top of page

ℙℂ ⚜️ JaeYong

Actualizado: 25 dic 2021


Sinopsis

Jaehyun es un héroe guerrero de su pueblo y el heredero legítimo del trono de Akielos, pero cuando su medio hermano toma el poder, Jaehyun es capturado, despojado de su identidad y enviado al servicio del príncipe de una nación enemiga como esclavo de placer.

Su nuevo amo es hermoso, manipulador y peligroso; el príncipe Taeyong personifica lo peor de la Corte de Vere. Sin embargo, dentro de la insidiosa red política vereciana, nada es lo que parece; cuando Jaehyun se encuentra atrapado en el juego de intrigas referentes a la sucesión al trono, deberá colaborar con Taeyong para sobrevivir y salvar a su país.

Jaehyun solo tiene una estrategia: nunca, jamás, revelar su verdadera identidad. Porque el hombre que más necesita es también aquel que tiene más razones para odiarle que ningún otro...


⚜️ JaeYong

⚜️ Saga C a u t i v o

⚜️ Libro #1


PRÓXIMAMENTE


ree

⚜️


Orden

1. PC - P r í n c i p e _ C a u t i v o (Adaptando) ⚜️

2. JDP - J u e g o_ D e l _ P r í n c i p e (En proceso)

3. RDR - R e b e l i ó n_ D e l _ R e y (En proceso)


⚜️


Capítulos

PERSONAJES

AKIELOS

THEOMEDES, rey de Akielos

YOON OH (Jaehyun), hijo legítimo de Theomedes y su heredero

KAI, hijo ilegítimo de Theomedes, medio hermano de Jaehyun

KRYSTAL, lady; dama de la Corte de Akielos.

J.SEPH, guardián de los esclavos Reales de Akielos.

LYKAIOS, esclava de la Casa de Yoon Oh

MARK, un esclavo.


VERE

REGENTE de Vere, tío de Taeyong

TAEYONG, príncipe heredero del trono de Vere

SUNGCHAN, supervisor de la Casa del Príncipe.

SUHO, miembro del Consejo Vereciano y embajador de Vere en Akielos

SEHUN, miembro del Consejo Vereciano

CHEN, miembro del Consejo Vereciano

CHANYEOL, miembro del Consejo Vereciano

BAEKHYUN, miembro del Consejo Vereciano

HAECHAN, una mascota

SHOWNU, ex miembro de la Guardia Real

KUN, miembro de la Guardia del Príncipe

JIN-HYUK, miembro de la Guardia del Príncipe

SEULGI, una cortesana

JOY, la mascota hembra de Vannes

TEN, miembro de la Corte Vereciana

LUCAS, miembro de la Corte Vereciana

YUQI, su mascota


PATRAS

TORGEIR, rey de Patras

JOHNNY, hermano menor de Torgeir y embajador en Vere


DEL PASADO

ALERON, rey difunto de Vere y padre de Taeyong

TAEIL, príncipe heredero difunto de Vere y hermano mayor de Taeyong



MAPA


ree


⚠️⚠️ADVERTENCIAS⚠️⚠️


>Novela de fantasía para adultos, romance gay.

>Sexo explícito, violencia sexual, violación, pedofilia, esclavitud, tortura y mucha, mucha crueldad.

⚠️⚠️LEE BAJO TU PROPIO RIESGO⚠️⚠️

Prólogo

—Hemos oído que vuestro príncipe —dijo lady Krystal— mantiene su propio harén. Estos esclavos complacerían a cualquier tradicionalista, pero además, le he pedido a J.Seph que prepare algo especial; es un regalo personal del Rey para tu príncipe. Un diamante en bruto, por así decirlo.

—Su Majestad ya ha sido muy generoso —dijo el consejero Suho, embajador de Vere.

Paseaban a lo largo del mirador. Habían cenado carnes especiadas envueltas en hojas de parra mientras el calor del mediodía era ventilado lejos de sus reclinatorios por atentos esclavos. Suho se sintió generosamente dispuesto a admitir que aquel país de bárbaros tenía sus encantos. La comida era rústica, pero los esclavos eran impecables: perfectamente obedientes, entrenados para estar siempre atentos y anticiparse, nada parecido a las mimadas mascotas de la Corte de Vere.

La galería estaba cercada por dos docenas de esclavos en exhibición. Todos estaban desnudos o apenas vestidos con sedas transparentes. Alrededor de sus cuellos llevaban collares de oro decorados con rubíes y tanzanitas en sus muñecas, puños del mismo material. Todo ello era puramente ornamental. Los esclavos se arrodillaron demostrando su voluntaria sumisión.

Iban a ser un regalo del nuevo Rey de Akielos al Regente de Vere; un regalo muy generoso. Tan solo el oro valía una pequeña fortuna, además de que los esclavos eran, sin duda, algunos de los mejores de Akielos. En secreto, Suho ya había destinado una de las esclavas del palacio para su uso personal, una joven recatada de cintura delgada y hermosos ojos oscuros con pestañas muy pobladas.

Al llegar al otro extremo de la galería, J.Seph, guardián de los esclavos Reales, se inclinó bruscamente, al mismo tiempo que juntaba los talones de sus botas acordonadas de cuero marrón.

—Ah. Aquí estamos —dijo lady Krystal sonriendo.

Entraron en una antecámara y los ojos de Suho se ensancharon.

Amarrado y bajo fuerte custodia, había un esclavo diferente de cualquier otro que hubiera visto en su vida.

De poderosos músculos y físicamente imponente, no cargaba las endebles cadenas que adornaban a los otros esclavos del vestíbulo. Sus restricciones eran reales. Sus muñecas estaban amarradas a la espalda, las piernas y el torso, atados con gruesas cuerdas. A pesar de todo aquello, la fuerza de su cuerpo parecía a duras penas contenida. Sus ojos oscuros brillaban con furia por encima de la mordaza, y si se lo miraba de cerca, se podían ver los rojos verdugones detrás de las fuertes correas que sujetaban su pecho y muslos, producto de una lucha feroz contra esas ataduras.

El pulso de Suho se aceleró, reaccionando casi con pánico. «¿Un diamante en bruto? Ese esclavo era más bien un animal salvaje, no se parecía en nada a los veinticuatro gatitos mansos que se alineaban en el vestíbulo». El poder absoluto que emanaba de su cuerpo, apenas podía mantenerse bajo control.

Suho miró a J.Seph, que se había quedado atrás, como si la presencia del esclavo lo pusiera nervioso.

—¿Todos los esclavos nuevos son atados? —preguntó Suho, tratando de recuperar la compostura.

—No, solo él. Él es... —J.Seph vaciló.

—¿Sí?

—No está acostumbrado a ser manipulado —concluyó J.Seph, dando una inquieta mirada de reojo a lady Krystal—No ha sido entrenado.

—Vuestro príncipe, según hemos oído, disfruta de los desafíos — dijo la mujer.

Suho trató de contener su reacción cuando volvió la mirada hacia el esclavo. Era altamente cuestionable que ese bárbaro regalo atrajese la atención del Príncipe, cuyos sentimientos hacia los habitantes salvajes de Akielos carecían de calidez, por decir lo menos.

—¿Tiene un nombre? —preguntó Suho.

—Vuestro príncipe es, por supuesto, libre de ponerle el nombre que quiera —dijo lady Krystal—Pero creo que complacería mucho al Rey si lo llamase "Jaehyun"―Sus ojos centellearon.

Lady Krystal —masculló J.Seph como si protestara, aunque, por supuesto, eso era imposible.

Suho cambió la mirada de uno a otro. Notó que esperaban algún comentario de su parte.

—Esa es, sin duda, una interesante opción de nombre —dijo. En realidad, estaba horrorizado.

—El Rey lo cree así— confirmó lady Krystal, estirando los labios ligeramente.

⚜️⚜️⚜️

Mataron a su esclava Lykaios con un corte rápido de espada en la garganta. Era una esclava de palacio, sin entrenamiento en combate y tan dulcemente obediente que si se le hubiera pedido, se habría arrodillado y desnudado su propia garganta para el golpe. No se le dio la oportunidad de obedecer o resistir. Se desplomó sin hacer ruido, sus pálidas extremidades quedaron inmóviles sobre el mármol blanco. Debajo de ella, la sangre lentamente comenzó a extenderse sobre el suelo marmóreo.

—¡Arrestadlo! —gritó un soldado de entre los que entraron a raudales en la recámara, un hombre de pelo castaño y lacio. Jaehyun quizá se hubiera dejado atrapar debido al desconcierto, pero fue en ese instante que dos de los soldados pusieron sus manos sobre Lykaios y la mataron.

Al finalizar la primera reyerta, tres de los soldados acabaron muertos y Jaehyun quedó en posesión de una espada.

El resto de los hombres lo enfrentaron vacilando y rehuyéndole.

—¿Quién os ha enviado? —cuestionó el príncipe Yoon Oh. El soldado de pelo lacio respondió:

—El Rey.

—¿Mi padre? —Casi bajó la espada.

—Kai nos envió. Vuestro padre ha muerto. Agarradlo.

Combatir era parte de la naturaleza de Jaehyun, cuyas destrezas se basaban en la fortaleza física, la aptitud natural y la práctica rigurosa. Pero aquellos hombres habían sido enviados contra él por otro que conocía muy bien sus virtudes, y debido a ello, no desestimó la cantidad de soldados que necesitaría para dominar a un hombre de tal calibre.

Superado en número, con los brazos retorcidos a la espalda y una espada en su garganta, Jaehyun no podía durar mucho tiempo antes de ser capturado.

En ese momento, había creído ingenuamente que iba a ser asesinado. En lugar de eso fue golpeado, restringido y, como cuando se liberó había producido una gratificante cantidad de daño aun estando desarmado, fue golpeado nuevamente.

—Sacadlo de aquí —dijo el soldado del pelo lacio, mientras se limpiaba con el dorso de la mano la fina línea de sangre que surcaba su sien.

Fue arrojado a una celda. Su mente, que no conocía dobleces, no podía entender lo que estaba sucediendo.

—Llevadme a ver a mi hermano —demandó y los soldados se rieron; uno de ellos le dio una patada en el estómago.

—Vuestro hermano es el que dio la orden —se burló otro.

—Estás mintiendo. Kai no es ningún traidor.

Pero la puerta de su celda se cerró de golpe y la duda se instaló en su mente por primera vez.

«Eres un incauto», una pequeña voz le empezó a susurrar; no lo había anticipado, no lo había visto venir; o quizá se había negado a verlo, al no dar crédito a los oscuros rumores que parecían denigrar el honor con que un hijo debería enfrentar los últimos días de un padre enfermo y moribundo.

En la mañana vinieron por él; en ese instante, la comprensión de todo lo que había ocurrido y el deseo de enfrentar a su captor con coraje y apesadumbrado orgullo, lo llevaron a permitir que le fijaran los brazos detrás de la espalda, sometiéndose a la brusca manipulación, y a avanzar, al ser impulsado por un fuerte empujón entre los hombros.

Cuando se dio cuenta de adónde lo llevaban, comenzó a luchar de nuevo, con violencia.

La habitación estaba simplemente esculpida en mármol blanco. El suelo, también de mármol, se inclinaba levemente, terminando en un arroyuelo artificial discretamente tallado. Del techo colgaban un par de grilletes, a los que Jaehyun, a pesar de su enérgica resistencia, fue encadenado en contra de su voluntad, con los brazos izados por encima de su cabeza.

Esos eran los baños de los esclavos.

Jaehyun tironeó de las restricciones. No se movieron. Sus muñecas ya estaban muy magulladas. En ese lado del baño, un conjunto de almohadones y toallas se organizaban de manera atrayente. Botellas de cristal coloreado de diversas formas, conteniendo una gran variedad de aceites, centellearon como joyas en medio de los cojines.

El agua estaba perfumada, lechosa y decorada con pétalos de rosa ahogándose lentamente. Todas las delicadezas. Aquello no podía estar sucediendo. Jaehyun sintió una contracción en el pecho; furia, indignación, y en algún lugar debajo de estas, enterrada, una nueva emoción que le retorcía y le revolvía el estómago.

Uno de los soldados lo inmovilizó apresándolo desde atrás. El otro comenzó a desvestirlo.

Sus ropas fueron desprendidas y quitadas rápidamente. Las sandalias le fueron cortadas de los pies. La quemadura de la humillación ardiéndole a través de las mejillas; Jaehyun estaba de pie, desnudo y encadenado, el calor húmedo del vapor de los baños serpenteando contra su piel.

Los soldados se retiraron hacia el corredor abovedado donde una figura los despidió; su rostro cincelado, hermoso y familiar.

J.Seph era el Guardián de los Esclavos Reales. La suya era una posición de prestigio otorgada por el rey Theomedes. Jaehyun fue golpeado por una oleada de ira tan poderosa que casi le robó la visión. Cuando volvió en sí, notó la forma en que J.Seph lo estaba evaluando.

—No te atrevas a poner una mano sobre mí.

—Tengo órdenes —informó el Guardián a pesar de que reculó.

—Te mataré —advirtió Jaehyun.

—Tal vez... una mujer... —pensó J.Seph; retrocedió un paso y susurró al oído de uno de sus acompañantes, quien hizo una reverencia y salió de la habitación.

Una esclava entró un momento después. Seleccionada conesmero, coincidía con todo lo que se sabía de los gustos de Jaehyun.Su piel era tan blanca como el mármol de los baños y su cabello rubio estaba sencillamente recogido exponiendo la elegante columna de su cuello. Sus pechos eran llenos y abultados debajo de la gasa, sus pezones rosados eran apenas visibles.

Jaehyun la vio acercarse con la misma cautela con la que seguiría los movimientos de un oponente en el campo de batalla, a pesar de que no le era extraño el ser atendido por esclavas.

Ella levantó la mano para quitarse el broche del hombro. La gasa deslizándose expuso la curva de un seno, la cintura delgada, las caderas, y siguió su camino hacia abajo. Sus ropas cayeron al suelo. Entonces, cogió un recipiente con agua.

Desnuda, bañó su cuerpo, enjabonando y enjuagando sin prestar atención a la forma en la que el agua se derramaba contra su propia piel y salpicaba la curva de sus pechos. Finalmente, humedeció y enjabonó su cabello lavándolo completamente; para terminar, se puso de puntillas y volcó sobre la parte posterior de su cabeza una de las bateas pequeñas de agua tibia.

Jaehyun se sacudió como un perro. Miró a su alrededor buscando a J.Seph, pero el Guardián de los Esclavos parecía haber desaparecido.

La esclava tomó uno de los frascos de colores y se sirvió un poco de aceite en la palma. Recubriendo sus manos, comenzó a trabajar la sustancia sobre su piel con movimientos metódicos, aplicándola en todas partes. Lo miró avergonzada, aun cuando sus caricias eran deliberadamente lentas, y se meneaba contra él. Los dedos de Jaehyun se tensaron contra las cadenas.

—Ya es suficiente —dijo Krystal, y la esclava se alejó de Jaehyun, postrándose en el suelo de mármol mojado instantáneamente.

Jaehyun, manifiestamente excitado, sufrió la relajada mirada evaluadora de Krystal.

—Quiero ver a mi hermano —pidió.

—No tienes hermano —dijo Krystal—Ni tienes familia. Ni tienes nombre, rango o posición. A estas alturas, deberías saber eso al menos.

—¿Esperas que me someta a esto? Ser dominado por... quién... ¿J.Seph? Le arrancaré la garganta.

—Sí. Lo harías. Pero no estarás sirviendo en el palacio.

—¿Dónde? —exigió rotundamente. Ella lo miró fijamente.

Jaehyun preguntó:

—¿Qué es lo que has hecho?

—Nada —dijo ella—excepto elegir entre los hermanos.

Se habían visto por última vez en su habitación en el palacio; su mano había presionado su brazo.

Parecía una representación pictórica. Sus rizos en perfectos tirabuzones, la alta frente lisa y las facciones clásicas que la caracterizaban. Donde J.Seph había vacilado, las delicadas sandalias prosiguieron su camino sobre el mármol mojado con paso tranquilo y seguro hacia él.

Jaehyun preguntó:

—¿Por qué mantenerme vivo? ¿Qué "necesidad" hay de ello? Todo parece bien realizado, excepto por esto. ¿Es... —Se calló; ella deliberadamente malinterpretó sus palabras.

—¿"Amor fraternal"? No conoces a tu hermano en absoluto, ¿verdad? ¿Qué es una muerte sino fácil, rápida? Se supone que te perseguirá para siempre, pero la única vez que te venció fue la única vez que importaba.

Jaehyun sintió su rostro cambiar de forma.

—¿Qué?

Ella tocó su mandíbula, sin miedo. Sus dedos eran delgados, blancos e impecablemente elegantes.

—Ya veo por qué prefieres la piel pálida —dijo—La tuya esconde los moratones.

⚜️⚜️⚜️

Después de que le cerraran el collar de oro y colocaran puños en sus muñecas, pintaron su cara.

No había ningún tabú en Akielos respecto a la desnudez masculina, pero la pintura era la marca de un esclavo, y era degradante. Pensó que no habría mayor humillación que cuando fue arrojado al suelo delante de J.Seph. En ese momento vio la cara del hombre y su voraz expresión.

—Pareces... — J.Seph lo miró fijamente.

Los brazos de Jaehyun estaban atados a su espalda, y las restantes restricciones habían limitado sus movimientos a poco más que una cojera. Por si fuera poco, estaba tirado en el suelo a los pies de J.Seph. Se irguió sobre sus rodillas, pero las manos de dos guardias le impidieron que se levantara más.

—Si lo hiciste para mejorar tu posición —dijo Jaehyun, con odio absoluto reflejado en la voz —Eres un tonto. Nunca ascenderás. No se puede confiar en ti. Ya has traicionado en beneficio propio una vez...

El golpe desplazó su cabeza hacia un lado. Jaehyun se pasó la lengua por el interior de los labios y saboreó la sangre.

—No te he dado permiso para hablar —dijo J.Seph.

— Golpeas como un catamita alimentado con leche— dijo Jaehyun. J.Seph dio un paso atrás, con la cara pálida.

—¡Amordazadle! —ordenó, y Jaehyun luchando se resistió nuevamente, en vano, contra los guardias. Su mandíbula fue expertamente separada y un grueso hierro envuelto en tela fue forzado dentro de su boca y rápidamente atado. No podía emitir más que un murmullo amortiguado; sin embargo, miró furioso a J.Seph por encima de la mordaza con ojos desafiantes.

—No lo habéis entendido todavía —advirtió J.Seph—Pero lo haréis. Tendréis que aceptar que eso que dicen en el palacio, en las tabernas y en las calles es cierto. eres un esclavo. No vales nada. El Príncipe Yoon Oh está muerto.



Hojas de parra: Vid.


Reclinatorios: En la antigua Grecia y Roma, las clases acomodadas tenían por costumbre comer recostados de lado en unos divanes llamados "reclinatorios". Creemos que en este caso la autora se refiere a ellos, y a que los esclavos los abanicaban mientras yacían allí.


Tanzanitas: Piedra preciosa de tonalidades azuladas. Es más rara y cara que el diamante. Se la considera la más costosa de todas debido a su escasez ya que solo se la consigue en una pequeña franja al norte de Tanzania.


Esclavos Reales: En este libro, y con el fin de evitar confusiones, usaremos la mayúscula cuando el adjetivo "Real" se refiera a algo perteneciente al Rey o relativo a la realeza, y minúscula cuando el adjetivo "real" designe la calidad de verdadero.


Cuero marrón: En el original dice que arrastra las suelas de las botas juntas, pero yo creo entender que se refiere al típico saludo militar en el que se juntan de golpe los talones con un pequeño golpe.


Endebles cadenas: "trinket-chains", se refiere a que, en este caso, las cadenas no eran baratijas de adorno.


Reyerta: La palabra utilizada en el original es "exchange" que se traduce por "intercambio". Como en español es un término que tiene connotaciones bastante pacíficas y como en este caso se refiere al intercambio de golpes o agresiones, se decide usar una palabra que refleje ese sentido específico.


Vuestro: Como el inglés no distingue el tratamiento de cortesía del informal pero el español, sí; su aplicación queda a criterio del traductor/corrector responsable. En este caso, se decidió usar el tratamiento de cortesía clásico hacia Reyes y nobles (tercera persona del plural) y conservar el tuteo cuando se trate de personas de igual rango o si la circunstancia de familiaridad lo amerita.


Dobleces: "whichran along straight and candid lines" en el original. Traducido literalmente sería algo como "que corre a lo largo de rígidas y cándidas líneas"; entendemos que lo dice en el sentido de que su mente no conocede simulaciones, traiciones o hipocresías.


Sirviendo: Usa el verbo no en el sentido de "ser de utilidad", sino de "servidumbre".


Catamita: Un catamita era el compañero joven, preadolescente o adolescente, en una relación de pederastia entre dos varones en la antigüedad, especialmente en la antigua Roma. Generalmente hace referencia al joven amante homosexual que cumple la función pasiva, o sea quien es penetrado analmente.

Krystal:


ree

J.Seph:


ree

Capítulo 1

⚜️

Príncipe de Vere

Lee Taeyong


⚜️

Príncipe de Akielos

Jung Jaehyun


⚜️

Los recuerdos de Jaehyun volvieron gradualmente; sintió sus drogados miembros contra los cojines de seda, los pesados puños de oro en las muñecas como pesas de plomo. Sus párpados se levantaban y bajaban. Los sonidos que oía no tuvieron sentido en un primer momento: murmullos de voces hablando en vereciano. El instinto le gritó:

«levántate».

Se recompuso, irguiéndose sobre sus rodillas.

«¿Voces verecianas?»

Sus pensamientos confusos llegaron a esa conclusión, no pudo ir más allá al principio. Su mente era más dura que su cuerpo para recuperarse. No podía recordar nada inmediatamente posterior a su captura, aunque sabía que había pasado un tiempo entre ese entonces y el ahora. Era consciente de que en algún momento había sido drogado. Buscó ese recuerdo. Al final lo encontró.

Había tratado de escapar.

Había sido transportado en el interior de un carromato cerrado, bajo fuerte vigilancia, a una casa en las afueras de la ciudad.

Había sido sacado del carromato y dirigido a un patio cerrado y... recordó campanas. El patio se llenó de repente del sonido de campanas, una multitud de cacofonías desde los lugares más altos de la ciudad, transportadas por el aire cálido de la tarde.

Campanadas al atardecer, anunciando un nuevo rey.

«Theomedes está muerto. Todos aclaman a Kai».

Ante el sonido de las campanas, la desesperación por escapar había anulado cualquier necesidad de precaución o disimulo, la furia y el dolor se apoderaron de una parte de él en torrente. La partida de los caballos le brindó la oportunidad.

Pero fue desarmado y rodeado por los soldados en el patio cerrado. La manipulación posterior no fue delicada. Lo arrojaron a una celda en las entrañas de la casa, después de lo cual, lo drogaron. Los días habían pasado uno tras otro.

Del resto, recordó solo breves fragmentos, incluyendo su estómago hundido, la bofetada y el salpicón de agua salada: había sido transportado a bordo de un navío.

Su cabeza se estaba despejando. Se despejaba por primera vez en... ¿cuánto tiempo?

¿Cuánto tiempo después de su captura? ¿Cuánto hacía que las campanas habían sonado? ¿Cuánto tiempo había permitido que esto continuara? Una oleada de fuerza de voluntad hizo que Jaehyun se alzara de sus rodillas hasta ponerse en pie. Debía proteger su hogar, a su pueblo. Dio un paso.

Una cadena tintineó. El suelo de baldosas se deslizó bajo de sus pies vertiginosamente y su visión fluctuó.

Buscó soporte y apoyó un hombro contra la pared. Por pura fuerza de voluntad no se deslizó hacia abajo. Mientras se mantenía en posición vertical, obligó a los mareos a retroceder. ¿Dónde estaba? Obligó a su confusa mente a hacer un inventario de sí mismo y de su entorno.

Iba vestido con las breves prendas de un esclavo akielense completamente. Supuso que eso significaba que había sido manipulado, aunque su mente no pudiera suministrarle el recuerdo de que aquello sucediera. Aún llevaba el collar y los puños de oro en las muñecas. Su cuello estaba sujeto a un gancho de hierro en el suelo por medio de una cadena y un candado.

Una débil desesperación lo amenazó por un momento; olía ligeramente a rosas.

En cuanto a la habitación, donde quiera que mirara, sus ojos eran abrumados con ornamentación. Las paredes estaban invadidas por la decoración. Las puertas de madera eran delicadas como mamparas y talladas con un diseño repetitivo que incluía estanques; a través de ellas se podían divisar las indefinidas figuras que estaban del otro lado. Las ventanas también se destacaban. Incluso las baldosas del suelo estaban parcialmente coloreadas y dispuestas en un patrón geométrico.

Todo daba la impresión de patrones dentro de patrones, enrevesadas creaciones de la mente vereciana. De repente, todo encanjó; voces verecianas, la humillante presentación ante el consejero Suho:

«¿Todos los esclavos nuevos son atados?» , el barco y su destino.

Esto era Vere.

Jaehyun miró a su alrededor con horror. Estaba en el corazón del territorio enemigo, a cientos de kilómetros de casa.

No tenía sentido. Estaba respirando, sin peligro, y no había sufrido el lamentable accidente que podría haberse esperado. Los verecianos tenían buenas razones para odiar al príncipe Yoon Oh de Akielos. ¿Por qué estaba todavía vivo?

El sonido de un cerrojo siendo retirado atrajo bruscamente su atención hacia la puerta.

Dos hombres entraron en la habitación. Observándolos con cautela, Jaehyun inequívocamente reconoció al primero como uno de los supervisores verecianos del barco. El segundo era un extraño: moreno, vestido a la manera de Vere, con anillos de plata en cada una de las tres articulaciones de cada dedo.

—¿Este es el esclavo que va a ser presentado al Príncipe?— preguntó el hombre de los anillos.

El supervisor asintió.

—Dices que es peligroso. ¿Qué es? ¿Un prisionero de guerra? ¿Un criminal? —El supervisor se encogió de hombros en un "¿Quién sabe?" — Mantenle encadenado.

—No seas tonto. No podemos mantenerlo encadenado para siempre —Jaehyun podía sentir la mirada del hombre de los anillos demorándose en él. Las siguientes palabras fueron casi de admiración— Míralo. Hasta el Príncipe tendrá las manos llenas.

—A bordo del barco, cuando causó problemas, fue drogado — informó el supervisor.

—Ya veo—La mirada del desconocido se volvió evaluadora— Amordázalo y acorta la cadena para la visita del Príncipe. Y organiza una escolta adecuada. Si le causa problemas, haz lo que sea necesario— habló con desdén, como si Jaehyun fuera de poca importancia para él, solo una tarea más en su lista de pendientes.

Jaehyun empezaba a darse cuenta, a través de la diluida neblina de las drogas, que los captores no conocían la identidad de su esclavo. «Un prisionero de guerra. Un criminal». Dejó escapar un cauteloso suspiro.

Se obligó a permanecer tranquilo y discreto. La suficiente presencia de ánimo volvió a él como para ser consciente de que, como príncipe Yoon Oh sería poco probable que durara una noche con vida en Vere. Era mucho mejor pasar por un esclavo sin nombre.

Permitió la manipulación. Había evaluado la posibilidad de escapar y la disposición de los guardias que conformaban su escolta. La aptitud de los mismos era menos importante que la calidad de la cadena alrededor de su cuello. Aún tenía los brazos atados a la espalda, estaba amordazado y la cadena del cuello había sido acortada a solo nueve eslabones, por lo que, incluso de rodillas, la cabeza permanecía gacha y apenas podía mirar hacia arriba.

Sus guardianes se apostaron en sus flancos y a cada lado de las puertas que tenía enfrente. Tuvo tiempo para percibir el silencio expectante en la habitación y la cadena, prieta sobre los latidos de su corazón en el pecho.

Hubo una ráfaga repentina de actividad, voces y pasos acercándose.

«La visita del Príncipe».

El Regente de Vere estaba ocupando el trono de su sobrino, el Príncipe Heredero. Jaehyun no sabía casi nada sobre este príncipe, excepto que era el más joven de los dos hijos. El hermano mayor y ex heredero, Jaehyun lo sabía muy bien, estaba muerto.

Un puñado de cortesanos entró en la habitación.

Los cortesanos eran anodinos a excepción de uno: un hombre joven con un sorprendente y encantador rostro, la clase de rostro que habría hecho ganar una pequeña fortuna en la remesa de esclavos de Akielos. Atrajo la atención de Jaehyun y la mantuvo.

El joven tenía el cabello rubio, los ojos azules y la piel muy blanca. El color azul oscuro de la austera ropa rigurosamente atada, era demasiado insípido para su pálida dermis, y ponía de manifiesto el contraste con el estilo excesivamente recargado de las habitaciones. A diferencia de los cortesanos que arrastraba a su paso, no llevaba joyas, ni siquiera anillos en los dedos.

Mientras se acercaba, Jaehyun vio que la expresión que permanecía en el hermoso rostro era arrogante y destemplada. Jaehyun conocía el tipo. Egocéntrico y ambicioso, engendrado para sobreestimar su propia valía y para preocuparse en ejercer mezquinas tiranías sobre los demás. Consentido.

—Oí que el rey de Akielos me envió un regalo —dijo el joven, que era Taeyong, príncipe de Vere—Un akielense postrado sobre sus rodillas. Qué apropiado.

Jaehyun fue consciente de la atención de los cortesanos a su alrededor, reunidos para presenciar la recepción del Príncipe a su esclavo. Taeyong se había detenido en seco en el momento en que había visto al esclavo, girando su pálido rostro como en respuesta a una bofetada o un insulto. La perspectiva visual de Jaehyun, medio truncada por la corta cadena en su cuello, había sido suficiente para percatarse. Pero la expresión de Taeyong se había cerrado rápidamente.

Que él era uno más dentro de una remesa mayor de esclavos fue algo que Jaehyun supuso, pero que los murmullos de los dos cortesanos que estaban más cerca, para su disgusto, le confirmaron. Los ojos de Taeyong vagaban por encima de él, como si evaluara una mercancía. Jaehyun sintió que un músculo se ponía rígido en su mandíbula.

El consejero Suho tomó la palabra.

—Ha sido destinado como esclavo del placer, pero no está entrenado. Kai sugirió que podría gustaros vencer su resistencia en vuestro tiempo libre.

—No estoy tan desesperado como para necesitar revolcarme en la mugre —dijo Taeyong.

—Sí, Alteza.

—Ponedle en la cruz. Creo que cumpliré con mi obligación hacia el rey de Akielos.

—Sí, Alteza.

Podía sentir el alivio en el consejero Suho. Los supervisores hacían señas para que se lo llevaran rápidamente. Jaehyun supuso que su presencia había significado algo así como un desafío a la diplomacia: el regalo de Kai bordeaba la línea entre lo generoso y lo aterrador.

Los cortesanos se estaban preparando para salir. Aquella burla había acabado. Sintió al supervisor retorciendo el enganche de hierro del suelo. Iban a desanclarlo para llevarlo a la cruz. Flexionó los dedos, recomponiéndose; sus ojos fijos en el supervisor, su único oponente.

—Espera — dijo Taeyong.

El aludido se detuvo, enderezándose.

Taeyong se adelantó unos pasos para enfrentar a Jaehyun, mirándole con expresión inescrutable.

—Quiero hablar con él. Quítale la mordaza.

—Es un bocazas— le advirtió el supervisor.

—Alteza, si me permitís una sugerencia... —empezó el consejero Suho.

—Hazlo.

Jaehyun se pasó la lengua por el interior de las mejillas cuando el supervisor lo liberó del trapo en su boca.

—¿Cómo te llamas, "cariño"? —dijo Taeyong, con tono desagradable.

Supo que no debía responder a cualquier pregunta planteada por esa voz empalagosa. Levantó los ojos hacia Taeyong. Ese fue un error. Se miraron fijamente el uno al otro.

—Tal vez esté defectuoso —sugirió Suho.

Translúcidos ojos azules se posaron en los suyos. Taeyong repitió la pregunta lentamente en la lengua de Akielos.

Las palabras se le escaparon antes de que pudiera detenerlas.

—Hablo tu idioma mejor de lo que hablas el mío, "cariño".

Esas palabras, pronunciadas con solo un muy tenue acento akielense, fueron percibidas por todos, lo que le valió un fuerte golpe del supervisor. Por si fuera poco, un miembro de la escolta empujó su cara hasta el suelo.

— El rey de Akielos sugirió, si os place, que le apodemos "Jaehyun"—dijo el supervisor y Jaehyun sintió que su estómago se contraía.

Hubo algunos murmullos sorprendidos entre los cortesanos en el recinto; la atmósfera, ya alegre, se volvió entusiasta.

—Pensaron que un esclavo apodado como su difunto Príncipe os divertiría. Son primitivos. Se trata de una sociedad sin cultura —concluyó el consejero Suho.

Esta vez el tono de Taeyong permaneció impasible.

—He oído que el rey de Akielos podría casarse con su amante, lady Krystal. ¿Es eso cierto?

—No hubo anuncio oficial. Pero se habló de la posibilidad, sí.

—Así que el país será gobernado por un bastardo y su puta — comentó Taeyong — Qué apropiado.

Jaehyun se sintió reaccionar, aunque restringido como estaba, fue frustrado solo con un fuerte tirón de las cadenas. Captó el placer en el gesto de suficiencia del rostro del Príncipe. Las palabras del heredero de Vere habían sido lo suficientemente fuertes como para llegar a cada cortesano en la habitación.

—¿Lo llevamos a la cruz, Alteza? —consultó el supervisor.

—No —respondió Taeyong— Retenedlo aquí, en el harén. Después de enseñarle algunos modales.

Los dos hombres encargados de la tarea se pusieron a ello con metódica y natural brutalidad. Pero conservaron una reticencia instintiva a no dañar irreparablemente al esclavo, siendo como era, una posesión del Príncipe.

Jaehyun fue consciente del hombre con anillos emitiendo una serie de instrucciones para luego marcharse. «Mantengan al esclavo encadenado aquí en el harén. Órdenes del Príncipe. Nadie puede entrar o salir de la habitación. Órdenes del Príncipe. Dos guardias en la puerta en todo momento. Órdenes del Príncipe. No le quiten las cadenas. Órdenes del Príncipe.»

Aunque los dos hombres permanecieron con él, parecía que los golpes se habían detenido; Jaehyun se levantó lentamente sobre sus manos y rodillas. La esforzada tenacidad sirvió de algo a la situación: su cabeza, por lo menos, estaba ahora perfectamente despejada.

Peor que la paliza había sido la inspección. Aquello lo había alterado más de lo que admitiría. Si la cadena del cuello no hubiese estado tan corta, estaba totalmente seguro de que se hubiera sublevado a pesar de su resolución de no hacerlo. Conocía la arrogancia de esta nación. Sabía lo que los verecianos pensaban de sus compatriotas. «Bárbaros».

«Esclavos». Jaehyun había hecho acopio de toda la buena voluntad que había en su interior para soportarlo.

Pero la particular mezcla de consentida arrogancia y repulsión del príncipe Taeyong había sido intolerable.

—No se parece mucho a una mascota —dijo el más alto de los dos hombres.

—Ya has oído. Es un esclavo de cama de Akielos —acotó el otro.

—¿Crees que el Príncipe se lo vaya a follar? —se mofó escépticamente el primero.

—Más bien será al revés.

—Órdenes muy dulces para un esclavo de cama —La mente del más alto se deleitó con el tema mientras el otro gruñía sin comprometerse en la respuesta—Imagina lo que sería subir las piernas del Príncipe.

«Me imagino que sería muy parecido a acostarse con una serpiente venenosa», pensó Jaehyun; pero se guardó la idea para sí mismo.

Tan pronto como los hombres se fueron, Jaehyun revisó su situación: liberarse aún no era posible. Sus manos estaban sueltas otra vez y la cadena del cuello había sido alargada, pero todavía era demasiado gruesa para separarla del enganche de hierro del suelo. Tampoco podía abrir el collar. Era de oro, técnicamente un metal blando, pero igualmente era demasiado grueso para manipularlo, un peso considerable alrededor de su cuello. Pensó en lo ridículo que era poner un collar de oro a un esclavo. Los puños de oro en las muñecas eran aún más absurdos. Serían un arma en un combate cuerpo a cuerpo y la moneda que usaría en el viaje de regreso a Akielos.

Si se quedaba alerta mientras fingía obedecer, la oportunidad surgiría. Había suficiente longitud en la cadena como para permitirle unos tres pasos de distancia en todas las direcciones. Había una jarra de madera con agua del pozo a su alcance. Sería capaz de acostarse cómodamente en los cojines e incluso podría hacer sus necesidades en la vasija de cobre dorado. No había sido drogado, o apaleado, hasta llegar a la inconsciencia, como había ocurrido en Akielos. Solo dos guardias en la puerta. Una ventana sin cerrojo.

La libertad era alcanzable. Si no ahora, pronto.

Tenía que ser pronto. El tiempo no estaba de su lado: cuanto más se mantuviera aquí, más tiempo tendría Kai para consolidar su gobierno. Era insoportable no saber lo que estaba sucediendo en su país, a sus seguidores y a su pueblo.

Y había otro problema.

Nadie hasta ahora lo había reconocido, pero eso no significaba que estuviera a salvo de un descubrimiento. Akielos y Vere mantenían pocas relaciones desde la batalla decisiva de Marlas hacía seis años, pero en algún lugar de Vere, seguramente habría una persona, o dos, que conocieran su cara tras haber visitado su tierra. Kai lo había enviado al único lugar donde sería tratado peor como príncipe de lo que era tratado como esclavo. Por otra parte, si alguno de sus captores conociera su identidad podría ser convencido para ayudarle, ya sea por simpatía hacia su situación, o por la promesa de una recompensa de los partidarios de Jaehyun en Akielos. No en Vere. En Vere no podría correr ese riesgo.

Recordó las palabras de su padre la víspera de la batalla de Marlas, advirtiéndole que luchara, que no se confiara, porque un vereciano no respeta los compromisos. Su padre había probado tener razón aquel día en el campo de batalla.

No pensaría en su padre.

Era mejor estar bien descansado. Con eso en mente, bebió agua de la jarra, mientras veía como la última luz de la tarde lentamente se escurría de la habitación. Cuando estuvo oscuro, tendió su cuerpo con todos sus dolores, sobre los cojines y, finalmente, se durmió.

⚜️⚜️⚜️

Y despertó. Gracias a una mano que, aferrada a la cadena de su cuello, tironeó hasta ponerlo de pie, mientras era flanqueado por dos de los anónimos guardias sin rostro.

La habitación resplandeció cuando un sirviente encendió las antorchas y las colocó en los soportes de la pared. El recinto no era demasiado grande, y el parpadeo de las antorchas hizo que sus diseños intrincados parecieran estar en continuo movimiento, un juego sinuoso de formas y luz.

En el centro de aquella actividad, mirándole con fríos ojos azules, estaba Taeyong.

La ropa que llevaba, de un profundo azul oscuro, parecía sofocarlo, lo cubría desde los pies al cuello; y las mangas eran largas hasta las muñecas; la única abertura estaba cerrada con una serie de intrincados lazos apretados que llevaría alrededor de una hora aflojar. La cálida luz de las antorchas no hizo nada para suavizar el efecto.

Jaehyun no vio nada que no confirmara su opinión: mimado, como la fruta demasiado tiempo en la vid. Taeyong entrecerró levemente los ojos, el desdén en el gesto de la boca hablaba de una noche desperdiciada en los excesos del vino de un disoluto cortesano.

—He estado pensando qué hacer contigo — dijo— Castigarte en un poste de flagelación. O tal vez usarte de la forma que Kai pretendía que fueras usado. Creo que eso me agradaría mucho.

Taeyong se adelantó hasta quedar a solo cuatro pasos de distancia. Era una distancia cuidadosamente elegida: Jaehyun juzgó que si tensaba la cadena a su límite tirando de ella, casi, pero no del todo, se tocarían.

—¿Nada que decir? No me digas ahora que tú y yo estamos solos, que eres tímido —El tono sedoso de la voz de Taeyong no era ni tranquilizador, ni agradable.

—Creí que no os ensuciaríais con un bárbaro —dijo Jaehyun, cuidando de mantener su voz neutral. Era consciente de los latidos de su corazón.

—No lo haría —aceptó el otro— Pero si te diera a uno de los guardias, podría rebajarme a mirar.

Jaehyun se sintió retroceder, no pudo evitar un gesto en su cara.

—¿No te gusta esa idea? —consultó Taeyong— A lo mejor se me ocurre una mejor. Ven aquí.

La desconfianza y aversión hacia el vereciano se agitaron dentro de él, pero recordó su situación. En Akielos, había luchado contra sus ataduras y como resultado, estas se habían vuelto cada vez más apretadas. Aquí no era más que un esclavo, y una oportunidad de escapar habría de aparecer si no lo arruinaba con su exaltado orgullo. Podía soportar el sádico picotazo del juvenil Taeyong. Jaehyun debía volver a Akielos y eso significaba que, por ahora, tenía que hacer lo que le decían.

Dio un paso cauteloso hacia adelante.

—No—dijo Taeyong, con satisfacción— Arrástrate.

«Arrastrarse».

Era como si todo se le paralizara en la cara con esa simple orden. La parte de la mente de Jaehyun que le aconsejaba que fingiera obediencia fue ahogada por su orgullo.

Pero la reacción de escepticismo desdeñoso de Jaehyun solo tuvo tiempo para manifestársele en la cara durante una fracción de segundo antes de ser enviado a arrastrarse sobre sus manos y rodillas por los guardias, según una indicación silenciosa de Taeyong. A continuación, de nuevo en respuesta a una señal del joven, uno de los guardianes llevó su puño a la mandíbula de Jaehyun. Una vez, y luego otra. Y otra vez.

Su cabeza resonaba. La sangre de su boca goteaba sobre las baldosas. Él la miró, conteniéndose, con fuerza de voluntad, sin reaccionar. «Tómalo. La oportunidad vendrá después».

Comprobó su mandíbula. Nada roto.

—Esta tarde también fuiste insolente. Es un hábito que se puede curar. Con un látigo ―La mirada de Taeyong continuó sobre el cuerpo del esclavo. Las prendas de Jaehyun fueron aflojadas por las ásperas manos de los guardias, dejando al descubierto su torso—Tienes una cicatriz.

Tenía dos, pero la que era visible estaba justo debajo de la clavícula izquierda. Jaehyun sintió por primera vez la inquietud del peligro real, el parpadeo de su propio pulso acelerándose.

—Yo... serví en el ejército—No era una mentira.

—Así que Kai envía un soldado común para tentar a un príncipe. ¿Es eso?

Jaehyun eligió cuidadosamente sus palabras, deseando tener la misma facilidad que tenía su medio-hermano para mentir.

—Kai quería humillarme. Supongo que lo... enojé. Si tenía otro propósito al enviarme aquí, no sé cuál es.

—El rey bastardo se desprende de su basura arrojándola a mis pies. ¿Se supone que eso me apacigüe? —preguntó Taeyong.

—¿Hay algo que lo haga?— dijo una voz detrás de él. Taeyong se volvió—Encuentras muchos fallos últimamente.

—Tío —dijo el joven— No le oí entrar.

¿Tío? Jaehyun experimentó su segunda sorpresa de la noche. Si Taeyong se dirigía a él como "tío", este hombre, cuya imponente figura rellenaba la puerta, era el Regente.

No había ningún parecido físico entre el Regente y su sobrino. El Regente era un prominente hombre de unos cuarenta años, voluminoso, de anchos hombros. Su cabello y su barba eran de un tono castaño oscuro, sin ninguna traza visible que sugiriera que la tonalidad rubio claro de Taeyong podría haber surgido de la misma rama del árbol genealógico.

El Regente miró a Jaehyun brevemente de arriba hacia abajo.

—El esclavo parece tener contusiones auto infligidas.

—Es mío. Puedo hacer con él lo que quiera.

—No si intentas golpearlo hasta la muerte. Ese no es un uso apropiado para el regalo del rey Kai. Tenemos un tratado con Akielos, y no voy a verlo amenazado por insignificantes ofuscaciones.

—Insignificantes ofuscaciones —repitió Taeyong.

—Espero que respetes a nuestros aliados y al tratado, al igual que todos nosotros.

—¿Debo suponer que el tratado dice que tengo que convertir en mi preferido a la escoria del ejército akielense?

—No seas infantil. Duerme con quien te guste. Pero valora el regalo del rey Kai. Ya has eludido tu deber en la frontera. No vas a evitar tus responsabilidades en la Corte. Encuentra algún uso apropiado para el esclavo. Esa es mi orden, y espero que la obedezcas.

Pareció por un momento como si Taeyong se rebelara, pero contuvo la reacción y se limitó a decir:

—Sí, tío.

—Ahora, ven. Dejemos atrás este asunto. Por suerte se me informó de tus actividades antes de que prosperaran lo suficiente como para causar graves inconvenientes.

—Sí. ¡Qué suerte que fueras informado! No me gustaría ocasionaros problemas, tío.

Esto lo dijo suavemente, pero había algo más detrás de las palabras. El Regente respondió en un tono similar.

—Me alegro de que estemos de acuerdo.

Su partida debería haber sido un alivio. Eso es lo que debería haberle provocado la intervención del Regente hacia su sobrino. Pero Jaehyun recordó la mirada en los ojos azules de Taeyong y, aunque se quedó solo, con el resto de la noche para descansar en paz, no fue capaz de concluir si la misericordia del Regente había mejorado su situación o la había empeorado.

━━━━━━━ ⚜️ ━━━━━━━

Supervisores: A los efectos de esta historia,se denominará como "supervisores" a los encargados de la custodia,transporte y cuidado de los esclavos.


Esclavo del placer: Se refierea esclavos con fines sexuales.


Bocazas: Que habla más de lo que indica la discreción. Que dice cosas inapropiadas.


Kai:

ree

Capítulo 2

—¿El Regente estuvo aquí la pasada noche? —El hombre de los anillos saludó a Jaehyun sin preámbulos. Cuando este asintió, aquel frunció el ceño, dos líneas se formaron en el centro de su frente—¿Cuál era el estado de ánimo del Príncipe?

—Delicioso —ironizó Jaehyun.

El hombre de los anillos le dio una dura mirada. Y después se apartó para dar una breve orden al criado que estaba limpiando los restos de la comida de Jaehyun. Luego volvió a hablar con este.

—Mi nombre es Sungchan. Soy el Supervisor. Solo tengo una cosa que explicarte. Dicen que en Akielos atacaste a tus guardias. Si haces eso aquí, tendré que drogarte como lo hicieron a bordo del barco y quitarte varios privilegios. ¿Entiendes?

—Sí.

Otra mirada, como si esta respuesta fuera de alguna manera sospechosa.

—Es un honor haberte unido a la Casa del Príncipe. Muchos desean tal posición. Sea cual sea tu desgracia en tu propio país, te ha puesto en un sitio de privilegio aquí. Deberías inclinarte sobre tus rodillas en agradecimiento al Príncipe por esta situación. Deberías dejar tu orgullo a un lado y olvidar el pequeño asunto de tu vida anterior. Existes solo para complacer al Príncipe Heredero del que depende la administración de este país, quien asumirá el trono como su rey.

—Sí —aceptó Jaehyun, e hizo su mejor esfuerzo para parecer agradecido y mostrarse de acuerdo.

Al despertar, a diferencia de ayer, no había sufrido ninguna confusión en cuanto a dónde estaba. Sus recuerdos estaban muy claros ahora. Su cuerpo había protestado inmediatamente debido al maltrato de Taeyong; sin embargo, luego de hacer un breve inventario, reconoció que sus heridas no eran peores que las que había recibido de vez en cuando en el campo de batalla, por lo que dejó el asunto a un lado.

Cuando Sungchan terminó de hablar, escuchó el lejano sonido de un desconocido instrumento de cuerda tocando una melodía vereciana. La cadencia viajaba a través de esas puertas y ventanas con sus muchas y pequeñas aberturas.

La ironía era que, en algunos aspectos, la descripción de Sungchan sobre su situación privilegiada era correcta. Este no era el tipo de celda que había habitado en Akielos, ni estaba drogado, ni se parecía al confinamiento vagamente recordado a bordo del barco. Esta habitación no era una cámara de la cárcel, era parte de la residencia para las mascotas Reales. La comida se le había servido en plato dorado adornado con un intrincado follaje, y cuando la brisa nocturna se levantó, a través de las ventanas blindadas llegó el delicado aroma de jazmín y frangipani.

Exceptuando que era una prisión. Exceptuando que tenía un collar y una cadena alrededor de su cuello, y que se encontraba solo, rodeado de enemigos, a muchos kilómetros de casa.

Su primer privilegio fue ser vendado y llevado, con escolta completa, para ser bañado y preparado en un ritual que ya conocía de Akielos. El palacio, fuera de su habitación, seguía siendo un misterio debido a sus ojos vendados. El sonido del instrumento de cuerda se volvió más fuerte durante un instante, y luego se desvaneció en un eco poco entusiasta. Una o dos veces oyó el bajo sonido melodioso de unas voces. En otra ocasión, una risa suave y amorosa.

Mientras era llevado a través de las estancias de las mascotas, Jaehyun recordó que no era el único akielense que había sido obsequiado a Vere, y sintió un ramalazo de preocupación por los otros. Los protegidos esclavos del palacio de Akielos podrían estar desorientados y vulnerables al no haber aprendido nunca las habilidades que necesitaban para valerse por sí mismos. ¿Podrían siquiera comunicarse con sus amos? Fueron instruidos en varios idiomas, pero era probable que el vereciano no fuera uno de ellos. Las relaciones que tenían con Vere eran limitadas y, hasta la llegada del consejero Suho, en gran medida, hostiles. La única razón por la que Jaehyun conocía esa lengua era porque su padre había insistido en que, para un príncipe, conocer el idioma de su enemigo era tan importante como aprender la lengua de un aliado.

La venda fue quitada.

Nunca se acostumbraría a la ornamentación. Desde el techo abovedado a la cuneta que contenía el agua que circulaba alrededor de los baños, la habitación estaba cubierta de diminutas mayólicas pintadas, brillando en azules, verdes y dorados. Todo el sonido se reducía al eco del vapor. Una serie de nichos curvos (actualmente vacíos) rodeaban las paredes; en cada uno había braseros moldeados en formas fantásticas. La puerta adornada con grecas no era de madera, sino de metal. El único instrumento de sujeción era un incongruente armazón de tablas pesadas. No coincidía con el resto de la decoración en absoluto y Jaehyun trató de no pensar que había sido traída allí expresamente para él. Evitando poner sus ojos sobre ella, se encontró mirando el repujado del metal en la puerta. Las figuras se enroscaban unas con otras, todos hombres. Sus posturas eran bastante explícitas. Desplazó los ojos hacia las aguas corriendo.

—Son aguas termales naturales — le explicó Sungchan como a un niño— El agua proviene de un gran río subterráneo que está caliente.

Un gran río subterráneo caliente. Jaehyun dijo:

—En Akielos usamos un sistema de acueductos para lograr el mismo efecto.

Sungchan frunció el ceño.

—Supongo que piensas que eso es muy inteligente—Ya estaba haciendo señas a uno de los criados con gesto ligeramente distraído.

Lo desnudaron y lo lavaron sin atarlo; Jaehyun se comportó con una docilidad admirable, había decidido demostrar que se le podían confiar pequeñas libertades. Tal vez funcionara, o tal vez Sungchan estaba acostumbrado a esclavos obedientes, era un supervisor, no un carcelero, según dijo.

—Te remojarás. Cinco minutos.

Con pasos vacilantes se metió en el agua. Su escolta se retiró; el cuello le fue liberado de la cadena.

Jaehyun se sumergió en el agua, disfrutando de la breve e inesperada sensación de libertad. El agua estaba tan caliente que casi bordeaba el límite de lo tolerable; sin embargo, se sentía bien. El calor se filtró en él, fundiendo el dolor de sus miembros maltratados y aflojando los músculos que estaban agarrotados por la tensión.

Sungchan lanzó algún material en los braseros al alejarse, así que humearon al ser encendidos más tarde. Casi de inmediato, el recinto se llenó de un aroma dulce que se mezcló con el vapor. Aquello impregnaba los sentidos, por lo que Jaehyun se relajó aún más.

Sus pensamientos, un poco a la deriva, se encaminaron hasta Taeyong.

«Tienes una cicatriz». Los dedos de Jaehyun se deslizaron por su pecho húmedo, alcanzando la clavícula para continuar siguiendo la pálida línea cicatrizada mientras sentía un eco de la inquietud que se había agitado en él la noche anterior.

Era el hermano mayor de Taeyong quien se la había infligido, seis años atrás, en la batalla de Marlas. Taeil, el heredero y orgullo de Vere. Jaehyun recordó su enmarañado cabello dorado, la explosión de estrellas del blasón del Príncipe Heredero en el escudo salpicado con barro y sangre, abollado y casi irreconocible, al igual que su otrora bella armadura con filigranas. Recordó su propia desesperación en esos momentos, el roce del metal contra el metal, los ásperos sonidos de jadeos que bien podrían haber sido suyos, y la sensación de luchar como nunca lo había hecho, sin tregua, por su vida.

Dejó el recuerdo a un lado solo para cambiarlo por otro, más oscuro que el primero, y más antiguo. En algún lugar en lo profundo de su mente, otra lucha volvió a resonar. Los dedos de Jaehyun se hundieron debajo de la superficie del agua. La otra cicatriz se ubicaba más abajo en su cuerpo. Esa no era de Taeil. No era de un campo de batalla.

Kai lo había ensartado en su decimotercer cumpleaños, durante un entrenamiento.

Recordaba ese día con mucha claridad. Había anotado un golpe contra Kai por primera vez, y cuando se quitó el yelmo, mareado por el triunfo, Kai sonrió y le sugirió que cambiaran las armas de madera de práctica por espadas reales.

Jaehyun había sentido orgullo. Había pensado: «tengo trece años y ya soy un hombre, Kai pelea conmigo como si fuera un hombre». Su hermano no se contuvo contra él y Jaehyun había estado tan orgulloso de eso, incluso cuando la sangre brotó por debajo de sus manos. Ahora recordó la oscura mirada en los ojos de Kai y se dio cuenta de lo equivocado que estaba en muchas cosas.

—Se acabó el tiempo —interrumpió Sungchan.

Jaehyun asintió. Puso sus manos en el borde del baño termal. El ridículo collar y los puños de oro todavía adornaban su cuello y muñecas.

Los braseros estaban ahora cubiertos, pero el persistente olor del incienso aún daba un poco de vértigo. Jaehyun se sacudió la turbación momentánea y se levantó de los baños termales, derramando agua.

Sungchan lo miraba fijamente, con los ojos bien abiertos. Jaehyun se pasó una mano por el pelo, escurriendo la humedad. Los ojos del supervisor se agrandaron aún más. Entonces, cuando dio un paso adelante, aquel dio un involuntario paso hacia atrás.

—Contenedle —ordenó Sungchan, un poco ronco.

—No tienes que... — dijo Jaehyun.

El armazón de madera se cerró sobre sus muñecas. Era pesado y sólido, inamovible como un peñasco o el tronco de un gran árbol. Apoyó la frente contra la plataforma, los mechones de su pelo mojado oscurecieron con su roce la madera.

—No tenía la intención de pelear —balbuceó Jaehyun

—Me alegra oír eso — dijo Sungchan.

Una vez seco, se lo embadurnó con esencias y se quitó el exceso de aceite con un paño. Nada peor que lo que ya le habían hecho en Akielos. Los toques de los sirvientes fueron rápidos y superficiales, incluso cuando se concentraron en sus genitales. En aquellos preparativos no hubo rastro de la sensualidad que había habido cuando Jaehyun fue tocado por la esclava rubia en los baños de Akielos. No era lo peor que había tenido que soportar.

Uno de los sirvientes se colocó detrás y comenzó a preparar la entrada de su cuerpo.

Jaehyun se sacudió con tanta fuerza que la madera crujió y detrás de él se oyó la rotura violenta de un envase de aceite contra el azulejo sumada al grito de uno de los sirvientes.

—Sujetadlo —pidió Sungchan, severamente.

Lo liberaron del armazón cuando todo terminó, y esa vez su docilidad estaba ligeramente mezclada con la conmoción, así que fue, por unos momentos, menos consciente de lo que estaba sucediendo a su alrededor. Se sintió cambiado por lo que le había sucedido. No. No había cambiado. Era la situación la que había cambiado. Se dio cuenta de que este aspecto de su cautiverio, este peligro, a pesar de las amenazas de Taeyong, no lo había sentido antes como real.

—Nada de pintura —dijo Sungchan a uno de los sirvientes— Al príncipe no le gusta. Joyería... no. El oro es adecuado. Sí, esas prendas. No, sin el bordado.

La venda estaba firmemente apretada otra vez sobre sus ojos. Un momento después, Jaehyun percibió los dedos cargados de anillos en la línea de su mandíbula, levantándola como si simplemente deseara admirar esa figura de ojos vendados y brazos atados a la espalda, que se le presentaba.

Su captor dijo:

—Sí, eso bastará, creo.

⚜️⚜️⚜️

Esa vez, cuando la venda fue quitada, un conjunto de puertas dobles, pesadas y muy doradas, se abrieron.

La sala estaba atestada de cortesanos y engalanada para un espectáculo de interior. Soportes acolchados rodeaban cada uno de los cuatro lados de la sala. El efecto era de un anfiteatro claustrofóbico cubierto de seda. Había un aire de gran entusiasmo. Damas y caballeros jóvenes se inclinaban y susurraban al oído de otros, o hablaban en voz baja por detrás de sus manos levantadas. Los sirvientes asistían a los cortesanos; había vino, refrescos y bandejas de plata con montones de dulces y frutas confitadas. En el centro de la habitación había una depresión circular, con una serie de eslabones de hierro incrustados en el suelo. El estómago de Jaehyun se contrajo. Su mirada se dirigió de nuevo hacia los cortesanos en las gradas.

No solo había cortesanos. Entre los señores y las damas, vestidos más sobriamente, había criaturas exóticas vistiendo sedas de colores brillantes, mostrando destellos de carne, y con hermosos rostros embadurnados con pintura. Allí había una mujer joven que llevaba casi más oro que Jaehyun: dos brazaletes con dos largas vueltas en forma de serpientes. Allá, un imponente joven de cabello rojo tenía una diadema de esmeraldas y una delicada cadena de plata y olivina alrededor de la cintura. Era como si los señores distinguidos mostraran su riqueza por medio de las mascotas, como un noble exhibiendo joyas en una ya costosa cortesana.

Vio en las gradas a un hombre mayor con un joven muchacho a su lado, su brazo rodeaba al niño como indicando propiedad, tal vez un padre que había llevado a su hijo a ver el deporte favorito. Olió el aroma dulce y familiar de los baños y vio a una mujer respirando profundamente a través de un tubo largo y delgado, curvado en un extremo; tenía los ojos medio cerrados mientras acariciaba a una mascota enjoyada a su lado. Todos al otro lado de los puestos movían lentamente las manos sobre las carnes de otros en una docena de pequeños actos de libertinaje.

Esto era Vere, voluptuosa y decadente, un país de meloso veneno. Jaehyun recordó la última noche antes del amanecer en Marlas, con las tiendas verecianas sobre el río, ricos estandartes de seda elevándose en el aire de la noche, los sonidos de la risa y la superioridad, y el heraldo que había sido lanzado al suelo delante de su padre.

Jaehyun se dio cuenta de que estaba bloqueando el umbral cuando le dieron un tirón hacia adelante en la cadena del cuello. Un paso. Otro. Mejor caminar que ser arrastrado del pescuezo.

No sabía si sentirse aliviado o preocupado cuando no fue llevado directamente al centro sino que fue arrojado delante de un asiento cubierto de seda azul y con ese familiar diseño de explosión de estrellas en oro, marca del Príncipe heredero. Su cadena fue fijada a un enganche en el suelo. El panorama disponible al levantar la cabeza era de una elegante pierna calzando botas.

Si Taeyong había estado bebiendo en exceso la noche anterior, nada en su forma presente lo revelaba. Parecía fresco, bello y despreocupado; su cabellera rubia brillaba sobre la vestimenta de un azul tan oscuro que casi parecía negra. Sus ojos cerúleos parecían tan inocentes como el cielo, y solo si buscabas con esmero podías ver algo genuino en ellos. Como, por ejemplo, antipatía. Jaehyun podría haber atribuido el enojo al intercambio de la pasada noche con su tío, y a que pretendía hacérselo pagar por haber presenciado aquello. Pero la verdad era que el Príncipe lo había mirado de esa forma desde el primer momento en el que había puesto los ojos sobre él.

—Tienes un corte en el labio. Alguien te ha golpeado. Oh, es cierto. Recuerdo. Te quedaste quieto y le dejaste. ¿Duele?

Era peor sobrio. Jaehyun deliberadamente relajó sus manos, ya que, aun sujetas a su espalda, se habían convertido en puños.

—Tenemos que conversar un poco. Ya ves: he preguntado por tu salud, y ahora estoy haciendo memoria. Recuerdo con cariño nuestra noche juntos. ¿Has pensado en mí esta mañana?

No había una buena respuesta a esa pregunta. La mente de Jaehyun inesperadamente trajo a colación un recuerdo de los baños, el calor del agua, el dulce olor del incienso, la ondulación del vapor. «Tienes una cicatriz».

—Mi tío nos interrumpió justo cuando las cosas se ponían interesantes. Me entró curiosidad—La expresión de Taeyong era inocente, pero se iba transformando lentamente en un témpano, en busca de alguna debilidad—¿Hiciste algo para que Kai te odiara? ¿Qué fue?

—¿Odiarme? —dijo Jaehyun, mirando hacia arriba, sintiendo la reacción en su voz a pesar de la decisión de no involucrarse. Esas palabras lo sacudieron.

—¿Crees que te ha enviado a mí por amor? ¿Qué le has hecho? ¿Golpearlo en un torneo? ¿O joder con su amante?, ¿Cómo se llamaba?, Krystal. Tal vez —dijo Taeyong y sus ojos se abrieron un poco— le fuiste infiel después de que te follara.

Esa idea lo sublevó tanto que lo tomó por sorpresa; sintió bilis en su garganta.

—No.

Los ojos azules de Taeyong brillaban.

—Así que es eso. Kai monta a sus soldados como si fueran los caballos en el patio. ¿Apretabas los dientes y lo tomabas porque era el rey, o porque te gustaba? De verdad — dijo Taeyong — No tienes ni idea de lo feliz que me hace esa idea. Es maravillosa: un hombre que te mantiene sujeto mientras te folla, con una polla del tamaño de una botella y una fuerza como la de mi tío.

Jaehyun se dio cuenta de que había reculado al sentir que la cadena se tensaba. Había algo escabroso en alguien con un rostro como aquel diciendo esas cosas en una voz tan coloquial.

Más desagradable fue ver como el desagrado se retrajo tras la llegada de un selecto grupo de cortesanos, a quienes Taeyong presentó un rostro angelical. Jaehyun se puso rígido al reconocer al embajador Suho, vestido con su pesada ropa negra y su medallón de consejero en el cuello.

De las breves palabras que Taeyong dijo a modo de saludo, dedujo que la mujer con aire de mando se llamaba Seulgi, y que el hombre con la nariz puntiaguda era Ten.

—Es tan raro veros en estos espectáculos, Alteza —dijo Seulgi.

—Estaba de humor para disfrutarlos —respondió Taeyong.

—Vuestra nueva mascota está causando un gran revuelo—Seulgi se paseó alrededor de Jaehyun mientras hablaba—No se parece en nada a los esclavos que Kai le regaló a vuestro tío. Me pregunto si Su Majestad ha tenido la oportunidad de verlos. Son mucho más...

—Los he visto.

—No pareces contento.

—Kai envió dos docenas de esclavos entrenados para arrastrarse por los dormitorios de los miembros más poderosos de la Corte. Estoy eufórico.

—¡Qué tipo de espionaje más placentero! —exclamó Seulgi poniéndose cómoda —Pero el Regente mantiene a los esclavos bajo control según he oído, y no los ha prestado en absoluto. De todos modos, dudo que vayamos a verlos en la arena. No tienen bastante... ímpetu.

Ten suspiró y acercó a su mascota, una flor delicada que parecía que podía salir herido si lo frotabas con un pétalo.

—No todo el mundo tiene tu gusto en mascotas que aniquilan al competir en la palestra, Seulgi. Yo, por mi parte, estoy aliviado de saber que todos los esclavos akielenses no son como este. No lo son, ¿verdad?— Esto último lo dijo con un poco de nerviosismo.

—No—El consejero Suho habló con autoridad—Ninguno de ellos lo es. Entre la nobleza akielense el dominio es un signo de estatus. Los esclavos son sumisos. Supongo que es un cumplido para Vos, Alteza, para dar a entender que podéis someter a un esclavo fuerte como este...

No. No lo era. Kai se divertía a costa de los demás. En realidad era una humillación para su medio hermano y un insulto al revés para Vere.

—... en cuanto a su procedencia, tienen encuentros en la arena regularmente con espada, tridente, daga; supongo que él era uno de los luchadores de exhibición. Es realmente bárbaro. No llevan casi nada durante los combates con espada, y luchan desnudos.

—Como mascotas —se rió uno de los cortesanos.

La conversación giró en torno a los chismes. Jaehyun no oyó nada útil en ella, pero para entonces estaba teniendo dificultades para concentrarse. La arena, con su promesa de humillación y violencia, atraía la mayor parte de su atención. Pensó: así que el Regente mantiene una estrecha vigilancia sobre los esclavos. Al menos es algo.

—Esta nueva alianzacon Akielos no puede perpetuarse tan tranquilamente con Vos, Alteza —dijo Ten— Todo el mundo sabe cómo os sentís acerca de ese país. Sus prácticas bárbaras, y por supuesto, lo que ocurrió en Marlas...

El espacio alrededor de él, de repente, se volvió muy silencioso.

—El Regente es mi tío —dijo Taeyong.

—Tendréis veintiuno en primavera.

—Entonces, haríais bien en ser prudente en mi presencia, así como en la de mi tío.

—Sí, Alteza —claudicó Ten, inclinándose brevemente y alejándose a un lado, reconociendo el despido por lo que era.

Algo estaba sucediendo en la arena.

Dos mascotas masculinas habían entrado, y estaban de pie con un poco de cautela, a la manera de los competidores. Uno era moreno, con largas pestañas y ojos almendrados. El otro, sobre el que la atención de Jaehyun naturalmente gravitó, era rubio, aunque su pelo no era del amarillo "botón de oro" de Taeyong, era más oscuro, un color arenoso; y sus ojos no eran azules, sino castaños.

Jaehyun sintió un cambio en la permanente relajación que había experimentado desde el baño, desde que se despertó en este lugar encima de cojines de seda.

En el círculo de combate, las mascotas estaban siendo despojadas de sus ropas.

—¿Una golosina? —ofreció Taeyong. Sostenía un bocadillo delicadamente, entre el pulgar y el índice, lo suficientemente lejos de su alcance como para que Jaehyun tuviera que levantarse sobre sus rodillas para poder comerlo de las manos de su amo. El esclavo retrocedió la cabeza.

—Obstinado —comentó Taeyong suavemente, acercándolo a sus propios labios y comiéndolo.

Una variedad de dispositivos se exhibían sobre la arena: largos palos dorados, diversas restricciones, una serie de bolas doradas con las cuales un niño podría jugar, una pequeña pila de campanas plateadas y unos largos látigos con mangos decorados con cintas y borlas. Era evidente que los espectáculos en la palestra eran variados, e ingeniosos.

Pero el que se estaba desarrollando frente a él en ese instante era simple: «violación».

Las mascotas se arrodillaron rodeando con sus brazos al otro mientras un oficiante sostenía un pañuelo rojo en alto y luego lo dejaba caer, agitándolo, hasta el suelo.

La bonita imagen que las mascotas ofrecían rápidamente se precipitó en una lucha ante el bullicio de la multitud. Ambas mascotas eran atractivas y ligeramente musculosas; ninguna poseía la construcción de un luchador, sin embargo, parecían ligeramente más fuertes que muchas de las esbeltas y delicadas que se enroscaban alrededor de sus amos entre el público. El moreno fue el primero en obtener ventaja ya que era más fuerte que el rubio.

Jaehyun tomó conciencia de lo que estaba pasando frente a él; en ese momento, cada cuchicheo que había oído en Akielos sobre las depravaciones de la Corte Vereciana comenzó a cobrar entidad ante sus ojos.

El moreno se colocó encima, su rodilla obligaba a que los muslos del rubio se abrieran. Mientras, este último trataba desesperadamente de deshacerse del otro, pero no podía. El moreno mantenía los brazos del perdedor detrás de la espalda mientras empujaba, arremetiendo inútilmente. Y entonces estaba entrando suave como en una mujer, a pesar de que el rubio seguía luchando. El rubio había sido... «... preparado».

El rubio dejó escapar un grito y trató de resistirse a su captor, pero el movimiento solo hizo que este se hundiera más profundo.

Los ojos de Jaehyun se apartaron, pero era casi peor mirar a la audiencia. La mascota de lady Seulgi se sentó con las mejillas enrojecidas; los dedos de su señora estaban bien ocupados. A la izquierda de Jaehyun, el chico pelirrojo desató la parte delantera de las prendas de su amo, y envolvió una mano alrededor de lo que encontró allí. En Akielos, los esclavos eran discretos, los espectáculos públicos eran eróticos pero no explícitos, los encantos de un esclavo eran para ser disfrutados en privado. La Corte no se reunía para ver a dos de ellos follando. Aquí, el ambiente era casi orgiástico. Y era imposible aislarse de los sonidos.

Solo Taeyong parecía inmune. Probablemente estaba tan hastiado que esta demostración ni siquiera causaba que su pulso se acelerara. Se tumbó en una postura elegante, con una muñeca colgando desde el apoyabrazos del sillón. En cualquier momento, se pondría a contemplar sus uñas.

En la arena, la actuación se acercaba al apogeo. Y, por ahora, era una actuación.

Las mascotas eran devotas y jugaban para su público. Había cambiado el tipo de sonidos que el rubio emitía, ahora eran rítmicos, siguiendo el compás de las embestidas. El moreno estaba conduciéndole al clímax. El rubio se resistía obstinadamente, mordiéndose el labio para tratar de contenerse, pero con cada golpe fuera de ritmo se acercaba más, hasta que su cuerpo se estremeció y cedió.

El moreno salió y se corrió, desordenadamente, por toda su espalda.

Jaehyun presintió lo que venía, justo cuando los ojos del rubio se abrieron y fue ayudado a salir de la arena por un sirviente de su amo, quien se preocupó por él solícitamente y le regaló un gran arete de diamante.

Taeyong levantó los refinados dedos en una señal convenida con el guardia.

Unas manos sujetaron sus hombros. La cadena se separó de su collar, y cuando se resistió a entrar a la arena como un perro lanzado a la caza, fue obligado allí a punta de espada.

—Continúas atosigándome para que ponga una mascota en la arena―dijo Taeyong a Seulgi y a los otros cortesanos que se habían reunido con él— Pensé que era hora de satisfacerte.

No se parecía en nada a participar en la arena de Akielos, donde la lucha era una muestra de grandeza y el premio era el honor. Jaehyun fue liberado de la última de sus restricciones y despojado de sus vestiduras, que no eran muchas. Esto no podía estar sucediendo. Volvió a sentir una extraña sensación de mareo que lo enfermó... Sacudió la cabeza ligeramente ante la necesidad de aclararla y miró hacia arriba.

Entonces, vio a su oponente.

Taeyong había amenazado con hacer que lo violaran. Y aquí estaba el hombre que iba a llevarlo a cabo.

No había manera de que esa bestia fuera una mascota. Superaba en peso a Jaehyun, tenía huesos grandes y pesados músculos, con una gruesa capa de piel recubriendo toda su musculatura. Había sido elegido por su tamaño, no por su apariencia. Su pelo era una cortina negra y lacia. Su torso tenía una tupida capa de pelo que se extendía todo el camino hasta su entrepierna expuesta. Su nariz era plana y quebrada; claramente no era ajeno a la lucha; le resultó realmente difícil imaginar a alguien lo suficientemente suicida como para golpear a ese hombre en la nariz. Probablemente había sido adquirido en alguna compañía de mercenarios y le dijeron: «lucha contra el akielense, jódelo, y serás bien recompensado». Sus ojos eran fríos al recorrer el cuerpo de Jaehyun.

Muy bien, lo superaba. En circunstancias normales, eso no habría sido motivo de inquietud. La lucha era una disciplina de entrenamiento en Akielos, y una en la que Jaehyun sobresalía y disfrutaba. Pero llevaba un tiempo en severo confinamiento y el día anterior había sufrido una paliza.

Su cuerpo estaba sensible en algunos puntos y su piel pálida no ocultaba los magullones: aquí y allá se veían signos reveladores que indicarían a un rival dónde atacar.

Pensó en eso. Recordó las semanas que siguieron a su captura en Akielos. Recordó los golpes. Pensó en las restricciones. Su orgullo estaba sacudiéndose. No iba a ser violado delante de una sala llena de cortesanos. ¿Querían ver a un bárbaro en la arena? Bueno, el bárbaro sabía luchar.

Comenzó de la misma forma, un tanto humillante, que con las dos mascotas previas: de rodillas, con los brazos de uno alrededor del otro. La presencia de dos hombres adultos vigorosos en la arena, liberaba algo en la gente que las mascotas no lograban, y los gritos de escarnio, las apuestas y las especulaciones obscenas llenaron el recinto de bullicio. Más cerca, Jaehyun podía escuchar la respiración de su oponente mercenario, podía oler el repugnante olor masculino del hombre sobre el empalagoso perfume de rosas de su propia piel. El pañuelo rojo fue levantado.

El primer empujón tuvo la fuerza suficiente para romper un brazo. El hombre era una montaña, y cuando Jaehyun intentó igualar fuerza con fuerza, descubrió, con preocupación, que el aturdimiento previo aún permanecía en él. Había algo extraño en la forma en que sus miembros se sentían... aletargados...

No había tiempo para reflexionar sobre ello. Los pulgares de repente buscaron sus ojos. Giró. Esas partes del cuerpo que eran blandas y vulnerables, aquellas que en una competición honorable se evitarían, ahora debían ser protegidas a toda costa; su rival estaba dispuesto a desgarrar, quebrar y arrancar. Y el cuerpo de Jaehyun, normalmente duro y liso, se encontraba, en aquellos momentos, vulnerable donde fue herido. El hombre que luchaba con él lo sabía. Los golpes que Jaehyun sufrió estaban brutalmente dirigidos sobre sus viejas heridas. Su oponente era fiero y temible, y tenía órdenes de provocar daño.

A pesar de todo, la primera ventaja fue para Jaehyun. Una vez que luchó y superó ese extraño mareo, la habilidad aún contó para algo. Ganó control sobre el hombre, pero cuando trató de reunir fuerza para terminar las cosas, encontró, en cambio, inestable debilidad. El aire fue expulsado de repente de sus pulmones después de que un golpe se encajara en su diafragma. El otro había quebrado su dominio.

Encontró un nuevo apoyo. Se abalanzó con todo su peso sobre el cuerpo del mercenario y lo sintió estremecerse. Sacó más fuerza de su interior de la que pensó que tendría. Pero los músculos del hombre se tensaron debajo de él, y esta vez, cuando logró romper su contención, Jaehyun sintió una explosión de dolor en el hombro. Su respiración se tornó irregular.

Algo andaba mal. La debilidad que sentía no era natural. Cuando otro mareo le recorrió, recordó, de repente, el dulce olor en los baños... el incienso en el brasero... «una droga», él comprendió, y dejó escapar su aliento súbitamente. Había inhalado algún tipo de droga. No solo inhalado, se había embriagado en ella. Nada había sido dejado al azar. Taeyong había hecho lo necesario para que el resultado de aquella lucha estuviera asegurado.

Una nueva y repentina embestida lo hizo tambalear. Le tomó mucho tiempo recuperarse. Forcejeó inútilmente; por unos momentos ninguno de los dos pudo mantener una sujeción. El sudor en el cuerpo del hombre brillaba, haciendo la captura más difícil. El propio cuerpo de Jaehyun había sido ligeramente aceitado; la perfumada preparación untada en los esclavos le dio una irónica e inesperada ventaja, protegiendo momentáneamente su virtud. Concluyó que no era el momento para risas amargas al sentir el cálido aliento del hombre contra su cuello.

Un segundo después estaba de espaldas, sujeto, la oscuridad amenazó el borde de su visión cuando el mercenario aplicó una presión aplastante contra su tráquea, por encima del collar de oro. Sintió el ímpetu del hombre en su contra. El sonido de la multitud arreció. El hombre estaba tratando de montarse.

Empujaba contra Jaehyun, su aliento ahora venía con gruñidos suaves. Jaehyun luchó en vano, no lo suficientemente fuerte como para romper esa contención. Sus muslos fueron obligados a separarse. No. Buscó desesperadamente alguna debilidad que pudiera ser explotada, y no la halló.

Con su objetivo en la mira, la atención del otro hombre se dividió entre la contención de Jaehyun y la penetración.

Este irradió lo último de sus fuerzas contra el punto de apoyo, y lo sintió temblar lo suficiente como para poder cambiar de posición un poco, justo lo necesario para hacer palanca y liberar un brazo.

Impulsó el antebrazo hacia los lados, hasta que el pesado puño de oro en su muñeca golpeó con fuerza en la sien del hombre, provocando el morboso sonido de una barra de hierro al impactar sobre carne y hueso. Un momento después, Jaehyun repitió, quizá innecesariamente, el movimiento con el puño derecho, lo que mandó a su aturdido y tambaleante oponente al suelo.

Se desmoronó, su pesada carne derrumbándose, parcialmente, sobre Jaehyun.

De alguna manera este se apartó, poniendo instintivamente distancia entre él y el hombre boca abajo.

Tosió, su garganta estaba sensible. Cuando descubrió que podía respirar comenzó el lento proceso de alzarse sobre sus rodillas y de ahí a sus pies. La violación estaba fuera de toda consideración. El pequeño espectáculo con la mascota rubia había sido todo el entretenimiento que habría. Incluso aquellos hastiados cortesanos no esperarían que jodiera a un hombre que estuviese inconsciente.

Sin embargo, ahora podía percibir el descontento de la gente. Nadie quería ver el triunfo de un akielense sobre un vereciano. Menos aún, Taeyong. Las palabras del consejero Suho volvieron a él, casi en tropel.

«Son primitivos».

No había terminado. No fue suficiente luchar a través de una bruma de drogas y ganar. No había manera de vencer. Ahora era evidente que las órdenes del Regente no se extendían a los espectáculos en la arena. Y lo que ahora le pasara a Jaehyun, le ocurriría con la aprobación de la multitud.

Sabía lo que tenía que hacer. Contra todo instinto de rebeldía, se obligó a sí mismo hacia adelante y se dejó caer de rodillas frente a Taeyong.

—Lucho a vuestro servicio, Alteza—Buscó en su memoria las palabras de Sungchan y las encontró—Existo solo para complacer a mi Príncipe. Que mi victoria se refleje en vuestra gloria.

Sabía que no debía mirar hacia arriba. Habló tan claramente como pudo, de modo que sus palabras fueran para los espectadores tanto como para el Príncipe Heredero. Trató de parecer tan complaciente como fuera posible. Agotado y sobre sus rodillas, pensó que aquello no requería esfuerzo. Si alguien lo empujara en ese momento, lo derribaría.

Taeyong extendió su pierna derecha ligeramente, presentando la punta de su bota a Jaehyun.

—Bésala — ordenó.

Todo el cuerpo de Jaehyun reaccionó contra esa idea. Su estómago se revolvió; su corazón, en la jaula de su pecho, estaba palpitando. Una humillación pública sustituida por otra. Pero era más fácil besar un pie que ser violado delante de una multitud... ¿no? Jaehyun inclinó la cabeza y apretó los labios contra el suave cuero. Se obligó a hacerlo con reverencia y sin prisa, como un vasallo besaría el anillo de un señor feudal. Besó simplemente la curva de la punta del dedo del pie. En Akielos, un esclavo vehemente podría haber continuado hacia arriba, besando el arco del pie de Taeyong o, si se atrevía, más arriba aún, al firme músculo de su pantorrilla.

Oyó al consejero Suho:

—Ha obrado milagros. Ese esclavo era completamente ingobernable a bordo del barco.

—Todo perro puede ser sometido —dijo Taeyong.

—¡Magnífico!— exclamó una voz suave, refinada, una que Jaehyun no conocía.

—Consejero Sehun —saludó Taeyong.

Jaehyun reconoció al hombre mayor que había visto entre el público previamente. El que se había sentado junto a su hijo o sobrino. Su ropa, aunque era oscura como la de Taeyong, era muy fina. No, por supuesto, tan fina como la de un príncipe. Pero casi.

—¡Qué victoria! Vuestro esclavo merece una recompensa. Permitidme ofreceros una.

—Una recompensa —repitió Taeyong, categórico.

—Una pelea como esa, creo que ha sido realmente magnífica, pero sin clímax: permitidme ofrecerle una mascota en lugar de su conquista prevista —dijo Sehun— ya que todos estamos ansiosos de verlo realmente en acción.

Jaehyun volvió la vista hacia la mascota.

Aún no terminó. «Haz algo», pensó, «hazte el enfermo».

El joven no era el hijo del hombre. Era una mascota; aún no había llegado a la adolescencia, tenía delgadas extremidades y su desarrollo se daría en un futuro un tanto lejano. Era obvio que estaba petrificado por Jaehyun. El pequeño surco de su pecho subía y bajaba rápidamente. Tendría, como mucho, catorce. Sin embargo, parecía tener doce.

Jaehyun vio las posibilidades de volver a Akielos consumirse y extinguirse como la llama de una vela, y como todas las puertas de su libertad se cerraban. Obedecer. Seguir las reglas. Besar la bota del Príncipe. Pasar las de Caín. Realmente había creído que sería capaz de ello.

Reunió lo último de sus fuerzas y dijo:

—Haced lo que queráis conmigo. Yo no voy a violar a un niño.

La expresión de Taeyong vaciló.

La objeción llegó de un lugar inesperado.

—No soy un niño —dijo el aludido enfurruñado. Pero cuando Jaehyun lo miró con incredulidad, el muchacho rápidamente palideció y se mostró aterrorizado.

Taeyong miraba de Jaehyun al niño y viceversa. Frunció el ceño, como si algo no tuviera sentido. O no fuera a su manera.

—¿Por qué no? —dijo bruscamente.

—"¿Por qué no?"—repitió Jaehyun Porque no comparto vuestro hábito cobarde de golpear solo a aquellos que no pueden devolveros el golpe y obtener cualquier placer hiriendo a los más débiles que yo— Impulsado más allá de la razón, las palabras salieron en su propio idioma.

Taeyong, que sabía hablar su idioma, lo miró a los ojos y Jaehyun le devolvió la mirada; y no se arrepintió de sus palabras; no sintió nada, excepto odio.

—¿Alteza? —preguntó Sehun, confundido. Taeyong, finalmente, se volvió hacia él.

—El esclavo está diciendo que si deseas ver a tu mascota inconsciente, partida por la mitad, o muerta de miedo, entonces necesitarás hacer otros arreglos. Se niega a tus servicios.

Se impulsó fuera del asiento y Jaehyun fue casi lanzado hacia atrás cuando Taeyong pasó, ignorándolo. Le oyó ordenar a uno de los sirvientes:

—Haz que traigan mi caballo al patio norte. Voy a dar una vuelta.

Y luego se acabó; finalmente y de forma inesperada, de alguna manera había concluido. Sehun frunció el ceño y se marchó. Su mascota trotó tras él, después de lanzar una mirada indescifrable a Jaehyun.

En cuanto a este, no tenía ni idea de lo que acababa de suceder. En ausencia de otras órdenes, sus guardianes lo vistieron y prepararon para volver al harén. Mirando a su alrededor, vio que la arena estaba vacía, aunque no había percibido si el mercenario había sido llevado, o se había levantado por su propia voluntad. Al otro lado de la palestra había un fino rastro de sangre. Un sirviente estaba de rodillas, fregando. Jaehyun estaba siendo impulsado más allá de un montón de caras borrosas. Una de ellas era la de lady Seulgi que, inesperadamente, se dirigió hacia él.

—Pareces sorprendido... ¿estabas esperando disfrutar de ese chico, después de todo? Será mejor que te acostumbres. El Príncipe tiene la reputación de dejar a sus mascotas insatisfechas—Su risa, un bajo murmullo, se unió al rumor de voces y diversión de los cortesanos que dejaban el anfiteatro, ininterrumpidamente, camino a sus pasatiempos vespertinos.

━━━━━━━ ⚜️ ━━━━━━━

Frangipani: Franchipán, frangipani o cacalosúchil (Plumeria rubra) nombre común de una especie de plantas que habitan la zona tropical de América

Mayólicas: Tipo de arte que consiste en armar diseños pegando pequeños azulejos de colores uno al lado del otro hasta el infinito.

Grecas: Guardas de formas concéntricas y repetitivas típicasde la antigua Grecia Ej: ₪₪₪₪₪

Repujado: Relieves o labrado realizado sobre capas metálicas.

Olivina: es un mineral que se halla en las rocas de origen magmático y se usa de piedra ornamental. Las islas Canarias, por su origen volcánico, gozan de gran cantidad de estas piedras de un hermoso color verde muy suave.

Cortesana: en este caso hace referenciaa las mujeres que eran "mantenidas" por los nobles de las Cortes Reales (una especie de prostitución de lujo).

Arena: La palabra usada es "ring", expresión inglesa que se refiere a la superficie donde se llevan a cabo las peleas deportivas (boxeo). Traducida al español sería "cuadrilátero", pero como en este caso se trata de un círculo y no de un "cuadrilátero", hemos preferido usar otros sinónimos como arena y palestra que también se refieren a superficies donde se llevan a cabo competiciones de luchadores.

Botón de oro: Nombre con el que se conoce una flor de color amarillo vibrante.

Ajeno a la lucha: Hace referencia al tipo de nariz que describe (plana y quebrada), que es la típica nariz llamada "de boxeador" porque suele quedar así luego de ser fracturada.

Caín: Frase que hace referencia a las penurias sufridas por Caín al ser expulsado del Edén, y, por extensión, a toda persona desafortunada.

Sungchan:


ree

Taeil:


ree

Seulgi:


ree

Ten:


ree

Sehun:


ree

Capítulo 3

Antes de que la venda estuviera fija en su sitio, Jaehyun vio que los dos hombres que lo devolvieron a su habitación eran los mismos que, un día antes, le habían propinado la paliza. No sabía el nombre del más alto, pero sabía por las conversaciones que había oído por casualidad que el más bajo se llamaba Kun. Dos guardias. Era la escolta más pequeña desde su encarcelamiento, pero con los ojos vendados y fuertemente atado, sin mencionar agotado, no tenía manera de tomar ventaja de ello. Las restricciones no le fueron retiradas hasta que estuvo de vuelta en su habitación, encadenado del cuello.

Los hombres no salieron. Kun permaneció cerca mientras el más alto cerraba la puerta dejándolos a ambos en el interior. El primer pensamiento de Jaehyun fue que se les había ordenado que ofrecieran una repetición de la actuación previa, pero entonces notó que iban a permanecer por su propia voluntad, no bajo órdenes. «Esto podría ser peor». Esperó.

—Así que te gusta la lucha —comentó el hombre más alto. Al percibir su tono, Jaehyun se preparó para la posibilidad de que podría estar enfrentando otra — ¿Cuántos hombres se necesitaron para colocarte el collar en Akielos?

—Más de dos —dijo Jaehyun.

Eso no cayó bien. No al guardia de mayor altura, en todo caso. Kun lo agarró del brazo, reteniéndolo.

—Déjalo —dijo Kun— Ni siquiera se supone que estemos aquí.

Kun, aunque más bajo, también era más amplio de hombros. Hubo un breve momento de resistencia, antes de que el hombre más alto dejara la habitación. Kun permaneció, volcando su atención especulativa sobre Jaehyun.

—Gracias —dijo Jaehyun neutral.

Kun le devolvió la mirada, evidentemente sopesando si hablar o no.

—No soy amigo de Shownu —dijo finalmente. Jaehyun creyó, en un principio, que "Shownu" era el otro guardia, pero se enteró que no era así cuando Kun agregó: —Debes tener deseos de morir para poner fuera de combate al matón favorito del Regente.

—¿... el qué del Regente? —dijo Jaehyun, sintiendo como su estómago se hundía.

—Shownu. Fue expulsado de la Guardia del Rey por ser un verdadero hijo de puta. El Regente lo mantiene a su alrededor. Ni idea de cómo el Príncipe lo subió a la palestra, pero ese haría cualquier cosa para molestar a su tío—Luego, al ver la expresión del esclavo, añadió: —¿Qué, no sabías quién era?

No. No lo sabía. La opinión que Jaehyun se había formado sobre Taeyong se volvió a acomodar, a fin de que pudiera despreciarle con mayor precisión. Aparentemente, en el caso de que ocurriera un milagro y su esclavo drogado lograra ganar la lucha en la arena, Taeyong se había preparado un premio de consuelo. Jaehyun se había ganado, sin saberlo, un nuevo enemigo: Shownu. No solo eso, sino que el haber luchado contra Shownu en la arena podría tomarse directamente como un desprecio hacia el Regente. Taeyong, que había seleccionado a su oponente con minuciosa malicia, obviamente era consciente de todo eso.

«Esto es Vere», Jaehyun se recordó. Taeyong podía hablar como si se hubiera criado en el suelo de un burdel, pero tenía la mente de un cortesano vereciano, acostumbrado al engaño y al juego de hipocresías. Y sus pequeñas trampas eran peligrosas para alguien como él, que estaba bajo sus garras.

A media mañana del día siguiente Sungchan entró, una vez más, para supervisar que Jaehyun fuera conducido a los baños.

—Tuviste éxito en la arena, e incluso el Príncipe te pagó con una reverencia respetuosa. Eso es excelente. Y veo que no has golpeado a nadie en toda la mañana, bien hecho —elogió Sungchan.

Jaehyun, mientras digería ese cumplido, dijo:

—¿Cuál fue la droga con la que me rociaste antes de la pelea?

—No hubo "drogas" —explicó Sungchan, sonando un poco consternado.

—Hubo "algo" —contradijo Jaehyun — Lo pusiste en los braseros.

—Eso es "chalis", un divertimento refinado. No hay nada siniestro en ello. El Príncipe sugirió que podría ayudar a relajarte en los baños.

—¿Y el Príncipe también sugirió la cantidad? —preguntó Jaehyun.

—Sí —explicó Sungchan— Más de lo usual puesto que eres bastante grande. No había pensado en ello. Tienes cabeza para los detalles.

—Sí, estoy aprendiendo a tenerla —confirmó Jaehyun.

Pensó que sería lo mismo que el día anterior: que lo llevarían a los baños para prepararlo para una nueva sorpresa grotesca. Pero todo lo que sucedió fue que los tratantes lo bañaron, lo devolvieron a su habitación, y le llevaron el almuerzo en una bandeja. El baño fue más agradable de lo que había sido el día anterior. Nada de "chalis" y sin manipulación intrusiva de la intimidad; además, se le dio un masaje corporal de lujo, se comprobó su hombro por cualquier signo de tensión o lesión, y sus persistentes cardenales fueron tratados con mucho cuidado.

Cuando el día se desvaneció y no ocurrió nada en absoluto, Jaehyun se dio cuenta de que sentía una sensación de contrariedad, casi de decepción, que era absurda. Era mejor pasar el día aburrido entre cojines de seda que pasarlo en la palestra. Quizá solo quería otra oportunidad de golpear contra algo. Preferiblemente contra un "principito" impertinente de pelo rubio.

Nada ocurrió tampoco en el segundo día, ni en el tercero, ni en el cuarto, o el quinto.

El paso del tiempo dentro de aquella exquisita prisión se convirtió en su propio calvario; lo único que interrumpía la rutina diaria eran las comidas y el baño matinal.

Utilizó el tiempo para aprender todo lo que pudo. El cambio de guardia en su puerta se realizaba de manera intencionadamente irregular. Los guardias ya no se comportaban con él como si fuera un mueble, y pudo conocer varios de sus nombres; la pelea en la arena había cambiado algo. Nadie rompía la orden de entrar en su habitación si no estaba autorizado, pero una o dos veces, uno de los hombres más tratables le habló un poco; sin embargo, los intercambios fueron breves. Unas pocas palabras aquí y allá. Era algo con que lo que tenía que tratar.

Era atendido por sirvientes que proporcionaban sus comidas, vaciaban la olla de cobre, encendían antorchas, apagaban antorchas, ahuecaban cojines, los cambiaban, fregaban el suelo, aireaban la habitación, pero era, hasta ahora, imposible construir una relación con ninguno de ellos. Eran más obedientes a la orden de no hablar con él que los guardias. O tenían más miedo de Jaehyun. Una vez, había conseguido un asustado contacto visual y un rubor. Aquello había sucedido cuando Jaehyun, sentado con una rodilla levantada y la cabeza apoyada contra la pared, se había apiadado del sirviente animándolo a que hiciera su trabajo, diciéndole mientras atravesaba la puerta:

—Está bien. La cadena es muy fuerte.

Los intentos que hizo para obtener información de Sungchan fueron frustrados al encontrar solo resistencia y una serie de charlas condescendientes.

«Shownu», explicó Sungchan, «no era un matón autorizado por la realeza. ¿De dónde Jaehyun había sacado esa idea? El Regente mantenía a Shownu empleado por algún tipo de obligación, posiblemente, debida a la familia de Shownu. ¿Por qué Jaehyun estaba preguntando por Shownu?

¿Tenía que recordarle que él estaba allí solo para hacer lo que le dijeran? No había necesidad de hacer preguntas. No había necesidad de preocuparse por lo que pasaba en el palacio. Debía sacar todo de su cabeza, excepto la idea de complacer al Príncipe, que, en diez meses, sería rey».

A esas alturas, Jaehyun tenía el discurso memorizado.

Para el sexto día, el viaje a los baños se había vuelto una rutina, y no abrigaba ilusiones de que cambiara. Excepto que ese día la rutina varió. Le quitaron la venda de los ojos fuera de los baños y no en su interior. Sungchan lo había evaluado con mirada crítica, como supervisando la mercancía:

«¿Estaba en condiciones adecuadas? Lo estaba».

Jaehyun sintió como era liberado de sus restricciones. Aquí, afuera. Sungchan dijo, brevemente:

—Hoy, en los baños, tú servirás.

—¿Servir? —dijo Jaehyun. Esa palabra evocó los nichos abovedados y su propósito, y las figuras en relieve, entrelazadas.

No hubo tiempo para asimilar la idea, ni para hacer preguntas. Así como había sido lanzado a la palestra, fue empujado hacia adelante a los baños. Los guardias cerraron las puertas quedando ellos en el exterior, y se convirtieron en sombras difusas detrás de la celosía de metal.

No estaba seguro de que esperar. Tal vez una escena libertina como la que lo había recibido en el anfiteatro. Quizás mascotas esparcidas por todas las superficies, desnudas y empapadas por el vapor. Tal vez una escena en movimiento, cuerpos ya contoneándose, sonidos suaves y chapoteos en el agua.

Sin embargo, los baños estaban vacíos a excepción de una persona.

Hasta ese momento sin ser afectado por el vapor, vestido de la cabeza a los pies y parado en el lugar donde los esclavos eran lavados antes de entrar en el agua. Cuando Jaehyun descubrió su identidad, instintivamente se llevó una mano al collar de oro, sin poder creer que no estuviera atado, ni que se hubieran quedado solos.

Taeyong estaba reclinado en la pared de azulejos, apoyando los hombros contra ella. Contempló a Jaehyun con la ya conocida expresión de aversión tras sus largas pestañas.

—Así que mi esclavo es tímido en la arena. ¿No follan con muchachos en Akielos?

—Soy bastante educado. Antes de violar a alguien primero compruebo que su voz ya haya cambiado—replicó Jaehyun.

Taeyong sonrió.

—¿Luchaste en Marlas?

Jaehyun no se dejó llevar por esa sonrisa ya que no era auténtica. En ese momento, la conversación transcurría sobre el filo de un cuchillo. Respondió:

—Sí.

—¿Cuántos mataste?

—No lo sé.

—¿Perdiste la cuenta?

Dijo jovialmente, como si estuviera preguntando por el tiempo. Taeyong continuó:

—El bárbaro no folla muchachos, prefiere esperar a que crezcan y luego usar una espada en lugar de su polla.

Jaehyun se sonrojó.

—Fue una batalla. Hubo muertos en ambos lados.

—Oh, sí. Hemos matado a algunos de ustedes también. Me gustaría haber matado a más, pero mi tío es inexplicablemente compasivo con las alimañas. ¿Lo has notado?

Taeyong parecía una más de las figuras talladas y moldeadas, excepto que él estaba esculpido en blanco y oro, no en plata. Jaehyun le miró y recordó: «este es el lugar donde me drogaste».

—¿Habéis esperado seis días para hablar conmigo sobre su tío? —preguntó Jaehyun.

Taeyong se recostó contra la pared en una postura, al parecer, aún más indolente y cómoda que la anterior.

—Mi tío ha viajado a Chastillon. Caza jabalíes. Le gusta la persecución. Le gusta matar, también. Es un día de viaje, después del cual él y su comitiva se quedarán cinco noches en la vieja torre. Sus súbditos saben que es mejor no molestarlo con misivas del palacio. He esperado estos seis días para que tú y yo podamos estar solos.

Esos dulces ojos azules lo miraban fijamente. Había allí, tras el tono almibarado, una amenaza.

—Solos, con tus hombres custodiando las puertas —dijo Jaehyun.

—¿Vas a quejarte de nuevo porque no estás autorizado a devolver el golpe? —dijo Taeyong. Su voz aún más edulcorada — No te preocupes, no te voy a golpear a menos que tenga una buena razón.

—¿Parezco preocupado? —preguntó Jaehyun.

—Parecías un poco inquieto —comentó Taeyong— en la pelea. Me gustabas más cuando estabas sobre tus manos y rodillas. Canalla. ¿Crees que voy a tolerar la insolencia? De todos modos, puedes probar mi paciencia.

Jaehyun permaneció en silencio. Podía sentir el vapor ahora, el calor encrespándose sobre su piel. También podía sentir el peligro. Podía oírse a sí mismo. Ningún soldado le hablaría así a un príncipe. Un esclavo se habría postrado de manos y rodillas al segundo que viera que Taeyong estaba en la habitación.

—¿Puedo decirte la parte que te gustó? —dijo Taeyong.

—No hubo nada que me "gustara".

—Estás mintiendo. Te gustó derribar a ese hombre, y te gustó cuando no se levantó. Me querías hacer daño, ¿verdad? ¿Te resultó muy difícil contenerte? Tu pequeño discurso acerca del juego limpio me engañó casi tanto como tu representación de obediencia. La has perfeccionado con alguna inteligencia natural que posees, la cual tienes a tu servicio para parecer tan civilizado como respetuoso. Pero la única cosa que te enciende es la lucha.

—¿Habéis venido a incentivar una? —preguntó Jaehyun, en una tono de voz que parecía surgir de lo más profundo de su interior.

Taeyong se apartó de la pared.

—No me revuelco en la pocilga con los cerdos —dijo con frialdad —Estoy aquí para un baño. ¿Acaso te sorprende? Ven aquí.

Hubo un momento antes de que Jaehyun descubriera que podía obedecer. Fue en el mismo instante en que había entrado en la habitación: había sopesado la posibilidad de dominar físicamente a Taeyong, pero la descartó. No lograría salir con vida del palacio si hería o mataba al Príncipe Heredero de Vere. A esa conclusión no había llegado sin cierto pesar.

Avanzó pero se detuvo a dos pasos de distancia. Además de antipatía, se sorprendió al ver que había algo asesino en la expresión de Taeyong, así como algo de satisfacción. Había esperado bravuconería. Por supuesto, había guardias fuera en la puerta y con un sonido de su Príncipe probablemente entrarían empuñando espadas, pero si Jaehyun perdiera los estribos, no había nada que evitara que matase a Taeyong antes de que lo detuvieran. Otro podría haberlo hecho. Otro hombre podría juzgar que el inevitable castigo, algún tipo de ejecución pública que concluyera con su cabeza en una pica, valía la pena por el placer de retorcer el cuello de Taeyong.

—Desnúdate —dijo Taeyong.

Su propia desnudez nunca lo había incomodado. Ya sabía que era algo proscrito entre la nobleza vereciana. Pero incluso si las costumbres de Vere le hubieran preocupado, todo lo que había para ver ya había sido expuesto muy públicamente. Se desprendió de sus vestiduras y las dejó caer. Le inquietaba no entender el porqué de aquello. A menos que esa emoción fuera el motivo.

—Desnúdame —ordenó Taeyong.

La emoción se intensificó. Hizo caso omiso de ella y dio un paso adelante.

La extraña vestimenta lo hizo titubear. Taeyong extendió la mano con frialdad imperativa, palma hacia arriba, indicando el punto de partida. Los pequeños cordones apretados en la parte interna de la muñeca del príncipe se prolongaban hasta la mitad de su manga, y eran del mismo color azul oscuro que la prenda. Desatarlos le llevó varios minutos, los cordones eran pequeños, complicados y apretados; y debió tirar de cada uno individualmente a través de su agujero, sintiendo la resistencia del material contra el ojal.

Taeyong bajó un brazo, arrastrando los cordones, y extendió el otro.

En Akielos, la ropa era sencilla y minimalista, enfocada en la estética del cuerpo. Por el contrario, la vestimenta vereciana ocultaba, y parecía destinada a obstaculizar y esconder, su complejidad no parecía tener otro propósito más que el de poner impedimentos para desnudarse. El metódico ritual de desenlazar provocó que Jaehyun se preguntara, burlón, si los amantes verecianos reprimían su pasión durante media hora para desvestirse. Tal vez todo lo que sucedía en este país era premeditado e impasible, incluso hacer el amor. Sin embargo, no era así; recordó la lascivia en el anfiteatro. Los esclavos se habían vestido de manera diferente, brindando facilidad de acceso, y la mascota pelirroja había desatado solo aquella parte de la ropa de su amo que requería para su propósito.

Cuando todos los cordones estuvieron desatados, quitó la prenda; descubrió que era solo una capa exterior. Debajo había una simple camisa blanca (también atada), que previamente no era visible. Camisa, pantalones, botas. Jaehyun vaciló.

Las cejas doradas se arquearon.

—¿Estoy aquí para sufrir el recato de un siervo?

Así que se arrodilló. Las botas debían ser retiradas; los pantalones fueron lo siguiente. Jaehyun retrocedió un paso cuando hubo terminado. La camisa (ahora suelta) se había deslizado un poco, exponiendo un hombro. Taeyong llegó tras de sí y se la quitó. No llevaba nada más.

La antipatía inexorable hacia Taeyong impidió su reacción habitual ante un cuerpo tan bien formado. Si no fuera por eso, podría haberse visto en apuros.

En cuanto a lo demás, Taeyong estaba hecho de una sola pieza: su cuerpo tenía la misma gracia imposible que su rostro. Era de constitución más ligera que Jaehyun, pero su cuerpo no era el de un niño. Todo lo contrario, poseía la bella musculatura proporcionada de un hombre joven en la cúspide de la edad adulta, hecho para el atletismo, o para ser esculpido. Y era hermoso. Muy hermoso, de piel tan bonita como la de una joven muchacha, suave y sin marcas, con un destello de oro que se deslizaba por debajo de su ombligo.

En aquella sociedad excesivamente vestida, Jaehyun podría haber esperado que Taeyong se mostrara un poco cohibido, pero este parecía tan indolente y poco recatado sobre su desnudez como mostraba serlo para todo lo demás. Se alzó al igual que un joven Dios ante el cual el sacerdote estaba a punto de hacer una ofrenda.

—Lávame.

Jaehyun nunca había realizado una tarea servil, pero imaginó que esta no podría aplastar ni su orgullo ni su inteligencia. Para ese entonces ya conocía las costumbres de los baños. Sin embargo, percibía un sentimiento de sutil satisfacción procedente de Taeyong y notaba su propia resistencia interna correspondiéndole. Era una forma incómoda e íntima de asistencia; un hombre sirviendo a otro; no tenía restricciones, y estaban solos.

Todos los accesorios estaban cuidadosamente colocados: una jarra de plata barrigona, suaves paños, botellas de aceite y de jabón líquido espumoso hechas de vidrio claro retorcido, coronadas con tapones de plata. La que Jaehyun escogió tenía pintada una pesada vid ascendente con uvas. Sintió los contornos bajo sus dedos cuando destapó la pequeña botella tirando en contra de la resistente succión. Llenó la jarra de plata. Taeyong mostró su espalda.

La delicada piel de Taeyong, cuando Jaehyun vertió agua sobre ella, se asemejaba a una perla blanca. Su cuerpo bajo el jabón resbaladizo no era en ningún sitio suave o blando, sino tenso como un arco elegantemente extendido. Jaehyun supuso que Taeyong participaba en esos deportes refinados con que los nobles a veces se complacían, y que el resto de los participantes le permitirían, al ser su príncipe, ganar.

Continuó desde los hombros hasta la espalda baja. El derrame del agua le mojó su propio pecho y muslos, resbalando en riachuelos, dejando gotitas suspendidas que brillaban y amenazaban con deslizarse hacia abajo en cualquier momento. El agua estaba caliente cuando la levantó del suelo, y caliente cuando la derramó desde la jarra de plata. Hasta el aire estaba caliente.

Era consciente de ello. Era consciente de la subida y bajada de su pecho, de su respiración, y de mucho más. Recordó que en Akielos había sido lavado por una esclava con cabello rubio. Su color era casi igual al de Taeyong, tanto que podrían haber sido gemelos. Ella había sido mucho menos desagradable. Había desandado las pulgadas que los separaban y apretado su cuerpo contra el suyo. Recordó sus dedos cerrándose en torno a su cuerpo, sus pezones suaves como fruta magullada presionándose contra su pecho. El pulso golpeó en su cuello.

Era un mal momento para perder el control de sus pensamientos. Ya había progresado lo suficiente en su tarea como para encontrar curvas. Eran firmes bajo su toque y el jabón volvía todo resbaladizo. Miró hacia abajo y el paso del paño enjabonado se hizo más perezoso. La atmósfera de invernadero de los baños solo incrementaba la sensación de sensualidad, y a pesar de sí mismo, Jaehyun sintió el primer endurecimiento entre las piernas.

Hubo un cambio en la calidad del aire, su deseo de repente se hizo tangible en la espesa humedad de la habitación.

—No seas presuntuoso —dijo Taeyong, con frialdad.

—Demasiado tarde, cariño —replicó Jaehyun.

Taeyong se volvió, y con calmada precisión le lanzó un golpe que llevaba con comodidad la fuerza necesaria para ensangrentar su boca, con el revés de la mano, pero Jaehyun había tenido más que suficiente de ser golpeado y cogió la muñeca de Taeyong antes de que el bofetón conectara.

Estuvieron así, inmóviles, por un momento. Jaehyun miró el rostro de Taeyong, la piel blanca un poco ruborizada, el cabello rubio mojado en las puntas, y bajo aquellas pestañas, los ojos azul ártico; y cuando Taeyong hizo un pequeño movimiento espasmódico para liberarse, recordó su apretado agarre sobre la muñeca de Taeyong.

Jaehyun dejó vagar su mirada hacia abajo, desde el pecho húmedo hasta el abdomen tenso y más lejos. Tenía realmente un muy, muy agradable cuerpo, pero la fría indignación era genuina. Jaehyun notó que Taeyong no era ni siquiera un poco cariñoso; esa parte de él, hasta cierto punto tan dulce como el resto, estaba inactiva.

Percibió la tensión habitual retornar al cuerpo de Taeyong; sin embargo, la entonación de su voz no se diferenció demasiado de su usual tono.

—Al menos mi voz ha cambiado. Ese era el único requisito, ¿no es así?

Jaehyun lo soltó, como si quemara. Un momento después, el golpe que había frustrado aterrizó con más fuerza de lo que podría haber imaginado, estrellándose contra su boca.

—Sacadlo de aquí —ordenó Taeyong. Su tono de voz no fue más alto que el habitual, pero las puertas se abrieron. No estaban fuera del alcance del oído. Jaehyun sintió unas manos sobre él cuando fue retirado rudamente hacia atrás.

—Ponedlo en la cruz. Esperad a que yo llegue.

—Alteza, con respecto al esclavo, el Regente ordenó...

—Puedes hacer lo que te digo, o puedes ir en su lugar. Elige. Ahora. Con el Regente en Chastillon, esa no era una elección, en absoluto.

«He esperado estos seis días para que tú y yo pudiéramos estar solos».

No hubo más intervenciones.

—Sí, Alteza.

⚜️⚜️⚜️

En un momento de descuido, se olvidaron de la venda.

El palacio se reveló como un laberinto en el que los pasillos desfilaban uno tras otro y cada umbral abovedado enmarcaba una ambientación diferente: salones de formas heterogéneas, escaleras de mármol ornamentadas, patios embaldosados, o cubiertos de follaje cultivado. Algunos umbrales, protegidos por puertas enrejadas, no ofrecían ninguna vista, solo indicios y sugerencias. Jaehyun fue conducido por corredores, cámaras y pasadizos. En una ocasión se desplazaron a través de un patio con dos fuentes y oyó el gorjeo de los pájaros.

Recordó, con cuidado, la ruta. Los guardias que lo acompañaban fueron los únicos que vio.

Había supuesto que habría seguridad en el perímetro del harén, pero cuando se detuvieron en una de las habitaciones más grandes, se dio cuenta de que ya habían sobrepasado el perímetro y no tenía ni idea de dónde estaba.

Observó, con el corazón saltándose un latido, que el pasaje al final de ese cuarto enmarcaba otro patio, y que este no estaba tan bien cuidado como los anteriores, que contenía detritos y una serie de objetos desordenados, incluyendo unas losas de piedra en bruto y una carretilla. En una esquina, un pilar roto se apoyaba contra la pared, formando una especie de escalera. Aquello llevaba a la azotea. Un techo enrevesado, con oscurecidos arcos, salientes, nichos y esculturas. Era, claro como la luz del día, un camino hacia la libertad.

Para no parecer un idiota disperso, Jaehyun volvió su atención al cuarto. Había serrín en el suelo. Era una especie de zona de entrenamiento. La ornamentación se mantenía extravagante. A pesar de que los accesorios eran más antiguos y de una calidad ligeramente más hosca, todavía se parecía en parte al harén. Probablemente, todo Vere parecía parte de un harén.

«La cruz», Taeyong había dicho. Se encontraba en el otro extremo de la habitación. La viga central era un simple tronco recto de un árbol muy grande. La transversal era menos gruesa pero igual de resistente. Alrededor de la viga central había atado un paquete de acolchar, relleno. Un siervo estaba apretando los lazos que unían el relleno a la viga y el cordón le recordó a la ropa de Taeyong.

El sirviente comenzó a probar la fuerza de la cruz, lanzando su peso contra ella. Esta no se movía.

La cruz, como Taeyong la había llamado. Era un puesto de flagelación.

Jaehyun había dado su primera orden a los diecisiete años, y la flagelación era parte de la disciplina del ejército. Como príncipe y comandante, no era algo que hubiera experimentado personalmente, pero tampoco era algo que temiera excesivamente. Pero lo reconocía como un duro castigo que los hombres soportaban con dificultad.

Al mismo tiempo, supo de tipos fuertes que se quebraron bajo el látigo. Hombres morían bajo el látigo. Sin embargo, aun a los diecisiete años, la muerte por azote no era algo que hubiera permitido que ocurriera bajo su mando. Si un hombre no respondía a un buen liderazgo y a los rigores de la disciplina normal (y la culpa no era de sus superiores), era expulsado. Un hombre así no debería haber sido aceptado en primer lugar.

Probablemente él no fuera a morir; allí solo iba a haber un montón de dolor. La mayor parte de la ira que sentía por esa situación iba dirigida a sí mismo. Se había resistido a las provocaciones violentas precisamente porque sabía que acabaría sufriendo las consecuencias. Y ahora, aquí estaba, por ninguna razón mejor que ese Taeyong, quien con su figura atractiva, se había quedado en silencio el tiempo suficiente para que el cuerpo de Jaehyun olvidara sus planes.

Fue atado de cara al poste de madera con los brazos extendidos y esposados a la sección transversal. Sus piernas quedaron desatadas. Esto era suficiente concesión para retorcerse; no lo haría. Los guardias tiraron de sus brazos y de las restricciones, poniéndolas a prueba, colocando su cuerpo, incluso dando patadas a sus piernas para separarlas. Tuvo que esforzarse para no luchar contra ello. No fue fácil.

No podría haber dicho cuánto tiempo había pasado hasta que Taeyong finalmente entró en la habitación. Tiempo suficiente para que este se secara y se vistiera, y para atar esos cientos de cordones.

Cuando el Príncipe entró, uno de los hombres comenzó a probar el látigo en la mano, tranquilamente, como había probado el resto del equipo. El rostro del Heredero tenía la dura mirada de un hombre decidido a seguir un curso de acción. Ocupó una posición contra la pared frente a Jaehyun. Desde ese punto de observación, no sería capaz de ver el impacto de los azotes, pero sí el rostro de Jaehyun. El estómago de este se revolvió.

Sintió un adormecimiento en sus muñecas y notó que había empezado inconscientemente a tirar de las restricciones. Se obligó a detenerse.

Había un hombre a su lado con algo retorcido entre sus dedos. Lo alzó hasta su cara.

—Abre la boca.

Jaehyun aceptó el objeto extraño entre sus labios un momento antes de darse cuenta de lo que era. Era un trozo de madera cubierto de suave cuero marrón. No era como las mordazas o los bocados a los que había sido sometido a lo largo de su cautiverio, sino que era del tipo que le dan a un hombre para morder cuando necesita ayuda para soportar el dolor. El guardia la ató detrás de la cabeza de Jaehyun.

Mientras el hombre con el látigo se colocaba detrás de él, intentó prepararse.

—¿Cuántas franjas? —preguntó el azotador.

—Todavía no lo he decidido —dijo Taeyong— Estoy seguro que lo resolveré tarde o temprano. Puedes comenzar.

El sonido llegó primero: el suave silbido en el aire; luego, el golpe, el látigo contra la carne una fracción de segundo antes de que el dolor lo desgarrara. Jaehyun se sacudió contra las restricciones cuando el látigo golpeó sus hombros, borrando en ese instante cualquier otro pensamiento. El estallido brillante del dolor apenas le dio un segundo de alivio antes de que el segundo latigazo lo golpeara con fuerza brutal.

El ritmo era despiadadamente eficiente. Una y otra vez el látigo cayó sobre la espalda de Jaehyun, variando solamente el lugar donde aterrizaba. Sin embargo, esa pequeña diferencia llegó a tener una importancia crítica, su mente se aferraba a la esperanza de un poco menos de dolor, mientras sus músculos se tensaban y su respiración se volvía irregular.

Jaehyun se encontró reaccionando no solo al dolor sino al ritmo de ello, a la morbosa anticipación del golpe, al intento de armarse contra él, mientras el látigo caía una y otra vez en los mismos verdugones y marcas hasta alcanzar un punto preciso donde ya no hubo más voluntad posible.

Presionó su frente contra la madera del poste y... solo lo recibió. Su cuerpo se estremeció contra la cruz. Todos los nervios y tendones tensos, el dolor estaba extendiéndose por su espalda y consumiendo todo su cuerpo e invadiendo su mente, hasta que quedó sin impedimentos o tabiques donde guarecerse contra él. Se olvidó de dónde estaba, y quién lo estaba mirando. Era incapaz de pensar o sentir cualquier cosa que no fuera su propio dolor.

Finalmente, los golpes cesaron.

A Jaehyun le tomó un tiempo darse cuenta de ello. Alguien estaba desatando la mordaza y liberando su boca. Después de eso, fue recuperando la conciencia de sí mismo gradualmente; notó que su pecho subía y bajaba, y que su cabello estaba empapado. Desbloqueó sus músculos y probó su espalda. La oleada de dolor que lo invadió lo convenció de que era mucho mejor permanecer quieto.

Supuso que si sus muñecas fueran liberadas de las restricciones, no podría evitar derrumbarse sobre sus manos y rodillas delante de Taeyong. Luchó contra la debilidad que lo llevó a tener esa idea. «Taeyong». Su retornada conciencia de la existencia de Taeyong llegó en el mismo momento en que percibió su presencia delante de él; en ese momento estaba de pie a un solo paso de distancia respecto a la cruz, con la cara despejada de cualquier expresión.

Jaehyun recordó a Krystal presionando sus dedos fríos contra su magullada mejilla.

—Debería haber hecho esto el día que llegaste —comentó Taeyong— Es exactamente lo que te mereces.

—¿Por qué no lo hicisteis? —preguntó Jaehyun. Un poco bruscamente, las palabras simplemente le salieron. No quedaba nada que las mantuviera bajo control. Se sintió tosco, como si una capa exterior de protección hubiera sido quitada; el problema era que lo que se había expuesto no era debilidad, sino un núcleo de hierro— Eres de sangre fría y sin honor. ¿Qué detendría a alguien como Vos? —Era lo más equivocado que pudo decir.

—No estoy seguro —dijo Taeyong, con voz indolente— Tenía curiosidad por saber qué clase de hombre eras. Veo que nos hemos detenido demasiado pronto. Uno más.

Jaehyun trató de prepararse a sí mismo para otro golpe, y algo en su mente se rompió cuando no vino inmediatamente.

—Alteza, no estoy seguro de que vaya a sobrevivir a otra ronda.

—Creo que lo hará. ¿Por qué no hacemos una apuesta? —Taeyong volvió a hablar con voz fría y plana—Una moneda de oro dice que vive. Si quieres ganarla, tendrás que esforzarte.

Perdido en el dolor, Jaehyun no habría podido decir por cuánto tiempo el hombre se esforzó, solo que lo hizo. Cuando todo terminó, estaba más allá de la impertinencia. La oscuridad amenazaba con ganar su visión y le tomó todo lo que tenía mantenerse. Pasó un tiempo antes de que se diera cuenta de que Taeyong había hablado y aun así, por mucho tiempo, la voz sin emoción no se conectó a nada.

—Yo estaba en el campo en Marlas —dijo Taeyong.

Cuando las palabras penetraron, Jaehyun sintió como el mundo se reorganizaba en torno a él.

—No me dejaron acercarme al frente. Nunca tuve la oportunidad de enfrentarme a él. Solía imaginar lo que le diría si lo hacía. Lo que haría. ¿Cómo se atreve alguno de ustedes a hablar de honor? Conozco a tu gente. Un vereciano que trata honorablemente a un akielense será destruido con su propia espada. Es tu compatriota quien me enseñó eso. Puedes agradecerle la lección.

—¿Agradecerle a quién? Jaehyun empujó las palabras fuera, de alguna manera, más allá del dolor; sin embargo, conocía la respuesta. Él ya la conocía.

—Yoon Oh, el príncipe muerto de Akielos —dijo Taeyong— El hombre que mató a mi hermano.

━━━━━━━ ⚜️ ━━━━━━━

Guardia del Rey: En este libro, se notará que existen distintas "Guardias" (Guardia del Regente, Guardia del Príncipe Heredero, etc.). Debido a que usan diferentes uniformes y responden a distintos mandos, suponemos que se trata de instituciones militares diferentes por lo que distinguiremos sus nombres con mayúsculas. En este caso, con "Guardia del Rey," se refiere a la guardia del rey ya fallecido (padre de Taeyong)

Voz ya haya cambiado: Se refiereal cambio de voz (agravamiento) que los varonesexperimentan en la pubertad.

Pica: especie de lanza. Alude a la costumbre de los pueblos bárbaros de castigar algunos delitos con la decapitación y la posterior exposición pública de esas cabezas, clavadas en la punta de una lanza.

Minimalista: Estilo que reduce al mínimo indispensable los elementos decorativos y utiliza elementos básicos como colores puros, formas geométricas simples, etc.

Impasible: Sin sensibilidad, indiferente, imperturbable.

Serrín: Aserrín. Pequeñas y suaves virutas de madera.

Bocados: Parte del freno que se coloca entre los dientes del caballo en una montura.

Shownu:


ree

Capítulo 4

—¡Ay! —exclamó Jaehyun, con los dientes apretados.

—No te muevas —replicó el médico.

Eres un torpe y diminuto patán —dijo Jaehyun, en su propio idioma.

—Y quédate quieto. Este es un ungüento medicinal —explicó el especialista.

A Jaehyun no le gustaban los médicos de palacio. Durante las últimas semanas de la enfermedad de su padre, el cuarto del enfermo había estado atestado de ellos. Habían gritado, murmurado pronunciamientos, arrojado huesos adivinatorios al aire, y administrado varios remedios, pero su padre solo había enfermado más. Sentía algo muy distinto respecto a los cirujanos de campo, individuos pragmáticos que habían trabajado incansablemente para el ejército en campaña. El cirujano que le había atendido en Marlas había suturado su hombro con un mínimo de esfuerzo, limitando sus objeciones a un ceño fruncido cuando Jaehyun volvió a subirse a un caballo cinco minutos después.

Los médicos verecianos no eran de esa especie. Por el contrario, eran de «advertencias de no moverse», de múltiples prescripciones y de cambiar gasas continuamente. Este médico llevaba una bata que le llegaba hasta el suelo, y un sombrero con forma de una barra de pan. El ungüento no estaba ofreciendo absolutamente ningún alivio a su espalda, que Jaehyun pudiera percibir, aunque olía agradablemente a canela.

Pasaron tres días desde el azotamiento. Jaehyun no recordaba claramente el ser retirado del poste de flagelación y el retorno a su habitación. Las borrosas impresiones que tenía del traslado le confirmaron que había hecho el trayecto en vertical. En su mayor parte.

Recordaba estar apoyado sobre dos de los guardias, aquí, en esta sala, mientras Sungchan miraba su espalda con horror.

—El príncipe realmente... hizo esto.

—¿Quién más? —dijo Jaehyun.

Sungchan dio un paso adelante y abofeteó a Jaehyun; fue un golpe duro, sumado a que el hombre llevaba tres anillos en cada dedo.

—¿Qué le has hecho? —exigió Sungchan.

Esa pregunta le causó gracia a Jaehyun. Debió de haberse reflejado en su cara, porque una segunda bofetada más dura siguió a la primera. El estímulo despejó momentáneamente la oscuridad que invadía su visión; Jaehyun había llevado aquello muy lejos aferrándose a su conciencia y sosteniéndola. Desmayarse no era algo que le hubiera ocurrido alguna vez, pero era un día de "primeras veces", y no quería correr riesgos.

—No dejéis que se muera todavía —Fue lo último que Taeyong había dicho.

La palabra del príncipe era ley. Y así, por el módico precio de la piel de su espalda, obtuvo una serie de concesiones en su encarcelamiento, incluida la dudosa gratificación de los picotazos regulares del médico.

Una cama sustituyó a los cojines en el suelo, para que pudiera descansar cómodamente sobre su estómago (con el fin de proteger su espalda). También se le dieron mantas y varias envolturas de seda de colores, aunque solamente podía usarlas para cubrir la mitad inferior de su cuerpo (con el fin de proteger su espalda). La cadena no fue quitada, pero en lugar de engancharla a su cuello, la sujetaron a un brazalete de oro en su muñeca (con el fin de proteger su espalda). Tal preocupación por su espalda le parecía divertida.

Era bañado con frecuencia, su piel era suavemente limpiada con esponja y agua extraída de una tinaja. Posteriormente, los sirvientes disponían del líquido, que el primer día se había teñido de color rojo.

Increíblemente, el mayor cambio no se dio en el mobiliario y las rutinas, sino en la actitud de los sirvientes y los soldados que lo custodiaban. Jaehyun hubiese esperado que reaccionaran como Sungchan, con rencor e indignación. En cambio, generó simpatía entre la servidumbre. Y aún más inesperadamente, entre los guardias suscitó camaradería. Si la victoria en la arena lo había catalogado como un igual en la lucha, el ser molido bajo el látigo del Príncipe, al parecer, lo convirtió en miembro de la fraternidad. Incluso el guardia más alto, Jin-hyuk, que había amenazado a Jaehyun después de la pelea en la palestra, parecía un poco más blando con él. Después de inspeccionar la espalda de Jaehyun, este había proclamado al Príncipe, no sin cierto orgullo, una perfecta "puta de hierro", mientras palmeaba alegremente su hombro, volviéndolo momentáneamente pálido.

A su vez, Jaehyun tuvo cuidado de no hacer ninguna pregunta que provocara sospechas hacia su persona. En lugar de eso, se embarcó en un animoso intercambio cultural.

«¿Era cierto que en Akielos cegaban a los que veían el harén del Rey?, "No, no lo era". ¿Era cierto que las akielenses iban con el pecho desnudo en verano?, "Sí, lo era". ¿Y los combates de lucha libre, se libraban desnudos?, "Sí". ¿Y los esclavos, también estaban desnudos?, "Sí". Akielos podía tener un rey bastardo y una reina puta, pero sonaba como el paraíso para Jin-hyuk. Risas».

Un rey bastardo y una reina puta; la cruel sentencia de Taeyong se había, como Jaehyun descubrió, popularizado.

Había abierto la mandíbula, pero lo dejó pasar. La seguridad se fue relajando gradualmente y ahora conocía una manera de salir del palacio. Intentó, con imparcialidad, considerar aquello como un intercambio equitativo por la flagelación (dos flagelaciones, su espalda le recordó con ternura).

Ignoró a su espalda. Se concentraba en cualquier otra cosa.

Los hombres que lo custodiaban eran de la Guardia del Príncipe, y no tenían ninguna afiliación con el Regente en absoluto. Fue una sorpresa para Jaehyun la lealtad que profesaban a su Príncipe, y cuán diligentes eran en servirlo, sin manifestar los rencores o quejas que podría haber esperado teniendo en cuenta la personalidad perversa de Taeyong. La enemistad de este con su tío la admitían sin reservas; existía la misma profunda división y rivalidad entre la Guardia del Príncipe y la Guardia del Regente, aparentemente.

Tenía que ser la fisonomía de Taeyong la que inspiraba esa lealtad por parte de sus hombres, y no el propio Taeyong. Lo más cerca que los hombres estuvieron de faltarle el respeto fue hacer una serie de comentarios obscenos sobre su apariencia. Su devoción, al parecer, no impedía que las fantasías de follar al Príncipe adquirieran proporciones épicas.

"¿Era cierto", preguntó Kun, "que en Akielos la nobleza masculina mantenía esclavas, y las damas follaban a los hombres?"

—¿No lo hacen en Vere? —Jaehyun recordó que, en el anfiteatro y fuera de él, había visto solo parejas del mismo sexo. Lo que conocía de la cultura vereciana no se extendía a las prácticas de la intimidad— ¿Por qué no?

—Nadie de alta cuna sembraría la abominación de la bastardía — dijo Kun de manera casual. Las mascotas hembras eran mantenidas por las señoras, las mascotas masculinas eran mantenidas por los señores.

—¿Significa que hombres y mujeres... nunca...?

Nunca. No entre la nobleza. Bueno, a veces sí había perversos. Era un tabú. Los bastardos eran una desgracia, comentó Kun. Incluso entre la guardia; si te involucrabas con mujeres, debías guardar silencio al respecto. Si embarazabas a una y no te casabas con ella, tu carrera estaba terminada. Mejor evitar el problema, seguir el ejemplo de la nobleza y joder a los hombres. Kun prefería a los hombres. ¿No lo hacía Jaehyun? Caminabas sobre terreno conocido con los hombres. Y podías avanzar sin miedo.

Jaehyun se quedó sabiamente en silencio. Su preferencia era para las mujeres; parecía poco aconsejable admitir eso. En las raras ocasiones en que Jaehyun se satisfizo con hombres, lo hizo porque se sintió atraído por ellos como hombres, no porque tuviera alguna razón para evitar a las mujeres, o para sustituirlas por ellos. Los verecianos, pensó Jaehyun, hacían las cosas innecesariamente complicadas para ellos mismos.

Aquí y allá, surgía información útil. Las mascotas no estaban vigiladas, lo que explicaba la falta de hombres en el perímetro del harén. Las mascotas iban y venían a su antojo. Jaehyun era una excepción. Eso significaba que, más allá de estos guardias, era poco probable que se encontrara con otros.

Una y otra vez, el tema de Taeyong surgía.

—¿Tú has...? —le preguntó Kun, con una sonrisa extendiéndose poco a poco.

—¿Entre la lucha en la arena y la flagelación? —ironizó Jaehyun con amargura— No.

—Dicen que es frígido.

Jaehyun lo miró fijamente.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Bueno — indicó Kun— porque él no...

—Lo que quise decir es, por qué es tan... — explicó Jaehyun, cortando con firmeza la simplona aclaración de Kun.

—¿Por qué es frío como la nieve? —preguntó Kun, encogiéndose de hombros.

Jaehyun frunció el ceño y cambió de tema. No estaba interesado en las preferencias de Taeyong. Desde la cruz, sus sentimientos hacia él habían madurado desde una malhumorada antipatía hacia algo profundo e implacable.

Fue Jin-hyuk, finalmente, quien hizo la pregunta obvia.

—¿Cómo terminaste aquí?

—No fui cuidadoso —dijo Jaehyun— y me hice enemigo del Rey.

—¿Kai? Alguien debe clavársela a ese hijo de puta. Solo un país de escoria bárbara pondría a un bastardo en el trono —opinó Jin-hyuk— Sin ánimo de ofender.

—Ninguna ofensa—dijo Jaehyun.

⚜️⚜️⚜️

Al séptimo día, el Regente volvió de Chastillon.

Lo primero que Jaehyun notó fue que en la habitación entraban guardias que no reconocía. No llevaban la librea del Príncipe. Tenían capas rojas, líneas disciplinadas y rostros desconocidos. Esta llegada provocó una acalorada discusión entre el médico del Príncipe y un hombre nuevo, uno que Jaehyun nunca había visto antes.

—Yo no creo que deba moverse —dijo el médico del Príncipe. Con el ceño fruncido bajo la barra de pan— Las heridas podrían abrirse.

—A mí me parecen cerradas —replicó el otro— Puede ponerse de pie.

—Puedo soportarlo —asintió Jaehyun. Demostró una notable suficiencia. Creía saber lo que estaba pasando. Sólo un hombre, además de Taeyong, tenía la autoridad para despedir a la Guardia del Príncipe.

El Regente entró en la habitación con gran pompa, flanqueado por sus guardias de capa roja y acompañado de sirvientes de librea más dos hombres de alto rango. Despidió a ambos médicos, quienes le hicieron reverencias y desaparecieron. Luego despidió a los criados y a todos los demás, excepto los dos hombres que habían entrado con él. Su consiguiente falta de séquito no le restó poder. Aunque técnicamente solo ocupaba el trono para administrar, se dirigían a él con el título honorífico de "Alteza Real", el mismo de Taeyong; se trataba de un hombre de la estatura y la presencia de un rey.

Jaehyun se arrodilló. No cometería con el Regente el mismo error que había cometido con Taeyong. Recordó que había menospreciado recientemente al Regente al superar a Shownu en la lucha que Taeyong había arreglado. La agitación que sentía hacia el Príncipe emergió brevemente; sobre el suelo, a su lado, se amontonaba la cadena que tenía en la muñeca. Si alguien le hubiera dicho seis meses antes que iba a arrodillarse de buen grado ante la nobleza vereciana, se habría reído en su cara.

Jaehyun reconoció a los dos hombres que acompañaban al Regente; eran el consejero Suho y el consejero Sehun. Cada uno de ellos llevaba el mismo macizo medallón colgando de una cadena de gruesos eslabones: era el símbolo de su cargo.

—Testifica con tus propios ojos —dijo el Regente.

—Este es el regalo de Kai al Príncipe. El esclavo akielense —dijo Sehun, con sorpresa. Un momento después, sacó un cuadrado de seda y se lo llevó a la nariz, como para defender su sensibilidad de una afrenta—¿Qué le pasó a tu espalda? Eso es bárbaro.

«Lo era», pensó Jaehyun; esa fue la primera vez que oyó utilizar la palabra "bárbaro" para describir cualquier otra cosa que no fuera a él mismo o a su país.

—Esto es lo que Taeyong piensa de nuestras cuidadosas negociaciones con Akielos —dijo el Regente— Le ordené tratar el regalo de Kai con respeto. En cambio, ha azotado al esclavo casi hasta la muerte.

—Sabía que el Príncipe era caprichoso. Nunca pensé que fuera tan destructivo, tan salvaje —expresó Sehun con voz sorprendida, ahogada detrás de la seda.

—No hay nada salvaje en ello. Esto es un ejemplo de provocación intencional dirigida a Akielos y a mí mismo. A Taeyong nada le gustaría más que nuestro tratado con Kai fracasara. Lo vocifera en público y en privado.

—Ya ves, Sehun — dijo Suho— Es como el Regente nos advirtió.

—Tal defecto de carácter está profundo en la naturaleza de Taeyong. Pensé que lo superaría. En cambio, se vuelve cada vez peor. Algo debe hacerse para disciplinarlo.

—Estas acciones no se pueden apoyar —asintió Sehun— ¿Pero qué se puede hacer? No se puede reescribir la naturaleza de un hombre en diez meses.

—Taeyong desobedeció mi orden. Nadie lo sabe mejor que el esclavo. Tal vez le deberíamos preguntar a él qué se debería hacer con mi sobrino.

Jaehyun no imaginó que estuvieran hablando en serio, pero el Regente se adelantó colocándose justo frente a él.

—Mira hacia arriba, esclavo —ordenó.

Jaehyun miró. Observó nuevamente el pelo oscuro y el aspecto imponente, así como el ligero gesto de desagrado que habitualmente Taeyong parecía provocar en su tío. Jaehyun recordó que había ponderado la ausencia de parecido familiar entre Taeyong y el Regente, pero ahora veía que no era del todo así. Aunque este tenía el pelo oscuro, plateado en las sienes, también tenía ojos azules.

—He oído que fuiste un soldado —le dijo el Regente — Si un hombre desobedece una orden en el ejército akielense, ¿cómo sería castigado?

—Sería azotado públicamente y expulsado —respondió Jaehyun.

—Una flagelación pública —señaló el Regente, volviéndose hacia los hombres que lo acompañaban — Eso no es posible. Sin embargo, Taeyong ha crecido de manera tan ingobernable en los últimos años que me pregunto qué le ayudaría... Qué pena que los soldados y los príncipes rindan cuentas de manera diferente.

—Diez meses antes de su ascensión... ¿es realmente un momento prudente para castigar a vuestro sobrino? —pronunció Sehun detrás de la seda.

—¿Debo dejarle crecer en estado salvaje, haciendo naufragar tratados, destruyendo vidas? ¿Incitando guerras? Esto es mi culpa. He sido demasiado indulgente.

—Tenéis mi apoyo —dijo Suho. Sehun asentía lentamente.

—El Consejo estará con Vos cuando se enteren de esto. Pero ¿tal vez deberíamos hablar de estos asuntos en otro lugar?

Jaehyun observó como los hombres salían. La paz duradera con Akielos obviamente era algo en lo que el Regente estaba trabajando duro para lograr. La parte de Jaehyun que no quería arrasar con la cruz, el anfiteatro y el palacio junto con el territorio que los contenía, reconoció a regañadientes que la meta era admirable.

El médico regresó haciendo un alboroto innecesario mientras los siervos acudían para ponerlo cómodo, y luego salieron. Finalmente, Jaehyun se quedó solo en su habitación para reflexionar sobre el pasado.

La batalla de Marlas de hacía seis años había terminado empatada, fue un éxito muy costoso para Akielos. Una flecha akielense, una afortunada flecha extraviada en el viento, había alcanzado al rey vereciano en la garganta. Y Jaehyun mató al príncipe heredero, Taeil, en combate singular en el frente septentrional.

La batalla dio un vuelco tras la muerte de Taeil. Las fuerzas verecianas cayeron rápidamente en el caos, la muerte de su Príncipe fue un golpe desalentador increíble. Taeil había sido un líder apreciado, un luchador indomable y emblema del orgullo vereciano: fue quien reunió y reanimó a los hombres después de la muerte del Rey; Jaehyun fue quien tuvo a su cargo el liderazgo en el diezmado flanco septentrional akielense; ese era el punto que había sido desbaratado después de una oleada tras otra de guerreros.

—Padre, puedo ganarle —aseguró Jaehyun por lo que, tras la bendición de su padre, se dirigió por detrás de las líneas hacia la pelea de su vida.

Desconocía que el hermano menor estaba en el campo. Seis años antes, Jaehyun había tenido diecinueve. Por lo que Taeyong habría tenido... ¿trece, catorce? Había sido joven para luchar en una batalla como Marlas.

Había sido demasiado joven para heredar. Y con el Rey Vereciano y el Príncipe Heredero muertos, el hermano del Rey había sido ascendido a Regente; su primer acto de administración había sido llamar a parlamentar, aceptando los términos de la rendición, y cediendo a Akielos las tierras en disputa de Delpha, aquellas que los verecianos llamaban Delfeur.

Fue un acto razonable de un hombre razonable; en persona, el Regente parecía igualmente sensato y discreto, aun afligido por un sobrino insufrible.

Jaehyun no sabía por qué su mente giraba en torno a la circunstancia de la presencia de Taeyong en el campo ese día. No temía ser descubierto. Había sucedido hacía seis años, y Taeyong había sido un niño que, según su propia confesión, estaba lejos del frente. Incluso si no hubiera sido así, Marlas había sido un caos. Cualquier atisbo de Jaehyun habría ocurrido a principios de la batalla, y entonces llevaba la armadura completa, incluyendo casco; y si por casualidad hubiera sido visto más tarde, después de perder el escudo y el yelmo, Jaehyun habría estado cubierto de barro y sangre mientras luchaba por su vida al igual que todos los demás.

Pero sí lo reconocía: cada hombre y mujer en Vere conocía el nombre de Yoon Oh, el príncipe-asesino. Jaehyun entendía lo peligroso que era que se descubriese su identidad; no había tenido idea de lo cerca que había estado de ser descubierto, y por aquella persona que tenía más razones para quererlo muerto. Con mayor razón tenía que escapar de aquel lugar.

«Tienes una cicatriz», Taeyong había dicho.

⚜️⚜️⚜️

—¿Qué le dijiste al Regente? —exigió Sungchan. La última vez que Sungchan lo había mirado de esa manera, había alzado la mano y golpeado duro a Jaehyun— Ya me has oído. ¿Qué le has dicho sobre la flagelación?

—¿Qué debería haberle dicho? —Jaehyun le devolvió la mirada con calma.

—Lo que deberías haber hecho —dijo Sungchan— Es mostrar lealtad a tu Príncipe. En diez meses...

—...será el rey —concluyó Jaehyun— Hasta entonces, ¿no estamos sujetos a las reglas de su tío?

Hubo una larga y fría pausa.

—Veo que no te has tomado tiempo para aprender a labrar tu camino aquí —dijo Sungchan.

—¿Qué ha sucedido?

—Has sido convocado a la Corte —le informó— Espero que puedas caminar.

Dicho eso, un desfile de criados entró en la habitación. Los preparativos que comenzaron eclipsaron a cualesquiera otros que Jaehyun hubiera experimentado, incluyendo aquellos que habían sido realizados antes de la pelea.

Fue lavado, mimado, acicalado y perfumado. Evitaron cuidadosamente la curación de su espalda pero aceitaron todo lo demás, y el ungüento que utilizaron contenía pigmentos dorados, por lo que sus miembros brillaban a la luz de las antorchas como los de una estatua de oro.

Un criado se aproximó con tres pequeños cuencos y un delicado pincel; se acercó a la cara de Jaehyun, y contempló los rasgos de su semblante con expresión concentrada y el pincel en suspenso. Los cuencos contenían polvos para el rostro. No había tenido que sufrir la humillación del maquillaje desde Akielos. El sirviente tocó su piel con la punta húmeda del pincel, un tono dorado para la línea de los ojos; Jaehyun sintió el frío espesor en sus pestañas, mejillas y labios.

Esta vez Sungchan no dijo "sin joyería", por lo que cuatro plateados cofres esmaltados fueron traídos a la habitación y abiertos. De entre el reluciente contenido, el supervisor seleccionó varias piezas. Primero, una serie de finas cuerdas, casi invisibles, de las cuales colgaban pequeños rubíes espaciados a intervalos, que fueron entretejidas en el cabello de Jaehyun. Luego, oro para su frente y su cintura. Más tarde, una correa para el cuello. La correa, hecha del mismo material, tenía una fina cadena la cual terminaba en una varilla de oro para el supervisor; la vara tenía tallada en un extremo un gato que sostenía una piedra granate en su boca. Muchas más cosas como aquellas e iba a tintinear cuando caminara.

Pero hubo algo más. Una pieza final; otra cadena de fino oro ensamblada entre dos dispositivos del mismo material. Jaehyun no reconoció lo que era hasta que un sirviente se adelantó y colocó las pinzas para pezones en su lugar.

Se apartó demasiado tarde; además, solo hizo falta un golpe en su espalda para enviarle de rodillas. A medida que su pecho subía y bajaba, la pequeña cadena se balanceaba.

—La pintura se corrió —dijo Sungchan a uno de los criados después de examinar el cuerpo y el rostro de Jaehyun— Ahí. Y allí. Vuelve a aplicarla.

—Pensé que al Príncipe no le gustaba la pintura —dijo Jaehyun.

—Y no le gusta—respondió Sungchan.

⚜️⚜️⚜️

Era costumbre de la nobleza vereciana vestir con discreta pompa, diferenciándose del brillo chillón de las mascotas, a las que colmaban de las mayores exhibiciones de riqueza. Significaba que Jaehyun, fundido en oro y escoltado con una correa a través de las puertas dobles, no podría ser confundido con otra cosa que no fuera lo que era. Resaltaba en el recinto repleto de gente.

Lo mismo ocurría con Taeyong. Su brillante cabeza era instantáneamente reconocible. La mirada de Jaehyun se fijó en él. A izquierda y derecha, los cortesanos se hundían en el silencio y daban un paso atrás, despejando el camino hacia el trono.

Una alfombra roja bordada con escenas de caza, manzanos y un borde de acanto, se extendía desde las puertas dobles hasta la tarima. Las paredes estaban cubiertas de tapices, donde predominaba el mismo rojo intenso. El trono estaba envuelto en el mismo color.

Rojo, rojo, rojo. Taeyong desentonaba.

Jaehyun sintió que sus pensamientos se dispersaban. La concentración era lo que lo mantenía erguido. Su espalda latía y dolía.

Se obligó a desviar la mirada de Taeyong, y la volvió al maestro de ceremonias de cualquiera que fuera el espectáculo público que estaba a punto de desarrollarse. Al final de la larga alfombra, el Regente estaba sentado en el trono. Bajo su mano izquierda, descansando sobre su rodilla, estaba el cetro de oro del cargo. A sus espaldas, vestido con gran pompa, estaba el Consejo Vereciano.

El Consejo era la base del poder en Vere. En los días del rey Aleron, su papel había sido solo el de asesorar en asuntos de Estado. Pero ahora, el Regente y el Consejo conservaban la administración de la Nación hasta la ascensión de Taeyong. Compuesto por cinco hombres y ninguna mujer, el Consejo conformaba un formidable telón de fondo en el estrado. Jaehyun reconoció a Sehun y a Suho. Dedujo que un tercer hombre debía ser el consejero Chen. En consecuencia, los otros dos debían ser Chanyeol y Baekyun, aunque no sabía cuál era cuál. Los cinco llevaban medallones colgando de sus cuellos, señal de su cargo.

En el estrado, de pie ligeramente detrás del trono, distinguió también al muchacho mascota del consejero Sehun decorado aún más llamativamente que Jaehyun. La única razón por la que el akielense lo superaba en cantidad de oro era porque, al ser varias veces el tamaño del pequeño, tenía mucha más piel disponible para usar como lienzo.

Un heraldo declamó el nombre de Taeyong, y todos sus títulos.

Caminando hacia adelante, Taeyong se unió a Jaehyun y su supervisor al acercarse. El esclavo bajó la vista hacia la alfombra poniendo a prueba su resistencia. No era solo la presencia del Heredero. La deferente serie de postraciones ante el trono parecía especialmente diseñada para arruinar el resultado de una semana de curación. Finalmente, les tocó.

Jaehyun se arrodilló y Taeyong dobló la rodilla en la proporción adecuada.

Jaehyun oyó varios comentarios murmurados sobre su espalda por parte de los cortesanos que llenaban el recinto. Supuso que el contraste con la pintura dorada la hacía ver más horrible. Esa, comprendió de repente, era la intención.

El Regente quería disciplinar a su sobrino y, con el Consejo tras él, había decidido hacerlo en público.

«Una flagelación pública», Jaehyun había dicho.

—Tío —dijo Taeyong.

Al enderezarse, la apariencia de Taeyong era relajada y su expresión, tranquila, pero había algo sutil en la disposición de sus hombros que Jaehyun reconoció. Era la actitud de un hombre preparándose para una batalla.

—Sobrino —dijo el Regente— Creo que puedes adivinar por qué estamos aquí.

—Un esclavo puso sus manos sobre mí y le he azotado por ello — explicó con calma.

—Dos veces —dijo el Regente— En contra de mis órdenes. La segunda de ellas, a pesar de la advertencia de que podría matarlo. Casi lo hizo.

—Él está vivo. La advertencia era infundada —Una vez más, con calma.

—Estabas también en conocimiento de mi orden: en mi ausencia, el esclavo no debía ser tocado —le recordó el Regente— Busca en tu memoria. Encontrarás que la advertencia era adecuada. Sin embargo, la ignoraste.

—No creo que tenga importancia. Sé que no sois tan servil hacia Akielos como para dejar que las acciones del esclavo queden impunes solo por ser un regalo de Kai.

La compostura de sus ojos azules era impecable. El Príncipe, pensó Jaehyun con desprecio, era bueno en la oratoria. Se preguntó si el Regente se estaba arrepintiendo de hacer esto en público. Pero este no se veía perturbado, ni siquiera sorprendido. Bueno, él estaría acostumbrado a tratar con Taeyong.

—Se me ocurren varias razones por las cuales no deberías golpear el regalo de un Rey casi hasta la muerte inmediatamente después de la firma de un tratado. Al menos, no deberías haberlo hecho porque yo lo prohibí. Afirmas haber administrado un castigo justo. Pero la verdad es diferente.

El Regente señaló y un hombre dio un paso al frente.

—El Príncipe me ofreció una moneda de oro si podía azotar al esclavo hasta la muerte.

En ese momento, la manifiesta simpatía se apartó de Taeyong. Este, al darse cuenta, abrió la boca para hablar, pero el Regente lo interrumpió.

—No. Has tenido la oportunidad de pedir disculpas, o de dar una explicación razonable. En cambio, elegiste mostrar impenitente arrogancia. Todavía no tienes el derecho de escupir en la cara a los reyes. A tu edad, tu hermano estaba conduciendo ejércitos y trayendo gloria a su país. ¿Qué has logrado tú en el mismo tiempo? Cuando eludiste tus responsabilidades en la Corte, miré hacia otro lado. Cuando te negaste a cumplir con tu deber en la frontera de Delfeur, te permití hacerlo a tu manera. Pero esta vez tu desobediencia ha amenazado un acuerdo entre naciones. El Consejo y yo nos hemos reunido y hemos acordado cómo debemos actuar.

El Regente habló con voz poderosa, incuestionable, audible en todos los rincones de la sala.

—Tus tierras de Varenne y Marche son confiscadas, junto con todas las tropas y el dinero que las acompañan. Conservarás solo Acquitart. Durante los próximos diez meses, percibirás tus ingresos reducidos y tu séquito disminuido. Tendrás que pedirme a mí directamente para tus gastos. Agradece que conserves Acquitart, y que no hayamos llevado este decreto más lejos.

La dureza de las sanciones hizo que la conmoción se propagara por toda la asamblea. Había indignación en algunos rostros. Pero en muchos otros residía un poco de satisfacción silenciosa, y la turbación era menor. En ese momento fue obvio qué cortesanos componían la facción del Regente, y cuáles la de Taeyong. Y que la de este último era más pequeña.

—¿Estar agradecido porque conservo Acquitart —preguntó Taeyong—que por ley no os podéis llevar y que además no tiene tropas que la acompañen y ninguna importancia estratégica?

—¿Crees que me agrada disciplinar a mi propio sobrino? Ningún tío actúa con un corazón tan agobiado. Asume tus responsabilidades, cabalga a Delfeur, demuéstrame que tienes por lo menos una gota de la sangre de tu hermano y con alegría restauraré todo.

—Creo que hay un viejo guardián en Acquitart. ¿Debo viajar a la frontera con él? Podríamos compartir armadura.

—No seas sarcástico. Si accedes a cumplir con tu deber no te faltarán hombres.

—¿Por qué iba yo a perder mi tiempo en la frontera cuando os meneáis al capricho de Kai?

Por primera vez, el Regente pareció enojado.

—Dices que esto es una cuestión de orgullo nacional, pero no estás dispuesto a mover un dedo para servir a tu país. La verdad es que actúas con malicia, y ahora estás dolido por el castigo. Esto está en tu propia cabeza. Abraza al esclavo a modo de disculpa, y todo termina.

«¿Abrazar al esclavo?»

La anticipación entre los cortesanos reunidos se dejaba sentir.

Jaehyun fue urgido a alzarse sobre sus pies por su supervisor. Como esperaba que Taeyong se resistiera a la orden de su tío, se sorprendió cuando, después de una larga mirada a su tío, se acercó, con suave gracia obediente. Metió un dedo en la cadena que se extendía por el pecho de Jaehyun y lo atrajo frente a él. Jaehyun, sintiendo el tirón sostenido en los dos puntos, se acercó como se le pidió. Con fría indiferencia, los dedos de Taeyong juntaron los rubíes, inclinándole la cabeza hacia abajo lo suficiente para darle un beso en la mejilla. El beso fue insustancial: ni una sola mota de pintura de oro se adhirió a los labios de Taeyong en el proceso.

—Pareces una puta—Las suaves palabras, inaudibles para los demás, apenas agitaron el aire junto al oído de Jaehyun. Taeyong murmuró: —Sucia puta pintada. ¿Te abriste para mi tío como lo hiciste para Kai?

Jaehyun retrocedió violentamente y la pintura de oro se corrió.

Miraba a Taeyong a dos pasos de distancia, con asco.

El Príncipe alzó el dorso de su mano a la mejilla, ahora manchada de oro, luego se volvió hacia el Regente con una mirada de inocencia ofendida.

—Sed testigo Vos mismo de la conducta del esclavo. Tío, me habéis juzgado cruelmente. El castigo del esclavo en la cruz fue merecido: podéis ver por Vos mismo lo arrogante y rebelde que es. ¿Por qué sancionáis a vuestra propia sangre, cuando la culpa descansa en el de Akielos?

Jugada y contra-jugada. Ese era el riesgo de hacer algo como esto públicamente. Y, en efecto, hubo otro despreciable cambio en la simpatía dentro de la asamblea.

—Dices que el esclavo era culpable y mereció el castigo. Muy bien. Lo ha recibido. Ahora recibe el tuyo. Aún estás sujeto a la regla del Regente y al Consejo. Acéptalo con gracia.

Taeyong bajó sus ojos azules, martirizándose.

—Sí, tío.

Era diabólico. Tal vez esa era la explicación sobre cómo ganó la lealtad de la Guardia del Príncipe; simplemente los tenía comiendo de la palma de su mano. En el estrado, el anciano consejero Chen frunció el ceño un poco, mirando a Taeyong por primera vez con preocupada simpatía.

El Regente dio por terminado el procedimiento, se levantó y se retiró; tal vez algún entretenimiento lo esperaba. Los consejeros se fueron con él. La simetría de la cámara se rompió cuando los cortesanos abandonaron sus puestos a ambos lados de la alfombra y se mezclaron más libremente.

—Puedes entregarme la correa —dijo una voz agradable, muy cerca.

Jaehyun vio un par de diáfanos ojos azules. A su lado, el supervisor dudó.

—¿Por qué te detienes? —Taeyong le tendió la mano y sonrió—El esclavo y yo nos hemos abrazado y estamos jubilosamente reconciliados.

El supervisor le pasó la correa. Taeyong inmediatamente la tensó.

—Ven conmigo —ordenó Taeyong.

━━━━━━━ ⚜️━━━━━━━

Individuos pragmáticos: Antiguamente, médico y cirujano no eran lo mismo. El médico era un estudioso teórico (casi un filósofo), la medicina en sí no era una ciencia práctica por lo que trataban poco con pacientes. La gente común acudía a los cirujanos. Estos se entrenaban en la práctica y atendían todo lo que tenía que ver con heridas traumáticas (fracturas, suturas, amputaciones, extracciones de muelas, etc.). La cirugía no era una ocupación muy prestigiosa.

Avanzar sin miedo: "you knew what was what, with men. And you could spurt without fear" en el original. Es un juego de palabras que incluye una mención de doble sentido (habla de que el hombre es algo conocido por lo que se puede "ir a chorro" sin miedo).

Combate singular: es un combate "mano a mano", "persona a persona"; una pelea de dos por la superioridad.

Borde de acanto: Planta ornamental de hojas parecidas a plumas que suele usarse en decoración.

Comiendo de la palma de su mano: "simply wrapped them around his finger" ("los tenía envueltos en su dedo"). Como esta metáfora no es muy usada en español, se la reemplaza por otra de similares características y significado.

Jin-hyuk:


ree

Chen:


ree

Baekhyun:


ree

Chanyeol:


ree

Capítulo 5

Entra al siguiente link para leer los siguientes capítulos:

https://jaeyonglove.wixsite.com/mellifluousar/post/ℙℂ-2-jaeyong


Debido a que la página no permite más palabras, no puedo poner todos los caps en esta página :( So sad




Entradas recientes

Ver todo

2 comentarios


ty
ty
26 dic 2021

me encanta esta historia, gracias por subirla<3

Me gusta

INEFXBLE
INEFXBLE
21 dic 2021

Es que yo amo esta historia... Gracias

ree

Me gusta

Formulario de suscripción

¡Gracias por tu mensaje!

©2021 por mellifluous_AR. Creada con Wix.com

bottom of page