𝐬𝐝𝐦𝐧 (5)🌗 ᴶᵃᵉʸᵒⁿᵍ
- Baela Might
- 18 feb 2024
- 1 Min. de lectura
Actualizado: 19 feb 2024
Capítulos
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CAPÍTULO NUEVE: PORT ÁNGELES
Estaba demasiado soleado para mí como para conducir en la ciudad, cuando conseguí acercarme a Port Ángeles; el sol estaba todavía demasiado alto y, aunque mis ventanas fueran oscuras, no había ninguna razón para tomar riesgos innecesarios. Riesgos más innecesarios, debería decir.
Cuán condescendiente había sido aquella vez que juzgué los pensamientos de Johnny por sus maneras y a Yuta por su falta de disciplina, y ahora estaba desobedeciendo conscientemente todas las reglas con un salvaje abandono que hacía que sus errores parecieran nada en absoluto. Yo solía ser el responsable.
Suspiré.
Estaba seguro de que sería capaz de encontrar los pensamientos de Jinni en la distancia (los de ella eran más ruidosos que los de Karina) pero una vez que encontrara a la primera, sería capaz de oír a la segunda. Entonces, cuando anocheciera, podría acercarme. Por ahora, fui por un camino bordeando la ciudad que parecía ser raras veces usado.
Conocía la dirección general para buscar en Port Ángeles, había realmente sólo un lugar para comprar un vestido. No pasó mucho antes de que encontrara a Jinni, que giraba frente a un espejo y poder ver a Taeyong en su visión periférica, valorando el vestido largo negro que ella llevaba.
«Taeyong aún luce enojado. Ja. Ja. Karina tenía razón, Daniel estaba lleno de él. No puedo creer que lo altere eso, al menos sabe que tendrá una pareja para el baile de graduación. ¿Y si Hyunjin no se divierte en el baile y no me pregunta la próxima vez?
¿Piensa él que Taeyong es más atractivo que yo? ¿Piensa Taeyong que es más lindo que yo?»
—Me gusta más el azul. Ese realmente acentúa tus ojos —Jinni sonrió hacia Taeyong con falsedad, mirándolo con desconfianza.
«¿Realmente piensa eso? ¿O quiere que me parezca a una vaca el sábado?»
Ya estaba cansado de escuchar a Jinni. Busqué a Karina ¡ah, pero Karina estaba en el probador de vestidos y salí rápidamente de su cabeza para darle intimidad! Bien, no había muchos problemas que Taeyong pudiera tener dentro de una tienda por departamento. Los dejaría en la tienda y luego volvería a escuchar cuando hubiesen terminado. No pasaría mucho hasta que oscureciera, las nubes comenzaban a volver, desde el oeste. Sólo podía vislumbrarlas entre los espesos árboles, pero podía ver cómo adelantarían la puesta del sol y les di la bienvenida, ansiaba sus sombras más que alguna otra vez. Mañana podría sentarme al lado de Taeyong en la escuela y monopolizar su atención en el almuerzo. Podría hacer todas las preguntas que había estado guardando.
Entonces, Taeyong estaba furioso por la presunción de Daniel. Había visto eso en su cabeza, Daniel lo había dicho literalmente cuando había hablado de la fiesta de graduación, que él lo estaba invitando…
Imaginé su expresión de aquella otra tarde, la ultrajada incredulidad, y me reí.
Me pregunté lo que Taeyong le diría sobre esto. ¿O quizá era más probable que fingiera ignorancia para fanfarronear y esperar que eso lo desanimara? Eso sería interesante de ver.
El tiempo pasó lentamente mientras esperaba las sombras. Revisé de vez en cuando a Jinni; su voz mental era la más fácil para encontrar, pero no me gustaba pasar allí mucho tiempo. Observé el lugar donde planificaban comer. Sería oscuro para la hora de la cena y... Quizás, por casualidad escogiera el mismo restaurante. Toqué el teléfono en mi bolsillo, pensando en invitar a Sicheng a comer. Le hubiese encantado eso, pero también querría dirigirse a Taeyong. No estaba seguro de estar listo para tener a Taeyong más involucrado en mi mundo. ¿No era suficiente problema con un vampiro?
Revisé rutinariamente a Jinni otra vez. Estaba pensando en su joyería, preguntando la opinión de Karina.
—Tal vez debería regresar el collar. Tengo en casa el que probablemente funcionaría y ya gasté más de mi presupuesto —«mi mamá va a estar furiosa. ¿Qué estaba pensando?»
—No me importa volver a la tienda. ¿Aunque, crees que Taeyong nos estará buscando?
¿Qué era esto? ¿Taeyong no estaba con ellas? Miré fijamente a través de los ojos de Jinni primero, luego cambié a los de Karina. Estaban sobre la vereda delante de una línea de tiendas, justamente regresando por donde venían. Taeyong no estaba a la vista por ningún lado.
«¿Ah, a quién le importa Taeyong?» Jinni pensó con impaciencia, antes de contestar a la pregunta de Karina.
—Estará bien. «Estaremos en el restaurante en poco tiempo, incluso si volvemos a la otra tienda. De todos modos, pienso que Taeyong quiere estar solo» —conseguí brevemente vislumbrar en el pensamiento de Jinni la librería donde Taeyong había ido.
—Bueno apresurémonos entonces —dijo Karina—. «Espero que Taeyong no piense que lo abandonamos. Fue tan agradable conmigo en el auto. Pero ha estado un poco triste todo el día. ¿Me pregunto si es debido a YoonOh Jung-Collett? Apostaría lo que fuera a que él era el porqué de que Yong preguntara por su familia…»
Debería haber estado poniendo mayor atención. ¿Cuánto me había perdido aquí?
¿Taeyong estaba caminando solo y había estado preguntando por mí? Karina prestaba atención a Jinni que balbuceaba sobre aquel idiota de Hyunjin y ya no podía conseguir nada más de ella.
Juzgué las sombras. El sol estaría detrás de las nubes bastante pronto. Si me quedaba del lado oeste del camino, donde los edificios protegerían la calle de la luz que se desvanecía.
Comencé a sentirme ansioso cuando conduje por el tráfico escaso en el centro de la ciudad. No había considerado esta posibilidad, Taeyong paseando solo, y no tenía ni idea de cómo encontrarlo. Debí haberlo considerado.
Conocía bien Port Ángeles; conduje directamente a la librería en la cabeza de Jinni, esperando que mi búsqueda fuera corta, pero dudando de que fuese a ser tan fácil. ¿Cuándo la había puesto fácil Taeyong?
Estaba seguro de que la pequeña tienda estaba vacía, excepto por la mujer anacrónicamente vestida detrás del mostrador. No se veía como la clase de lugar en el que Taeyong estaría interesado, demasiado nueva, era para una persona práctica. Me pregunté si se hubiera molestado en entrar.
Había un pedazo de sombra donde podría estacionarme. Hacia un sendero oscuro inmediatamente en proyección hacia la tienda. Realmente no debería rondar las calles en horas de luz solar, no era seguro. ¿Y si un coche pasaba y lanzaba la reflexión del sol a la sombra justo en el momento incorrecto?
¡Pero no había otra manera de buscar a Taeyong!
Me estacioné y salí, manteniéndome del lado más profundo de la sombra. Crucé de un salto rápidamente a la tienda, notando el rastro débil del olor de Taeyong en el aire. Había estado aquí, sobre la vereda, pero no había ningún rastro de su fragancia dentro de la tienda.
—¡Bienvenido! ¿Puedo ayudar…? —la bibliotecaria comenzó a decir, pero yo ya estaba afuera. Seguí el olor de Taeyong por donde la sombra me lo permitía, hasta que llegué al borde donde la luz solar comenzaba.
Esto me hizo sentir tan impotente, cercado por la línea entre la oscuridad y la luz que se estiraba a través de la calle delante de mí.
Sólo pude adivinar que había seguido a través de la calle hacia el sur. No había realmente mucho en aquella dirección. ¿Se habría perdido? Bien, aquella posibilidad no sonó completamente fuera de su carácter.
Regresé al auto y conduje despacio por las calles, buscándolo. Salí en unos otros parches de sombra, pero sólo encontré su olor una vez más y la dirección que tomó me confundió. ¿A dónde trataba de ir?
Conduje hacia adelante y hacia atrás entre la librería y el restaurante unas veces, esperando verlo en el camino. Jinni y Karina estaban ya allí, tratando de decidir si ordenar o esperar a Taeyong. Jinni insistía en pedir inmediatamente.
Comencé a revolotear por las mentes de extraños, mirando a través de sus ojos. Seguramente, alguien debía haberlo visto en algún sitio.
Me puse cada vez más nervioso mientras pasaba el tiempo. No había pensado lo difícil que podría ser encontrarlo, como ahora, que estaba fuera de mi vista y de sus caminos normales. No me gustó esto.
Las nubes se congregaban sobre el horizonte y, en unos minutos más, sería libre de rastrearlo a pie. No me tomaría mucho tiempo entonces. Era sólo el sol lo que me hacía tan impotente. Sólo unos pocos minutos más y luego la ventaja sería mía otra vez y sería el mundo humano el impotente.
Una mente y luego otra. Tantos pensamientos triviales.
«… Creo que el bebé tiene otra infección del oído…»
«… Era a las 6:40 o 6:04…»
«Tarde otra vez. Debería decirle…»
«¡Ajá! ¡Aquí viene él!»
Allí, por fin, era su cara. ¡Finalmente, alguien lo había notado!
El alivio duró sólo una fracción de segundo y luego leí más profundamente los pensamientos del hombre que se regodeaba al verlo dudar entre las sombras.
Su mente era extraña para mí y, sin embargo, no totalmente desconocida. Yo había cazado alguna vez exactamente tales mentes.
—¡NO! —rugí y una volea de gruñidos estalló de mi garganta. Mi pie empujó el acelerador al piso, ¿pero adónde iría?
Sólo conocía la ubicación general de sus pensamientos, pero no era lo bastante específico. ¡Algo tenía que haber allí! El letrero de una calle, el frente de una tienda, algo a su vista que descubriera su posición. Pero Taeyong estaba en la profundidad de las sombras y sus ojos se concentraron sólo en su expresión asustada disfrutando del miedo que tenían. Su cara fue enturbiada en su mente por la memoria de otras caras. Taeyong no era su primera víctima.
El sonido de mis gruñidos sacudió el marco del auto, pero no me distrajo. No había ventanas en la pared detrás de Taeyong. Era algún sitio industrial, lejos del distrito más poblado donde se hacen las compras. Mi auto chilló al cruzar una esquina, pasando por delante de otro vehículo, dirigiéndome a la que esperaba fuera la dirección correcta. Para el momento en que el otro conductor tocó la bocina, el sonido estaba lejos detrás de mí.
«¡Mira cómo tiembla!» El hombre se rio con anticipación. El miedo que era atraído por él, era la parte que más disfrutaba.
—Apártese de mí —la voz de Taeyong era baja y estable, no un grito.
—No seas así, dulzura.
El hombre lo miró estremecerse ante una risa camorrista que llegó desde otra dirección. Se irritó con el sonido, «¡Cállate, Jong Yul!», pensó, pero disfrutó del modo en que Taeyong se estremeció. Esto lo excitó. Comenzó a imaginarse sus súplicas, el modo que Taeyong suplicaría…
No había comprendido que había otros con él hasta que oí las risas. Exploré por él, desesperado por algo que yo pudiera usar. Estaba dando los primeros pasos en su dirección, flexionando sus manos.
Las mentes a su alrededor no eran un pozo negro como la suya. Los otros estaban ligeramente embriagados, ninguno de ellos comprendía cuán lejos planeaba llegar con esto el hombre que llamaron Geum. Seguían el liderazgo de Geum ciegamente. Les había prometido un poco de diversión…
Uno de ellos echó un vistazo calle abajo, nervioso. No quería ser atrapado acosando al muchacho y me dio lo que necesitaba. Reconocí el cruce al que miró fijamente.
Volé pasando una luz roja, deslizándome por un espacio justo lo bastante amplio entre dos autos en el tráfico. Las bocinas resonaron detrás de mí.
Mi teléfono vibró en mi bolsillo. No le hice caso.
Geum se movió despacio hacia Taeyong, dibujando el suspenso, el momento de terror que lo excitaba. Esperó su grito, disponiéndose a saborearlo.
Pero Taeyong cerró su mandíbula y se preparó. Él se sorprendió, había esperado que Taeyong tratara de correr. Sorprendido y ligeramente decepcionado. Le gustaba ir en busca de su presa, la adrenalina de la caza.
«Es valiente. Supongo que tal vez sea mejor… más lucha en él».
Estaba a una cuadra de distancia. El desalmado podría oír el rugido de mi motor ahora, pero no le puso atención, demasiado absorbido en su víctima.
Ya vería cómo disfrutaría de la caza cuando él fuese la presa, vería lo que él pensaría de mi estilo de caza.
En otro compartimento de mi cabeza, yo ya revisaba la gama de torturas que había atestiguado en mis días vigilantes, buscando la más dolorosa para ellos. Nunca había torturado a mis presas, no importaba cuánto se lo merecían, pero este hombre era diferente. Sufriría por esto, se retorcería en la agonía. Los demás simplemente morirían por su parte, pero esta criatura llamada Geum pediría morir mucho antes de que yo le diera aquel regalo.
Él estaba en el camino, cruzando hacia Taeyong. Mis luces del auto se esparcieron a través de la escena y el resto de ellos se congeló en el lugar. Podría haber atropellado al líder, que saltó del camino, pero era una muerte demasiado suave para él.
Dejé que el auto girara, dando la vuelta hacia el otro lado para que estuviera de frente hacia el camino por el que venía y la puerta del pasajero quedara cerca de Taeyong. La abrí y él ya estaba corriendo hacia el auto.
—Sube al auto —gruñí.
«¿Qué demonios?»
«¡Sabía que esta era una mala idea! No estaba solo».
«¿Debería correr?»
«Creo que voy a vomitar…»
Taeyong saltó dentro a través de la puerta abierta sin dudarlo, cerrándola detrás de él.
Luego alzó la vista hacia mí con la expresión más confiada que alguna vez había visto sobre una cara humana y todos mis proyectos violentos se desmenuzaron.
Me tomó mucho, mucho menos de un segundo ver que no podría abandonarlo en el auto para tratar con los cuatro hombres en la calle. ¿Qué le diría yo, que no mirara? ¡Já! ¿Alguna vez hacía lo que le pedía?
¿Los arrastraría lejos de su vista y lo abandonaría solo aquí? ¡Era poco probable que otro psicópata merodeara las calles de Port Ángeles esta noche, mucho menos probable era que hubiese uno en primer lugar! Esta era prueba suficiente de que no estaba loco; como un imán, todas las cosas peligrosas las atraía hacia él mismo. Si no estuviese lo suficientemente cerca como para probarlo, algún otro mal tomaría mi lugar.
Parecería como parte del mismo movimiento cuando aceleré, alejándolo de sus perseguidores tan rápidamente que ellos se quedaron mirando mi auto con expresiones perplejas. Taeyong no reconocería mi instante de vacilación.
No pude ni siquiera golpear al tal Geum con mi auto. Eso hubiera asustado a Taeyong.
Quise la muerte de Geum tan ferozmente que la necesidad de ello sonó en mis oídos, nubló mi vista y llenó de sabor mi lengua. Más fuerte que la quemazón de la sed. Mis músculos se contrajeron con la urgencia, el ansia, la necesidad de ello. Tenía que matarlo. Le arrancaría la piel lentamente, pedazo por pedazo, desde la piel hasta el músculo, del músculo al hueso…
Pero el chico, el chico, el único chico en el mundo, se adhería a su asiento con ambas manos, mirándome fijamente, sus ojos extrañamente calmados y sin cuestionamientos. La venganza tendría que esperar.
—Ponte el cinturón de seguridad —le ordené. Mi voz era áspera por el odio y la sed de sangre. No la sed de sangre habitual. Me había comprometido hace mucho a abstenerme de sangre humana y no dejaría que esta criatura cambiara eso. Esto sólo sería retribución.
Él abrochó el cinturón de seguridad, saltando ligeramente con el sonido que hizo. Aquel pequeño sonido hizo que saltara, pero no se estremeció mientras yo aceleraba a través de la ciudad, haciendo caso omiso de todas las señales de tráfico. Podía sentir sus ojos sobre mí. Parecía extrañamente relajado. Esto no tenía sentido, no con lo que acababa de pasar.
—¿Estás bien? —preguntó, su voz áspera por la tensión y el miedo.
¿Taeyong quería saber si yo estaba bien?
¿Estaba bien?
—No —admití y mi tono bulló por la rabia.
Fui por el mismo camino abandonado donde pasé la tarde ocupado en la vigilancia más pobre alguna vez vista. Estaba oscuro ahora bajo los árboles.
Estaba tan furioso que mi cuerpo se congeló en aquel lugar, completamente inmóvil. Mis manos cerradas ansiaron aplastar a su atacante, molerlo en pedazos tan destrozados que su cuerpo nunca podría ser identificado.
Pero esto implicaría dejarlo aquí solo, sin protección en la noche oscura.
Mi mente estaba recordando escenas de mis días de cacería, imágenes que deseaba poder olvidar, especialmente ahora con la urgencia por matar más fuerte que ninguna compulsión de caza que hubiese sentido antes.
Ese hombre, Geum, esa abominación, no era el peor de su clase, aunque era difícil clasificar las profundidades del mal en un orden basado en el mérito. Aun así, recordaba los peores. No había ninguna duda de que se merecía su parte.
La mayoría de los hombres que cacé en mis días de actuar como juez, jurado y verdugo había sentido cierto nivel de remordimiento o, al menos, miedo de haber sido atrapados. Muchos de ellos se volvieron hacia el alcohol o drogas para silenciar sus preocupaciones. Otros se compartimentaron, crearon fracturas en sus personalidades y vivieron como dos hombres, uno para la luz y otro para la oscuridad.
Pero para lo peor, la aberración más vil que jamás había encontrado, el remordimiento no era un problema.
Nunca había hallado a nadie que abrazara su propia maldad tan a fondo, que la disfrutara. Estaba absolutamente encantado con el mundo que había creado, un mundo de víctimas indefensas y sus gritos torturados. El dolor era el objeto de todas sus búsquedas y se había vuelto muy bueno en crearlo, en prolongarlo.
Estaba comprometido con mis reglas, con mi justificación por toda la sangre que reclamaba. Pero en este caso, vacilé. Dejar que este hombre en particular muriera rápidamente parecía un escape demasiado fácil para él.
Fue lo más cerca que estuve de cruzar esa línea. Aun así, lo maté tan rápida y eficientemente como maté a todos los demás.
Podría haber sido diferente si dos de sus víctimas no hubieran estado en ese sótano de horrores cuando lo descubrí. Dos mujeres jóvenes, ya gravemente heridas. Aunque las llevé a ambas a un hospital a la mayor velocidad que pude, sólo una sobrevivió.
No había tenido tiempo de beber su sangre. Eso no importó. Había tantos otros que merecían morir.
Como este Geum. También era una atrocidad, pero seguro que no era peor que el que recordaba. ¿Por qué se sintió en ese momento, imperativo, que sufriera tanto más?
Pero primero…
—¿Taeyong? —pregunté entre dientes.
—¿Sí? —respondió con voz ronca aclarando su garganta.
—¿Estás bien? —era realmente la cosa más importante, la prioridad. La venganza era secundaria. Lo sabía, pero mi cuerpo estaba tan lleno de rabia que era difícil pensar.
—Sí —su voz era todavía áspera; por el miedo, sin duda. No podía abandonarlo.
Incluso si él no estaba en riesgo constante por alguna razón exasperante, una broma que el universo me estaba jugando, incluso si pudiera estar seguro de que Taeyong estaría perfectamente a salvo en mi ausencia, no podría abandonarlo solo en la oscuridad.
Debía estar tan asustado.
Pero no estaba en la mejor condición para consolarlo, incluso si conociera exactamente cómo debía lograrlo, lo cual no hacía. Seguramente él podía sentir la brutalidad que yo irradiaba, seguramente era muy obvia. Lo asustaría aún más si no controlaba la lujuria de la matanza que hervía dentro de mí.
Necesitaba pensar en algo más.
—Distráeme, por favor —supliqué.
—¿Lo siento, qué? —apenas tenía bastante control para tratar de explicar lo que necesitaba.
—Sólo—no podía pensar en cómo expresarlo. Escogí la palabra más cercana que pude encontrar—. Limítate a charlar de cualquier cosa insustancial hasta que me calme —fue una mala elección de palabras, me di cuenta tan pronto como las dije, pero no podía encontrar demasiado espacio como para que me importara. Sólo el hecho de que Taeyong me necesitaba, me sostuvo dentro del auto. Podía oír los pensamientos de Geum, su decepción y enfado. Sabía dónde encontrarlo. Cerré mis ojos, deseando no poder ver de todos modos.
—Um… —Taeyong vaciló, intentando dar sentido a mi petición, me imaginé. ¿O quizá estaba ofendido? Luego continuó— ¿Mañana antes de clase voy a atropellar a Kang Daniel?—dijo esto en forma de pregunta.
Sí, esto era lo que necesitaba. Desde luego Taeyong saldría con algo inesperado. Como lo había hecho antes, la amenaza de violencia que salía de sus labios era discorde, tan cómica. Si no hubiera estado quemándome con el impulso de matar, me habría reído.
—¿Por qué? —ladré, forzándolo a hablar otra vez.
—Va diciendo por ahí que me va a llevar al baile de graduación —dijo con su voz llena de indignación—. O está loco o intenta hacerme olvidar que casi me mata cuando… Bueno, tú lo recuerdas —agregó secamente—. Y cree que llevándome al baile de graduación es la forma adecuada de hacerlo. Así que estaremos en paz si pongo en peligro su vida y ya no podrá seguir intentando enmendarlo. No necesito enemigos y puede que Somi se apacigüe si Daniel me deja tranquilo —continuó Taeyong, pensativo ahora—. Aunque también podría destrozarle el Sentra. No podrá llevar a nadie al baile de graduación si no tiene auto.
Era alentador ver que a veces se equivocaba. La persistencia de Daniel no tenía nada que ver con el accidente. Taeyong no parecía entender el atractivo que causaba en los chicos humanos de la escuela. ¿Tampoco veía la atracción que causaba en mí?
Ah, estaba funcionando. Los engañosos procesos de su mente siempre me absorbían. Comenzaba a ganar control de mí mismo, a ver algo más allá de la venganza y la tortura.
—Me enteré sobre eso —le dije. Taeyong había dejado de hablar y necesitaba que continuara.
—¿Sí? —preguntó con incredulidad y luego su voz sonaba más enfadada que antes—. Si está paralítico del cuello para abajo, tampoco podrá ir al baile de graduación.
Deseé que hubiera algún modo de pedirle que siguiera con las amenazas de muerte y daños corporales a otros sin parecer un loco. No podía haber escogido un mejor camino para tranquilizarme y sus palabras, llenas de sarcasmo, en su caso, hipérboles, eran un recordatorio, que cariñosamente necesité en este momento.
Suspiré y abrí mis ojos.
—¿Mejor? —preguntó tímidamente.
—No realmente.
No, estaba más tranquilo, pero no mejor. Porque acababa de comprender, que no podría matar al infame llamado Geum. La única cosa en este momento que quise más que cometer un asesinato sumamente justificable, era a este chico. Y, aunque no pudiera tenerlo, solamente el sueño de tenerlo hizo imposible para mí continuar con una juerga de matanza esta noche.
Taeyong merecía más que un asesino.
Había pasado siete décadas tratando de ser algo, lo que fuese, menos un asesino. Todos esos años de esfuerzo nunca podrían hacerme digno del chico sentado a mi lado. Sin embargo, sentí que si volvía a aquella vida aunque fuese sólo por una noche, seguramente lo pondría fuera de mi alcance para siempre. Incluso si no bebía su sangre, incluso si no tenía aquella evidencia ardiendo en mis ojos rojos. ¿Sentiría la diferencia?
Estaba tratando de ser lo suficientemente bueno para Taeyong. Era un objetivo imposible. Pero no podía soportar la idea de rendirme.
—¿Qué es lo que va mal? —susurró.
Su aliento llenó mi nariz y me recordó el por qué yo no podía merecerlo. Después de todo esto, incluso sin importar lo mucho que lo amaba… todavía me hacía agua la boca.
Le daría tanta honestidad como pudiera. Le debía eso.
—A veces tengo problemas con mi carácter, Taeyong —miré fijamente hacia fuera en la noche negra, deseando tanto que oyera el horror inherente en mis palabras como también que no lo hiciera. Más que nada que no lo hiciera. “Corre, Taeyong, Corre. Quédate, Taeyong, quédate”—. Pero no me conviene dar media vuelta y dar caza a esos… —sólo el pensarlo casi me hizo salir del auto. Respiré profundamente, dejando que su olor me quemara la garganta—. Al menos, eso es de lo que me intento convencer.
—Ah
No dijo nada más. ¿Cuánto había entendido? Le eché un vistazo furtivamente, pero su cara era ilegible. En blanco de la impresión, quizás. Bien, no gritaba de horror. No aún.
—Jinni y Karina estarán preocupadas —dijo silenciosamente. Su voz era muy tranquila y no estaba seguro de cómo era eso posible. ¿Estaba en shock? Tal vez los acontecimientos de esta noche no se habían asentado aún—. Se suponía que me encontraría con ellas.
¿Quería estar lejos de mí? ¿O sólo estaba preocupado por la preocupación de sus amigas?
No le contesté, pero encendí el auto y retrocedí. Con cada pulgada con la que me acercaba a la ciudad, más difícil se me hacía agarrarme a mi objetivo. Estaba tan cerca de él…
Si fuera imposible, si yo nunca pudiera tener, ni merecer a este chico, entonces ¿qué sentido tenía que aquel hombre Geum quedara impune? Seguramente podría permitirme eso.
No, no me estaba rindiendo. No aún. Lo quería demasiado como para renunciar.
Estábamos en el restaurante donde se suponía que se encontraría con sus amigas antes de que yo hubiera comenzado a darle sentido a mis pensamientos. Jinni y Karina ya habían terminado de comer y ambas estaban ahora realmente preocupadas por Taeyong. Estaban pensando un modo de buscarlo, marchándose a lo largo de la calle oscura.
Esta no era una buena noche para andar vagando.
—¿Cómo sabías dónde…? —la pregunta inacabada de Taeyong me interrumpió y comprendí que había cometido otra metida de pata. Había estado demasiado distraído para acordarme de preguntarle donde se suponía que se encontraría con sus amigas. Pero, en vez de terminar la pregunta y presionar el punto, Taeyong sólo sacudió su cabeza y medio sonrió.
¿Qué significaba eso?
Bien, no tenía el tiempo para dar vueltas a su extraña aceptación de mi conocimiento. Abrí mi puerta.
—¿Qué haces? —preguntó, pareciendo asustado.
No dejándote fuera de mi vista. No permitiéndome estar solo esta noche. En ese orden.
—Llevarte a cenar.
Bien, esto debería ser interesante. Parecía una noche totalmente distinta a la que me había imaginado trayendo a Sicheng y fingiendo escoger el mismo restaurante que Taeyong y sus amigas por casualidad. Y ahora, estaba aquí, prácticamente en una cita con Taeyong. Sólo que no contaba, porque no le daría una posibilidad para decir que no.
Taeyong ya tenía su puerta entreabierta antes de que yo hubiera pasado alrededor del auto, por lo general no era tan frustrante tener que moverse en una velocidad discreta, en vez de esperar para que yo la abriera por él.
Esperé a que se me uniera, poniéndome más nervioso al ver que sus amigas continuaban hacia la esquina oscura.
—Detén a Jinni y Karina antes de que también deba buscarlas a ellas —ordené rápidamente—. Dudo que pueda volver a contenerme si me tropiezo otra vez con tus amigos.
No, no sería lo suficientemente fuerte para eso.
Se estremeció y luego se recompuso. Fue medio paso hacia ellas y las llamó en voz alta—: ¡Jinni! ¡Karina! —se dieron vuelta y él agitó su brazo sobre la cabeza para captar su atención.
«¡Taeyong! ¡Ah, está bien!» Karina pensó con alivio.
«¿Un poco tarde, no?» Se quejó Jinni para sus adentros pero también estaba agradecida que Taeyong no estuviera perdido o lastimado. Esto hizo que me agradara un poco más que antes.
Se apresuraron a volver y luego se detuvieron, impresionadas al verme al lado de Taeyong.
«¡Ajá!», Jinni pensó, atontada. «¡No puede ser!»
«¿YoonOh Jung-Collett? ¿Se marchó solo para encontrarse con él? ¿Pero por qué preguntó si estaban en la ciudad si sabía que él estaba aquí…?», me dio un breve destello de la expresión mortificada de Taeyong cuando le preguntó a Karina si mi familia se ausentaba a menudo de la escuela. «No, Taeyong no podía haberlo sabido». Decidió Karina.
Los pensamientos de Jinni se movían de la sorpresa a la sospecha, «Taeyong me lo ha estado ocultando».
—¿Dónde has estado? —exigió, mirando fijamente a Taeyong, pero mirándome de reojo.
—Me perdí y luego me encontré con YoonOh —dijo Taeyong, agitando una mano hacia mí. Su tono era notablemente normal. Como si eso fuera realmente todo lo que había pasado.
Debía estar en shock. Era la única explicación de aquella tranquilidad.
—¿Les importaría que me uniera a ustedes? —pregunté, por ser cortés; sabía que ya habían comido.
«¡Maldita sea, qué guapo es!», pensó Jinni, su cabeza de pronto ligeramente incoherente.
Karina no estaba más serena, «¡Desearía que no hubiésemos comido! ¡Cielos!, sólo, Cielos!»
¿Por qué no podía hacerle eso a Taeyong?
—Eh, sí, claro —Jinni estuvo de acuerdo. Karina frunció el ceño.
—Um, de hecho, Taeyong, lo cierto es que ya hemos cenado mientras te esperábamos —admitió—. Perdona.
«¡Cállate!», se quejó Jinni internamente.
Taeyong se encogió casualmente. Tan a gusto. Definitivamente en shock.
—No pasa nada, no tengo hambre.
—Creo que deberías comer algo —discrepé. Taeyong necesitaba azúcar en su torrente sanguíneo, aunque ya oliera bastante dulce, pensé irónicamente. El horror iba a venir cayendo sobre él momentáneamente y un estómago vacío no ayudaría. Se desmayaba con facilidad, lo sabía por experiencia.
Estas chicas no estarían en ningún peligro si fueran directamente a casa. El peligro no acechaba cada uno de sus pasos.
Y yo prefería estar a solas con Taeyong mientras estuviera dispuesto a estar solo conmigo.
—¿Les importaría si llevo a Taeyong a casa esta noche? —dije a Jinni antes de que Taeyong pudiera responder—. Así, no tendrían que esperar mientras cena.
—Eh, supongo que no hay… problema... —Jinni miró a Taeyong, buscando algún signo de que esto era lo que él quería.
«Probablemente lo quiere para él solo. ¿Quién no?» Pensó Jinni. Al mismo tiempo, vio a Taeyong guiñar un ojo.
¿Taeyong guiñó?
—De acuerdo —Karina dijo rápidamente, apresurada para estar fuera del camino si era lo que Taeyong quería y parecía que realmente lo quería—. Nos vemos mañana, Taeyong… YoonOh—. Luchó para decir mi nombre en un tono ocasional. Entonces agarró la mano de Jinni y comenzó a remolcarla lejos.
Tendría que encontrar algún modo de agradecer a Karina por esto.
El auto de Jinni estaba en un círculo brillante de luz echada por un farol. Taeyong las miró con cuidado, un pequeño pliegue de preocupación apareció entre sus ojos, hasta que estuvieron en el auto; entonces debía estar totalmente consciente del peligro en el que había estado. Jinni agitó su brazo al irse y Taeyong la despidió también. No fue hasta que el auto desapareció que tomó un respiro profundo y se giró para alzar la vista hacia mí.
—Francamente, no tengo hambre —dijo.
¿Por qué había esperado a que se fueran para decir esto? ¿Realmente quería estar solo conmigo, incluso ahora, después de la atestiguación de mi rabia homicida?
Si era este el caso o no, Taeyong iba a comer algo.
—Compláceme —dije.
Sostuve la puerta del restaurante abierta para él y esperé. Suspiró y entró.
Pasé a su lado hacia el mostrador donde la anfitriona esperó. Taeyong todavía parecía completamente sereno. Quise tocar su mano, su frente, comprobar su temperatura. Pero mi mano fría le causaría repulsión, como había sucedido antes.
«Oh, Dios mío». La voz mental bastante ruidosa de la anfitriona se metió en mi cabeza. «Oh, Dios, mi Dios».
Pareció ser mi noche para hacer girar cabezas. ¿O sólo lo notaba porque deseaba tanto que Taeyong me viera del mismo modo? Nosotros éramos siempre atractivos a nuestra presa. Nunca había pensado tanto en ello antes. Por lo general, a no ser que, como con gente como Seohyun y Choi Jinni, donde había repetición constante para amortiguar el horror, el miedo pateaba rápidamente después de la atracción inicial.
—Una mesa para dos —incité cuando la anfitriona no habló.
«Uhmm. ¡Qué voz!»
—Ah, sí. Bienvenidos a La Bella Italia. Por favor, síganme —sus pensamientos eran preocupados, calculando.
«Tal vez es su primo. No podría ser su hermano, no se parecen en nada. Pero familia, definitivamente. Él no puede estar con ese otro chico».
Los ojos humanos estaban nublados; no veían nada claramente. ¿Cómo podría ser que esta mujer de mente reducida encontrara mis señuelos físicos, trampas para presa, tan atractivos y aún así ser incapaz de ver la suave perfección del chico a mi lado?
«Bien, no hay ninguna necesidad de echarle una mano, por si acaso» pensó la anfitriona mientras nos conducía a una mesa familiar en medio de la parte más atestada del restaurante. «¿Puedo darle mi número mientras el chico de aspecto aburrido está allí?», reflexionó.
Saqué un billete de mi bolsillo trasero. La gente era invariablemente cooperativa cuando el dinero estaba implicado.
Taeyong ya estaba tomando el asiento que la anfitriona indicó sin objeción. Negué con mi cabeza hacia él y vaciló, ladeando su cabeza hacia un lado con curiosidad.
Sí, estaría muy curioso esta noche. Una muchedumbre no era el lugar ideal para esta conversación.
—¿Quizás algo más privado? —solicité a la anfitriona, dándole el dinero. Sus ojos se ensancharon por la sorpresa y luego se estrecharon mientras su mano se cerraba alrededor del dinero.
—Seguro.
Echó una ojeada al dinero mientras nos condujo alrededor de una pared divisoria. «¿Cincuenta dólares para una mejor mesa? También es rico. Eso tiene sentido. Apuesto que su chaqueta cuesta más que mi último pago. Demonios. ¿Por qué quiere privacidad con el chico aburrido?»
Nos ofreció una cabina en una esquina tranquila del restaurante donde nadie sería capaz de vernos, de ver las reacciones de Taeyong a lo que sea que le dijera. No tenía ninguna pista de lo que querría de mí esta noche. O lo que le daría.
¿Cuánto había adivinado? ¿Qué explicación de los acontecimientos de esta noche se había hecho?
—¿Algo como esto? —preguntó la anfitriona.
—Perfecto —le dije y, sintiéndome ligeramente molesto por su actitud resentida hacia Taeyong, le sonreí extensamente, exponiendo mis dientes. Le dejé verme claramente.
—«¡Caray!» Uhm... su camarera estará aquí en un momento. «No puede ser real. Quizá desaparezca… quizá escriba mi número sobre su plato con salsa marinara…»—divagó mientras se alejaba, enlistando un poco hacia un lado.
Raro. Todavía no estaba asustada. De pronto recordé las burlas de Johnny sobre mí en la cafetería, hace tantas semanas: “apuesto que yo podría haberlo asustado mucho más”.
¿Estaba perdiendo mi toque?
—De veras, no deberías hacerle eso a la gente —Taeyong interrumpió mis pensamientos en un tono de desaprobación—. Es muy poco cortés.
Miré fijamente a su expresión crítica. ¿A qué se refería? No había asustado a la anfitriona en absoluto, a pesar de mis intenciones.
—¿Hacer qué?
—Deslumbrarlas... Probablemente, ahora está en la cocina hiperventilando.
Uhm. Taeyong estaba casi en lo cierto. La anfitriona estaba sólo semi-coherente en este momento, describiendo su evaluación incorrecta de mí a su amiga del personal.
—Oh, vamos —Taeyong me regañó cuando no contesté inmediatamente—. Tienes que saber el efecto que produces en los demás.
—¿Deslumbro a la gente? —era una manera interesante de llamarlo. Bastante exacto para esta noche. Me pregunté por qué la diferencia…
—¿No te has dado cuenta? —preguntó, todavía crítico—. ¿Crees que todos ceden con tanta facilidad?
—¿Te deslumbro a ti? —expresé mi curiosidad impulsivamente y luego las palabras salieron, y ya era demasiado tarde para recogerlas.
Pero antes de que tuviera tiempo para lamentar haberlo dicho en voz alta, Taeyong contestó.
—Con frecuencia —dijo y sus mejillas tomaron un brillo débilmente rosado. Lo deslumbraba.
Mi corazón silencioso se hinchó con la esperanza más intensa que alguna vez podría recordar haber sentido.
—¡Hola! —dijo alguien… la camarera, presentándose. Sus pensamientos eran ruidosos y más explícitos que los de la anfitriona pero le bajé el volumen. Miré fijamente a Taeyong, viendo la sangre que se extendía por sus mejillas, no notando como esto hizo una llama en mi garganta, sino más bien como esto hacía brillar su hermoso rostro, como accionaba el color crema de su piel.
La camarera esperaba algo de mí. Ah, ella había pedido nuestra orden de bebidas. Seguí mirando fijamente a Taeyong y la camarera de mala gana giró para mirarlo, también.
—¿Puedo tener una Coca-Cola? —dijo Taeyong, como si esperara una aprobación.
—Dos Coca-Colas —enmendé. Sed, sed humana, normal, era un signo de shock. Me aseguraría que tuviera el azúcar suplementario de la gaseosa en su sistema. Se veía sano, aunque más que sano, radiante.
—¿Qué pasa? —exigió saber, preguntándose por qué lo miraba fijamente, adiviné. Era vagamente consciente de que la camarera se había marchado.
—¿Cómo te sientes? —pregunté. Parpadeó, sorprendido por la pregunta.
—Estoy bien.
—¿No tienes mareos, ni frío, ni malestar…? —se veía incluso más confundido ahora.
—¿Debería?
—Bueno, de hecho esperaba que entraras en estado de shock —medio sonreí, esperando su negación. Taeyong no quería que lo cuidaran.
Le tomó un minuto contestarme. Sus ojos ligeramente se desenfocaron, hacía eso a veces cuando le sonreía. ¿Estaba… deslumbrado?
Me hubiese encantado creer eso.
—Dudo que eso vaya a suceder. Siempre se me ha dado muy bien reprimir las cosas desagradables —contestó, un poco sin aliento. ¿Tendría mucha práctica con cosas desagradables, entonces? ¿Su vida siempre estaba en riesgo?
—Da igual —le dije—. Me sentiré mejor cuando hayas tomado algo de glucosa y comida.
La camarera volvió con las Coca-Colas y una cesta de pan. Los puso delante de mí y pidió mi orden, tratando de atrapar mi mirada en el proceso. Indiqué que debería asistir a Taeyong y se volvió hacia él. Ella tenía una mente vulgar.
—Uhmm...—Taeyong echó un vistazo rápidamente al menú—. Tomaré los raviolis con setas.
La camarera giró hacia mí con impaciencia.
—¿Y usted?
—Nada para mí.
Taeyong hizo una mueca leve. Uhm. Debe haber notado que nunca como. Taeyong notaba todo. Yo siempre me olvidaba de ser cuidadoso a su alrededor.
Esperé a que estuviéramos solos otra vez.
—Bebe —insistí.
Me sorprendió cuando condescendió inmediatamente y sin objeción. Bebió hasta que el cristal estuvo completamente vacío, entonces empujé la segunda Coca-Cola hacia él, frunciendo el ceño un poco. ¿Sed o shock?
Bebió un poco más y se estremeció.
—¿Tienes frío?
—Es sólo la Coca-Cola —dijo, pero tembló otra vez, sus labios vibraron ligeramente como si sus dientes estuvieran a punto de castañear.
La bonita camisa que llevaba era demasiado delgada para protegerlo suficientemente; esta se le adhería como una segunda piel, casi tan frágil como la primera.
—¿No tienes una chaqueta?
—Sí —dijo mirando alrededor de sí mismo, un poco perplejo—. Vaya, la he dejado en el auto de Jinni.
Me quité mi chaqueta, deseando que el gesto no fuera estropeado por mi temperatura corporal. Habría sido agradable haber sido capaz de ofrecerle un abrigo caliente. Me miró fijamente, sus mejillas se ruborizaron otra vez. ¿Qué pensaba ahora?
Le di la chaqueta a través de la mesa y se la puso inmediatamente; se estremeció otra vez.
Sí, sería muy agradable ser cálido.
—Gracias —dijo. Respiró profundamente y empujó las mangas largas hacia atrás para liberar sus manos. Tomó otro profundo respiro.
¿Finalmente le haría efecto lo sucedido en la noche? Su color todavía estaba bien; su piel era de crema y rosas contra el profundo azul de su camisa.
—Tu piel tiene un aspecto encantador con ese color azul —lo alagué, simplemente siendo honesto.
Tenía buen aspecto, pero no había ninguna razón para desechar posibilidades.
Le acerqué la cesta del pan.
—De verdad— se opuso, adivinando mis motivos—. No entraré en shock.
—Pues deberías, una persona normal lo haría y tú ni siquiera pareces alterado
—lo miré fijamente con desaprobación, preguntándome por qué no Taeyong podía ser normal, preguntándome si realmente quería que fuera de esa manera.
—Me siento seguro contigo —dijo, sus ojos, otra vez, llenos de confianza.
Confianza que no merecía.
Sus instintos eran del todo incorrectos. Al revés. Ese debía ser el problema. Taeyong no reconocía el peligro de la manera que un ser humano debería hacerlo. Tenía la reacción opuesta. En vez de correr, Taeyong se quedaba, atraído a lo que debería tenerle pavor.
“¿Cómo podía protegerlo de mí cuando ninguno de los dos quería eso?”
—Esto es más complicado de lo que pensaba —murmuré.
Podía verlo volcar mis palabras en su cabeza y me pregunté qué había hecho con ellas. Tomó un pedazo de pan y comenzó a comérselo sin parecer consciente de la acción. Masticó por un momento y luego inclinó su cabeza hacia un lado pensativo.
—Normalmente estás de mejor humor cuando tus ojos brillan —dijo en un tono ocasional.
Su observación, que indicaba aquel hecho, me dejó atónito.
—¿Qué?
—Estás de mal humor cuando tienes los ojos negros. Entonces, me lo veo venir, tengo una teoría al respecto —añadió ligeramente.
Entonces, se había venido haciendo su propia explicación. Desde luego que la tenía. Sentí un profundo temor al preguntarme cuán cerca estaba de la verdad.
—¿Más teorías?
—Aja —dijo y masticó otro poco, completamente despreocupado. Como si no hablara de los aspectos de un monstruo con el mismo monstruo.
—Espero que esta vez hayas sido más creativo —mentí cuando no continuó. Lo que realmente esperaba era que estuviera a kilómetros de la verdad— ¿O sigues tomando ideas de los cómics?
—Bueno, no, no lo saqué de un cómic —dijo, un poco avergonzado—. Pero tampoco me la he inventado.
—¿Y? —pregunté entre dientes.
Seguramente no hablaría con tanta calma si estuviera a punto de gritar.
Mientras vacilaba, mordiendo su labio, la camarera reapareció con la comida para Taeyong. Le puse poca atención a la camarera cuando puso el plato delante de Taeyong y luego preguntó si quería algo.
Decliné, pero pedí más Coca-Cola. La camarera no había notado los vasos vacíos.
—¿Qué decías? —incité con inquietud en cuanto Taeyong y yo estuvimos solos otra vez.
—Te lo diré en el auto —dijo en voz baja. Ah, esto podría salir mal. No estaba dispuesto a hablar de sus conjeturas alrededor de otros—. Sólo si… —agregó de repente.
—¿Hay condiciones? —estaba tan tenso que casi gruñí las palabras.
—Tengo algunas preguntas, por supuesto.
—Por supuesto —estuve de acuerdo. Mi voz sonaba dura.
Sus preguntas probablemente serían suficientes para decirme adónde se dirigían sus pensamientos. ¿Pero cómo le contestaría? ¿Con mentiras responsables?
¿O lo ahuyentaría con la verdad? ¿O no diría nada, incapaz de decidir?
Estuvimos en silencio mientras la camarera rellenó su suministro de gaseosa.
—Bien, adelante —dije, con la mandíbula cerrada cuando la camarera se fue.
—¿Por qué estás en Port Ángeles? —Era una pregunta demasiado fácil: por él. No me delataba, mientras que mi respuesta, de ser verídica, le revelaría demasiado. Entonces decidí dejarla en suspenso.
—Siguiente pregunta —dije.
—Pero ésa es la más fácil.
—Siguiente pregunta —dije otra vez.
Estaba frustrado por mi negativa. Alejó su mirada, hacia su alimento. Despacio, para pensar seriamente, tomó un raviol y masticó con deliberación.
De pronto, mientras comía, una extraña comparación cruzó mi mente. Sólo por un segundo, vi a Perséfone, con su granada en mano. Condenándose a sí misma al inframundo.
¿Eso era lo que yo era? El mismísimo Hades, codiciando la primavera, robándola, condenándola a una noche eterna. Traté, sin éxito, de borrar esa impresión.
Taeyong tragó su comida con más Coca-Cola y, luego, finalmente alzó la vista hacia mí. Sus ojos estrechos con la sospecha.
—En tal caso, de acuerdo —dijo—. Supongamos que, hipotéticamente, alguien es capaz de... Saber qué piensa la gente, de leer sus mentes, ya sabes, salvo unas cuantas excepciones.
Podría ser peor.
Eso explicó la pequeña media sonrisa en el auto. Era rápido, nadie más había adivinado esto sobre mí, nunca. Excepto Kun y había sido bastante obvio entonces, al principio, cuando contestaba todos sus pensamientos como si él me hubiera hablado en voz alta. Él lo había entendido antes que yo.
Esta pregunta no era tan mala. Mientras estaba claro que Taeyong sabía que había algo malo conmigo, no era tan serio como podría haber sido. La telepatía no era, después de todo, una faceta canónica de la vida de un vampiro. Le seguí el juego de su hipótesis.
—Sólo una excepción—corregí—. Hipotéticamente.
Taeyong luchó contra una sonrisa, mi honestidad vaga lo complació.
—De acuerdo entonces, una sola excepción. ¿Cómo funciona? ¿Qué limitaciones tiene? ¿Cómo podría ese alguien... encontrar a otra persona en el momento adecuado? ¿Cómo sabría que esa persona está en un apuro?
—¿Hipotéticamente?
—Seguro —sus labios tensos y sus ojos marrones líquidos estaban impacientes.
—Bueno — vacilé—. Si... ese alguien…
—Supongamos que se llama Jisung—sugirió.
Tuve que sonreír a su entusiasmo. ¿Realmente pensaba que la verdad sería algo bueno? ¿Si mis secretos fueran agradables, por qué se los ocultaría?
—En ese caso, Jisung —estuve de acuerdo—. Si Jisung hubiera estado atento, la sincronización no tendría por qué haber sido tan exacta. —Sacudí mi cabeza y reprimí un estremecimiento al pensar cuán cerca había estado de llegar muy tarde—. Sólo tú podrías meterte en líos en un sitio tan pequeño. Destrozarías las estadísticas de delincuencia durante una década, ya sabes.
Sus labios se curvaron hacia abajo en las esquinas, poniendo mala cara.
—Hablábamos de un caso hipotético.
Me reí de su irritación.
Sus labios, su piel… se veían tan suaves. Quería ver si eran tan aterciopelados como parecían. Imposible. Mi tacto le sería repelente.
—Sí, cierto— dije volviendo a la conversación antes de que pudiera deprimirme demasiado— ¿Qué tal si le llamamos Chenle?
Se inclinó a través de la mesa hacia mí, todo el mal humor y la irritación se había ido de sus amplios ojos.
—¿Cómo lo supiste? —preguntó, su voz era baja e intensa.
¿Debería decirle la verdad? ¿Y, si es así, qué parte?
Quise decirle. Quise merecer la confianza que todavía podía ver en su cara.
—Puedes confiar en mí, ya lo sabes —estiró una mano hacia adelante como si fuera a tocar mis manos donde descansaban sobre la mesa vacía delante de mí.
Las retiré, odiando pensar en su reacción de rechazo a mi piel frígida de piedra, y Taeyong dejó caer su mano.
Sabía que podía confiar en él la protección de mis secretos; era enteramente honorable, bueno hasta el tuétano. Pero no podía confiar en que no lo horrorizarían. Taeyong debería estar horrorizado. La verdad era el horror.
—No sé si tengo otra alternativa —murmuré. Recordé que una vez le tomé el pelo llamándolo 'excepcionalmente distraído'. Ofendido, si había juzgado sus expresiones correctamente. Bien, podría acomodar esa injusticia, al menos—. Me equivoqué. Eres mucho más observador de lo que pensaba.
Y aunque Taeyong no pudiera comprenderlo, ya le había dado mucho crédito por eso.
—Creí que siempre tenías razón —dijo riendo, tomándome el pelo.
—Así era —solía saber lo que hacía. Solía estar siempre seguro de mí mismo. Y ahora todo era caos y tumulto. Aun así no lo cambiaría. No, si el caos significaba que yo no podía estar con Taeyong.
—Hay otra cosa en la que también me equivoqué contigo —continué, dejando claro el segundo punto—. No eres un imán para los accidentes... Esa no es una clasificación lo suficientemente extensa. Eres un imán para los problemas. Si hay algo peligroso en un radio de quince kilómetros, inexorablemente te encontrará.
¿Por qué Taeyong? ¿Qué había hecho él para merecer esto? Su rostro se puso serio de nuevo.
—¿Te incluyes en esa categoría?
La honestidad era más importante para esta pregunta que para cualquier otra.
—Sin ninguna duda.
Sus ojos se estrecharon ligeramente, no de forma sospechosa, pero de una manera extraña con preocupación. Sus labios se curvaron hacia esa sonrisa que sólo le había visto específicamente cuando confrontaba el dolor de alguien más. Estiró su mano a través de la mesa otra vez, despacio y deliberadamente. Retiré mis manos a una pulgada de distancia de él, pero no hizo caso de esto, determinado a tocarme. Contuve la respiración, no debido a su olor ahora, pero debido a la tensión repentina, aplastante. Miedo. Mi piel lo repugnaría. Huiría.
Entonces cepilló con la yema de sus dedos ligeramente a través del dorso de mi mano. El calor de su toque apacible, dispuesto, no se parecía a nada que alguna vez haya sentido. Fue casi como puro placer. Lo habría sido, excepto por mi miedo. Miré su cara mientras sentía la piedra fría de mi piel, todavía incapaz de respirar.
Su sonrisa de preocupación cambió a una más amplia, más cálida.
—Gracias —dijo mirándome fijamente con esa mirada intensa propia de él—. Es la segunda vez.
Sus dedos suaves se quedaron en mi mano como si encontraran agradable el estar allí.
Le contesté lo más casual que fui capaz.
—No dejarás que haya una tercera, ¿de acuerdo?
No me lo reprochó, pero cabeceó afirmativamente.
Retiré mis manos de debajo de las suyas. Tan exquisito como su toque se sintió, no iba a esperar a que la magia de su tolerancia se pasara y se transformara en repulsión. Oculté mis manos bajo la mesa.
Leí sus ojos; aunque su mente fuera silenciosa, podía percibir tanta confianza como preocupación en ellos. Comprendí en aquel momento que quería contestar sus preguntas. No porque se lo debía. No por querer que confiara en mí.
Quería que Taeyong me conociera.
—Te seguí a Port Ángeles —le dije, las palabras salían en tropel demasiado rápido para corregirlas. Conocía el peligro de la verdad, el riesgo que tomaba. En cualquier momento, Taeyong tranquilamente podría romper en histeria. De un modo contrario, sabiendo esto me puse a hablar más rápido—. Nunca antes había intentado mantener con vida a alguien en concreto y es mucho más problemático de lo que creía, pero eso tal vez se deba a que se trata de ti. La gente normal parece capaz de pasar el día sin tantas catástrofes.
Lo miré, esperando su reacción.
Sonrío ampliamente de nuevo. Sus ojos, claros-oscuros se veían más profundos que nunca.
Acababa de admitir que lo estaba acechando y Taeyong sonreía.
—¿Crees que me había llegado la hora la primera vez, cuando ocurrió lo de la furgoneta y que has interferido en el destino? —preguntó.
—Esa no fue la primera vez —dije, apartando la vista hacia el piso oscuro, mis hombros inclinados por la vergüenza. Mis barreras estaban bajas y la verdad todavía se derramaba imprudentemente—. La primera fue cuando te conocí.
Era verdad y esto me enfadó. Yo había colocado su vida sobre la lámina de una guillotina. Era como si Taeyong hubiera sido marcado para morir por algún destino cruel, injusto, y ya que yo había demostrado ser un instrumento poco confiable, el mismo destino siguió tratando de ejecutarlo. Me imaginé al destino personificado en una bruja espantosa, celosa, una arpía vengativa.
Quise hacer responsable a alguien de esto de modo que pudiera luchar contra algo en concreto. Alguien a quien destruir, de modo que Taeyong pudiera estar seguro.
Taeyong estaba muy callado; su respiración se había acelerado.
Alcé la vista hacia él, sabiendo que finalmente vería el miedo que esperaba.
¿Acababa de admitir cuán cerca había estado de matarlo? ¿Más cerca que cuando la furgoneta había estado a milímetros de quitarle la vida aplastándolo? Y, sin embargo, su cara todavía estaba relajada, sus ojos estaban apretados sólo por el interés.
—¿Lo recuerdas?
—Sí —dijo, su voz nivelada y grave, sus profundos ojos estaban llenos de conciencia.
Taeyong sabía. Sabía que había querido asesinarlo. ¿Dónde estaban los gritos?
—Y aún así estás aquí sentado —dije, advirtiendo la contradicción inherente.
—Sí, estoy aquí... Gracias a ti—su expresión cambió, fue un giro curioso, el cómo cambió mi versión—. Porque de alguna manera has sabido encontrarme hoy.
Sin esperanzas, empujé otra vez contra la barrera que protegía sus pensamientos, desesperado por entender. Esto no tenía ninguna lógica. ¿Cómo aún podía preocuparse por el resto con aquella verdad evidente sobre la mesa?
Esperó curioso. Su piel era pálida, que era natural para él, pero esto todavía me preocupaba. Su cena estaba casi intacta delante de él. Si seguía diciéndole demasiado, iba a necesitar un colchón cuando el shock le cayera encima.
Entonces indiqué mis condiciones
—Tú comes y yo hablo —procesó esto durante medio segundo y lanzó un raviol a su boca con una velocidad que desdibujó su tranquilidad. Estaba más ansioso por mi respuesta de lo que mostraban sus ojos—. Seguirte el rastro es más difícil de lo habitual —le dije—. Normalmente puedo hallar a alguien con suma facilidad siempre que haya “oído” su mente antes.
Miré su cara con cuidado cuando dije esto. Aceptar era una cosa, confirmar era otra.
Esperaba inmóvil y tenía sus ojos bien abiertos. Me sentí apretar los dientes,
esperando su pánico.
Pero Taeyong solo parpadeó una vez, tragó fuerte y, luego, rápidamente envió otro raviol a su boca. Quería que siguiera.
—Vigilaba a Jinni sin mucha atención —continué, mirando cómo absorbía cada palabra—. Como te dije, sólo tú puedes meterte en líos en Port Ángeles.
No me podía resistir a agregar eso. ¿Comprendía que otras vidas humanas no eran molestadas con experiencias cercanas a la muerte, o pensaba que esas cosas que le pasaban a él eran normales?
—Al principio no me di cuenta de que te habías ido por tu cuenta y luego, cuando comprendí que ya no estabas con ellas, fui a buscarte a la librería que vislumbré en la mente de Jinni. Te puedo decir que sé que no llegaste a entrar y que te dirigiste al sur. Sabía que tendrías que dar la vuelta pronto, por lo que me limité a esperarte, investigando al azar en los pensamientos de los viandantes para saber si alguno se había fijado en ti, y saber de ese modo dónde estabas. No tenía razones para preocuparme, pero estaba extrañamente ansioso… —Mi respiración se aceleró cuando recordé el sentimiento de pánico. Su olor ardió en mi garganta y me alegré. Este era un dolor que quería decir que Taeyong estaba vivo.
Mientras me quemara, Taeyong estaría seguro.
—Comencé a conducir en círculos, seguía alerta —esperé que lo que decía tuviera sentido para Taeyong. Esto debía ser confuso—. El sol se puso al fin y estaba a punto de salir y seguirte a pie cuando…
La memoria volvió a mí y el recuerdo perfectamente claro, como si estuviera viviéndolo de nuevo. Sentí la misma furia cruel esparcirse por mi cuerpo, encerrándolo en el hielo.
Lo quise muerto. Debería estar muerto. Mi mandíbula se apretó tratando de concentrarme aquí en la mesa. Taeyong todavía me necesitaba. Eso era lo que importaba.
—¿Qué pasó entonces? —susurró, sus ojos oscuros enormes.
—Oí lo que pensaban —dije entre dientes, incapaz de impedir a las palabras salir en un gruñido—. Y vi tu rostro en sus mentes.
Todavía conocía con precisión dónde encontrarlo. Sus pensamientos negros aspirados en el cielo de la noche me tironeaban.
Cubrí mi cara, sabiendo que mi expresión debía ser la de un cazador, un asesino. Fijé la imagen de Taeyong detrás de mis ojos cerrados para controlarme. El marco delicado de sus huesos, la delgada envoltura de su piel pálida, como seda estirada sobre cristal, increíblemente suave y fácil de romperse. Taeyong era demasiado vulnerable para este mundo. Taeyong necesitaba un protector. Y, por algún mal manejo retorcido del destino, yo era la cosa más cercana disponible.
Traté de explicar mi reacción violenta de modo que me entendiera.
—Resultó duro, no sabes cuánto, dejarlos... vivos —susurré—. Te podía haber dejado ir con Jinni y Karina, pero temía que, si me dejabas solo, iría por ellos.
Era la segunda vez esta noche que confesaba un intento de asesinato. Al menos este era defendible.
Estaba tranquilo mientras luchaba para controlarme. Escuché el latido de su corazón. El ritmo era irregular, pero este era más lento a medida que avanzaba el tiempo hasta que fue estable otra vez. Su respiración también era baja, pero estable.
Estaba muy cerca de flaquear. Tenía que llevarlo a casa antes de…
¿Mataría a la banda de Geum entonces? ¿Volvería a ser un asesino cuándo Taeyong había confiado en mí? ¿Había algún camino que me frenara?
Había prometido decirme su última teoría cuando estuviéramos solos.
¿Querría oírla? ¿Estaba ansioso de eso, pero sería la recompensa por mi curiosidad peor que no saber?
Por lo menos, Taeyong consiguió mucha verdad para una noche.
Lo miré otra vez y su cara estaba más pálida que antes, pero se compuso.
—¿Estás listo para ir a casa? —pregunté.
—Lo estoy para salir de aquí —dijo, escogiendo sus palabras con cuidado, como si un simple “sí” no expresara lo que quería decir.
Frustración.
La camarera volvió. Había oído la última declaración de Taeyong al estar nervioso del otro lado del mostrador, preguntándose qué más podría ofrecerme. Quise poner los ojos en blanco ante algunos de los ofrecimientos que la camarera había tenido en mente.
—¿Qué tal todo? —me preguntó.
—Dispuestos para pagar la cuenta, gracias —le dije, mirando a Taeyong.
La respiración de la camarera se detuvo y estuvo momentáneamente por usar la expresión de Taeyong, deslumbrada con mi voz.
En un momento repentino de percepción, oyendo el modo en que mi voz sonaba en la cabeza de esta humana inconsecuente, comprendí por qué parecía atraer tanta admiración esta noche, intacta por el miedo habitual.
Era debido a Taeyong. Intentando tanto ser seguro para él, ser menos espantoso, ser humano, yo realmente había perdido mi marca. Los otros humanos sólo veían la belleza ahora, con mi horror innato tan controlado.
Alcé la vista a la camarera, esperando que se recuperara. Esto era medio cómico, ahora que entendía la razón.
—Se...seguro. Aquí la tiene —me dio la carpeta con la cuenta, pensando en la tarjeta que había deslizado detrás del recibo, con su nombre y número de teléfono.
Sí, era bastante gracioso.
Yo tenía el dinero listo otra vez. Devolví la carpeta inmediatamente, entonces no se gastaría esperando una llamada que nunca recibiría.
—Quédese con el cambio— le dije, esperando que el tamaño del vuelto aliviaría su decepción.
Me levanté y Taeyong me siguió rápidamente. Quise ofrecerle mi mano, pero pensé que eso podría empujar mi suerte demasiado lejos para una noche. Le agradecí a la camarera, mis ojos nunca dejaron la cara de Taeyong.
Taeyong pareció encontrar algo divertido, también.
Caminé tan cerca de él como me atreví, tan cerca que el calor que emanaba su cuerpo era lo bastante fuerte para parecerse a un toque físico contra el lado izquierdo de mi cuerpo. Sostuve la puerta para él, suspiró silenciosamente y me pregunté qué pesar lo hizo entristecerse. Lo miré a los ojos, a punto de preguntarle, cuando de repente miró hacia el suelo, pareciendo avergonzado. Esto me dio más curiosidad, pero estaba menos dispuesto a preguntar. El silencio entre nosotros continúo mientras abrí la puerta del auto y entró.
Encendí la calefacción dado que la noche fría cayó abruptamente y el auto frío debía ser incómodo para Taeyong. Se acurrucó en mi chaqueta, con una pequeña sonrisa sobre sus labios.
Esperé, aplazando la conversación hasta que las luces de la ciudad se alejaron.
Lo que me hizo sentirme más solo con Taeyong.
¿Era lo correcto? El auto parecía muy pequeño. Su olor se arremolinaba en él con la corriente de la calefacción, construyéndolo y reforzándolo. Esto se convirtió en su propia fuerza, como una tercera entidad dentro del auto. Una presencia que exigía reconocimiento.
Y la tuvo; me quemaba. La quemazón era aceptable, aunque me pareció de una manera extrañamente apropiada. Me habían dado tanto esta noche, más de lo que había esperado. Y Taeyong estaba aquí, todavía de buen modo a mi lado. Le debía algo a cambio de esto. Un sacrificio. Un ofrecimiento en llamas.
Ahora, si yo sólo pudiera mantener esto; sólo la quemazón y nada más. Pero el veneno llenó mi boca y mis músculos se tensaron con anticipación, como si estuviera de caza.
Tenía que mantener tales pensamientos fuera de mi mente y sabía que me distraería.
—Ahora —le dije, el miedo de su respuesta me llevó al borde de la quemazón.
—Te toca a ti.
˚✩ 。🌗˚ ✩
CAPÍTULO DIEZ: TEORÍA
—¿Puedo hacerte sólo una pregunta más? —preguntó rápidamente en lugar de contestar a mi demanda.
Yo estaba en el borde, ansioso esperando lo peor. Y, sin embargo, cuán tentador era prolongar este momento. Tenerlo conmigo voluntariamente, por sólo unos segundos más. Suspiré ante el dilema y, a continuación, dije—: Una.
—Bueno...—dudó por un momento, como si decidiera qué pregunta hacer—. Dijiste que sabías que no había entrado en la librería y que me había dirigido al sur. Sólo me preguntaba cómo lo supiste.
Miré hacia el parabrisas. Otra pregunta que no me decía nada de él, y demasiado de mí.
—Pensé que habíamos superado la parte de las evasivas —dijo en un tono crítico y decepcionado.
¡Qué irónico! Taeyong fue evasivo sin tregua, sin siquiera intentarlo.
Bueno, quería que fuera directo y teniendo en cuenta que esta conversación no iba a ningún lugar bueno.
—Muy bien —dije—. Seguí tu olor.
Quise mirar su cara, pero tenía miedo de lo que vería. En su lugar, escuché su respiración acelerarse y luego tranquilizarse. Habló otra vez después de un momento y su voz era más constante de lo que habría esperado.
—Aún no has respondido a la primera de mis preguntas —dijo.
Miré hacia abajo encontrando sus ojos, ceñudo. Taeyong también estaba evadiendo.
—¿Cuál? —dije al fin.
—¿Cómo funciona lo de leer mentes? —volvió a preguntar, reiterando su pregunta del restaurante—. ¿Puedes leer la mente de cualquiera, en cualquier lugar? ¿Cómo lo haces? ¿Puedes hacerlo con el resto de tu familia? —se apagó, ruborizándose de nuevo.
—Esa es más de una —dije.
Taeyong sólo me miró, a la espera de sus respuestas.
¿Y por qué no decírselo? Taeyong ya había conjeturado la mayor parte de esto y era un tema más fácil que el que surgió.
—No, sólo yo tengo esa facultad, y no puedo oír a cualquiera en cualquier parte. Debo estar bastante cerca, cuanto más familiar me resulta esa “voz” más lejos soy capaz de oírla, pero aún así no más de unos pocos kilómetros —traté de pensar en una manera de explicárselo para que Taeyong lo entendiera mejor. Una analogía con la que pudiera relacionarse—. Es un poco como estar en una enorme sala llena de gente, todo el mundo hablando a la vez. Es sólo un zumbido, un zumbido de voces en el fondo. Hasta que localizo una voz y, entonces, está claro lo que piensan. La mayor parte del tiempo no las escucho, ya que me puede llegar a distraer demasiado, y así es más fácil parecer normal —fruncí el ceño—. Y no responder a los pensamientos de alguien antes de que los haya expresado con palabras.
—¿Por qué crees que no puedes oírme? —se preguntaba. Le dije otra vez la verdad con una analogía.
—No sé —admití—. Mi única suposición es que tal vez tu mente funcione de otra forma diferente que la de los demás. Es como si tus pensamientos fluyeran en onda media y yo sólo captase los de frecuencia modulada.
Me di cuenta de que a Taeyong no le gustaría esta comparación tan pronto las palabras salieron de mi boca. La anticipación a su reacción me hizo sonreír. No me defraudó.
—¿Mi mente no funciona bien? —preguntó, subiendo la voz—. ¿Soy un bicho raro?
Ah, la ironía de nuevo.
—Yo oigo voces en mi mente y a ti te preocupa que tú seas el bicho raro —me reí. Taeyong entendía todas las pequeñas cosas, pero las grandes al revés. Siempre los instintos incorrectos.
Taeyong se mordió su labio, y frunció su ceño fuerte y profundamente.
—No te preocupes —lo tranquilicé—. Es apenas una teoría…
Y había una teoría más importante que discutir. Estaba impaciente por conseguirla ya. Cada segundo comenzaba a sentirse cada vez más como tiempo perdido.
—Y eso nos trae de vuelta a ti.
Suspiró, todavía mordiéndose su labio. Me preocupaba que se lastimara. Me miró a los ojos con cara de preocupación.
—¿Pensaba que habíamos superado la etapa de las evasivas? —le pregunté en silencio.
Miró hacia abajo, luchando con algunos dilemas internos. De repente, se puso rígido, abrió los ojos de par en par. El miedo destellaba a través de su cara por primera vez.
—Dios Santo —jadeó.
Me aterré. ¿Qué había visto? ¿Cómo lo había asustado? Entonces gritó—: ¡Ve más despacio!
—¿Qué pasa? —no entendía de dónde provenía su terror.
—¡Vas a ciento sesenta! —me gritó.
Rápidamente miró por la ventanilla y retrocedió a los árboles oscuros que nos pasaban como un borrón.
¿Esta pequeña cosa, apenas un poco de velocidad, lo hacía gritar de miedo? Puse los ojos en blanco.
—Tranquilízate, Taeyong.
—¿Estás tratando de matarnos? —demandó con voz alta y firme.
—No vamos a chocar —le prometí.
Tomó una bocanada de aire y a continuación habló en un tono más bajo.
—¿Por qué vamos tan deprisa?
—Siempre conduzco así.
Me encontré con su mirada, divertido por su expresión conmocionada.
—¡No apartes la vista de la carretera! —gritó.
—Nunca he tenido un accidente, Taeyong. Ni siquiera me han puesto una multa —le sonreí tocando mi frente. Me pareció cómico lo absurdo de poder bromear con él sobre algo tan secreto y extraño—. A Prueba de radares y detectores de velocidad.
—Muy divertido —dijo sarcásticamente, su voz era enojada—. Taeil es policía
¿recuerdas? He crecido respetando las leyes de tránsito. Además, si nos la pegamos contra el tronco de un árbol y nos convertimos en una galleta de Volvo, tendrás que regresar a pie.
—Probablemente —repetí, riendo sin humor. Sí, nos iría absolutamente diferente en un accidente de tránsito. Taeyong tenía razón de tener miedo, a pesar de mis capacidades de conducción—. Pero tú no.
Con un suspiro, levanté el pie del acelerador.
—¿Satisfecho?
Miró el velocímetro.
—Casi.
¿Seguía siendo esto demasiado rápido para Taeyong?
—Odio conducir lento —murmuré. Pero dejé que la aguja bajara otro poco.
—¿Llamas a esto despacio? —preguntó.
—Basta de criticar mi forma de conducir —dije con impaciencia. ¿Cuántas veces había evadido ya mi pregunta? ¿Tres veces? ¿Cuatro? ¿Eran tan terroríficas sus especulaciones? Tenía que saberlo inmediatamente—. Todavía estoy esperando tu última teoría.
Se mordió el labio otra vez y su expresión se convirtió en trastorno, casi doloroso.
Agonicé en mi impaciencia y ablandé mi voz. No quería que se entristeciera.
—No me reiré —prometí, deseando que solamente fuese vergüenza lo que lo hacía poco dispuesto hablar.
—Temo más que te enfades conmigo —susurró. Forcé mi voz para permanecer tranquilo.
—¿Tan mala es?
—Bastante, sí.
Taeyong miraba abajo, rechazando mirar mis ojos. Los segundos pasaron.
—Adelante —lo animé. Su voz era muy baja.
—No sé por dónde empezar.
—¿Por qué no empiezas por el principio? —recordaba sus palabras antes de la cena—. Dijiste que no era tu invención.
—No —convino y después guardó silencio otra vez. Pensé en las cosas que pudieron haber inspirado.
—¿Cómo empezaste, con un libro, con una película?
Debí haber mirado a través de sus colecciones cuando Taeyong estaba fuera de la casa. No tenía ninguna idea si Bram Stoker o Anne Rice estaban allí en su pila de los libros gastados.
—No —dijo otra vez—. Fue el sábado, en la playa.
No esperaba eso. El chisme local sobre nosotros nunca se había perdido en cualquier cosa demasiado extraña o demasiado exacta. ¿Había un nuevo rumor que me había perdido? Taeyong dejó de mirar sus manos y vio la sorpresa en mi cara.
—Me encontré con un viejo amigo de la familia… Wong Lucas —continuó—. Su papá y Taeil han sido amigos desde que era un bebé.
Wong Lucas, el nombre no me era familiar, pero aún así me recordó algo… algún tiempo, hace mucho tiempo… Miré fijamente más allá del parabrisas, buscando en mi memoria para encontrar la conexión.
—Su papá es uno de los ancianos Quileute —dijo. Wong Lucas. Un descendiente de Yixing, sin duda. Es tan malo como se podría esperar.
Sabía la verdad.
Mi mente volaba a través de las ramificaciones así como el auto volaba alrededor de las oscuras curvas en la carretera, mi cuerpo rígido con angustia, inmóvil excepto para las pequeñas y automáticas acciones que necesitaba para dirigir el auto. Taeyong sabía la verdad.
Pero… si Taeyong supo la verdad el sábado… entonces la había sabido toda la noche… y aún así…
—Fuimos a dar un paseo —continuó—. Y él me estuvo contando viejas leyendas creo que para asustarme. Me contó una…
Paró brevemente, pero ya no había necesidad de dudas; sabía lo que iba a decir. El único misterio ahora era por qué seguía aquí conmigo.
—Continúa —dije.
—Sobre vampiros —respiró, las palabras eran menos que un susurro.
De alguna manera, era incluso peor que saber que Taeyong sabía, oyéndole decirlo en voz alta. Retrocedí ante el sonido de la palabra y después me controlé otra vez.
—¿Y pensaste inmediatamente en mí? —pregunté.
—No. Él… mencionó a tu familia.
¡Cuán irónico que sería la propia progenie de Yixing, quien violara el tratado que él había jurado defender! Un nieto, o su tataranieto, quizás. ¿Cuántos años habían pasado? ¿Setenta?
Debí darme cuenta de que no sería el anciano que creía en las leyendas el que sería un peligro. Por supuesto, la generación más joven, los que habían sido advertidos, pero que creían que las antiguas supersticiones eran irrisorias, ahí era donde se encontraba el peligro a la exposición.
Supuse que esto significaba ahora que era libre de acabar con la pequeña e indefensa tribu en la costa, estaba tan inclinado. Yixing y su manada de protectores estaban todos muertos.
—Él creía que era una superstición tonta —dijo Taeyong repentinamente, su voz reflejaba una nota de ansiedad como si pudiera leer mis pensamientos—. Él no esperó que me creyera ni una palabra.
Miré por el rabillo de mi ojo como retorcía sus manos inquietas.
—Fue culpa mía —dijo después de una breve pausa y entonces bajó su cabeza como si estuviera avergonzado—. Lo obligué a contármelo.
—¿Por qué? —no era tan duro ahora mantener bajo mi nivel de voz. Lo peor ya estaba hecho. Mientras habláramos de los detalles de la revelación, no teníamos que pasar a las consecuencias de ello.
—Somi dijo algo sobre ti… intentaba provocarme —hizo un pequeño gesto recordándolo. Me distraje levemente, preguntándome cómo Taeyong sería provocado por alguien que hablara de mí—. Y un chico mayor de la tribu dijo que tu familia no iba a la reserva, sólo que sonó como si aquello tuviera un significado especial, por lo que me llevé a Lucas a solas y le engañé para que me lo contara.
Su cabeza se hundió aún más mientras que Taeyong admitía esto y su expresión parecía… culpable.
Aparté la mirada de Taeyong y me reí ruidosamente. Fue un sonido con los bordes duros. ¿Se sentía culpable? ¿Qué podría haber hecho para merecer ser censurado de cualquier manera?
—¿Cómo le engañaste? —pregunté.
—Intenté flirtear un poco. Funcionó mejor de lo que había pensado —explicó, y su voz parecía incrédula ante el recuerdo de su éxito.
Podría apenas imaginar, considerando la atracción que Taeyong parecía causar en todas las personas y de cuya parte parecía que estaba totalmente inconsciente, cuán abrumador sería cuando trataba de ser atractivo. De repente sentí compasión por el muchacho confiado al que le había liberado una fuerza tan potente.
—Me habría gustado haber visto eso —dije, y entonces reí otra vez con humor negro. Deseaba haber podido oír la reacción del chico, ser testigo de la devastación por mí mismo—. ¡Y tú me acusas de deslumbrar a la gente… pobre Wong Lucas!
No estaba tan enojado con la fuente de mi exposición como esperaba. Él no sabía. ¿Y cómo podría esperar que cualquier persona se negase a las peticiones de Taeyong? No, sentía solamente simpatía por el daño que Taeyong habría hecho a su paz interior.
Sentí el calor de su rubor en el aire entre nosotros. Eché un vistazo hacia Taeyong y él miraba fijamente hacia fuera de su ventana. No habló otra vez.
—¿Qué hiciste entonces? —lo incité. Hora de volver a la historia de horror.
—Busqué en Internet.
Siempre práctico.
—¿Y eso te convenció?
—No —dijo—. Nada encajaba. La mayoría eran tonterías y entonces…
Taeyong paró de nuevo y apretó los dientes.
—¿Qué? —exigí. ¿Qué había encontrado? ¿Qué sentido tenía esta pesadilla para Taeyong?
Se detuvo brevemente y entonces susurró—: Decidí que no importaba.
El choque congeló mis pensamientos por medio segundo y, a continuación, me encajó todo. ¿Por qué había despedido a sus amigas en lugar de escapar con ellas?
¿Por qué se había metido conmigo en mi auto otra vez en lugar de correr, gritando a la policía?
Sus reacciones siempre eran equivocadas, siempre completamente equivocadas. Taeyong atraía el peligro hacia sí mismo. Lo invitaba.
—¿Qué no importaba? —dije a través de mis dientes. La cólera me llenaba.
¿Cómo se supone que pueda proteger a alguien tan… tan… determinado a estar desprotegido?
—No —dijo en una voz baja que era inexplicablemente suave—. No me importa lo que seas.
Taeyong era imposible.
—¿No te importa que sea un monstruo? ¿Que no sea humano?
—No.
Comencé a preguntarme si Taeyong estaba enteramente estable.
Supuse que lo podría arreglar, para que recibiera el mejor cuidado disponible… Kun tendría los contactos para encontrarle los médicos más expertos, los terapeutas más talentosos. Quizás algo se podría hacer para arreglar lo que estaba mal en Taeyong, lo que sea que le hiciera estar sentado al lado de un vampiro con su corazón latiendo tranquilo y constante. Vigilaría el lugar, naturalmente, y lo visitaría tan a menudo como Taeyong me lo permitiera.
—Te has enfadado —suspiró—. No debería haberte dicho nada.
Como si el hecho de que ocultara estas inquietantes tendencias ayudara a cualquiera de nosotros.
—No, prefiero saber qué piensas incluso cuando lo que pienses sea una locura.
—¿Así que me equivoco otra vez? —preguntó con un tono desafiante.
—No me refiero a eso —mis dientes rechinaron de nuevo—. “No importa” —dije con un tono mordaz.
Taeyong continuó—: ¿Estoy en lo cierto?
—¿Importa? —le contesté.
Tomó un profundo aliento. Esperé airadamente su respuesta.
—No realmente —dijo con su voz tranquila de nuevo—. Pero siento curiosidad.
No realmente. No importaba realmente. No le importaba. Taeyong sabía que yo era inhumano, un horror, y esto realmente no le importaba.
Aparte de mis preocupaciones acerca de su cordura, empecé a sentir una hinchazón de la esperanza. Traté de aplastarla.
—¿Sobre qué sientes curiosidad? —le pregunté. Ya no había más secretos, sólo pequeños detalles.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó.
Mi respuesta fue automática y arraigada.
—Diecisiete.
—¿Y desde hace cuánto tienes diecisiete?
Intenté no sonreír a su tono paternalista.
—Bastante —admití.
—De acuerdo —dijo, abruptamente entusiasta. Me sonrió. Cuando lo miré de nuevo, ansioso de nuevo por su salud mental, me sonrió más ampliamente. Yo fruncí el ceño.
—No te rías —advirtió—. Pero, ¿cómo es que puedes salir durante el día?
Me reí, a pesar de su petición. Parece que no hubo nada inusual en su investigación.
—Un mito —le dije.
—¿No te quema el sol?
—Un Mito.
—¿Y lo de dormir en ataúdes?
—Un Mito.
Soñar no había sido una parte de mi vida en bastante tiempo, no hasta estas últimas noches, pues había visto a Taeyong soñar.
—No puedo dormir —murmuré, contestando a su pregunta más completamente.
Taeyong guardó silencio por un momento.
—¿Nada? —preguntó.
—Jamás —susurré.
Mientras observaba su profunda mirada, leía la sorpresa y la simpatía en ellos, abruptamente deseé poder dormir. No para olvidar, cómo lo había deseado antes, no para escapar del aburrimiento, sino porque quise ser capaz de poder soñar. Quizá, si pudiera estar inconsciente, si pudiera soñar, podría vivir por algunas horas en un mundo donde Taeyong y yo podríamos estar juntos. Taeyong soñaba conmigo. Quise soñar con él.
Me miró fijamente, su expresión llena completamente de preguntas. Tuve que apartar mi vista.
No podría soñar con él. Taeyong no debería soñar conmigo.
—Aún no me has formulado la pregunta más importante —dije severo y el corazón de piedra dentro mi pecho se sintió más frío y duro que antes. Tenía que forzarlo a entender. En algún momento, tendría que darse cuenta de que todo esto sí importaba, más que cualquier otra consideración. Consideraciones como el hecho de que yo lo amaba.
—¿Cuál? —dijo sorprendido e inconsciente. Eso sólo hizo que mi voz se volviera más severa.
—¿No te preocupa mi dieta?
—Ah, eso —lo dijo quedamente, de un modo que no pude interpretarlo.
—Sí, eso. ¿No quieres saber si bebo sangre?
Se estremeció por mi pregunta. Finalmente.
—Bueno, Lucas me dijo algo al respecto —dijo.
—¿Qué dijo Lucas?
—Dijo que no cazabas… personas. Dijo que se suponía que tu familia no era peligrosa porque sólo cazaban animales.
—¿Él dijo que no éramos peligrosos? —repetí cínicamente.
—No exactamente —aclaró—. Él dijo que se suponía que no lo eran, pero los Quileutes siguen sin quererlos en sus tierras, sólo por si acaso.
Miré fijamente el camino, mis pensamientos en un gruñido desesperado. Mi garganta me dolía con la sed ardiente y familiar.
—Entonces, ¿tiene razón? —preguntó tan tranquilamente como si confirmara un reporte del tiempo— ¿Sobre qué no cazan personas?
—Los Quileutes tienen una larga memoria —asintió para sí mismo, pensando con fuerza—. Aunque no dejes que eso te satisfaga —dije rápidamente—. Tienen razón al mantener la distancia con nosotros. Seguimos siendo peligrosos.
—No entiendo.
“No, claro que no entendía. ¿Cómo hacerle ver?”
—Lo… intentamos —le dije—. Solemos ser buenos en lo que hacemos pero a veces cometemos errores. Yo, por ejemplo, al permitirme estar a solas contigo.
Su olor aún era una fuerza dentro de mi auto. Me estaba acostumbrando cada vez más a él, podía casi ignorarlo, pero no podía negar que mi cuerpo todavía lo anhelaba por la peor razón. Mi boca nadaba en veneno. Tragué.
—¿Esto es un error? —preguntó y había angustia en su voz. El sonido me desarmó. Taeyong quería estar conmigo a pesar de todo, Taeyong quería estar conmigo.
La esperanza se hinchó otra vez y la batí hacia atrás.
—Uno muy peligroso —le dije verazmente, deseando que la verdad realmente dejara de importar de alguna manera.
No respondió por un momento. Oí que su respiración cambiaba, aunque de manera extraña, no tenía miedo.
—Cuéntame más —dijo repentinamente, con su voz torcida por la angustia.
Parecía estar sintiendo algún tipo de dolor. ¿Cómo había permitido que esto ocurriera?
—¿Qué más quieres saber? —le pregunté, tratando de pensar una manera de no hacerle daño. Taeyong no debería estar herido. No podía dejarlo herido.
—Dime por qué cazan animales en lugar de personas —dijo, todavía angustiado.
¿No era evidente? O quizás esto no le importaba tampoco.
—No quiero ser un monstruo —susurré.
—¿Pero no bastan los animales?
Busqué otra comparación, una manera para que lo pudiera entender.
—No puedo estar seguro, por supuesto, pero yo lo compararía con vivir a base de queso y leche de soja; nos llamamos a nosotros mismos vegetarianos, es nuestro pequeño chiste privado. No sacia el apetito por completo, bueno, más bien la sed. Pero nos mantiene lo bastante fuertes para resistir… la mayoría de las veces —mi voz sonó más baja; estaba avergonzado del peligro en el que le permitía estar. Peligro que seguía permitiendo—. Algunas veces es más difícil que otras.
—¿Te resulta difícil ahora?
Suspiré. Por supuesto que haría la pregunta que yo no quería responder.
—Sí —admití.
Su respuesta física fue como esperaba esta vez: su respiración se mantuvo estable, su corazón mantuvo su patrón. Lo esperé, pero no lo entendía. ¿Cómo no podía tener miedo?
—Pero ahora no tienes hambre —declaró, perfectamente seguro de sí mismo.
—¿Por qué cree eso?
—Tus ojos —dijo en un tono casual—. Te dije que tenía una teoría. Me he dado cuenta que las personas y los hombres en particular, se vuelven malhumorados cuando tienen hambre.
Me reí entre dientes por su descripción: Malhumorado. Lo había subestimado.
Pero Taeyong estaba absolutamente en lo correcto, como de costumbre.
—Eres muy observador ¿verdad? —reí otra vez.
Sonrió un poco, la arruga en medio de sus ojos se acentuó como si se concentrara en algo.
—¿Este fin de semana estuviste cazando con Johnny? —preguntó después de que mi risa se desvaneció. La forma casual en la que habló era tan fascinante como frustrante. ¿Podría realmente aceptarlo con tanta calma? Yo estaba más cerca de entrar en shock que Taeyong.
—Sí —le dije y, entonces, cuando estaba a punto de dejarlo hasta ahí, sentí el mismo impulso que había tenido en el restaurante: Quería que Taeyong me conociera—. No quería ir —continué lentamente—. Pero era necesario. Es un poco más fácil estar alrededor de ti cuando no estoy sediento.
—¿Por qué no querías ir?
Tomé una respiración profunda y volteé para encontrarme con su mirada. Este tipo de honestidad fue difícil en una manera muy distinta.
—Estar lejos de ti me pone… ansioso —supuse que esa palabra sería suficiente, aunque no fue lo suficientemente fuerte—. No bromeaba cuando te pedí que no te cayeras al mar o te dejaras atropellar el jueves pasado. Estuve abstraído todo el fin de semana, preocupándome por ti y después de lo acaecido esta noche, me sorprende que hayas salido indemne del fin de semana.
Entonces me acordé de las raspaduras en la palma de su mano.
—Bueno, no totalmente indemne —enmendé.
—¿Qué?
—Tus manos —le recordé.
Suspiró y las comisuras de su boca se movieron hacia abajo.
—Me caí.
—Eso es lo que pensé —dije incapaz de contener mi sonrisa—. Supongo, siendo tú, podría haber sido mucho peor y esa posibilidad me atormentó mientras duró mi ausencia. Fueron 3 días realmente largos y la verdad es que puse a Johnny de los nervios —honestamente, eso no pertenecía al pretérito. Probablemente todavía irritaba a Johnny y a todo el resto de mi familia, también. Excepto Sicheng.
—¿Tres días? —preguntó, su voz repentinamente dura—. No acabas de regresar hoy?
No entendía el borde en su voz.
—No, volvimos el domingo.
—Entonces ¿por qué no fueron ninguno de ustedes a la escuela? —exigió saber. Su irritación me confundió, no parecía darse cuenta de que esta cuestión se relacionaba de nuevo con la mitología.
—Bueno, me has preguntado si el sol me hace daño y no lo hace, pero no puedo salir a la luz del día… Al menos, no donde alguien pueda verme.
Eso lo distrajo de su misteriosa molestia.
—¿Por qué? —pidió saber, inclinando su cabeza a un lado.
Dudé si podría salir con la analogía apropiada para explicar esto. Así que le dije—: Algún día te lo mostraré. —E inmediatamente me pregunté si esta sería una promesa que terminaría rompiendo. Dije las palabras tan casualmente pero no podía imaginarme realmente haciéndolo.
No era algo por lo que preocuparse ahora. No sabía si me permitiría verlo otra vez después de esta noche. ¿Lo amaba lo suficiente como para soportar dejarlo?
—Me podrías haber llamado —dijo. Qué extraña conclusión.
—Sabía que estabas a salvo.
—Pero yo no sabía dónde estabas tú. Yo… —se detuvo abruptamente y miró sus manos.
—¿Qué?
—No me gusta… —dijo tímidamente y su piel se tornó de un bonito color en sus pómulos—... no verte. También me pone ansioso.
“¿Estás feliz ahora?” Me pregunté a mí mismo. Bien, aquí estaba mi recompensa por esperanzarme.
Estaba desconcertado, exaltado, horrorizado, sobre todo horrorizado, al darme cuenta de que mis fantasías salvajes no estaban tan lejos de la verdad. Esta era la razón por la que no le importaba que yo fuera un monstruo. Era exactamente la misma razón por la cual a mí ya no me importaban las reglas. Porque el bien y el mal ya no obraban su influencia. Porque todas mis prioridades habían pasado a un puesto más hacia abajo para dar cabida a Taeyong en la parte superior.
Taeyong también se preocupaba por mí.
Sabía que no se podía comparar a como yo lo amaba. Taeyong era mortal, cambiante. No estaba anclado sin esperanzas de liberarse. Pero aún así, le importaba lo suficiente como para sentarse aquí conmigo y arriesgar su vida. Hacerlo con tanta alegría.
Lo suficiente como para causarle dolor si hiciera las cosas bien y lo dejara.
¿Existía algo que pudiera hacer ahora para no herirlo? ¿Nada en absoluto?
Cada palabra dicha aquí, cada una de ellas era otra semilla de granada. Esa extraña visión del restaurante estaba más correcta de lo que creía.
Debí haberme mantenido alejado. Nunca debí haber vuelto a Forks. No le causaré más nada que dolor.
¿Me detendría eso de irme ahora? ¿De hacerlo peor?
La manera en que me sentía ahora mismo, sintiendo su calidez contra mi piel… No. Nada me detendría.
—Ah —gemí para mí mismo—. Esto no está bien.
—¿Qué he dicho? —preguntó, rápidamente sintiéndose culpable.
—¿No lo ves, Taeyong? De todas las cosas en las que te has visto involucrado esta es la que me hace sentir peor. No quiero oír que te sientes así —era la verdad, era una mentira. La parte más egoísta de mí volaba con el conocimiento de que Taeyong me quería a mí como lo quería yo a él—. Es un error. No es seguro. Soy peligroso, Taeyong. Grábate eso, por favor.
—No —sus labios hicieron un puchero.
—Hablo en serio —luchaba con tanta fuerza conmigo mismo medio desesperado porque Taeyong aceptara mis advertencias y medio desesperado por guardarlas, que las palabras me salieron a través de los dientes, como un gruñido.
—También yo —insistió—. Te lo dije, no me importa que seas, es demasiado tarde.
¿Demasiado tarde? El mundo fue desoladamente blanco y negro por un segundo eterno mientras veía las sombras arrastrarse por el césped soleado hacia la figura dormida de Taeyong en mi memoria. Inevitable, imparable. Robaron el color de su piel y la hundieron en la oscuridad, hacia el inframundo.
¿Demasiado tarde? La visión de Sicheng arremolinó en mi cabeza, los ojos de Taeyong, rojos por la sangre, mirándome apaciblemente, inexpresivos. Pero no había manera de que Taeyong pudiera no odiarme por ese futuro. Odiarme por robarle todo.
No podría ser demasiado tarde.
—Jamás digas eso —siseé.
Miró fijamente hacia fuera de su ventana y sus dientes mordiendo su labio otra vez. Tenía las manos con los puños apretados en su regazo. Su respiración se aceleró.
—¿En qué piensas? —tenía que saber.
Sacudió su cabeza sin mirarme. Vi algo relucir, como un cristal, en su mejilla. Agonía.
—¿Estás llorando? —lo había hecho llorar. Tanto así lo había lastimado. Se restregó la lágrima con la parte posterior de la mano.
—No —mintió, rompiendo su voz.
Un cierto instinto enterrado hace mucho tiempo, me hizo estirar la mano hacia Taeyong. En ese segundo me sentí más humano que nunca. Entonces recordé que no lo era… y bajé mi mano.
—Lo siento —dije con la quijada trabada. ¿Cómo podría decir lo mucho que lo sentía? Que lo sentía por todas las estupideces que había cometido. Que lo sentía por ser tan egoísta. Que sentía que fuera tan desafortunado como por haber inspirado en mí mi primer y último trágico amor. Que lo sentía también por las cosas más allá de mi control, que había sido el monstruo elegido por el destino para terminar su vida en primer lugar.
Respiré profundamente, haciendo caso omiso de mi reacción desgraciada al sabor dentro del auto e intenté recomponerme.
Quise cambiar el tema, pensar en algo más. Suerte para mí, la curiosidad por Taeyong era insaciable.
—Dime una cosa —dije.
—¿Sí? —sonó ronca, su voz sonaba aún llena de lágrimas.
—Esta noche, justo antes de que yo doblara la esquina ¿en qué pensabas? No podía entender tu expresión… No parecías asustado, sino más bien, concentrado al máximo en algo —recordé su rostro, forzándome a mí mismo en olvidar de quién eran los ojos que veía, y la mirada de determinación que tenía.
—Intentaba recordar cómo incapacitar a un atacante —dijo con su voz más compuesta—. Ya sabes, autodefensa. Le iba a meter la nariz en el cerebro a ese…
Su calma no duró hasta el final de su explicación. Su tono cambió hasta llenarse de odio. Ésta no era ninguna hipérbole y su furia no era chistosa ahora. Podía ver su figura frágil, seda sobre vidrio, eclipsada por los monstruos humanos que lo pudieron haber lastimado. La furia hirvió en la parte posterior de mi cabeza.
—¿Ibas a luchar contra ellos? —quise gemir. Sus instintos eran mortales para él misma—. ¿No pensaste en correr?
—Me caigo mucho cuando corro —dijo vergonzosamente.
—¿Y en gritar?
—Estaba a punto de hacerlo.
Sacudí mi cabeza en incredulidad.
—Tienes razón —dije con un borde agrio en mi voz—. Definitivamente estoy luchando contra el destino al mantenerte con vida.
Suspiró y continuó mirando por la ventana, entonces me miró de nuevo.
—¿Te veré mañana? —exigió bruscamente.
Ya que iba camino al infierno, ¿Por qué no disfrutar del viaje?
—Sí, también tengo un trabajo que entregar —le sonreí, y se sentía bien hacerlo. Claramente, los instintos de Taeyong no eran los únicos que estaban al revés.
—Te reservaré un sitio para almorzar.
Su corazón latió con fuerza y mi corazón muerto se sintió más cálido.
Detuve el auto delante de la casa de su padre. Taeyong no hizo ningún movimiento para dejarme.
—¿Me prometes estar ahí mañana? —insistió.
—Lo prometo.
¿Cómo puede ser que hacer lo incorrecto me diera tanta felicidad? Sin duda había algo de mal en eso.
Asintió para sí mismo, satisfecho y comenzó a quitarse la cazadora.
—Te la puedes quedar —le aseguré con rapidez. Prefería dejarle un recuerdo de mí. Un souvenir, al igual que la tapa de botella que estaba en mi bolsillo ahora—. No tienes una para mañana.
Me la regresó sonriendo tristemente.
—No quiero tener que explicárselo a Taeil —me dijo.
Me imagino que no. Le sonreí.
—Ah, de acuerdo.
Puso su mano sobre la perilla de la puerta y luego se detuvo. Poco dispuesto a irse, al igual que yo no estaba dispuesto a dejarlo ir.
Para dejarlo desprotegido, incluso por poco tiempo…
Sion y Yushi ya estarían lejos, más allá de Seattle, sin duda. Pero siempre hay otros.
—¿Taeyong? —le pregunté, sorprendido por el placer que resultaba del simple hecho de decir su nombre.
—¿Sí?
—¿Puedes prometerme algo?
—Sí —aceptó fácilmente y, a continuación, sus ojos se estrecharon, como si hubiese pensado en un motivo para oponerse.
—No vayas solo al bosque —le advertí, preguntándome si esta petición gatillaría la objeción de sus ojos.
Taeyong parpadeó sorprendido.
—¿Por qué?
Fruncí el ceño hacia la indigna de confianza oscuridad. La falta de luz no era un problema para mis ojos, pero tampoco resultaría un problema para otro cazador
—No soy la criatura peligrosa que ronda por ahí fuera —le dije—. Vamos a dejarlo así.
Taeyong tembló, pero se recuperó rápidamente e incluso sonrió cuando me dijo—: Lo que tú digas— su aliento tocó mi rostro, tan dulce.
Podía permanecer aquí toda la noche de este modo, pero Taeyong necesitaba su sueño. Los dos deseos parecían igualmente fuertes guerreando dentro de mí: queriéndolo versus queriendo que estuviese bien.
Suspiré a las imposibilidades.
—Te veré mañana —dije, sabiendo que lo vería mucho más pronto que eso. Taeyong no me vería hasta mañana, no obstante.
—Entonces hasta mañana —dijo mientras abría la puerta. Agonía otra vez, mirando su partida.
Me incliné hacia Taeyong, queriendo detenerlo aquí.
—¿Taeyong?
Se dio vuelta, y entonces se congeló, sorprendido por encontrar nuestras caras tan juntas.
Yo también me abrumé por la proximidad. El calor me cayó en ondas, acariciando mi cara. Podía sentir la sensación de seda de su piel.
Su corazón tartamudeó y sus labios cayeron abiertos.
—Que duermas bien —susurré y me incliné lejos antes de que la urgencia en mi cuerpo, la sed familiar o la muy nueva y extraña hambre que sentí, pudieran impulsarme a hacer repentinamente algo que pudiera lastimarlo.
Se sentó allí inmóvil por un momento con los ojos grandes y aturdidos.
Deslumbrado, supongo.
Como yo.
Se recuperó, aunque su cara estaba todavía un poco pasmada, y medio se cayó del auto tropezando con sus pies, teniendo que agarrarse al marco del auto.
Me reí. Esperando que fuese lo suficientemente silencioso como para que lo oyera.
Observé cómo anduvo tropezando hasta llegar a la piscina de luz que rodeaba la puerta de enfrente. Seguro por el momento. Y yo volvería pronto para asegurarme. Sentí como sus ojos me seguían por la oscura calle. Era una sensación muy diferente a la que yo estaba acostumbrado. Por lo general podía simplemente verme partir a través de los ojos de alguien más, si quería. Esto era extrañamente excitante, esa intangible sensación de ojos que te miran. Sabía que era solamente, porque eran
sus ojos lo que me miraban.
Millones de pensamientos se perseguían unos con otros en mi cabeza mientras manejaba sin rumbo fijo hacia la noche.
Circulé durante mucho tiempo a través de las calles, yendo a ninguna parte, pensando en Taeyong y en la increíble libertad que sentía ahora que él sabía la verdad. Ya no tenía que temer que lo descubriera. Taeyong lo sabía y no le importaba. Aunque, obviamente esto era algo malo para él, fue increíblemente liberador para mí.
Más que eso, pensé en Taeyong y en el amor correspondido. Taeyong no podía amarme del modo en que yo lo amaba. Un amor tan aplastante, abrumador y que lo consumía todo, hubiese roto su frágil cuerpo. Pero Taeyong se veía suficientemente fuerte. Lo suficiente como para someter el miedo instintivo. Suficiente fuerte como para querer estar conmigo y el estar con él era la felicidad más grande que había sentido nunca. Por un tiempo, cuando estaba solo y no lastimaba a nadie más, me permitía sentir felicidad, sin regodearme en la tragedia. Ser feliz porque Taeyong se preocupaba por mí. Exaltante en el triunfo de haber ganado su afecto. De sólo imaginarme sentándome a su lado mañana, escuchando su voz y ganándome su sonrisa.
Recordé esa sonrisa en mi cabeza, viendo cómo sus labios se inclinaban hacia arriba, la sombra de un hoyuelo tocando su puntiaguda barbilla, la forma cálida de sus ojos que derretía. Sus dedos los había sentido tan cálidos y suaves en mi mano esta noche. Me imaginaba cómo me sentiría al tocar la delicada piel que se extendía sobre sus pómulos, sedosa, cálida… tan frágil. Como seda sobre vidrio… terriblemente frágil. No vi hacia dónde me conducían mis pensamientos hasta que fue demasiado tarde. Mientras me fijaba en esa devastadora vulnerabilidad, otras imágenes de su rostro se introdujeron en mis fantasías.
Perdido en las sombras, pálido de miedo, aún así con la mandíbula apretada y determinada, sus ojos llenos de concentración, su cuerpo delgado preparado para atacar a las toscas formas alrededor de él, pesadillas en todo su esplendor.
—Ah —gemí mientras el odio que hervía a fuego lento, que hacía que olvidara la alegría de amarlo, explotaba otra vez en un infierno de rabia.
Estaba solo. Taeyong estaba, confiaba, a salvo en su casa; por un momento estuve ferozmente agradecido de que Taeil, Jefe del Departamento local de Policías, entrenado y armado, fuese su padre. Eso debía significar algo, otorgarle un cierto refugio.
Taeyong estaba a salvo. No me tomaría mucho tiempo destruir al mortal que lo hubiese lastimado.
No. Taeyong merecía algo mejor. No podía permitir que le importara un asesino. Pero… ¿Qué pasa con los demás?
Taeyong estaba a salvo, sí. Karina y Jinni estaban también, sin duda, en la seguridad de sus camas.
Sin embargo, había un monstruo suelto en las calles de Port Ángeles. Un monstruo humano, ¿eso lo convertía en problema de los humanos? No nos involucrábamos con frecuencia en problemas humanos, aparte de Kun y su constante trabajo de sanar y salvar. Para el resto de nosotros, nuestra debilidad por sangre humana era un serio impedimento para volvernos más unidos con ellos. Y por supuesto, estaban nuestros guardianes distantes, la policía vampírica por defecto, los Vulturi. Nosotros los Jung-Collett vivíamos muy diferente. Atraer su atención con cualquier actuación superheroinezca pobremente considerada, sería extremadamente peligroso para nuestra familia.
Esto era definitivamente un problema de los mortales, no de nuestro mundo. Cometer el asesinato que anhelaba cometer era un error. Lo sabía. Pero dejarlo libre para atacar de nuevo tampoco sería lo correcto.
La rubia anfitriona del restaurante. La camarera que nunca vi realmente. Ambas me habían irritado de un modo trivial pero eso no significaba que merecieran estar en peligro.
Di vuelta al auto hacia el norte, acelerando ahora que tenía un propósito. Siempre que tenía un dilema que estaba más allá de mí, algo tangible como esto, sabía adónde podía ir en busca de ayuda.
Sicheng estaba sentado en el porche de la casa, esperándome. Me estacioné en frente de la casa en vez de dar la vuelta e ir al garaje.
—Kun está en su estudio —me dijo antes de que yo preguntara.
—Gracias —dije, acariciando su pelo mientras pasaba.
«Gracias a ti por contestar a mi llamada», pensó sarcásticamente.
—Oh —me paré en la puerta, tomando el celular y abriéndolo—. Lo siento, ni siquiera comprobé quién era… estaba ocupado.
—Sí, lo sé. Lo siento, también. En el momento en que vi lo que iba a ocurrir, ya ibas en camino.
—Estuvo cerca —murmuré.
«Lo siento», repitió Sicheng, avergonzado de sí mismo.
Era fácil ser generoso, a sabiendas de que Taeyong estaba bien.
—No te preocupes, no puedes estar en todo, nadie espera que seas omnisciente, Winwin.
—Gracias.
—Casi te invito a cenar hoy, captaste eso antes de que todo cambiara de opinión.
Hizo una mueca.
—No, me perdí eso también. Desearía haberlo sabido. Hubiera ido.
—¿En qué te concentrabas que te perdiste tanto?
«Yuta está pensando en nuestro aniversario». Sicheng se rio. «Está tratando de no decidir qué me va a regalar, pero creo que tengo una buena idea de lo que será…»
—Eres un desvergonzado.
—Sip.
Frunció sus labios y miró fijamente hacia arriba con un rastro de acusación en su expresión.
«Puse mejor atención después. ¿Vas a decirles que Taeyong lo sabe?» Suspiré.
—Sí. Más tarde.
«Yo no voy a decir nada, pero hazme un favor, díselo a Jaemin cuando yo no esté cerca, ¿De acuerdo?»
Me estremecí.
—Seguro.
«Taeyong se lo ha tomado bastante bien».
—Demasiado bien.
Sicheng me sonrió.
«No subestimes a Taeyong».
Intenté bloquear la imagen que no quería ver: Taeyong y Sicheng, muy buenos amigos.
Impaciente ahora, suspiré pesadamente. Quería acabar con lo que quedaba de noche; ya quería que terminara. Pero estaba un poco preocupado por salir de Forks.
—Sicheng… —comencé a decir, pero él adivinó mi pregunta.
«Taeyong estará bien esta noche. Ahora estoy vigilando mejor. ¿Necesita una especie de vigilancia las 24 horas del día, cierto?»
—Por lo menos.
—De todos modos, volverás con él bastante pronto.
Tomé una respiración profunda. Las palabras eran hermosas para mí.
—Vamos, acaba con esto para que puedas estar donde quieres estar —me dijo. Asentí y me apresuré hasta la habitación de Kun. Él me estaba esperando, clavando sus ojos en la puerta, en lugar del libro en su escritorio.
—He oído a Sicheng decirte donde estaba —dijo, y sonrió.
Era un alivio estar con él, ver la empatía y la profunda inteligencia en sus ojos.
Kun sabría qué hacer.
—Necesito ayuda.
—Lo que quieras, YoonOh —prometió.
—¿Sicheng te ha contado lo que le ha sucedido a Taeyong esta noche?
«Casi sucedió», rectificó.
—Sí, casi. Tengo un dilema, Kun. Verás, Tengo ganas… muchas… de matarlo —las palabras comenzaron a fluir rápida y apasionadamente—. Muchísimas. Pero sé que es incorrecto, porque sería venganza, no justicia. Pura furia, nada de imparcialidad. Aún así, ¡no puede ser justo dejar a un violador en serie y asesino errante en Port Ángeles! No conozco a los humanos allá, pero no puedo dejar que alguien más tome el lugar de Taeyong como su víctima. Hay otras potenciales víctimas en peligro… no está bien…
Su sonrisa amplia e inesperada hizo que parara de decir aquellas frías palabras.
«¿Taeyong te hace mucho bien, no es así? Tanta compasión, tanto control. Estoy impresionado».
—No estoy buscando elogios, Kun.
—Por supuesto que no. Pero no puedo evitar pensar, ¿o sí?— él sonrió de nuevo. «Me ocuparé de eso. Puedes estar tranquilo. Nadie más resultará herido en lugar de Taeyong».
Vi el plan en su mente. No era exactamente lo que quería, no satisfacía mis ansias de brutalidad, pero pude ver qué era lo correcto.
—Te mostraré dónde encontrarlo —dije.
—Vamos.
Él tomó su maletín negro. Habría preferido un plan más agresivo para sedarlo, algo así como un cráneo agrietado, pero dejaría a Kun hacerlo a su manera.
Tomamos mi auto. Sicheng todavía estaba en el porche. Sonrió y nos despidió con la mano mientras nos alejábamos conduciendo. Vi que había anticipado todo; no tendríamos ninguna dificultad.
El viaje era muy corto en el camino oscuro, vacío. Apagué los faros para no llamar la atención. Me reí ante la idea de cómo habría reaccionado Taeyong a esta velocidad. Ya había estado conduciendo más lento de lo usual para poder prolongar mi estancia con él cuando protestó.
Kun pensaba en Taeyong, también.
«No preví que Taeyong sería tan bueno para YoonOh. Eso es inesperado. Quizás esto estaba destinado a pasar. Quizás es para un propósito mayor. Solamente…»
Él imaginó a Taeyong con la piel fría como la nieve y los ojos rojos sangre, y después retrocedió lejos de la imagen.
Sí. Solamente, de hecho. Porque, ¿cómo podría haber algo de bondad en destruir algo tan puro y hermoso?
Miré a la noche, toda la alegría de la velada destruida.
«YoonOh merece felicidad. Se lo ha ganado». La ferocidad en los pensamientos de Kun me sorprendió. «Debe haber una manera».
Yo quería creer que sí. Pero no había mayor propósito en lo que le estaba pasando a Taeyong. Sólo una feroz arpía, un feo, amargo destino que no pudo soportar que Taeyong tuviese la vida que merecía.
No me tardé en llegar a Port Ángeles. Llevé a Kun al bar donde la retorcida criatura llamada Geum ahogaba su decepción con sus amigos, dos de los cuales ya estaban desmayados. Kun podía ver lo difícil que me resultaba estar cerca, escuchar los pensamientos de aquel monstruo y ver en su memoria, el recuerdo de Taeyong mezclados con los de sus otras víctimas, jóvenes menos afortunados a los que nadie había podido salvar.
Mi respiración se aceleró. Mis manos se apretaron en torno al volante.
«Vete, YoonOh», me dijo amablemente. «Haré que el resto de ellos no sea peligroso. Vuelve con Taeyong».
Era exactamente lo que tenía que decir. Su nombre era la única distracción que significaba algo para mí.
Dejé a Kun en el auto y corrí de regreso a Forks en línea recta a través del durmiente bosque. Me tomó menos tiempo que el primer viaje en el auto. En cuestión de minutos, estaba escalando, por un lado, de su casa y entraba por su ventana.
En silencio suspiré con alivio. Todo estaba tal y como debía ser. Taeyong estaba seguro en su cama, soñando, su cabello mojado enmarañado a través de la almohada. Pero, a diferencia de la mayoría de las noches, estaba hecho una bola con las sábanas fuertemente apretadas alrededor de sus hombros. Tenía frío, adiviné. Antes de sentarme en mi lugar habitual. Taeyong se estremeció en medio de su sueño y sus labios temblaron.
Pensé por un corto momento y luego salí al pasillo, explorando otra parte de la casa por primera vez.
Los ronquidos de Taeil eran ruidosos y acompasados. Casi podía captar los bordes de su sueño. Algo sobre la velocidad del agua y la paciente espera… pescando. ¿Quizá?
Allí, en la parte superior de las escaleras, había un armario prometedor. Lo abrí esperanzadamente y encontré lo que buscaba. Seleccioné la manta más gruesa del armario de lino minúsculo y regresé con él a la habitación. Lo devolvería antes de que Taeyong despertara y nadie lo sabría.
Conteniendo mi respiración, puse cautelosamente la manta sobre Taeyong; no reaccionó ante el peso añadido. Volví a mi sitio habitual.
Mientras esperaba ansiosamente a que entrara en calor, pensé en Kun, preguntándome adónde estaría ahora. Sabía que su plan iría sin problemas, Sicheng lo había visto.
El pensamiento en mi padre me hizo suspirar. Kun me daba demasiado crédito. Deseaba ser la persona que él pensaba que era. Esa persona, la persona que merecía la felicidad, quizá ser digno de este chico durmiente. Cuán diferentes serían las cosas si pudiera ser ese YoonOh.
O si no pudiera ser lo que debía, al menos debería haber algún balance en el universo que cancelara mi oscuridad. ¿No debería haber una bondad igual y opuesta? Había imaginado el destino con cara de bruja como una explicación de las terribles e improbables pesadillas que seguían viniendo por Taeyong. Primero yo mismo, luego la furgoneta y luego la viciosa bestia de esta noche. Pero, ¿y si ese destino tenía demasiado poder, no debería haber una fuerza en la tierra que lo frustrara?
Alguien como Taeyong tenía que tener un protector, un ángel de la guarda. Taeyong se lo merecía. Y aún así, claramente, lo habían dejado indefenso. Me encantaría creer que un ángel o cualquier otra cosa lo estaban cuidando, cualquier cosa que le diera una medida de protección, pero cuando trataba de imaginar a ese campeón, era obvio que algo así sería imposible.
¿Qué ángel de la guarda habría dejado que Taeyong viniera aquí? Dejarlo cruzarse conmigo, formado de tal manera, que no existía forma en la que podría haber pasado por alto. Un ridículo olor tan potente para exigir mi atención, una mente silenciosa que inflamara mi curiosidad, una belleza reservada para sostener mis ojos, un alma desinteresada para ganar mi admiración, completamente falta del sentido de preservación que no lo hacía sentirse repelido por mí y luego, por supuesto, agregar una raya ancha de mala suerte para ponerlo siempre en el momento y el lugar equivocado.
No podría haber evidencia más fuerte de que los ángeles guardianes eran una fantasía. Nadie necesitaba o merecía uno más que Taeyong. Aún así, cualquier ángel que haya permitido que nos conociéramos debía de ser muy irresponsable, descuidado… atolondrado, no podría estar en el lado del bien. Prefería creer que la repugnante arpía era real a que cualquier criatura celestial fuese tan deficiente. Al menos podría pelear contra el feo destino.
Y pelearía, seguiría peleando. Sea cual sea la fuerza que quería lastimar a Taeyong tendría que pasar por encima de mí. No, Taeyong no tenía ningún ángel de la guarda. Pero haría lo mejor posible por compensar la falta de uno.
Un vampiro de la guarda. Qué ironía.
Después de media hora, Taeyong relajó la bolita que era. Su respiración se volvió más profunda y comenzó a murmurar. Sonreí, satisfecho. Fue algo pequeño, pero al menos estaba durmiendo más cómodamente hoy porque yo estaba aquí.
—YoonOh —suspiró mi nombre y sonrió, también.
Sacudí la tragedia a un lado por el momento y me permití ser feliz de nuevo.
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