Te contaría cómo consigue Dongs entrar en nuestra habitación cuando ya pasó el toque de queda, pero es que todavía no lo sé. Yo creo que lo hace con el anillo. Una vez la vi usarlo para abrir una cueva, así que cualquier cosa es posible.


Nº 6 El Hechicero

También metí al Hechicero en la lista cuando tenía once años. Y ha habido muchas veces que he pensado en sacarlo.

Como en sexto, cuando prácticamente me ignoró. Cada vez que intentaba hablar con él, me decía que estaba en medio de algo importante.

A veces, me lo sigue diciendo. Lo entiendo. Es el director. Y es mucho más que eso: es el líder del Aquelarre, así que, técnicamente, es quien gobierna el mundo de los Hechiceros. Y no es que sea mi padre. No es nada mío...

Pero es lo más parecido que tengo a un pariente.

El Hechicero fue la primera persona que se acercó a mí en el mundo de los Normales y me explicó (o intentó explicarme) quién soy. Sigue cuidando de mí, a veces sin que yo me dé cuenta. Y cuando me puede dedicar un poco de tiempo, para hablar de verdad conmigo, es cuando me siento más apoyado. Lucho mejor cuando él está cerca. Pienso mejor. Es como si, cuando él está a mi lado, consiguiera creer lo que siempre me dice: que soy el Hechicero más poderoso que jamás se haya conocido en el mundo de los Hechiceros.

Y que tener tanto poder es algo bueno, o que, al menos, algún día lo será. Que un día conseguiré resolver mis problemas y solucionar más de los que causo.

El Hechicero también es la única persona a la que se le permite mantener contacto conmigo durante el verano.

Y siempre se acuerda de que mi cumpleaños es en Julio.


Nº7 La magia

No necesariamente mi magia. Esa me acompaña a todas partes y, sinceramente, no es algo con lo que me sienta demasiado cómodo.

Lo que echo de menos, cuando estoy lejos de Watford, es estar rodeado de magia. Un ambiente de magia natural, relajado. Gente lanzando hechizos por los pasillos y en las clases. Alguien que envía un plato de salchichas flotando hacia la mesa del comedor como si estuvieran transportándolas con cables.

El mundo de los Hechiceros no es un «mundo» como tal. No tenemos ciudades. Ni siquiera barrios. Los magos siempre han vivido entre la gente del mundo de los Normales. Según la madre de Doyoung, así es más seguro, y evitamos alejarnos demasiado del resto del mundo.

Ella dice que eso fue lo que les pasó a las hadas. Que se cansaron de tener que lidiar con el resto de criaturas, se refugiaron en los bosques durante siglos, y después no encontraron el camino de vuelta al mundo.

El único lugar donde los magos conviven es en Watford, a no ser que estén emparentados entre sí. Existen algunos clubs sociales y asociaciones de magia, reuniones anuales, ese tipo de cosas. Pero Watford es el único lugar donde compartimos todo nuestro tiempo juntos. Precisamente por eso, la gente se pone a buscar pareja como loca durante los dos últimos cursos. Si no encuentras pareja en Watford, dice Dongs, podrías terminar solo, o inscribiéndote en los viajes de solteros de magos británicos al cumplir los treinta y dos.

Ni siquiera sé de qué se preocupa Dongs; él tiene un novio japonés desde cuarto. (Un estudiante que vino de intercambio a Watford.) Yuta juega al béisbol y tiene una cara tan simétrica que se puede invocar un demonio en ella. Hablan por videoconferencia cuando él está en casa, y, cuando Dongs está en la escuela, él le escribe casi todos los días.

—Sí —me dice él—pero Yuta es japonés. Ellos no se toman el matrimonio como nosotros. Igual me deja por algun chico guapo que conozca en Japón. Mi madre dice que por ahí es por donde se nos está yendo la magia: disipándose en los irreflexivos matrimonios japoneses.

Dongs cita a su madre casi tanto como yo lo cito a él.

Son un par de paranoicos. Yuta es un chico de fiar. Se casará con Doyoung, y después querrá llevárselo a Japón con él. Eso es lo que nos debería preocupar de verdad.

En fin...

La magia. Echo de menos la magia cuando estoy lejos.

Cuando estoy solo conmigo mismo, la magia es algo personal. Mi carga, mi secreto.

Pero, en Watford, la magia es el aire que respiramos. Es lo que me hace sentir parte de un todo mayor, no lo que me distingue de los demás.


Nº8 Seulgi y las cabras

Empecé a ayudar a Seulgi, la cabrera, en segundo. Y, durante algún tiempo, pastorear a las cabras era básicamente mi actividad favorita. (Y JaeHyun solía ponerse las botas riéndose de mí por ello.) Seulgi es la mejor persona de Watford, es más joven que los profesores. Y sorprendentemente poderosa para alguien que ha decidido pasarse la vida cuidando cabras.

—¿Qué tendrá que ver ser poderoso con dedicarte a lo que te dé la gana? —diría Seulgi—La gente alta no tiene por qué dedicarse al balonpapelera obligatoriamente.

—¿Te refieres al baloncesto?

(Al no salir de Watford, Seulgi ha perdido un poco el contacto con el mundo de los Normales.)

—Da igual. Yo no soy un soldado. No veo por qué debería ganarme la vida luchando solo porque sepa dar puñetazos.

El Hechicero dice que todos somos soldados, y que todos poseemos una pizca de magia. Eso era lo peligroso de los métodos antiguos, según él: los magos simplemente se divertían y hacían lo que les venía en gana, trataban la magia como un juguete o como si fuera un derecho, no como algo que tuvieran que proteger.

Seulgi no tiene perro pastor que la ayude a cuidar de las cabras. Solo su bastón. La he visto traer de vuelta al rebaño con un sencillo gesto de la mano. Empezó a enseñarme a llamar a las cabras para que volvieran al redil una a una; cómo hacer que el rebaño al completo sienta que se está alejando demasiado. Una primavera, incluso, me dejó ayudar en el parto de un cabritillo.

Ya no tengo mucho tiempo libre que pasar con Seulgi.

Pero las sigo manteniendo, a ella y a las cabras, en la lista de cosas que echo de menos. Aunque solo sea para poder pararme un minuto a pensar en ellas.


Nº 9 El Bosque Velado

Tengo que sacar esto de la lista. A la mierda el Bosque Velado.


Nº 10 Jungwoo

Quizá también tendría que sacar a Jungwoo de la lista.

Ya empiezo a acercarme a Watford. Llegaré a la estación en cinco minutos.

Alguien de la escuela vendrá a recogerme.

Solía dejar a Jungwoo para el final de la lista.Así me pasaba el verano entero sin pensaren él, y esperaba hasta estar prácticamente en Watford para volver a traerlo a mi mente. Así no tenía que pasarme todo el verano convenciéndome de que era demasiado bueno para ser verdad.

Pero, ahora... No sé, quizá Jungwoo sea realmente demasiado bueno para ser verdad, al menos para mí.

El semestre pasado, justo antes de que el Humdrum nos secuestrara a Dongs y mí, vi a Jungwoo con JaeHyun en el Bosque Velado. Supongo que en algún momento noté que quizá había algo entre ellos, pero nunca creí que Jungwoo me traicionaría de esa manera, que cruzaría esa línea.

No tuve tiempo de hablar con él después de verlo con JaeHyun: estaba demasiado ocupado siendo secuestrado y, luego, intentando escapar. Y, después, no pude hablar con él porque durante el verano no se me permite hablar con nadie. Y, ahora, yo no sé...

No sé qué significa Jungwoo para mí.

Ni siquiera estoy seguro de haberlo echado de menos.

🔮

Lee Taeyong


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Capítulo 3



TAEYONG

Cuando llego a la estación, nadie me está esperando. Nadie que conozca, al menos. Hay un taxista de aspecto cansado que lleva una cartulina en la que está escrito «Lee».

—Ese soy yo —le digo.

Parece dudar. No tengo pinta de alumno de internado privado, sobre todo cuando voy sin el uniforme. Llevo el pelo demasiado corto (me lo rapo todos los años cuando termina el semestre), mis tenis baratos, y no parezco lo suficientemente aburrido: no puedo mantener los ojos quietos.

—Ese soy yo —repito en un tono levemente agresivo—¿Quiere que le enseñe el carnet de identidad?

Suspira y baja el letrero.

—Si quieres que te deje en medio de nada, colega, yo no pienso discutir contigo.

Me siento en la parte trasera del taxi y coloco la maleta en el asiento, a mi lado. El conductor enciende el motor y también la radio. Cierro los ojos; siempre me mareo en los coches, y hoy no va a ser la excepción. Estoy nervioso, y la única comida que me queda es una tableta de chocolate y una bolsa de patatas fritas con sabor a queso y cebolla.

Ya casi estamos.

Esta es la última vez que hago esto. Volver a Watford en otoño. Volveré alguna vez, claro, pero no así, no como si estuviera volviendo a casa.

En la radio se escucha Candle in the Wind y el conductor se pone a cantarla.

La traducción del título de la canción de Elton John, Una vela al viento, es un hechizo peligroso. Aunque la frase hecha simboliza algo frágil, que se puede apagar en cualquier momento, los chicos de la escuela dicen que se puede usar para tener más, bueno, ya sabes, aguante. Pero si se enfatiza la sílaba equivocada, se puede terminar prendiendo un fuego imposible de apagar. Un fuego real. Nunca se me habría ocurrido intentarlo, ni aunque lo hubiera necesitado: nunca se me han dado bien los hechizos con doble sentido.

El coche coge un bache, y yo salgo propulsado hacia delante: me tengo que agarrar del asiento delantero para no caerme.

—Ponte el cinturón —me dice bruscamente el conductor.

Obedezco mientras miro a mi alrededor. Ya hemos dejado la ciudad atrás y estamos entrando en el campo. Trago saliva y echo los hombros hacia atrás para estirarlos.

El taxista vuelve a cantar, más fuerte ahora, «nunca sé a quién recurrir», como si estuviera realmente metido en la canción. Me dan ganas de decirle que se ponga él también el cinturón.

Pillamos otro bache, y estoy a punto de golpearme la cabeza contra el techo.

Estamos en una carretera de grava. Este no es el camino habitual a Watford.

Miro el reflejo del conductor en el espejo. Tiene algo raro: su piel es verde oscuro y sus labios son rojos como la carne cruda.

Entonces, le miro directamente a él: está sentado justo delante de mí. No es más que un taxista. Dientes retorcidos, nariz de borracho. Cantando Elton John.

Luego le miro otra vez en el espejo. Piel verde. Labios rojos. Hermoso como una estrella del pop. Un trasgo.

No pienso esperar a averiguar qué se trae entre manos. Me llevo la mano a la cadera y comienzo a murmurar el encantamiento de la Espada de los Hechiceros.

Es un arma invisible. Más que invisible, de hecho. Ni siquiera aparece hasta que se pronuncian las palabras mágicas.

El trasgo me escucha conjurar y nuestros ojos se encuentran en el espejo. Sonríe con malicia y busca algo en el interior de su chaqueta.

Si JaeHyun estuviera aquí, estoy seguro de que haría una lista con todos los hechizos que podría usar en este momento. Probablemente haya alguno en francés que quedaría de maravilla. Pero en cuanto la espada se materializa en mi mano, aprieto los dientes y la extiendo hacia delante para cortar de un tajo la cabeza girada del trasgo y, de paso, el reposacabezas del coche. Voilà.

Él sigue conduciendo durante un segundo; luego el volante se vuelve loco. Gracias a la magia, la parte delantera y la trasera no están separadas por una barrera: me desabrocho el cinturón, me lanzo hacia el asiento delantero (por el lugar donde estaba la cabeza del trasgo) y me aferro al volante. Debe de tener el pie apoyado en el acelerador. Nos hemos salido de la carretera, y no dejamos de acelerar.

Intento volver a la carretera. En realidad, no sé conducir: giro el volante hacia la izquierda y el costado del taxi golpea contra una verja de madera. El airbag se abre en mi cara y salgo despedido hacia atrás. El coche sigue golpeando contra algo, probablemente otra parte de la valla. Nunca pensé que fuera a morir así...

El taxi se detiene antes de que se me ocurra una manera de salvarme.

Estoy medio tirado en el suelo, me he golpeado la cabeza contra la ventanilla y luego contra el asiento. Cuando tenga oportunidad de contarle esto a Dongs, pienso saltarme la parte en la que me desabrocho el cinturón de seguridad.

Estiro el brazo por encima de mi cabeza y agarro la manija de la puerta. Cuando se abre, caigo del taxi de espaldas sobre la hierba. Parece que hemos atravesado la verja y hemos entrado en un campo. El motor sigue encendido. Me levanto con un gemido, estiro el brazo por la ventanilla del conductor y lo apago.

Esto es un desastre. El airbag está lleno de sangre. Y el cadáver también. Y yo.

Le abro la chaqueta al trasgo, pero no encuentro nada más que un paquete de chicles y una navaja suiza. Eso no parece obra del Humdrum, en el aire no se percibe su rastro áspero e irritante. Inspiro hondo, solo para asegurarme.

Quizá sea otro intento de venganza, entonces. Los trasgos llevan detrás de mí desde que ayudé al Aquelarre a expulsarlos de Essex. (Se dedicaban a hechizar borrachos en los baños de las discotecas, y el Hechicero estaba preocupado de que se empezara a perder la jerga regional.) Creo que el trasgo que consiga matarme se convertirá en rey de su raza.

Pero no será este el que se ponga la corona. Mi espada se ha quedado clavada en el asiento del copiloto, así que la saco de un tirón y dejo que desaparezca de nuevo en mi cadera. Entonces, me acuerdo de mi maleta y también la recojo, limpiándome la sangre en los pantalones de chándal grises antes de abrir la maleta para sacar mi varita. No puedo dejar este desastre así, sin más, y no creo que valga la pena dejar ninguna prueba.

Sostengo mi varita sobre el taxi y siento cómo mi magia fluye con dificultad hacia mi piel.

—Que me funcione aquí... —murmuro—¡Fuera, maldita mancha!

He visto a Doyoung usar el conjuro para deshacerse de cosas horribles. Pero a mí para lo único que me sirve es para limpiarme un poco de sangre de los pantalones. Supongo que algo es algo.

La magia se está acumulando en mi brazo tan intensamente que me empiezan a temblar los dedos.

—Vamos —digo, apuntando—¡Que baje el telón!

De mi varita mágica y de las puntas de mis dedos brotan chispas.

—Joder, vamos...

Sacudo la muñeca y apunto de nuevo. Veo la cabeza del trasgo, que ha recuperado su verdadero color verde, sobre el césped junto a mis pies. Los trasgos son diablos guapos. (Bueno, la mayoría de los diablos están bastante bien.)

—Supongo que te comiste al taxista —digo, dando una patada a la cabeza y enviándola hacia el taxi.

Siento como si el brazo me quemara.

—¡Desaparece sin dejar rastro! —grito.

Siento una oleada caliente que va desde el suelo hasta la punta de mis dedos, y el coche desaparece. Y la cabeza desaparece. Y la verja desaparece. Y la carretera...

🔮

Una hora más tarde, sudoroso y todavía cubierto de sangre de trasgo seca y del polvo que sale de los airbags, finalmente veo aparecer frente a mí los edificios de la escuela. (Solo he hecho desaparecer un trozo de camino de grava, que en realidad no era una carretera. Lo único que tuve que hacer fue volver a la carretera principal y seguirla hasta aquí.)

Los Normales piensan que Watford es un internado superexclusivo. Y supongo que lo es. Sus terrenos están cubiertos con encantamientos antiguos. Una vez Seulgi me dijo que la escuela se va hechizando con conjuros nuevos a medida que los desarrollamos. Así que hay capas y capas de protección. A un Normal, toda esta magia le quemaría los ojos.

Me acerco al portón de hierro (en la parte superior se lee Escuela Watford), y apoyo la mano sobre las barras para hacerles sentir mi magia.

Antes, eso era lo único que hacía falta. Los portones se abrían ante cualquier persona que poseyera magia. Incluso hay una inscripción sobre el travesaño a modo de recordatorio: «La magia nos separa del mundo, no dejemos que nada nos separe entre nosotros».

—Es una idea bonita —dijo el Hechicero cuando convocó al Aquelarre para endurecer las medidas de seguridad—pero no vamos a seguir los consejos de una puerta de seiscientos años de antigüedad en materia de protección. Yo no espero que la gente que entra en mi casa obedezca los mensajes bordados a punto de cruz en los cojines.

Yo asistí a aquella asamblea del Aquelarre junto con Doyoung y Jungwoo.

(El Hechicero quiso que asistiéramos para mostrar al resto de miembros lo que estaba en juego. «¡Los niños! ¡El futuro de nuestro mundo!») Yo no presté atención a todo el debate. Mi mente andaba perdida, pensando en dónde vivía realmente el Hechicero y si alguna vez me invitaría allí. Era difícil imaginar al Hechicero en una casa, y mucho menos con cojines bordados a punto de cruz. Tiene aposentos en Watford, pero a veces se marcha durante semanas enteras. Cuando era más pequeño, pensaba que, cuando el Hechicero se ausentaba, vivía en el Bosque Velado alimentándose de frutos secos y bayas y durmiendo en las madrigueras de los tejones.

La seguridad en las puertas de Watford y en la muralla del perímetro exterior se han endurecido año tras año.

Uno de los Hombres del Hechicero (Lucas, uno de los hermanos de Doyoung) está justo ahora montando guardia. Probablemente esté cabreado por tener que cumplir este encargo. El resto del equipo del Hechicero debe de estar en su despacho, planeando la próxima ofensiva, y Lucas está abajo, rellenando el registro de los alumnos de primero. Da un paso para colocarse delante de mí.

—¿Todo bien, Lucas?

—Parece que soy yo el que debería preguntarte eso...

Bajo la vista hacia mi camisa ensangrentada.

—Un trasgo —le digo.

Lucas asiente y me apunta con su varita, murmurando un hechizo de limpieza. Es tan poderoso como Dongs. Prácticamente es capaz de lanzar hechizos en voz baja. Detesto que la gente me lance hechizos de limpieza; me hace sentir como un niño.

—Gracias —le digo de todas maneras y empiezo a avanzar, dejándole atrás. Lucas me detiene extendiendo el brazo.

—Espera ahí un minuto —dice, levantando su varita hasta mi frente—Hoy tenemos medidas de seguridad especiales. El Hechicero dice que el Humdrum está merodeando por aquí con tu cara.

Me estremezco, pero intento no apartarme de su varita.

—Creía que eso se suponía que era secreto.

—Sí —respondió—Pero es un secreto que la gente como yo tiene que saber si se supone que vamos a protegerte.

—Si fuera el Humdrum —digo—a estas alturas ya te habría devorado.

—Quizá eso sea lo que el Hechicero tenga en mente —dice Lucas—Al menos así estaríamos seguros de que es él.

Baja la varita.

—Estás limpio. Adelante.

—¿Doyoung ya ha llegado?

Se encoge de hombros.

—No soy el guardián de Doyoung.

Por un segundo, creo que está diciendo eso con cierto énfasis, con magia, lanzando un hechizo, pero se aparta de mí y se apoya contra el portón.

🔮

No hay nadie afuera en el Gran Prado. Debo de ser uno de los primeros en haber vuelto a la escuela. Echo a correr, solo por el placer de hacerlo, espantando un montón de golondrinas escondidas en la hierba. Vuelan a mi alrededor, gorjeando, y yo sigo corriendo. Atravieso a la carrera el césped, el puente levadizo, otra muralla, el segundo y tercer nivel de puertas.

Watford lleva en pie desde el siglo XVI. Está estructurada como una ciudad amurallada: los campos y bosques fuera de las murallas, y los edificios y los patios en el interior. Por la noche, suben el puente levadizo, y nada ni nadie puede cruzar más allá del foso y las puertas interiores.

Sigo corriendo hasta que llego a lo alto de la Casa de los Enmascarados, y me recuesto contra la puerta de mi cuarto. Saco la Espada de los Hechiceros y me hago un pequeño corte con el filo en la yema del pulgar, que presiono contra la piedra. Esto también se puede hacer con un hechizo: que la habitación me reconozca y me permita acceder después de los meses que han pasado, pero la sangre es más rápida y más segura, y JaeHyun no está cerca para olerla. Me meto el pulgar en la boca para chupármelo y empujo la puerta, ahora abierta, sonriendo.

Mi cuarto. En unos días, volverá a ser nuestro cuarto, pero ahora es mío. Me dirijo hacia las ventanas y abro una. El aire fresco tiene un olor aún más dulce ahora que estoy dentro. Abro la otra ventana, todavía chupándome el pulgar, mientras observo cómo las motas de polvo se arremolinan en la brisa y la luz del sol para luego caer de nuevo sobre mi cama.

El colchón es muy antiguo (relleno de plumas y preservado con hechizos) y me hundo en él.

Ay, por Merlín. Merlín y Morgana y Matusalén, cómo me alegro de estar de vuelta. Siempre me alegro tanto de estar de vuelta...

La primera vez que volví a Watford, en segundo, me metí directamente en la cama y me eché a llorar como un bebé. Todavía seguía llorando cuando JaeHyun entró.

—¿Qué haces que ya estás llorando? —gruñó—Vas a echar a perder mis planes de hacerte llorar yo.

Ahora cierro los ojos y aspiro todo el aire que puedo. Plumas. Polvo. Lavanda.

El olor del agua del foso.

Además de ese olor ligeramente acre que JaeHyun dice que son los lobos de mar. (No hay que dejar que JaeHyun provoque a los lobos de mar: a veces se asoma por la ventana y escupe en el foso, solo para fastidiarlos.)

Si él estuviera aquí, difícilmente podría oler otra cosa que no fuera su jabón caro...

Aspiro profundamente ahora, tratando de atrapar una nota de olor a cedro.

Escucho un forcejeo en la puerta, y me levanto, con la mano en la cadera y vuelvo a invocar la Espada de los Hechiceros. Ya van tres veces en lo que llevo de día, quizá simplemente tenga que dejarla fuera. El conjuro de invocación es el único hechizo que siempre me sale bien. Quizá porque no es como otros hechizos. Es más bien una promesa: Por la justicia. Por el valor. En defensa del débil. En presencia de los poderosos. Mediante la magia, la sabiduría y el bien.

No está obligada a aparecer.

La Espada de los Hechiceros es mía, pero no pertenece a nadie. Solo aparece si confía en ti.

La empuñadura se materializa en mis manos, y yo levanto la espada a la altura de mi hombro al tiempo que Doyoung empuja la puerta abierta.

Bajo la espada.

—Se supone que no deberías poder abrir esa puerta —le digo. Se encoge de hombros y se deja caer sobre la cama de JaeHyun.

Me doy cuenta de que estoy sonriendo.

—Ni siquiera deberías poder atravesar la puerta.

Doyoung vuelve a encogerse de hombros y se coloca la almohada de JaeHyun bajo la cabeza.

—Si JaeHyun se entera de que has tocado su cama —digo—te mata.

—Que lo intente, si se atreve.

Giro levemente la muñeca y la espada desaparece.

—Tienes una pinta horrible.

—Me he cruzado con un trasgo malvado viniendo hacia aquí.

—¿No pueden simplemente votar para elegir a su nuevo rey?

Habla con naturalidad, pero sé que me está evaluando. La última vez que me vio, yo era un manojo de hechizos y harapos. La última vez que vi a Dongs, todo se estaba desmoronando...

Acabábamos de escapar del Humdrum, huimos de vuelta a Watford e irrumpimos en la Capilla Blanca en medio de la ceremonia de clausura: la pobre Elspeth estaba recibiendo un premio por ocho años de asistencia intachable. Yo todavía estaba sangrando (por los poros, nadie sabía por qué). Dongs lloraba. Su familia estaba allí (porque todas las familias estaban presentes), y su madre empezó a gritarle al Hechicero.

—Míralos, ¡esto es culpa tuya!

Y, entonces, su hermano Lucas se interpuso entre ellos y empezó a devolverle los gritos a su madre. La gente creyó que el Humdrum estaba justo detrás de nosotros, y empezaron a salir corriendo de la capilla con las varitas mágicas en ristre. Era el típico caos de final de curso multiplicado por cien, y la sensación era mucho peor que un simple caos. Aquello parecía el fin del mundo.

Entonces, la madre de Doyoung hechizó a todos los miembros de su familia para sacarlos de allí, incluso a Lucas. (Probablemente solamente los llevara hasta el coche, pero, aun así, montó un buen numerito.)

Desde entonces, no he vuelto a hablar con ella.

Una parte de mí quiere agarrarla y cachearla desde la cabeza a los pies, solo para asegurarme de que sigue entera, pero Dongs odia los numeritos casi tanto como a su madre le encantan.

—No me saludes, Taeyong —me dijo su madre—Porque después tendremos que decir adiós, y no puedo soportar las despedidas.

Mi uniforme está doblado al borde de mi cama, y empiezo a colocarlo, prenda a prenda. Pantalones grises nuevos. Corbata a rayas verdes y moradas nueva.

Doyoung resopla a mis espaldas. Me dirijo a la cama otra vez y me dejo caer, delante de ella, intentando no sonreír de oreja a oreja.

Tiene el rostro contraído en un mohín.

—¿Qué bicho te ha picado? —pregunto.

—Haechan —resopla.

Haechan es su compañero de cuarto. Dongs dice que lo cambiaría por una docena de vampiros malvados y conspiradores en un abrir y cerrar de ojos.

—¿Qué ha hecho ahora?

—Volver.

—¿Y esperabas que no lo hiciera?

Dongs se coloca la almohada de JaeHyun.

—Todos los años vuelve más desquiciado de lo que estaba el curso anterior. Primero se convirtió el pelo en un diente de león, y luego le dio por enfurecer cada vez que soplaba viento y se lo volaba.

Me reí.

—En defensa de Haechan—digo—hay que tener en cuenta que es mitad elfo. Y la mayoría de los elfos están un poco desquiciados.

—Ya, qué me vas a contar. Estoy seguro de que lo usa como una excusa. No creo que pueda sobrevivir un curso más con él. No garantizo que no vaya a convertirle la cabeza en un diente de león para luego soplársela.

Contengo una carcajada y hago un esfuerzo enorme para intentar no sonreírle.

Serpientes siseantes, cuánto me alegro de volver a verlo.

—Ya es tu último año —digo—Lo conseguirás.

Dongs me mira con ojos serios.

—Es nuestro último año —dice—Piensa lo que estarás haciendo el verano que viene...

—¿Qué?

—Quedar conmigo.

Se me escapa una sonrisa.

—¿Para ir a cazar al Humdrum?

—Que le den al Humdrum —dice.

Los dos nos reímos, y casi pongo una mueca, porque el Humdrum tiene el mismo aspecto que yo: es una versión de mí mismo con once años. (Si Dongs no lo hubiera visto también, yo hubiera creído que me lo había imaginado todo.)

Siento un escalofrío. Dongs se da cuenta.

—Estás demasiado delgado —comenta.

—Es por el chándal.

—Entonces, cámbiate.

Él ya se ha cambiado de ropa. Va vestido con su uniforme gris de pantalón plisado y un jersey azul.

—Vamos —dice—es casi la hora del té.

Sonrío de nuevo y salgo de la cama de un salto, cojo un par de pantalones vaqueros y una sudadera morada en la que se lee Watford Lacrosse. (Jungwoo juega en el equipo de lacrosse de la escuela.)

Dongs me coge del brazo cuando paso al lado de la cama de JaeHyun de camino hacia el cuarto de baño.

—Me alegro de verte —susurra.

Sonrío de nuevo. Dongs va a conseguir que me duelan las mejillas.

—No montes un numerito —le susurro en respuesta.

🔮

Lucas


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Capítulo 4

DOYOUNG

Demasiado delgado. Está demasiado delgado.

Y algo peor... como hecho polvo.

El aspecto de Taeyong siempre mejora tras unos meses alimentándose del rosbif de Watford. (Y el pudín de Yorkshire, y el té con demasiada leche y las salchichas grasientas, y los sándwiches de bollos de mantequilla.) Tiene los hombros y la nariz ancha, y cuando adelgaza demasiado, es como si la piel le colgara de las mejillas.

Estoy acostumbrado a verle tan delgado todos los otoños. Pero, esta vez, hoy concretamente, está peor.

Tiene la cara cortada, los ojos rojos y la piel alrededor de los párpados parece áspera y seca. También tiene las manos enrojecidas y, cuando aprieta los puños, se le ponen blancos los nudillos.

Hasta su sonrisa es horrorosa. Demasiado grande y roja para su cara.

No puedo mirarle a los ojos. Le cojo de la manga cuando se acerca, y me siento aliviado cuando sigue caminando. Si se hubiera detenido, no habría podido soltarle. Le hubiera abrazado y le hubiera retenido entre mis brazos, haciendo un conjuro para alejarnos lo máximo posible de Watford. Podríamos volver cuando todo hubiera acabado. Que el Hechicero, la familia Bae, el Humdrum y los demás se encarguen de estas guerras en las que se han volcado de todo corazón.

Taeyong y yo podríamos buscarnos un piso en Anchorage. O en Casablanca. O en Praga.

Yo leería y escribiría. Él dormiría y comería. Y ambos viviríamos para llegar con vida al final de los diecinueve años. Quizá incluso hasta los veinte.

De verdad que lo haría. Me lo llevaría de aquí, si no creyera que él es el único que puede cambiar las cosas.

Si me llevara de aquí Taeyong y lo mantuviera a salvo...

... no estoy seguro de que después hubiera un mundo de los Hechiceros al que volver.



Holaaaa, cada capítulo tiene un nombre escrito en negritas y mayúsculas al inicio, que es la persona que narrará esa parte de la historia. Los personajes se turnan para contar la historia en cada capítulo.

Kim Doyoung


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Capítulo 5



TAEYONG

Tenemos el comedor prácticamente para nosotros solos.

Doyoung se sienta en la mesa con los pies sobre una silla. (Porque le gusta fingir que todo le da igual.)

Hay unos cuantos chicos un poco más pequeños, de primero y segundo, en la otra punta del comedor, cenando con sus padres. Me doy cuenta de que todos, niños y adultos, están mirándome disimuladamente. Los niños se acostumbrarán a mi presencia pasadas unas semanas, pero esta será la única oportunidad que tendrán los padres para echar un vistazo.

La mayoría de los magos saben quién soy. La mayoría sabían que vendría aquí antes de que yo mismo lo supiera; existe una profecía sobre mí (algunas profecías, de hecho), sobre un mago superpoderoso que vendrá a resolverlo todo.

Y a darnos fin uno vendrá,

y otro que caer le hará.

Al de la magia más poderosa debéis permitir reinar

para el mundo de los Hechiceros poder salvar.

El Gran Hechicero. El Elegido. El Mayor de todos los Poderes.

Me sigue resultando raro pensar que se supone que ese soy yo. Pero tampoco lo puedo negar. Quiero decir, no hay nadie que tenga tanto poder como yo. No siempre lo puedo controlar o tener decisión sobre él, pero ahí está. Creo que cuando llegué a Watford, la gente había dejado de creer en las antiguas profecías. O quizá creían que el Gran Hechicero había llegado y había desaparecido sin que nadie se diera cuenta.

Creo que nadie esperaba que el Elegido llegara del mundo de los Normales, de la mundanidad.

Ningún mago había nacido nunca en el mundo de los Normales. Pero yo debí hacerlo, porque los magos no abandonan a sus hijos. Dongs dice que no hay magos huérfanos.

La magia es demasiado valiosa.

El Hechicero no me contó nada de eso la primera vez que vino a buscarme. Yo no sabía que era el primer Normal que poseía magia, ni que era el Hechicero más poderoso que jamás se haya conocido en el mundo de los Hechiceros. O que muchos magos (sobre todo los enemigos del Hechicero) pensaban que yo era una invención del Hechicero, una especie de truco político. Un troyano de once años con jeans demasiado grandes.

La primera vez que entré en Watford, algunas de las Familias Antiguas quisieron que hiciera una ronda de visitas para conocer a la gente más importante y poder comprobar mi existencia en persona. Como quien le hace una revisión a un coche. Pero el Hechicero no estaba dispuesto a tolerarlo. Dice que la mayoría de los magos están tan metidos en sus propias disputas y tramas de poder que pierden de vista el panorama general.

—No quiero que te conviertas en el peón de nadie, Taeyong.

Ahora me alegro de que fuera tan protector. Me gustaría conocer a otros magos y sentirme más parte de la comunidad, pero conseguí hacer mis propios amigos cuando éramos más pequeños, cuando a nadie le preocupaba demasiado mi Gran Destino.

Mi estatus de celebridad ha sido más un estorbo que una ventaja para hacer amigos en Watford. Todo el mundo sabe que las cosas tienden a explotar a mi alrededor. (Aunque nunca se ha dado el caso de que exploten personas, que ya es algo.)

Yo ignoro las miradas ajenas procedentes de otras mesas y ayudo a Doyoung a traer el té.

A pesar de que estudiamos en un internado exclusivo (con capilla y foso propios), en Watford nadie nos tiene consentidos. Nosotros mismos nos encargamos de la limpieza de nuestras habitaciones, y, a partir de cuarto año, lavamos nuestra ropa sucia. Se nos permite utilizar la magia para las tareas domésticas, pero, normalmente, yo no la uso. La cocinera Pritchard prepara la comida, junto con algunos ayudantes, y todos los alumnos hacemos turnos para servirnos las comidas. Durante los fines de semana, nos servimos nosotros mismos.

Doyoung trae una bandeja de sándwiches de queso y una montaña de bollos calientes, y yo unto la mitad de la barra de mantequilla. (La unto en mis bollos en trozos grandes, de manera que se derrite por fuera, pero se mantiene fría por dentro.) Dongs me mira como si le diera un poco de asco, pero también como si me echara de menos.

—Cuéntame qué tal tu verano —le digo entre trago y trago.

—Ha estado bien —dice él—Muy bien.

—¿De verdad? —me salen migas volando de la boca.

—He ido con mi padre a Chicago. Estuvo haciendo algunas investigaciones en un laboratorio allí, y Yuta y yo le ayudamos —en cuanto menciona el nombre de su novio, se relaja—Yuta habla español de maravilla. Me ha enseñado hechizos nuevos en ese idioma, creo que si lo dominara mejor, podría lanzar hechizos como si fuera nativo.

—¿Qué tal está él?

Doyoung se sonroja y le da un mordisco al sándwich para no tener que responder inmediatamente. Solo han pasado unos cuantos meses desde la última vez que la vi, pero está distinto. Más maduro.

Los chicos no están obligados a usar el chaleco de Watford, pero a los dos, a Doyoung y Jungwoo, les gusta usarlos. Dongs lo lleva, por lo general, con su corbata de rombos con los colores de la escuela. Lleva unos zapatos negros con hebillas, como los de Alicia en el País de las Maravillas.

Dongs siempre ha aparentado menos edad de la que tiene (tiene una constitución de formas redondeadas y lindas, las mejillas redondas y piernas gruesas y hoyuelos en las rodillas), y el uniforme le hace parecer todavía más joven.

Pero, aun así..., este verano, ha cambiado. Está empezando a parecer más maduro.

—Yuta está bien —responde él por fin, metiéndose el pelo negro detrás de la oreja—Es la vez que más tiempo hemos pasado juntos desde que se fue de aquí.

—Entonces..., ¿no habéis perdido la chispa?

Se ríe.

—No. Más bien era como si fuera... real.

Por primera vez. No sé qué decir, así que intento sonreírle.

—Puaj —dice—cierra la boca.

Lo hago.

—Bueno, ¿y tú qué? —pregunta Dongs.

Me doy cuenta de que lleva un rato queriendo preguntármelo y que no se aguanta más. Echa una mirada a nuestro alrededor y luego se inclina hacia delante.

—¿Me puedes contar qué ha pasado?

—¿Qué ha pasado cuándo?

—Este verano.

Me encojo de hombros.

—No ha pasado nada.

Él se sienta de nuevo con la espalda recta, dejando escapar un suspiro.

—Taeyong, no ha sido culpa mía tener que irme a Estados Unidos. Intenté quedarme.

—No —respondo—Me refiero a que no tengo nada que contarte. Tú te fuiste. Se fue todo el mundo. Yo volví al centro de menores. Esta vez, a Liverpool.

—¿Quieres decir que el Hechicero, sencillamente, te mandó lejos de aquí? ¿Después de todo lo que pasó?

Doyoung parece confundido. No lo culpo.

Acababa de escapar, y lo primero que hizo el Hechicero fue mandarme a hacer las maletas.

Creía que cuando Dongs y yo le contáramos al Hechicero lo que había pasado, él querría perseguir al Humdrum inmediatamente.

Nosotros sabíamos dónde estaba el monstruo. ¡Finalmente sabíamos qué aspecto tenía!

El Humdrum lleva atacando Watford desde que yo estoy aquí. Envía a los seres oscuros a atacarme. Se esconde de nosotros. Deja un rastro de puntos muertos en la atmósfera mágica. Y, finalmente, nosotros teníamos una pista.

Yo quería encontrarle. Quería hacerle pagar por ello. Quería ponerle fin a todo eso, de una vez por todas, peleando al lado del Hechicero.

Doyoung se aclara la garganta. Debo de parecer tan perdido como me siento.

—¿Has hablado con Jungwoo? —pregunta él.

—¿Con Jungwoo? —le unto mantequilla a otro bollo. Se han enfriado, y la mantequilla no se derrite. Dongs alza su mano derecha, y la gran piedra morada en su dedo brilla con la luz del sol.

—¡Más leña al fuego!

Es un desperdicio de magia. Dongs está constantemente desperdiciando su magia en mí. La mantequilla se derrite en el bollo ahora humeante, y me lo paso de una mano a la otra.

—Ya sabes que Jungwoo no tiene permiso para hablar conmigo durante el verano.

—Pensé que quizá, «esta vez», encontraría la manera —dice Doyoung—Medidas desesperadas para intentar explicarse.

Me doy por vencido con el bollo, que está demasiado caliente, y lo dejo en mi plato.

—Él nunca desobedecería al Hechicero. Ni a sus padres.

Dongs se limita a quedárseme mirando. Jungwoo es también su amigo, aunque Doyoung es mucho más crítico con él que conmigo. No es cosa mía juzgar a Jungwoo; lo que a mí me concierne es ser su novio.

Dongs suspira y mira hacia otro lado, dando patadas a la silla.

—Así que, ¿eso fue todo? ¿Nada? ¿Ningún avance? ¿Solo un verano más? ¿Qué se supone que vamos a hacer ahora?

Normalmente soy yo el que les da patadas a las cosas, pero me he pasado todo el verano pegándoles patadas a las paredes, y a cualquiera que me mirase mal.

Me encojo de hombros.

—Volver a la escuela, supongo.

🔮

Doyoung no quiere volver a su habitación.

Dice que el novio de Haechan también ha llegado pronto este año, y que no se separan un pelo.

—¿Te he contado que Haechan se ha perforado las orejas este verano? Se ha puesto unos cencerros enormes justo en la parte puntiaguda.

A veces pienso que los prejuicios de Dongs contra Haechan rayan en el especismo, y se lo digo.

—Claro, para ti es fácil decirlo —dice, otra vez repantingado en la cama de JaeHyun—Tú no vives con un elfo.

—¡Yo vivo con un vampiro! —me defiendo.

—Eso aún no está confirmado.

—¿Me estás diciendo que no crees que JaeHyun sea un vampiro?

—Estoy seguro de que es un vampiro —dice él—Pero no está confirmado. En realidad, no le hemos visto beber sangre.

Estoy sentado en el alféizar de la ventana, me inclino un poco hacia afuera para mirar el foso, agarrándome del cierre del panel con el que se abre la ventana.

—Le hemos visto cubierto de sangre. Hemos encontrado montones de ratas apergaminadas con marcas de colmillos abajo, en las catacumbas... —me burlo—¿Te he contado alguna vez que se le hinchan los carrillos cuando tiene una pesadilla? ¿Como si su boca estuviera llena de dientes extra?

—Son pruebas circunstanciales —dice Dongs—Y sigo sin entender cómo puede darte tanto miedo un vampiro con terrores nocturnos.

—¡Vivo con él! Tengo que mantener la cordura.

Dongs entorna los ojos.

—JaeHyun nunca te haría daño dentro de vuestra habitación.

Dongs tiene razón. No puede hacerlo. Nuestros cuartos están hechizados con un conjuro para evitar la traición entre compañeros: el Anatema del Compañero de Cuarto. Si JaeHyun hiciera algo para hacerme daño físicamente dentro de nuestra habitación, sería expulsado de la escuela. El padre de Jungwoo, el doctor Choi Minho, dice que eso pasó una vez cuando él estaba en la escuela. Un chico pegó a su compañero de cuarto, y, de repente, fue aspirado a través de una ventana y aterrizó fuera de los portones de la escuela. Jamás volvieron a abrirse ante él.

Los alumnos más pequeños reciben advertencias: si los de primero o segundo intentan pegar o hacer daño a su compañero de cuarto, se les quedan las manos frías y agarrotadas. Una vez, en primero, le tiré un libro a JaeHyun y la mano tardó tres días en descongelárseme.

JaeHyun nunca ha violado el Anatema, ni siquiera cuando éramos pequeños.

—Quién sabe de lo que es capaz cuando duerme —le digo.

—Tú lo sabes —dice Dongs—con lo mucho que le observas mientras duerme.

—Yo vivo con un ser oscuro, ¡tengo derecho a estar paranoico!

—Te cambio a mi elfo por tu vampiro cualquier día de la semana. No hay Anatema para evitar que alguien sea letalmente enervante.

Dongs y yo volvemos al comedor a por la cena (salchichas con batatas al horno y panecillos de pan blanco) y luego la subimos a mi habitación. Nunca podemos pasar tiempo juntos así cuando JaeHyun está por aquí. Delataría a Dongs.

Es como si fuera una fiesta. Nosotros dos solos y ninguna obligación, nadie de quien esconderse o con el que luchar. Doyoung dice que esto será así siempre cuando nos vayamos a vivir juntos a un piso compartido. Pero eso no va a pasar. Él se irá a Estados Unidos en cuanto esta guerra termine. Tal vez antes, incluso.

Y yo me buscaré un piso con Jungwoo.

Jungwoo y yo superaremos lo que sea que nos ha pasado; siempre lo hacemos. Hacemos buena pareja. Probablemente nos casaremos cuando terminemos la escuela, que es cuando se casaron sus padres. Yo sé que quiere una casa en el campo... Yo no puedo pagar algo así, pero él tiene dinero, y encontrará un trabajo que le haga feliz. Y su padre me ayudará a encontrar un trabajo si se lo pido.

Me gusta pensar en eso: en vivir tiempo suficiente como para que se me ocurra qué hacer con mi vida.

En cuanto Doyoung termina de cenar, se limpia las manos.

—Bueno —dice él.

—Todavía no —gruño.

—¿«Todavía no», qué?

—Quiero decir que todavía no quiero empezar a elaborar estrategias. Acabamos de llegar. Todavía me estoy adaptando.

Él mira alrededor de la habitación.

—¿A qué hay que adaptarse, Taeyong? Ya has sacado de la maleta tus dos pares de pantalones de chándal.

—Estoy disfrutando de la paz y la tranquilidad —alcanzo su plato y empiezo a terminarme las salchichas que se ha dejado.

—No hay paz —dice él—Solo tranquilidad. Eso me pone nervioso. Necesitamos un plan.

—Sí que hay paz. JaeHyun todavía no ha llegado, y mira —agito su tenedor—no hay nada atacándonos.

—Lo dice el que se ha cargado a un trasgo hoy. Taeyong —dice él—solo porque hayamos estado fuera dos meses, no quiere decir que la guerra haya entrado en pausa.

Gruño otra vez.

—Hablas como el Hechicero —le digo con la boca llena.

—Sigo sin poder creerme que haya pasado de ti el verano entero.

—Probablemente esté muy ocupado con «la guerra».

Dongs suspira y entrelaza las manos. Está esperando a que me muestre razonable. Pero lo pienso hacer esperar.

La guerra.

No tiene sentido hablar de la guerra. Pronto llegará aquí. Ni siquiera es una guerra: son dos o tres (la guerra civil que se ha estado gestando, las hostilidades que siempre ha habido con los seres oscuros, y lo que demonios sea el Humdrum), y, antes o después, terminará llamando a mi puerta.

—Bueno —repite Dongs. Y tengo que tener muy mala pinta, porque, después, dice—: no creo que la guerra vaya a irse a ningún sitio. Mañana seguirá ahí.

Dejo su plato limpio y Dongs se acomoda en la cama de JaeHyun, y yo ni siquiera me molesto en regañarlo. Me acuesto en mi propia cama, escuchando lo que me está contando sobre aviones y supermercados japoneses y la enorme familia de Yuta.

Doyoung se queda dormido mientras me está contando algo sobre una canción que escuchó este verano, una canción que piensa que algún día llegará a ser un hechizo, aunque no se me ocurre para qué podría servir Si eso, llámame.

—¿Doyoung?

No contesta.

Me reclino sobre mi cama y le abanico las piernas con la almohada: así de cerca están las camas; JaeHyun ni siquiera tendría que salir de la suya para matarme. Ni al revés tampoco, supongo.

Dongs.

—¿Qué? —le dice él a la almohada de JaeHyun.

—Tienes que volver a tu habitación.

—No quiero.

—Pero tienes que hacerlo. Si el Hechicero te pilla aquí, te expulsará.

—Que me expulse. Me vendría bien un poco de tiempo libre.

Me levanto de la cama y me quedo de pie a su lado. Su melena oscura se desparrama sobre la funda de la almohada, y la mejilla le aplasta las gafas. Se le ha subido la camisa, dejando a la vista una cintura delgada y suave.

Lo pellizco. Él se levanta de un salto.

—Vamos —le digo—te acompaño.

Dongs se sube las gafas y se alisa el chaleco.

—No. No quiero que sepas cómo burlo los hechizos de seguridad.

—¿Porque es algo que no puedes compartir ni con tu mejor amigo?

—Porque es divertido ver cómo intentas descubrirlo.

Abro la puerta y me asomo por el hueco la escalera. No veo ni oigo a nadie.

—Vale —le digo, sosteniendo la puerta abierta—Buenas noches.

Dongs pasa a mi lado.

—Buenas noches, Taeyong. Hasta mañana.

Sonrío. No puedo evitarlo: me alegro tanto de haber vuelto.

—Mañana te veo.

En cuanto me quedo solo, me pongo el pijama de la escuela. JaeHyun trae pijamas de su casa, pero a mí me gustan los de la escuela. No uso pijama cuando estoy en los centros de menores, nunca. Me hace sentir, no sé, vulnerable. Me cambio y me meto en la cama con un suspiro.

Estas noches en Watford, antes de que JaeHyun llegue, son las únicas de mi vida en las que puedo dormir de verdad.

🔮

No sé qué hora es cuando me despierto. La habitación está oscura y un rayo de luz se refleja en mi cama, dividiéndola en dos.

Me parece ver a una persona de pie junto a la ventana y, al principio, pienso que es Dongs. Después la figura cambia y pienso que es JaeHyun.

Entonces decido que estoy soñando y vuelvo a dormirme.



Haechan


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Capítulo 6

BO—GYEOL

Quiero decirte tantas cosas...

Pero queda poco tiempo.

Y mi voz no se escucha.

🔮


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Capítulo 7

TAEYONG

Justo empieza a salir el sol cuando escucho que la puerta de mi habitación se abre con un chirrido. Doy un tirón a las sábanas para taparme la cabeza.

—¡Vete! —digo, aunque sé que, de todas maneras, Dongs va a ponerse a hablar.

Se le da genial conseguir que se me olvide lo mucho que lo echo de menos durante el verano. Alguien se aclara la garganta.

Abro los ojos y veo al Hechicero de pie justo en el vano de la puerta, mirándome extrañado, al menos aparentemente. En el fondo de su mirada, parece haber algo más grave.

—Señor —me incorporo en la cama—Lo siento.

—No te disculpes, Taeyong. Seguramente no me hayas escuchado llamando a la puerta.

—No... Déjeme que... Yo solo, esto... me voy a vestir.

—No te preocupes —dice él, dirigiéndose hacia la ventana, esquivando la cama de JaeHyun: hasta el Hechicero les tiene miedo a los vampiros. Aunque él nunca usaría la palabra «miedo». Él usaría algún término como «cautela» o «prudencia».

—Siento mucho no haber estado ayer para darte la bienvenida—dice—¿Cómo fue el viaje?

Aparto las sábanas y me siento en el borde de la cama. Aún sigo en pijama, pero por lo menos estoy sentado.

—Bien —digo—Bueno, supongo que... no tan bien, en realidad. Mi taxista era un trasgo malvado.

—¿Otro trasgo? —aparta la vista de la ventana y me mira con las manos entrelazadas detrás de la espalda—Son tenaces, ¿verdad? ¿Estaba solo?

—Sí, señor. Intentó secuestrarme.

El Hechicero sacude la cabeza.

—Nunca se les ocurre trabajar en parejas. ¿Qué hechizo usaste?

—Utilicé la espada, señor —me muerdo el labio.

—Bien —dice él.

—Y Desaparece sin dejar rastro para limpiarlo.

El Hechicero enarca las cejas.

—Excelente, Taeyong —baja la vista hacia mi pijama y mis pies descalzos, y, entonces, parece inspeccionar mi rostro—¿Qué tal el verano? ¿Algo de lo que informar? ¿Algo inusual?

—Me hubiera puesto en contacto con usted, señor.

(Yo puedo ponerme en contacto con él, si lo necesito. Tengo su número de móvil. También puedo mandarle un pajarito para que se lo cuente.) El Hechicero asiente con la cabeza.

—Bien.

Se me queda mirando unos segundos más, luego se aleja de la ventana, como si ya hubiera visto todo lo que tenía que ver de mí. La luz del sol se refleja en su denso cabello castaño y, por un minuto, tiene más aspecto de espadachín que de costumbre.

Va vestido con su uniforme: unas mallas de tela verde oscuro, botas altas de piel, una túnica verde con tiras y bolsillitos, y una espada envainada en una funda de tela que cuelga de una especie de cinturón de herramientas. A diferencia de la mía, su espada es corpórea y visible.

La madre de Dongs, la profesora Kim, dice que en la antigüedad los magos vestían una capa ceremonial con capucha. Y los directores anteriores usaban túnicas y birretes. El Hechicero, dice ella, ha creado su propio uniforme. Ella opina que es un disfraz.

Yo creo que la profesora Kim es la persona que no es enemiga directa del Hechicero que más le odia. La únicas veces que he escuchado al padre de Dongs levantar la voz es cuando su madre se pone a hablar del Hechicero. Él le apoya la mano en el brazo y le dice:

—Ya vale, Mitali...

Y después ella responde:

—Lo siento, Taeyong, sé que el Hechicero es tu padre adoptivo...

Pero en realidad no lo es. El Hechicero nunca se ha presentado a sí mismo de esa manera. Como un miembro de mi familia. Siempre me ha tratado como un aliado, incluso cuando era pequeño. Cuando me trajo a Watford por primera vez, me sentó en su despacho y me lo contó todo. Sobre el Insidioso Humdrum. Sobre la magia en peligro de extinción. Sobre los agujeros de la atmósfera mágica conocidos como puntos muertos.

Yo todavía estaba intentando asimilar que la magia era real, y ahí estaba diciéndome que algo la estaba matando (devorándola, extinguiéndola) y que yo era el único que podía ayudar a detenerlo:

—Eres demasiado joven para escuchar esto, Taeyong. Once años son muy pocos. Pero no es justo mantenerte alejado de todo esto por más tiempo. El Insidioso Humdrum es la mayor amenaza que el mundo de los Hechiceros ha enfrentado nunca. El Humdrum es poderoso; es omnipresente. Pelear contra él es como resistirse al sueño cuando se ha sobrepasado el borde del agotamiento.

»Pero tenemos que luchar contra él. Nosotros queremos protegerte; yo prometo hacerlo con mi vida. Pero tienes que aprender, Taeyong, en cuanto puedas, a protegerte a ti mismo.

»El Humdrum es nuestra mayor amenaza. Y tú nuestra mayor esperanza.

Yo estaba demasiado aturdido como para responder algo o hacer ninguna pregunta. Demasiado joven. Lo único que yo quería era que el Hechicero me hiciera otra vez ese truco de magia con el que había conseguido que un mapa se desenrollara solo.

Me pasé el primer año en Watford diciéndome que estaba soñando. Y el siguiente año diciéndome que no lo estaba...

Para aquel entonces, ya me habían atacado ogros, hecho añicos un crómlech, y crecido diez centímetros antes de que se me ocurriera hacer la verdadera pregunta.

¿Por qué yo?

¿Por qué tengo que luchar yo contra el Humdrum?

El Hechicero ha respondido a esta pregunta docenas de veces de distintas maneras a lo largo de los años: porque yo soy el Elegido. Porque mi llegada había sido profetizada. Porque el Humdrum no me dejará en paz.

Pero ninguna de esas es la respuesta real. Doyoung es el único que me ha dado una respuesta que entiendo:

—Porque tú puedes, Taeyong. Y alguien tiene que hacerlo.

El Hechicero está mirando algo fuera de mi ventana. Se me ocurre invitarle a que se siente. Entonces, intento recordar si alguna vez le he visto sentado.

Yo cambio de posición, y la cama chirría. El Hechicero se gira hacia mí, preocupado.

—¿Señor?

—Taeyong.

—El Humdrum... ¿usted lo encontró? ¿Qué me he perdido?

El Hechicero se frota el mentón entre el pulgar y el índice, luego mueve la cabeza rápidamente de lado a lado.

—Nada. Ni siquiera estamos cerca de encontrarlo, y tenemos que ocuparnos inmediatamente de otros asuntos.

—¿Qué asuntos podrían ser más importantes que el Humdrum? —se me escapa.

—Más importantes, no —dijo él—Solo más urgentes. Se trata de las Familias Antiguas: me están poniendo a prueba —cierra la mano izquierda en un puño—La mitad de Gales ha dejado de pagar el diezmo. Los Bae están pagando a tres miembros del Aquelarre para que no asistan a las asambleas, para que así no tengamos quórum, y sin un número mínimo de miembros en la asamblea, no puede haber votación. Y lleva habiendo pequeñas reyertas en la carretera que lleva a Londres todo el verano.

—¿Pequeñas reyertas?

—Trampas, peleas. A prueba, me están poniendo a prueba, Taeyong. Tú sabes que las Familias Antiguas tomarían las riendas si supieran que he dejado de estar alerta aunque solo sea un momento. Ellos desharían todo lo que hemos logrado.

—¿Creen que pueden luchar contra el Humdrum sin nosotros?

—Creo que no son capaces de ver a largo plazo —dice él, mirándome—que en realidad no les importa. A ellos solamente les importa el poder, y lo quieren ya.

—Bueno, a mí son ellos los que no me importan —respondo—Si el Humdrum extingue nuestra magia, no tendríamos por qué pelearnos. Deberíamos estar luchando contra el Humdrum.

—Y lo haremos —replica él—cuando sea el momento correcto. Cuando sepamos cómo vencerlo. Pero, hasta entonces, nuestra prioridad es mantenerte a salvo. Taeyong... —se cruza de brazos—He estado consultando con miembros del Aquelarre en quienes confío. Pensamos que quizá nuestros esfuerzos por protegerte han fracasado. A pesar de los hechizos y de la vigilancia, el Humdrum parece ser capaz de burlarlo todo para llegar a ti cuando estás aquí, en Watford. Te hizo desaparecer misteriosamente en junio sin activar ninguna de nuestras defensas.

Me da vergüenza escucharle decir esto. Tengo la sensación de que fuera yo el que está fracasando, no el Hechicero ni los hechizos de protección. Se supone que yo soy el único que puede pelear contra el Humdrum. Pero por fin tuve la oportunidad de enfrentarme a él, y lo máximo que pude hacer fue huir. No creo que hubiera conseguido ni siquiera eso de no ser por Doyoung.

El Hechicero tensa la mandíbula. Tiene uno de esos mentones que se aplanan en el centro, con un profundo hoyuelo, como si se hubiera cortado con un cuchillo. Me da muchísima envidia.

—Hemos decido —dice él, muy despacio— que estarías más a salvo en un lugar que no sea Watford.

Creo que no estoy entendiendo bien a dónde quiere llegar.

—¿Señor?

—El Aquelarre ha asegurado un lugar donde podrás vivir. Y un tutor privado. En este momento, no puedo contarte todos los detalles, pero yo mismo te llevaré. Nos marcharemos pronto, tengo que estar de vuelta antes de que sea de noche.

—¿Quiere que me marche de Watford?

El Hechicero entrecierra los ojos. Detesta repetir las cosas.

—Sí. No tienes que recoger demasiado. Tus botas y tu capa, cualquier objeto que quieras mantener.

—Señor, no puedo irme de Watford. Las clases empiezan la semana que viene.

El Hechicero ladea la cabeza.

—Taeyong. Ya no eres un niño. Ya no te queda nada por aprender en Watford.

Quizá tenga razón. Soy un alumno penoso, y no es que este año vaya a suponer demasiada diferencia, pero, aun así...

—No puedo dejar Watford. Es mi último año.

El Hechicero se frota la barba. Entrecierra los ojos hasta que se convierten en dos finas ranuras.

—Sencillamente, no puedo —le digo otra vez. Estoy intentando decidir por qué no, pero lo único que me viene a la mente es un no. No puedo irme de Watford. Llevo todo el verano deseando llegar aquí. Llevo esperándolo toda la vida. Siempre estoy en Watford o deseando estar en Watford, y el año que viene eso cambiará, no queda más remedio, pero todavía no tiene que hacerlo—No —le digo—No puedo.

—Taeyong —su tono de voz es firme—esto no es una sugerencia. Tu vida está en juego. Y todo el mundo de los Hechiceros depende de ti.

Tengo ganas de rebatir ese argumento: JaeHyun no depende de mí. Ninguno de los magos que apoyan a la familia Bae creen que yo sea su salvador...

Aprieto los dientes con tanta fuerza que prácticamente puedo sentir su forma.

Niego con la cabeza.

El Hechicero se cruza de brazos y me frunce el ceño como si fuera un niño que se niega a escuchar.

—¿Alguna vez te has parado a pensar, Taeyong, que el Humdrum te ataca solamente cuando estás aquí?

—¿Y usted acaba de darse cuenta de ello? —trago saliva y añado, demasiado tarde—señor.

—¡No lo entiendo! —dice él, levantando la voz—Nunca antes has cuestionado mis decisiones.

—¡Nunca antes me ha pedido que me marchara de Watford!

Su rostro se endurece.

—Taeyong, estamos en guerra. ¿Te lo tengo que recordar?

—No, señor.

—Y todo el mundo hace sacrificios en tiempos de guerra.

—Pero siempre hemos estado en guerra —respondo—Desde que entré aquí. No podemos dejar de hacer nuestra vida sin más porque estemos en guerra.

—¿Ah, no?

Ha terminado perdiendo los estribos. Su mano desciende como una flecha hacia la empuñadura de su espada.

—Mírame, Taeyong. ¿Alguna vez me has visto permitirme tener una vida normal? ¿Tengo mujer? ¿Hijos? ¿Tengo una casa de campo, con un sillón de leer y un cocker spaniel gordo que me traiga las zapatillas de estar por casa? ¿Cuándo hago otra cosa que no sea prepararme para la batalla que se avecina? No podemos permitirnos el lujo de olvidar nuestras responsabilidades simplemente porque estemos hartos de ellas.

Se me hunde la cabeza como si él me la hubiera empujado.

—No estoy harto —murmuro.

—Habla más alto.

Levanto la cabeza.

—No estoy harto, señor.

Nuestros ojos se encuentran.

—Vístete. Recoge tus cosas...

Siento agarrotados todos los músculos del cuerpo. Todas las articulaciones encasquilladas.

—No.

No puedo. Acabo de llegar. Y este verano ha sido el peor de mi vida. Solo he aguantado porque iba a volver a Watford cuando terminara, pero ya no puedo aguantar más. No me quedan energías. Tengo las reservas vacías, y el Hechicero ni siquiera me está diciendo a dónde quiere que vaya, y... ¿qué va a pasar con Dongs?

¿Y con Jungwoo?

Niego con la cabeza. Escucho al Hechicero tomar aire bruscamente y, cuando miro arriba, hay una neblina de color rojo entre nosotros.

Joder, no.

El Hechicero se aparta de mí.

—Taeyong —dice él, varita en ristre—¡Mantén la calma!

Busco a tientas mi varita y empiezo a lanzar hechizos.

—¡No pierdas la cabeza! ¡Aguanta! ¡Contente! ¡Hazte el duro!

Pero, para funcionar, los hechizos necesitan magia y, ahora mismo, hacer que mi magia aflore a la superficie solo provoca que la nebulosa roja entre nosotros se vuelva más densa. Cierro los ojos e intento desaparecer. Intento no pensar en nada. Me tiro de espaldas en la cama, y mi varita rebota en el suelo.

Cuando soy capaz de volver a pensar, el Hechicero se inclina sobre mí y me apoya la mano en la frente. Algo está humeando, creo que son mis sábanas.

—Lo siento —susurro—Yo no quería...

—Lo sé —dice él, pero sigue pareciendo asustado. Me aparta el pelo de la frente con una mano, y luego me roza la mejilla con los nudillos.

—Por favor, no me obligue a marcharme —le ruego.

El Hechicero me mira a los ojos como si pudiera ver a través de ellos. Me doy cuenta de que está deliberando, y luego cede.

—Hablaré con el Aquelarre —dice él—Tal vez todavía tengamos tiempo... — frunce los labios. Lleva un bigotillo fino, justo encima del labio superior; a JaeHyun y a Jungwoo les gusta burlarse de él—Pero tu seguridad no es lo único que nos preocupa, Taeyong...

Sigue reclinado sobre mí. Siento como si, entre nosotros, lo único que se pudiera respirar fuera el humo.

—Hablaré con el Aquelarre —dice él. Me da un apretón en el hombro y se levanta—¿Necesitas ir a ver a la enfermera?

—No, señor.

—Llámame si hay algún cambio. O si ves algo extraño, cualquier señal del Humdrum, o cualquier cosa... fuera de lo normal.

Asiento con la cabeza.

El Hechicero sale dando grandes zancadas de mi cuarto, con la palma de la mano apoyada en la empuñadura de su espada (lo que significa que está pensando) y cierra la puerta con fuerza tras de sí.

Me doy la vuelta en la cama y compruebo que no esté en llamas, y luego caigo de nuevo en un profundo sueño.

Capítulo 8

BO—GYEOL

Y la niebla es tan densa.

Capítulo 9

TAEYONG

Cuando vuelvo a despertarme, Dongs está sentado en mi escritorio. Está leyendo un tomo tan grueso como su brazo.

—Es más de mediodía —dice—Te has convertido en un absoluto perezoso en el centro de menores; estoy escribiendo una carta a The Telegraph.

—No puedes entrar en mi habitación cuando te dé la gana sin llamar antes —digo, incorporándome y restregándome los ojos—Aunque tengas una llave mágica.

—No es una llave, y sí que he llamado a la puerta. Es que tú duermes como un tronco.

Paso a su lado para ir al baño, y él me olfatea y luego cierra el libro.

—Taeyong. ¿Has perdido el control?

—Más o menos. Es una larga historia.

—¿Te han atacado?

—No —cierro la puerta del baño y levanto la voz—: Luego te lo cuento.

Dongs se va a poner hecha una furia cuando le cuente que el Hechicero quiere mandarme lejos de aquí.

Me miro en el espejo y trato de decidir si darme una ducha o no. Tengo el pelo aplastado a un lado de la cabeza y de punta por arriba, y siempre tengo sudores fríos cuando pierdo el control de esa manera. Me siento asqueroso. Me miro la barbilla en el espejo, con la esperanza de tener que afeitarme, pero no lo necesito: nunca lo necesito. Me dejaría crecer un bigote como el del Hechicero si pudiera, y me daría absolutamente igual que JaeHyun se burlara de mí.

Me quito la camiseta y froto la cruz de oro que llevo alrededor del cuello para sacarle brillo. No soy creyente: es un talismán. Lleva años pasando de generación en generación en la familia de Jungwoo; es una protección contra los vampiros. Estaba negra y sin brillo cuando el doctor Choi Minho me la dio, pero la pulí bien, y recuperó su color dorado. A veces la muerdo. (Lo cual probablemente no sea demasiado bueno tratándose de una reliquia medieval.) En realidad, no necesito ponérmela en verano, pero ya que me he acostumbrado a llevar un colgante antivampiros, me parece una tontería quitármelo.

El resto de chicos del centro de menores piensan que soy creyente. (Y también piensan que me fumo una cajetilla al día porque siempre huelo como a humo).

Me miro otra vez en el espejo. Dongs tiene razón. Estoy demasiado delgado. Se me marcan las costillas. Se me notan los músculos de la tripa, y no es porque esté musculado, es porque en realidad no he comido bien en tres meses. También me han salido lunares en todo el cuerpo, por lo que parece que tengo viruela incluso cuando no tengo pinta de estar desnutrido.

—¡Estoy duchándome! —grito.

—¡Date prisa o nos perderemos el almuerzo! —escucho a Dongs moviéndose por mi cuarto mientras me meto a la ducha; entonces él habla de nuevo justo al otro lado de la puerta—: Jungwoo ha vuelto.

Abro el grifo.

—Taeyong, ¿me has oído? ¡Jungwoo ha vuelto!

Sí que la he oído.

¿Cuál es el protocolo para hablar con tu novio después de tres meses, cuando la última vez que lo viste él estaba cogido de la mano de tu mayor enemigo? (Cogido de las dos manos. Se miraban a los ojos, como si estuvieran a punto de cantar una canción).

Las cosas con Jungwoo llevan raras desde el año pasado, incluso antes de verlo con JaeHyun en el Bosque Velado. Estaba distante y callado, y cuando me lesioné en marzo (alguien me trucó la varita), su reacción fue poner los ojos en blanco. Como si yo me lo hubiera buscado.

Jungwoo es el único chico con el que he salido. Llevamos juntos tres años, desde los quince. Pero a mí me llevaba gustando desde mucho antes de empezar a salir con él. Me gusta desde la primera vez que lo vi, caminando por el Gran Prado, con su melena rubia ondeando al viento. Recuerdo verlo y pensar que nunca había visto nada tan bonito. Y que si eres tan guapo, tan elegante, en realidad nada estará nunca a tu altura. Es como ser un león, o un unicornio. Nadie podría estar nunca a tu altura porque ni siquiera estás en el mismo barco que el resto de la gente.

El simple hecho de sentarte al lado de Jungwoo hace que cualquiera se sienta intocable. Exaltado. Es como estar sentado en el sol.

Así que imagina cómo es salir con él: es como estar rodeado constantemente de su luz.

Tenemos una foto juntos del último solsticio de invierno. Él lleva puesto un traje blanco, y su madre le había trenzado muérdago en la melena, de un dorado lechoso. Yo también voy de blanco. Me sentía muy hortero, pero en la foto, bueno, salgo bien. De pie a lado de Jungwoo, vestido con un traje que me prestó su padre... En realidad, en esa foto tengo el aspecto que se supone que debería tener.

🔮

Hoy el comedor está medio lleno. El semestre empieza mañana. Hay gente sentada en las mesas y de pie formando corrillos dispersos, poniéndose al día.

De comer hay rollitos de jamón y queso. Doyoung coge un plato con mantequilla para mí, y yo sonrío. Si no estuviera mal visto, me comería la mantequilla a cucharadas. (De hecho, en primero lo hacía, siempre que era el primero en bajar a desayunar).

Echo un vistazo en derredor de la estancia para ver si está Jungwoo, pero no lo veo. No debe de haber bajado a comer. Me costaría creer que estuviera en el comedor y no quisiera sentarse en nuestra mesa, incluso a pesar de todo lo que ha pasado.

Xiumin y Kai, los chicos que viven en la habitación justo debajo de la mía, están sentados en nuestra mesa, en la otra punta.

—¿Todo bien, Taeyong? —dice Xiumin. Kai le está gritando a alguien en el pasillo.

—¿Todo bien, amigos? —le contesto.

Xiumin saluda a Dongs con un gesto de cabeza. Doyoung nunca se ha molestado en conocer a casi ninguno de nuestros compañeros de clase, así que ellos tampoco se han molestado en conocerlo a él. A mí me sentaría mal que alguien me ignorara como lo ignoran a él, pero Dongs parece disfrutar de la ausencia de distracciones.

A veces, cuando cruzo el comedor, simplemente saludando a la gente, él me lleva a rastras tirándome de la manga para que me dé prisa.

—Tienes demasiados amigos —dice él.

—Estoy bastante seguro de que no es posible tener «demasiados amigos». Y, de todas maneras, yo no diría que todos son mis «amigos».

—Los días tienen las horas que tienen, Taeyong. Dos, tres personas: la gente no tiene tiempo para más.

—Tu familia directa son muchas más de dos o tres personas, Dongs.

—Lo sé. Es una lucha diaria.

Una vez empecé a hacer una lista de todas las personas que me importaban de verdad. Cuando llegué al número siete, Doyoung me dijo que redujera la lista o que dejara de hacer amigos inmediatamente.

—Mi madre dice que en la vida no te deberían importar más personas de las que puedas defender de un ráksasa hambriento.

—No tengo ni idea de qué es un ráksasa —le dije—pero no me importa; se me da bien luchar.

Me gusta estar rodeado de gente. Tanto los más cercanos, como Dongs y Jungwoo; el Hechicero y Seulgi, la cabrera; la señorita Yoona y el doctor Choi, como los que se limitan a ser simpáticos, como Xiumin y Kai. Si siguiera las reglas de Dongs, nunca encontraría gente suficiente para jugar un partido de fútbol.

Él saluda con la mano a los chicos con poco entusiasmo, luego se sienta entre ellos y yo, volviéndose hacia mí para cerrar nuestra conversación.

—He visto a Jungwoo con sus padres —dice él—antes, en los Claustros.

Los Claustros es la residencia más grande y antigua de la escuela, un edificio largo y de poca altura en la otra punta de los terrenos. Solamente tiene una puerta y todas las ventanas son diminutos paneles de cristal. (En la escuela debió de reinar la hipermegaparanoia cuando empezaron a admitir en el siglo XVII).

—¿A quién has visto? —pregunto.

—A Jungwoo.

—Ah.

—Si quieres, puedo ir a buscarlo—se ofrece.

—¿Desde cuándo envías mensajitos de mi parte?

—Pensaba que quizá no querrías hablar con él por primera vez delante de todo el mundo —dice—Después de lo que pasó.

Me encojo de hombros.

—No va a pasar nada. Jungwoo y yo estamos bien.

Dongs me mira sorprendido, después dudoso; después niega con la cabeza, dándose por vencido.

—De todas maneras —dice él, arrancando un trozo de su sándwich—tenemos que encontrar al Hechicero después de comer.

—¿Por qué?

—¿Por qué? ¿Te estás haciendo el tonto hoy porque piensas que me pareces lindo cuando lo haces?

—Sí.

Dongs pone los ojos en blanco.

—Tenemos que encontrar al Hechicero y obligarle a que nos cuente qué ha estado pasando este verano. Lo que ha averiguado sobre el Humdrum.

—No ha averiguado nada. Ya he hablado con él.

Él se detiene a medio bocado.

—¿Cuándo?

—Ha venido a mi habitación por la mañana.

—¿Y cuándo me lo pensabas contar?

Me encojo de hombros y me meto en la boca los últimos cinco centímetros de mi sándwich.

—Cuando me dejaras.

Dongs vuelve a entornar los ojos. (Dongs suele entornar los ojos bastante a menudo).

—¿Y no tenía nada que contarte?

—Nada sobre el Humdrum. Él... —bajo la vista hacia mi plato, luego miro rápidamente alrededor—Dijo que las Familias Antiguas le están causando problemas.

Él asiente con la cabeza.

—Mi madre dice que están intentando organizar un veto de censura contra él.

—¿Pueden hacerlo?

—Lo están intentando. Y ha habido duelos durante todo el verano. Un amigo de Lucas, Sam, se retó contra uno de los primos Jung después de una boda, y ahora lo van a llevar a juicio.

—¿A quién van a llevar a juicio?

—Al primo Jung.

—¿Por qué?

—Por usar hechizos prohibidos —dice él—Palabras prohibidas.

—El Hechicero piensa que debería marcharme —le digo.

—¿Qué? ¿Marcharte adónde?

—Cree que debería marcharme de Watford.

A Dongs se le ponen los ojos como platos.

—¿Para luchar contra el Humdrum?

—No —niego con la cabeza—Simplemente... marcharme. El Hechicero cree que estaría más seguro si estuviera en otro lugar. Piensa que aquí todo el mundo estaría más seguro si me fuera.

Los ojos se le abren cada vez más.

—¿Adónde te irías, Taeyong?

—No me lo dijo. A algún lugar secreto.

—¿Una especie de piso franco? —pregunta él.

—Supongo.

—Pero ¿qué pasaría con la escuela?

—El Hechicero considera que ahora mismo eso no es importante.

Dongs resopla. Él opina que el Hechicero subestima la educación la mayoría del tiempo. Especialmente a los clásicos. Cuando eliminó el programa de Lingüística, Dongs escribió una carta de reclamación al consejo de profesores.

—¿Así que eso quiere que hagas?

—Irme. Mantenerme a salvo. Practicar.

Dongs se cruza de brazos.

—A una montaña. Como los ninjas. Como Batman.

Yo me río, pero él no se ríe conmigo y se inclina hacia delante.

—No te puedes ir sin más, Taeyong. El Hechicero no te puede esconder en un agujero durante toda tu vida.

—No me voy a ir —le digo—Le he dicho que no.

Él alza la barbilla.

—¿Tú le has dicho que no?

—Yo..., bueno, no puedo marcharme de Watford así como así. Es nuestro último año, ¿no?

—Estoy de acuerdo. Pero ¿de verdad le has dicho que no?

—¡Le he dicho que no quería! No me quiero esconder y esperar a que el Humdrum me encuentre. Eso no se parece en nada a un plan.

—¿Y qué dijo el Hechicero?

—No mucho. Me enfadé y empecé a...

Lo sabía. Tu habitación olía como los restos de una fogata. ¡Por las Palabras Mágicas! ¿Has atacado al Hechicero?

—No. Me contuve.

—¿De verdad? —Dongs parece realmente impresionado—Bien hecho, Taeyong.

—Aunque creo que le he asustado.

—Yo también me habría asustado.

—Dongs, yo...

—¿Qué?

—¿Crees que tiene razón?

—Acabo de decir que no la tiene.

—No. Sobre lo de que... pongo en peligro a Watford. Que soy un peligro para...—miro a la mesa de los alumnos de primero. Han pasado completamente de los sándwiches y están atacando unos bollos enormes con brazo de gitano relleno de mermelada—todos.

Dongs empieza a desmigajar su sándwich otra vez.

—Por supuesto que no.

Doyoung.

Él suspira.

—Esta mañana te contuviste, ¿no? ¿Cuándo le has hecho daño a alguien más que a ti mismo?

—¿Lo dices en serio, Dongs? ¿Quieres que te haga una lista? Empezaré con las decapitaciones. Empezaré con lo que pasó ayer.

—Eso fueron batallas, y no cuentan.

—Yo creo que sí que cuentan.

Dongs cruza los brazos nuevamente.

—Cuentan, pero de manera diferente.

—Pero es que no solo es eso —le digo—Es que... yo soy el objetivo, ¿no? El Humdrum solo me ataca cuando estoy en Watford, y solo ataca Watford cuando estoy aquí.

—Eso no es culpa tuya.

—¿Entonces?

—Bueno, no puedes evitarlo.

—Sí puedo —le digo—Podría irme lejos de aquí.

No.

—Buen argumento, Dongs—le unto mantequilla a mi tercer rollo de jamón y queso.

Me están temblando las manos.

—No, Taeyong. No puedes irte sin más. No deberías. Mira, si tú eres el objetivo, entonces yo soy el que mayor peligro corre. Yo paso la mayor parte del tiempo contigo.

Lo sé.

—No, quiero decir que, mírame: estoy bien—yo la miro—Estoy bien, Taeyong. Hasta JaeHyun se encuentra bien, y él sí que no se separa de ti.

—Siento como si estuvieras quitándole importancia a todas las veces en las que has estado a punto de morir solo porque estabas conmigo. El Humdrum me raptó hace unos meses y tú te viste arrastrado por la situación.

—Y menos mal, gracias a Morgana.

Me está mirando los ojos, así que trato de no apartar la vista. A veces me alegro de que Dongs use gafas; es capaz de establecer un contacto visual tan potente que es bueno tener un parachoques.

—Le he dicho al Hechicero que no —le repito.

—Bien —dice él—Sigue diciéndoselo.

—¡Nan!

Las lágrimas y los gritos de una niña interrumpen nuestra conversación, y yo empiezo a susurrar el conjuro para invocar mi espada. Al otro lado de la sala, la chica (de segundo o tercero) se dirige corriendo hacia una figura brillante en la puerta.

—Vaya... —dice Doyoung, impresionado.

La figura aparece y desaparece como un holograma de la princesa Leia. Cuando la chica llega junto a ella (parece una mujer mayor vestida con un traje de pantalón blanco), la figura se arrodilla y la abraza. Se acuclillan bajo el vano de la puerta. Entonces, la figura se desvanece por completo. La chica se levanta, temblando, y algunos de sus amigos corren hacia ella, dando botes.

—Qué genial—dice Doyoung. Se gira para mirarme y ve mi espada—Serpientes siseantes, Taeyong, guarda eso.

Yo la mantengo levantada.

—¿Qué ha sido eso?

—¿No lo sabes?

Doyoung.

—Ha tenido una Aparición. Es una chica con suerte.

—¿Qué? —yo envaino la espada—¿Qué clase de Aparición?

—Taeyong, el Velo se está abriendo. Sé que sabes lo que es. Lo estudiamos en clase de Historia de la Magia.

Hago una mueca y vuelvo a sentarme, tratando de decidir si ya me he terminado la comida.

—Y en la Vigésima Vuelta —dice Dongs—cuando el año esté a punto de terminar, y el día y la noche compartan mesa en paz, el Velo se abrirá. Y todo aquel que tenga luz para proyectar, puede cruzarlo, aunque no por mucho tiempo. Recibidlos con alegría y confianza, ya que sus labios, aunque estén muertos, pronuncian palabras verdaderas.

Está usando la voz que pone cada vez que cita algo: por eso sé que es de un texto antiguo o alguna otra cosa.

—No me estás ayudando mucho —le digo.

—El Velo se está abriendo —repite él—Cada veinte años, los muertos pueden hablar con los vivos si hay algo que tengan verdadera necesidad de decirles.

—Ah... —contesté—Creo que he oído hablar de eso, aunque pensaba que era un mito.

—Cabría pensar que, después de siete años, dejarías de decir esas cosas en voz alta.

—Bueno, ¿cómo se supone que tengo que distinguirlas? No hay ningún libro, ¿verdad? Todas las cosas mágicas que son reales y todas las que son patrañas, tal como tú creías.

—Tú eres el único mago que no ha sido criado con magia. Eres el único al que podría interesarle leer un libro así.

—Papá Noel no existe —le digo—pero el Ratoncito Pérez sí. No hay ninguna explicación o motivo para esas cosas.

—Bueno, pues el Velo es totalmente real —dice Dongs—Es lo que evita que las almas de los difuntos vayan vagando por ahí.

—¿Pero se está abriendo ahora? —me entran ganas de volver a sacar la espada.

—El equinoccio de otoño está al caer —dice él—cuando el día y la noche tienen la misma duración. El Velo se disipa, y luego se abre, como una especie de niebla. Y los difuntos vuelven para decirnos cosas.

—¿A todos?

—Ojalá. Los difuntos solo vuelven si tienen algo importante que decir. Algo que sea verdad. Es como si regresaran para testificar.

—Eso suena... muy teatral.

—Mi madre dice que su tía volvió hace veinte años para contarles que había un tesoro escondido. Mi madre está esperando que esta vez se aparezca de nuevo para que nos dé más datos.

—¿Qué tipo de tesoro?

—Libros.

—Faltaría más.

Decido terminarme el sándwich. Y el huevo duro de Dongs.

—Pero, a veces —dice él—es un escándalo. La gente regresa para revelar aventuras amorosas. Asesinatos. En teoría, se tienen más oportunidades de cruzarlo si tu mensaje sirve para hacer justicia.

—¿Y eso cómo puede saberse?

—No es más que una teoría —dice Dongs—Pero si la tía Beryl se me aparece, le voy a preguntar todo lo que pueda antes de que se desvanezca de nuevo.

Yo miro hacia atrás, en la otra punta del comedor.

—Me pregunto qué le habrá revelado a esa chica su abuelita.

Dongs se ríe y apila sus platos.

—Probablemente su receta secreta para preparar caramelos de toffee.

—Así que esas Apariciones... ¿no son zombis? Nunca está demás asegurarse de estas cosas.

—No, Taeyong. Son inofensivos. A no ser que temas a la verdad.

Capítulo 10

EL HECHICERO

Debería obligarle a irse. Podría hacerlo.

Ya no es un niño, pero todavía debería aceptar órdenes.

Prometí cuidar de él.

¿Cómo se mantiene una promesa así? Cuidar de un niño, cuando ese niño es el mayor poder que conoces...

¿Y qué significa cuidar del poder? ¿Usarlo? ¿Preservarlo? ¿Evitar que caiga en las manos equivocadas?

Creía que podría ser de más ayuda para Taeyong, especialmente en este momento.

Que podría ayudarle a entrar en contacto con su poder. Ayudarle a empoderarse.

Tiene que haber un hechizo para él... Palabras mágicas que lo fortalezcan. Un ritual que logre que el poder en sí mismo se volviera manejable. No lo he encontrado todavía, pero eso no significa que no esté ahí fuera. Que no exista.

Y, si lo encuentro...

¿Bastará con estabilizar su poder, si ni siquiera puedo estabilizar al muchacho? Esto no aparece en las profecías: no hay nada sobre niños testarudos.

Podría ocultar a Taeyong del Humdrum.

Podría ocultarlo de todo lo que aún no esté preparado para enfrentar.

Yo podría hacerlo, ¡yo debería hacerlo! Debería ordenarle que se marche, y él lo haría. Todavía me haría caso.

Pero, y si no lo hace...

Lee Taeyong, ¿te perdería para siempre?

Capítulo 11

BO—GYEOL

Escúchame.

Él fue el primer miembro de su familia en entrar en Watford, el primero con suficiente poder para pasar las pruebas de acceso. Hizo todo el camino solo, desde Gales, en tren.

Jaejoong.

Le llamábamos Jaejoong. (Bueno, algunos solo le llamábamos imbécil.)

Y no tenía amigos, no creo que nunca tuviera un amigo. Ni siquiera creo que yo fuera su amiga, no al principio, al menos.

Yo era, sencillamente, la única que le escuchaba.

—El mundo de los Hechiceros —decía él—Qué mundo es este, dime: ¿qué mundo? Esto no es una escuela; en las escuelas se educa a la gente, las escuelas ayudan a mejorar a la gente. ¿Me entiendes?

Yo estoy recibiendo una educación —le dije.

—Claro que sí, ¿verdad? —sus ojos azules brillaban. Siempre había fuego en sus ojos—Tú tienes poder. Tú tienes la contraseña secreta. Porque tu padre la tenía, y tu abuelo antes que él. Tú estás dentro del club.

—También tú lo estás, Jaejoong.

—Solamente porque demostré ser demasiado poderoso como para que me denegaran el acceso.

—Es verdad —le dije—Así que ahora tú también estás dentro del club.

—Qué suerte tengo.

—No estoy segura de si lo dices en serio...

—Qué suerte tengo —dijo él—Qué mala suerte tienen los demás. La función de este lugar no es compartir el conocimiento, sino mantenerlo en manos de los ricos.

—De los más poderosos, querrás decir.

—Es lo mismo —escupió él. Siempre escupía las palabras. Los ojos siempre le brillaban, y su boca siempre escupía.

—Entonces, ¿no quieres estar aquí? —le pregunté.

—¿Sabes que la Iglesia solía dar misa en latín porque no quería confiar la palabra de Dios a los fieles?

—¿Te refieres al cristianismo? No sé nada sobre el cristianismo.

—¿Por qué estamos aquí, Bo—Gyeol, cuando muchos otros son rechazados?

—Porque nosotros somos los más poderosos. Es importante que nosotros aprendamos a manejar y usar nuestra magia.

—¿De verdad es tan importante? ¿No sería más importante enseñar a los que tienen menos poder? ¿Ayudarles a sacar mayor provecho de lo que tienen? ¿Solo se debería enseñar a leer a los poetas, entonces?

—No entiendo qué es lo que quieres. Tú estás aquí, Jaejoong. En Watford.

—Estoy aquí. Y tal vez si me relaciono con las personas adecuadas, si me arrodillo ante todos los Bae y los Jung, ellos me enseñarán a usar los hechizos más complicados. Me dejarán sentarme en su mesa. Y, después, podré pasarme el resto de mi vida haciendo lo mismo que ellos, asegurándome de que ningún otro me lo arrebate.

—Eso no es lo que yo pretendo hacer con mi magia.

Él dejó de escupir por un segundo para mirarme con los ojos entrecerrados:

—¿Y qué pretendes hacer, Bo—Gyeol?

—Ver el mundo.

—¿El mundo de los Hechiceros?

—No, el mundo.

🔮

Tengo tantas cosas que contarte.

Pero el tiempo es breve. Y el Velo muy denso.

Y se necesita magia para hablar, un alma llena de ella.

Capítulo 12

TAEYONG

Da la casualidad de que estoy solo cuando veo a Jungwoo.

Estoy tumbado en el prado, pensando en la primera vez que llegué aquí: el césped era tan bonito que pensaba que no se nos permitía pisarlo.

Jungwoo lleva unos pantalones jeans y una camisa blanca de gasa, y sube la colina hacia mí, ocultando el sol lentamente, por lo que durante un segundo se forma un halo alrededor de su rubia melena.

Sonríe, pero me doy cuenta de que está nervioso. Me pregunto si me habrá estado buscando. Me incorporo y él se sienta en el suelo a mi lado.

—Hola —le digo.

—Hola, Taeyong.

—¿Qué tal te ha ido el verano?

Él me mira como si no diera crédito a lo absurda que es la pregunta, pero también como si esta conversación ligera le quitara un peso de encima.

—Bien —dice él—tranquilo.

—¿Has ido a algún sitio? —le pregunto.

—Solo para las competiciones.

Jungwoo compite en concursos de salto ecuestre, de manera profesional. Yo creo que le gustaría saltar representando a Gran Bretaña algún día. ¿O se dirá cabalgar? Yo no sé absolutamente nada de caballos. Una vez intentó subirme a un caballo, y a mí me entró miedo.

—Taeyong, no puedes tenerle miedo a un caballo. Has matado dragones.

—Bueno, no tengo miedo de matarlo, ¿sabes? Pero es que quieres que lo monte.

—¿Has tenido suerte? —le pregunto ahora.

—Un poco —dice él—Pero más que de la suerte, depende de la destreza.

—Ah —asiento con la cabeza—Es verdad. Lo siento.

No me gusta mucho hablar con Jungwoo de caballos y esas cosas; y no es porque me den miedo. Es solo una más de todas las cosas que nunca dominaré. Todas esas estupideces de gente pija. Regatas y galas y, no sé, partidos de polo. La madre de Jungwoo tiene sombreros que parecen pasteles de boda.

Me sobrepasa. Ya tengo suficientes cosas de las que preocuparme intentando descubrir qué significa ser mago: jamás podré hacerme pasar por alguien de clase alta.

Quizá Jungwoo estaría mejor con JaeHyun, después de todo... Si él no fuera malvado.

Igual parece que estoy enfadado, porque él se aclara la garganta en tono incómodo.

—¿Quieres que me vaya?

—No —le digo—No. Me alegro de verte.

—En realidad, ni siquiera me has mirado —dice él. Así que lo miro.

Es precioso.

Y yo lo quiero. Quiero que todo esté bien.

—Mira, Taeyong. Yo sé que viste...

Lo interrumpo.

—Yo no vi nada.

—Bueno, yo sí te vi a ti —dice él. Eleva la voz—Y a Doyoung, y...

Lo interrumpo nuevamente.

—No, quería decir que... —esto no me está saliendo bien—que te vi. En el bosque. Y le vi... a él. Pero no pasa nada. Sé que tú nunca... Bueno, sé que tú nunca lo harías, Jungwoo. Y, de todas formas, da igual. Eso pasó hace meses.

Tiene los ojos enormes y confusos.

Jungwoo tiene unos ojos marrones preciosos. Casi dorados. Y seductoras pestañas largas. Y la piel alrededor de sus ojos brilla como la de un hada. (Jungwoo no es un hada. Las hadas capaces de usar palabras mágicas son bienvenidas en Watford, si logran encontrar la escuela, pero ninguna ha decidido asistir.)

—Pero, Taeyong, tenemos que... Me refiero a que, ¿no deberíamos hablar de eso?

—Yo preferiría pasarlo por alto —le dije—No es importante. Y es que... Jungwoo, me alegro tanto de verte —le cojo la mano.

Él me deja que se la coja.

—Yo también me alegro de verte, Taeyong.

Yo sonrío.

Él casi me devuelve la sonrisa.

Capítulo 13



JUNGWOO

Me alegro de verle, siempre me alegro de verle.

Siempre es un gran alivio.

A veces pienso en eso, en cómo será el día que no vuelva.

Algún día, Taeyong no volverá.

Lo sabe todo el mundo, yo creo que lo sabe hasta el Hechicero. (Doyoung lo sabe, pero prefiere hacerse el tonto.)

Es solo que... Es imposible que pueda sobrevivir a esto. Lo quieren muerto demasiadas personas. Y demasiadas cosas peores que personas. Seres oscuros. Criaturas. Lo que demonios sea el Insidioso Humdrum. Todos quieren matarlo, y él no puede seguir sobreviviendo; ha habido demasiadas situaciones en las que se ha salvado de milagro.

Nadie es tan fuerte. Nadie tiene tanta suerte.

Un día de estos, no volverá, y yo seré una de las primeras personas a las que se lo contarán. Lo he meditado a fondo porque sé que, independientemente de cómo reaccione, no será suficiente.

Taeyong es el Elegido. Y él me eligió a mí. Y aunque lo quiero (nos hemos criado juntos, pasa todas las Navidades en mi casa, claro que lo quiero), no es suficiente. Lo que sea que sienta por él no es suficiente; no será suficiente, cuando lo pierda.

¿Y si es como aquella vez que un coche atropelló a nuestro collie? Lloré, pero solamente porque se esperaba de mí que lo hiciera, no porque no fuera capaz de contenerme...

Antes pensaba que quizá reprimía mis sentimientos hacia Taeyong como medida de autodefensa. Como para protegerme a mí mismo del dolor de perderlo, del dolor de tal vez perderlo todo, porque si Taeyong muere, ¿qué esperanza tenemos los demás?

(¿Qué tipo de esperanza podemos tener? Taeyong no es la solución a nuestros problemas; solo es una postergación de la sentencia.)

Pero no es eso, no es en defensa propia.

Es solo que no quiero a Taeyong lo suficiente.

No lo quiero de la manera que debería quererle.

Tal vez no tenga esa clase de amor en mi interior, quizá esté roto.

Y, si ese es el caso, bien podría seguir con Taeyong, ¿no? ¿No es ahí donde él me quiere, a su lado? ¿No es ahí donde todo el mundo espera que esté?

¿Y si es el único lugar donde yo puedo marcar alguna diferencia?

🔮

Choi Jungwoo


ree

Capítulo 14

TAEYONG

Paso una hora más o menos con Jungwoo, pero no hablamos mucho. No le cuento nada del Hechicero.

(¿Qué pasaría si Jungwoo estuviera de acuerdo con el Hechicero? ¿Qué pasaría si también quiere que me vaya? Yo querría que él se marchara, si estuviera en peligro en Watford. Joder, él está en peligro aquí. Por mi culpa.)

Cuando vuelvo a mi cuarto, Dongs ya está allí, acostado con un libro en la cama de JaeHyun.

—Así que, ¿Jungwoo y tú ya habéis hablado? —me pregunta.

—Hemos hablado.

—¿Y te lo ha explicado? ¿Lo de JaeHyun?

—Le he dicho que no hacía falta.

Dongs suelta su libro.

—¿No quieres saber por qué tu novio se estaba enrollando con tu peor enemigo?

—No sé si es el peor —respondo—Nunca he hecho una lista de mis enemigos.

—Estoy completamente seguro de que tú eres el primero en la lista de JaeHyun.

—De todas maneras, no se estaban enrollando.

Dongs niega con la cabeza.

—Si yo me encuentro a Yuta un día dándole la manita a JaeHyun, me gustaría que me diera una explicación.

—A mí también me gustaría que te la diera.

Taeyong.

—Dongs. Pues claro que querrías que te diera una explicación. Tú eres así. A ti te gusta exigir explicaciones y luego explicarle a todo el mundo por qué sus explicaciones son una mierda.

—Yo no hago eso.

que lo haces. Pero a mí... Mira, es que no me importa. Ya ha pasado. Jungwoo y yo estamos bien.

—Me pregunto si también habrá pasado para JaeHyun.

—A la mierda JaeHyun, él hará todo lo que esté en su mano para sacarme de quicio. Y empezará a hacerlo en cuanto aparezca. Que puede ser en cualquier momento... Ya ha llegado casi todo el mundo. Nadie quiere perderse el pícnic de bienvenida en el Gran Prado esta noche. Siempre es animado. Juegos. Fuegos artificiales. Magia espectacular.

Quizá JaeHyun no venga al pícnic: aunque eso no ha pasado nunca, sería una idea agradable.

🔮

Dongs y yo quedamos con Jungwoo en el prado.

No veo a JaeHyun, pero hay mucha gente; si él quisiera evitarme, no le costaría mucho. (Normalmente JaeHyun se asegura de que me percate de su presencia.)

Los alumnos más jóvenes están jugando y comiendo tarta, algunos vestidos con sus uniformes de Watford por primera vez. Los sombreros ladeados, las corbatas torcidas. Hay carreras y cánticos. Me he ahogado un poco cantando el himno de la escuela; hay un verso sobre «los años dorados en Watford / los años brillantes y mágicos», y eso me recuerda otra vez que esto ya se acaba. Cada día de este año será el último que viva de esta manera.

El último pícnic de bienvenida.

El último día de comienzo de curso.

Me estoy poniendo como un cerdo a comer, pero a Dongs y Jungwoo no les importa, y los huevos y los sándwiches de berro están para chuparse los dedos. Además, hay pollo asado. Pastel de carne de cerdo. Tartaletas especiadas con glaseado de limón amargo. Y jarras de leche fría y refresco de frambuesa.

Sigo alerta, esperando el momento en que aparezca JaeHyun y lo estropee todo. No dejo de mirar por encima de mi hombro. (Quizá esto forme parte de su plan, estropearme la noche consiguiendo que me obsesione con averiguar cómo me la va a estropear.) Creo que Jungwoo también está ansioso por verle.

Una de las cosas que no me preocupan es que el Humdrum nos ataque. Mandó monos voladores para atacar el pícnic de bienvenida de cuarto, y nunca repite el mismo ataque dos veces. (Supongo que podría volver a atacarnos, enviándonos algo que no fueran monos voladores...)

Tras la puesta de sol, los alumnos más jóvenes vuelven a sus cuartos, y los de séptimo y octavo nos quedamos fuera, en el prado. Jungwoo, Dongs y yo buscamos un sitio, Dongs hechiza su chaqueta y la convierte en una manta verde para que nos acostemos sobre ella. Jungwoo dice que es un desperdicio de magia, cuando dentro hay mantas que podríamos usar perfectamente.

—Se te van a quedar manchas verdes de césped en la chaqueta —dice Jungwoo.

—La chaqueta ya es verde —Doyoung no le hace ni caso.

Es una noche cálida, y a Doyoung y Jungwoo se les da bien la Astronomía. Nos tumbamos de espaldas, y ellos señalan las estrellas.

—Debería ir a buscar mi bola de cristal y predeciros el destino —dice Doyoung, y Jungwoo y yo gruñimos.

—Mira, te voy a ahorrar las molestias —le digo—Me verás bañado en sangre, pero no sabrás distinguir de quién es la sangre. Y verás a Jungwoo precioso y envuelto en luz.

Doyoung hace un mohín con los labios, pero no le dura mucho. Hace demasiada buena noche como para hacer pucheros. Encuentro la mano de Jungwoo en la manta y, cuando le doy un apretón, él me lo devuelve.

Este día, esta noche: siento que todo está bien. Mágicamente en su sitio. Como un presagio. (Yo no solía creer en presagios, no soy supersticioso. Pero entonces dimos un tema sobre presagios en Ciencias Mágicas, y Dongs me dijo que no creer en los presagios es como no creer en la reina de Inglaterra.)

Pasada una hora, más o menos, alguien cruza el Velo, directamente hacia el prado.

Es la difunta hermana de alguien, que ha vuelto para decirle que no fue culpa suya.

Esta vez guardo la espada yo solo, sin necesidad de que Dongs me lo pida.

—Es increíble —dice él—Dos Apariciones en un día, y el Velo apenas está empezando a abrirse...

Cuando el fantasma se va, todo el mundo empieza a abrazarse. (Creo que los de séptimo han estado pasándose vino de diente de león y combinados de Bacardi. Pero nosotros tres no somos delegados de clase, así que no es problema nuestro.) Alguien empieza a cantar el himno de la escuela, y nosotros nos unimos. Jungwoo canta, a pesar de que se avergüenza de su voz.

Estoy feliz.

Estoy realmente feliz.

Estoy en casa.

🔮

Me despierto unas horas después, y pienso que JaeHyun ya debe de haber vuelto.

No le veo (no veo nada con esta oscuridad), pero hay alguien conmigo en la habitación.

—¿Dongs?

Tal vez sea el Hechicero, otra vez. ¡O el Humdrum! O lo que soñé que veía en la ventana la noche anterior, que justo acabo de recordar...

Nunca me han atacado en mi cuarto: esta sería la primera vez.

Me siento y enciendo la luz sin intentarlo siquiera. A veces me pasa eso, con hechizos pequeños, cuando estoy estresado. Supuestamente, no debería ser así. Dongs cree que podría ser telepatía, como si omitiera las palabras para llegar directamente a mi objetivo.

Sigo sin ver nada; pero me da la sensación de escuchar un susurro y una especie de lamento. Las dos ventanas están abiertas. Me levanto, miro afuera, y luego las cierro. Miro debajo de las camas. Me arriesgo con un ¡A la de una, a la de dos y a la de tres! y luego con un ¡Sal, ratita, quiero verte la colita!, que hace que toda mi ropa salga volando del armario. Ya la colocaré mañana.

Me vuelvo a la cama, tiritando.

Hace frío.

Y sigo sin sentir que estoy solo.







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1 comentario


Aranza Bracho
Aranza Bracho
22 dic 2021

Respiro... al fin tengo esta historia otra vez.

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