ᴹᴮᴬᴸᵀ (3)🔮 JaeYong
- mellifluous_AR

- 29 jul 2022
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Capítulos
31
Lo único que quiero es correr hacia él, tirarlo al suelo y obligarle a que me lo cuente todo. Qué le ha pasado. Dónde ha estado...
Espero en nuestra habitación hasta la hora de la cena, pero JaeHyun no vuelve.
Después, en el comedor, me ignora.
Hace lo mismo con Jungwoo. (Él tampoco le quita los ojos de encima, pero creo que su preocupación es distinta: él no piensa que haya vuelto para matarlo.) Se ha sentado solo en una de las mesas y no soy capaz de decidir si eso me enfada o me entristece. Si el propio Jungwoo me enfada o me entristece. Ni siquiera sé cómo se supone que debo sentirme por él. Ahora mismo soy incapaz de pensar.
—Se me ha ocurrido que esta noche podríamos estudiar en la biblioteca —me dice Dongs durante la cena, como si yo no estuviera, literalmente, echando humo.
—Voy a tener que hablar con él en algún momento —le digo.
—No, la verdad es que no —me contesta— De todas maneras, nunca han hablado entre ustedes.
—Voy a tener que plantarle cara.
Él se inclina sobre su pastel de carne.
—Eso es lo que me preocupa, Taeyong. Primero deberías tranquilizarte un poco.
—Estoy tranquilo.
—Taeyong, tú nunca estás tranquilo.
—Eso me ha dolido, Dongs.
—Pues no debería. Es una de las razones por las que te quiero.
—Yo solo... Solo necesito saber dónde ha estado...
—Bueno, pues no te lo va a contar.
—Quizá se le escape algo, sin querer, mientras intenta no contármelo. ¿Qué es lo que estará tramando? Es como si hubiera estado encerrado en una de esas terroríficas cárceles estadounidenses.
—O a lo mejor ha estado enfermo.
Joder, no se me había ocurrido. En cualquier escenario que era capaz de imaginar, JaeHyun estaba escondido, conspirando en alguna parte. Quizá estaba enfermo y conspirando...
—No importa cuál sea la verdad —dice Dongs— no va a servir de nada que te pelees con él.
—No voy a hacerlo.
—Taeyong, sí que vas a hacerlo. Lo haces todos los años. En cuanto le ves. Lo único que digo es que no deberías hacerlo esta vez. Está ocurriendo algo. Algo más importante que JaeHyun. El Hechicero prácticamente ha desaparecido, y Lucas se ha pasado las últimas semanas en algún tipo de misión secreta; mi madre me ha contado que ha dejado de contestarle a los mensajes que le manda.
—¿Está preocupada por él?
—Mi madre siempre está preocupada por Lucas.
—¿Tú estás preocupado?
Dongs baja la mirada.
—Sí...
—Perdóname. ¿Deberíamos intentar encontrarlo?
Me devuelve una mirada severa.
—Mi madre dice que no. Dice que tenemos que esperar y estar atentos. Creo que mi padre y ella están haciendo algunas averiguaciones, discretamente, y no quiere que nosotros llamemos mucho la atención. Y por eso necesito que te tranquilices. Solo mantén los ojos abiertos. Observa. No lances muebles por los aires ni mates nada.
—Siempre dices eso —suspiro— Pero, cuando se trata de «ellos o nosotros», quieres que mate cosas.
—Nunca quiero que mates, Taeyong.
—Nunca tengo la sensación de tener elección.
—Lo sé —me sonríe con tristeza— Pero no mates a JaeHyun esta noche.
—No lo haré.
Aunque, probablemente, tenga que hacerlo algún día, y ambos lo sabemos.
🔮
Doyoung me permite volver a mi habitación después de la cena y no intenta seguirme. Ahora que JaeHyun ha vuelto, está atrapado con Haechan y su novio.
—¡Ellos tienen un privilegio injusto! —se queja.
—Solo en lo que respecta a visitar compañeros de cuarto —le respondo. Tiene la decencia suficiente como para no discutírmelo.
Cuando termino de subir las escaleras, estoy nervioso. Todavía no sé qué le voy a decir.
Nada, escucho que dice Dongs, dentro de mi cabeza. Haz tus deberes y vete a dormir.
Como si las cosas fueran así de sencillas.
Compartir habitación con la persona que más odias en el mundo es como compartir habitación con una sirena. (De esas que están encima de los coches de policía, no de las que intentan engatusarte cuando cruzas el canal de la Mancha.) No puedes ignorarla y tampoco llegas a acostumbrarte a ella. Nunca deja de resultar doloroso.
JaeHyun y yo nos hemos pasado siete años gruñéndonos y poniéndonos muecas. (Él es el que pone muecas, yo gruño.) Los dos permanecemos lo más lejos posible de la habitación si sabemos que el otro está ahí y, cuando no podemos evitarnos, nos esforzamos para no mantener ninguna clase de contacto visual. Yo no le hablo. No hablo delante de él. No dejo que vea nada que pueda contarle a la zorra de su tía Jessica.
No me gusta insultar a las mujeres, pero es que Jessica, la tía de JaeHyun, hizo una vez que los pies se me quedaran atrapados en el barro con un hechizo. Sé que fue ella porque la escuché recitar:
—¡Defiende tu posición!
Y ya la he pillado dos veces intentando colarse en el despacho del Hechicero.
—Es el despacho de mi hermana —me contestó ella— Me gusta venir de visita de vez en cuando.
A lo mejor decía la verdad. O a lo mejor está intentando deshacerse del Hechicero.
Ese es el problema que tienen todos los Bae y sus aliados: es imposible saber si traman algo o si solo están actuando como lo haría una persona normal.
Ha habido años durante los cuales pensé que si le prestaba a JaeHyun la suficiente atención podría averiguar sus planes (quinto). Y otros años en los que decidí que vivir con él ya era bastante castigo como para además tener que vigilarlo (el año pasado).
Al principio, no había ni estrategias ni decisiones. Solo estábamos nosotros dos, peleándonos por los pasillos y sacándonos la mierda a patadas hasta que acabábamos sangrando un par de veces o tres al año.
Solía suplicarle al Hechicero que me cambiara de compañero, pero las cosas no funcionan así. El Crisol nos puso juntos a JaeHyun y a mí el primer día de curso.
Todos los alumnos de primero son seleccionados de la misma manera. El Hechicero enciende una hoguera en el patio principal. Los de último año le ayudan y los novatos se colocan en círculo alrededor del fuego. El Hechicero pone el Crisol (un crisol de verdad, una reliquia de cuando se fundó la escuela), sobre el fuego y pronuncia el encantamiento. Después, todo el mundo espera a que el hierro que hay en su interior se derrita.
Uno experimenta una sensación de lo más extraña cuando la magia le empieza a hacer efecto. Estaba preocupado de que a mí no me hiciese efecto, porque yo era un intruso. Los otros niños empezaron a juntarse entre ellos, pero yo seguía sin sentir nada. Pensé en fingirlo, pero no quería que me pillaran y me expulsaran.
Y, entonces, sentí la magia, como un gancho en el estómago. Di un traspié hacia delante y miré a mi alrededor. JaeHyun caminaba hacia mí. Parecía tan tranquilo... Como si se acercara a mí por propia voluntad y no por el efecto de un imán místico en las tripas.
La magia no cesa hasta que tu nuevo compañero de cuarto y tú os dais la mano. Yo se la tendí a JaeHyun inmediatamente. Sin embargo, él permaneció inmóvil durante todo el tiempo que pudo soportarlo. No sé cómo fue capaz de resistir la tensión, yo pensaba que se me iban a salir las tripas del cuerpo y a enredarse sobre él.
—Lee —dijo.
—Sí —le contesté, agitando la mano— El mismo.
—El heredero del Hechicero.
Asentí con la cabeza, aunque lo cierto es que, en aquel momento, no reparé en lo que realmente quería decir. El Hechicero me convirtió en su sucesor para que pudiera tener una plaza en Watford. También por eso tengo su espada. Es un arma histórica, que antes le solía ser entregada al heredero del Hechicero, cuando dicho el título aún se traspasaba en base a la línea sucesoria en vez de ser designado por el Aquelarre.
El Hechicero también me dio una varita: de hueso, con mango de madera y que había pertenecido a su padre, para que tuviera mi propio instrumento mágico. Debes tener magia en tu interior y también un medio de canalizarla fuera de tu cuerpo, ese es el requisito fundamental para entrar en Watford y también el requisito fundamental para ser un mago. Todos los magos heredan de su familia algún tipo de artilugio: JaeHyun tiene una varita, como yo (todos los Bae usan varitas); sin embargo, Dongs tiene un anillo y Kai tiene una hebilla de cinturón (lo cual resulta muy violento, porque cuando quiere lanzar un hechizo tiene que sacar pelvis. A él le parece muy gracioso, pero nadie más tiene la misma opinión).
Doyoung piensa que tener una varita de segunda mano es una de las razones por las que mis hechizos siempre son un desastre, ya que no está vinculada a mí con sangre. No sabe qué hacer conmigo. Después de siete años en el mundo de los Hechiceros, lo primero que hago siempre es invocar la espada, porque sé que acudirá cuando yo la llame. Mi varita también aparece, pero la mitad de las veces que quiero utilizarla se hace la muerta.
La primera vez que le pregunté al Hechicero si podía cambiarme de compañero fue unos meses después de que JaeHyun y yo empezáramos a vivir juntos. El Hechicero ni siquiera quiso escucharme, sabía perfectamente quién era JaeHyun y sabía mejor que yo que los Bae son unas víboras traidoras.
—El emparejamiento con tu compañero de cuarto es una tradición sagrada en Watford —me dijo, con voz amable pero firme— El Crisol os ha unido, Taeyong. Debéis cuidaros el uno al otro y conoceros como si fuerais hermanos.
—Sí, señor, pero... —ahí estaba yo, sentado en esa inmensa silla de cuero que hay en su despacho, la que tiene tres cuernos en lo alto— El Crisol tiene que haberse equivocado. Mi compañero es un completo imbécil. Creo que es malvado, incluso. La semana pasada alguien hechizó mi portátil para que no pudiera abrirse, y sé que fue él. Prácticamente, se reía de mí a carcajada limpia.
El Hechicero se limitó a quedarse sentado en su escritorio, frotándose la barba.
—El Crisol os ha puesto juntos, Taeyong. Estás destinado a cuidar de él.
Siguió dándome la misma respuesta hasta que me cansé de preguntar. Se negó a hacerlo, incluso cuando le presenté pruebas de que JaeHyun había intentado darme de comer a una quimera.
JaeHyun admitió haberlo hecho y después argumentó que haber fallado ya era castigo suficiente. ¡Y el Hechicero le dio la razón!
A veces no entiendo al Hechicero...
Ha sido en estos últimos años cuando me he dado cuenta de que el Hechicero me obliga a quedarme con JaeHyun para poder tenerlo bajo control. Lo que significa, o al menos espero que signifique, que el Hechicero confía en mí. Cree que soy la persona adecuada para esa tarea.
Decido darme una ducha y afeitarme aprovechando que JaeHyun no está. Solo me hago dos cortes, menos de lo que suelo hacer normalmente. Cuando salgo del baño, con los pantalones del pijama puestos y una toalla alrededor del cuello, JaeHyun está al lado de su cama vaciando su mochila.
Gira rápidamente la cabeza hacia mí, con el rostro totalmente contorsionado.
Como si me hubiera metido con él.
—¿Qué estás haciendo? —gruñe entre dientes.
—Dándome una ducha. ¿Qué problema tienes?
—Tú —me dice, y tira la mochila al suelo— Como siempre, tú.
—Hola, JaeHyun. Bienvenido.
Aleja su mirada de mí.
—¿Dónde está tu collar? —su tono de voz es muy bajo.
—¿Mi qué?
No puedo verle bien la cara, pero parece que le tiembla la mandíbula.
—Tu cruz.
Mi mano vuela a mi cuello y luego a los cortes en la barbilla. Mi cruz. Hace semanas que me la quité.
Corro hacia la cama y la desentierro de entre mis cosas, pero no me la pongo. En vez de eso, avanzo hacia JaeHyun y me quedo en su parte de la habitación hasta que consigo que me mire. Lo hace. Tiene los dientes muy apretados y la cabeza está echada hacia atrás, esperando a que yo haga el primer movimiento.
Le muestro la cruz sosteniéndola con ambas manos, quiero que se dé cuenta de lo que es, de lo que significa. La alzo después por encima de mi cabeza y me la deslizo suavemente alrededor del cuello. Tengo los ojos clavados en los de JaeHyun. Él tampoco deja de mirarme, las aletas de su nariz se agitan con fuerza.
Cuando la cruz vuelve a estar en mi cuello, sus párpados caen y sus hombros se enderezan.
—¿Dónde has estado? —le pregunto. Sus ojos vuelven a fijarse en los míos.
—No es asunto tuyo.
Siento que mi magia empieza a agitarse e intento empujarla a lo más hondo de mí.
—Estás hecho una mierda, ¿sabes?
Tiene mucho peor aspecto ahora que le veo de cerca. Está cubierto por una especie de película gris. Incluso sus ojos, que siempre son grises, están impregnados de ella.
Por lo general, sus ojos son de ese tono de gris que resulta de mezclar azul oscuro con verde oscuro: gris como el agua profunda. Hoy son más bien del color del pavimento mojado.
A JaeHyun se le escapa una risa.
—Gracias, Lee. La verdad es que tú también estás bastante escuchimizado y esmirriado.
Si lo estoy, es por su culpa. ¿Cómo se supone que iba a dormir y comer sabiendo que él estaba por ahí, conspirando contra mí? Y, si ahora que ha vuelto no piensa contarme nada útil, a lo mejor debería darle una paliza de todas formas, por habérmelo hecho pasar tan mal.
O... podría ponerme a hacer los deberes. Creo que me limitaré a hacer los deberes.
Lo intento. Me siento en mi mesa y JaeHyun sobre su cama. De pronto se va, sin decir ni una sola palabra, y sé que es porque va a bajar a las catacumbas a cazar ratas. O al bosque, a cazar ardillas.
También sé que una vez mató y se bebió la sangre de un lobo de mar, pero no sé por qué. Su cuerpo apareció flotando junto al borde del foso.
(Odio a los lobos de mar casi tanto como JaeHyun. No creo que sean inteligentes pero, aun así, son diabólicos.)
Cuando JaeHyun se marcha, yo vuelvo a la cama. Solo lleva aquí un día, y ya vuelvo a sentir la urgencia de saber dónde está en cada momento. Es como si hubiéramos vuelto a quinto.
Cuando por fin regresa al cuarto, apestando a polvo y podredumbre, cierro los ojos.
Es entonces cuando me acuerdo de su madre.
32
JAEHYUN
Esta noche he estado a punto de ir al despacho del Hechicero.
Solo para que mi tía Jessica me deje en paz cuanto antes.
Se pasó todo el camino a Watford dándome la brasa. Cree que el Hechicero hará un nuevo movimiento pronto. Cree que está buscando algo muy específico. Por lo visto, ha estado visitando (allanando, más bien) las casas de todas las Familias Antiguas durante los últimos dos meses. Aparece montado en su Range Rover (1981, color verde bosque, muy bonito), y bebe el té de sus enemigos mientras sus Hombres usan hechizos de búsqueda para revolver las bibliotecas.
—El Hechicero dice que uno de nosotros colabora con el Humdrum —me dijo Jessica— Que no hay nada que esconder, a no ser que nosotros estemos ocultándole algo.
No tuvo que añadir que hay muchas cosas escondidas en nuestra casa. No colaboramos con el Humdrum (¿por qué querría ningún mago colaborar con el Humdrum?), pero nuestra casa está llena de libros prohibidos y objetos oscuros. Incluso muchos de nuestros libros de recetas están prohibidos (aunque los Bae dejamos de comer hadas hace siglos.) (Ya ni siquiera se encuentran hadas.) (Y no es porque nos las hayamos comido todas.)
Jessica no vive con nosotros. Tiene un piso en Londres y le gusta salir con Normales. Periodistas y baterías de grupos de música.
—No he traicionado a mi raza —diría—, nunca me casaría con uno.
Creo que sale con ellos porque no le parecen reales. Creo que todo esto tiene que ver con mi madre.
Mi padre siempre dice que Jessica tenía a mi madre en un pedestal, como si su hermana hubiera puesto la luna en el cielo. (En realidad, oyendo a mi padre hablar de ella, uno podría pensar que efectivamente es posible que fuera ella quien puso la luna en el cielo. O que, quizá, la luna estuviera donde está solo para darle un gusto a ella.)
Jessica trabajaba como aprendiz de un herborista en Pekín cuando mi madre falleció. Vino al funeral y ya no volvió a irse. Se quedó con mi padre hasta que él se volvió a casar y luego se mudó a Londres. Ahora mismo, mi tía vive de la magia y del dinero de la familia, y para vengar a su hermana.
No es una buena combinación.
Jessica es lista y poderosa, pero mi madre era la jugadora de ajedrez de la familia. A ella la habían preparado para la grandeza (eso es lo que dice todo el mundo).
Jessica es vengativa. Es impaciente. Y, a veces, lo único que quiere es rebelarse contra el sistema, aunque no tenga claro cuál es el sistema ni cómo rebelarse adecuadamente.
Su infalible plan para descubrir las verdaderas intenciones del Hechicero consiste en hacer que yo me cuele en su despacho. Está obsesionada con el despacho del Hechicero. Antes era el despacho de mi madre y yo creo que Jessica aún cree que puede volver a quitárselo.
—¿Que me cuele en su despacho para hacer qué? —le pregunté.
—Solo para echar un vistazo.
—¿Qué esperas que encuentre?
—Pues no lo sé, ¿no? Seguramente haya dejado alguna pista en alguna parte. Investiga en su ordenador.
—Nunca va a su despacho a usar el ordenador —le dije— Probablemente lo guarde todo en el teléfono.
—Pues róbaselo.
—Róbaselo tú —le respondí— Yo tengo clase.
Me dijo que pensaba reunirse pronto con las Familias Antiguas, un consorcio formado por todos los clanes que fueron dejados de lado durante la revolución del Hechicero.
(Mi padre también asiste a esas asambleas pero, en realidad, no está muy interesado en ellas. Preferiría debatir acerca del ganado mágico y el inventario de semillas. Los Jung son granjeros. Mi madre debió de estar locamente enamorada para casarse con él.)
Después de la muerte de mi madre, cualquiera con coraje suficiente para oponerse al golpe de estado fomentado por el Hechicero fue fulminantemente expulsado del Aquelarre. Ningún integrante de las Familias Antiguas ha tenido un asiento en el Aquelarre durante la última década, aunque la mayor parte de las reformas realizadas por el Hechicero están dirigidas a nosotros: libros prohibidos, frases prohibidas. Reglas sobre cuándo podemos reunirnos y dónde. Impuestos destinados a cubrir las medidas del Hechicero y, más concretamente, para financiar que cualquier bastardo de fauno, primo de centauro o patética imitación mago de segunda división del reino pueda entrar en Watford. En el mundo de los Hechiceros nunca había habido impuestos antes. Eso era para los Normales, nosotros jugábamos en otra liga.
Así que no se puede culpar a las Familias Antiguas de intentar devolverle el golpe al Hechicero cuando se les presenta la ocasión.
Bueno, de cualquier forma, le dije a Jessica que sí, que lo haría. Que fisgonearía en el despacho del Hechicero, incluso aunque aquello no sirviera para nada.
—Llévate algo de allí —insistió, sujetando el volante.
Yo estaba en el asiento de atrás, así que solo podía ver parte de su cara reflejada en el espejo retrovisor.
—¿Que me lleve qué?
Se encogió de hombros.
—Da igual. Llévate algo.
—No soy un ladrón —le respondí.
—No es robar: ese despacho es de ella, es tuyo. Llévate algo de allí, por mí.
—Vale —accedí.
Al final, casi siempre le sigo la corriente a Jessica. Su manera de echar de menos a mi madre hace que siga viva en mí.
🔮
Esta noche, sin embargo, estoy demasiado cansado para cumplir el encargo de Jessica.
Y demasiado alterado. No puedo quitarme de encima la sensación de que alguien me persigue; de que quien haya pagado a los cenutrios para que me secuestraran va a intentarlo otra vez.
Cuando termino con mi incursión en las catacumbas, me siento como si fuera arrastrando mi propio cadáver escaleras arriba, hasta nuestra habitación.
Lee ya está dormido cuando entro.
Normalmente yo me ducho por las mañanas y él por las noches.
Después de tantos años, tenemos el baile perfectamente coreografiado. Nos movemos por la habitación sin rozarnos, sin hablarnos, sin mirarnos una sola vez (o, al menos, no lo hacemos mientras el otro está pendiente).
Sin embargo, tengo telarañas en el pelo y esta noche estaba tan sediento que cuando terminé de alimentarme tenía las uñas llenas de sangre.
No me había pasado desde que tenía catorce años, desde que estaba empezando a intentar acostumbrarme a esto. Por lo general, soy capaz de chuparle la sangre a un caballo de polo sin mancharme los labios siquiera.
Me muevo silenciosamente por la habitación. Por más que disfrute metiéndome con Lee, lo único que quiero esta noche es limpiarme y dormir un poco.
No tenía que haber intentado aguantar un día de clases entero. Se me ha dormido la pierna y la cabeza me está matando. Quizá el entrenador Mac no debería dejarme volver al equipo si no soy capaz ni de soportar ocho horas sentado en una mesa. (Parecía triste cuando me vio aparecer en el entrenamiento. Y suspicaz. Me dijo que estaba en periodo de prueba.)
Me doy una ducha rápida y silenciosa y, cuando me meto en la cama, siento cómo todos y cada uno de mis huesos suspira satisfecho.
¡Por Crowley, cuánto echaba de menos esta cama! Aunque sea polvorienta y esté llena de bultos, aunque las plumas de ganso se cuelen por las costuras y pinchen.
El dormitorio que tengo en mi casa es enorme. Todos los muebles tienen cientos de años y yo no tengo permiso para colgar ni mover nada, porque todo está registrado en el Fondo Nacional para la Preservación Histórica. De vez en cuando, cada pocos años, los periódicos locales se presentan en casa para escribir un artículo.
Mi cama de allí es pesada y tiene dosel y, si uno se acerca lo suficiente, se pueden apreciar las cuarenta y dos gárgolas talladas en el marco. Cuando era pequeño, tenía un banquito cerca de la cabecera, porque la cama era demasiado alta para poder subir solo.
Esta cama, en Watford, es más mía de lo que la otra ha llegado a serlo nunca.
Me doy la vuelta y me pongo de lado, mirando a Lee. Está dormido, así que da igual que le observe. Así que lo hago. Aunque sé que no me va a servir de nada.
Lee duerme hecho una especie de bola: con las piernas encogidas y los puños metidos debajo, los hombros hacia afuera y la cabeza agachada, el pelo en una nube de rizos encima de la almohada. La poca luz de luna que hay parece quedar atrapada en su aterciopelada piel.
Con los cenutrios, no había luz. Solamente una noche larga y eterna, llena de dolor, de ruido y de sangre.
Al menos, yo estoy medio muerto. Quiero decir que, cuando voy por ahí normalmente y me siento bien, estoy vivo solo a medias.
Metido en aquel ataúd, tuve que mantener la cabeza en su sitio. Solamente me dejé ir un poco...
Solo para mantenerme cuerdo. Para poder sobrevivir a todo aquello.
Y, cuando empecé a sentir que las cosas se me estaban yendo de las manos, me aferré a lo único que siempre me da seguridad.
A esos ojos azules.
A esos rizos de bronce.
Al hecho de que Lee Taeyong es el Hechicero vivo más poderoso. De que nada puede hacerle daño, ni siquiera yo.
De que Lee Taeyong está vivo.
Y yo estoy completa y deseperadamente enamorado de él.
33
JAEHYUN
La palabra clave es «desesperadamente».
Fue evidente desde el momento en que me di cuenta de que yo sería el peor parado si lograba camelarme a Lee.
Me di cuenta de ello en quinto. Cuando Lee me seguía como un cachorrito atado a mis tobillos. Cuando no me concedía ni un solo momento de soledad para poder asumir mis sentimientos o intentar silenciarlos masturbándome. (Cosa que intenté durante el verano. Sin éxito.)
Desearía no haberme dado cuenta nunca. De que estoy enamorado de él. Ha sido una tortura.
Compartir habitación con la persona que más deseas en el mundo es como compartir habitación con un incendio descontrolado.
Te sientes constantemente atraído hacia él. Y estás constantemente acercándote demasiado. Y sabes que no está bien, que nada puede salir bien, que no puede salir absolutamente nada bueno de eso.
Pero lo haces de todas maneras. Y, entonces...
Bueno. Te quemas.
Lee dice que estoy obsesionado con el fuego. Diría que es un inevitable efecto secundario de ser altamente inflamable.
Bueno, supongo que todo el mundo es inflamable, pero los vampiros somos como trapos impregnados en aceite. Somos trozos de celuloide.
Lo irónico es que provengo de una larga línea de magos de fuego, de dos largas líneas, de hecho, los Jung y los Bae. Se me da genial manipular el fuego. Mientras no me acerque demasiado.
No...
Lo más irónico es que Lee Taeyong huele a humo.
Lee gime; tiene la cabeza plagada de pesadillas. Eso es algo que compartimos. Se coloca boca arriba y estira el brazo un momento para luego dejarlo caer sobre su cara. Sus ridículos rizos se desbordan otra vez sobre la almohada. Lee lleva el pelo corto en los lados y en la nuca, pero arriba es una maraña de rizos sueltos del color del tabaco. A pesar de la oscuridad, puedo ver su color.
También conozco de memoria el tono de su piel. También es lechosa, pero de un tono un poco más claro. Lee nunca toma el sol, pero tiene pecas en los hombros y lunares por toda la espalda y el pecho, en los brazos y en las piernas. Tres lunares en su labio inferior, cuatro en la oreja izquierda, una cicatriz a un lado del ojo derecho.
No me hace ningún bien tener esa información.
Pero tampoco estoy seguro de que me haga mal. No estoy seguro de si podría ser peor.
Las ventanas están abiertas. Lee duerme con las ventanas abiertas durante todo el año, a no ser que yo me oponga. Me resulta más fácil dormir con un par de mantas extra que protestar. Ya me he acostumbrado a su peso sobre el cuerpo.
Estoy cansado. Y lleno. Puedo sentir la sangre llenándome el estómago.
Probablemente tenga que levantarme a hacer pis en medio de la noche.
Lee gime otra vez y vuelve a ponerse de lado. Estoy en casa. Por fin.
Me quedo dormido.
34
JAEHYUN
A Lee le importa una mierda despertarme.
Le gusta ser la primera persona en bajar a desayunar, Chomsky sabrá por qué. A las seis de la mañana ya está dando topetazos por la habitación como una vaca que se hubiera colado aquí accidentalmente.
Las ventanas siguen abiertas y la luz del sol se cuela en la habitación. No tengo ningún problema con la luz del sol (ese es otro mito). Pero no me gusta. Me produce un poco de escozor, especialmente a primera hora de la mañana. Lee se huele algo, creo, y deja las cortinas descorridas constantemente.
Supongo que antes nos peleábamos más por cosas así.
Y luego estuve a punto de matarle, y discutir por cerrar las cortinas empezó a resultar un poco ridículo.
Lee dice que fue en tercero cuando intenté matarle por primera vez: con la quimera. Lo cierto es que en aquella ocasión solo quería asustarle: quería ver cómo se meaba encima y lloraba de miedo. En vez de eso, se convirtió en una bomba nuclear.
También va contando por ahí que al año siguiente intenté tirarle por las escaleras. Lo que pasó en realidad fue que estábamos peleando en la parte superior de las escaleras y yo le metí tal puñetazo que salió volando por los aires. Más tarde, cuando mi tía Jessica me preguntó si había empujado a Lee Taeyong por las escaleras le contesté:
—Joder, pues claro que sí.
Sin embargo, al año siguiente, en quinto, sí que quise deshacerme de Lee de verdad.
Llegué a odiarlo tanto durante esa primavera... Detestaba su simple visión, lo que su visión me hacía sentir.
Cuando Jessica me contó que había encontrado la manera de «quitarnos al heredero del Hechicero de en medio», me mostré más que dispuesto a ayudarla. Me dio una grabadora de bolsillo, un antiquísimo artilugio con una cinta magnética real, y me advirtió que no hablara cuando estuviera encendida. Me lo hizo jurar sobre la tumba de mi madre.
No sé qué esperaba que pasaría... Sentía como si estuviera en una película de espías, ahí de pie al lado de los portones de entrada y apretando el botón de la grabadora de bolsillo, justo cuando veía que Lee empezaba a perder los estribos.
Quizá pensé que podría hacerle caer en la trampa... Quizá pensé que aquello le haría daño (o le mataría).
Quizá pensé que nada podría matarlo.
Fue entonces cuando llegó esa maldita Kim Jisoo, corriendo campo a través con el único objetivo de ponerse en ridículo. (Se pasó el año entero dándole la brasa a Lee, aunque él pasaba claramente de ella.) La grabadora se tragó la voz de la chica emitiendo un chirrido horroroso, como el de un ratón al ser atrapado por una aspiradora. Volví a apretar el botón para detener la grabadora en cuanto escuché aquello... pero ya era demasiado tarde.
Lee supo que había sido cosa mía, pero no pudo probar nada. Y tampoco había nadie más que pudiera hacerlo: yo no había tocado mi varita. No había dicho ni una sola palabra.
La tía Jessica no le dio la más mínima importancia a aquel malentendido:
—Kim Jisoo... No es de los nuestros, ¿no?
Recuerdo devolverle la grabadora a mi tía pensando en la cantidad de magia que debía de haberle aplicado. Preguntándome de dónde habría sacado tal cantidad de magia.
—No te pongas triste, Jae—me dijo Jessica, cogiéndola— La próxima vez no se nos escapará.
Unos días más tarde, en la clase de Palabras Mágicas, la señorita Yoona nos aseguró a todos que Jisoo se iba a poner bien. Pero nunca volvió a Watford.
Nunca olvidaré la cara que puso Jisoo cuando su voz se extinguió. Nunca olvidaré la que puso Lee.
Aquella fue la última vez que intenté hacerle daño. De manera permanente.
Le echo maldiciones. Me meto con él en los pasillos. Estoy todo el rato pensando en matarle, y algún día tendré que volver a intentarlo. Pero, hasta entonces, ¿qué sentido tiene?
Voy a perder.
Ese día, cuando Lee y yo de verdad tengamos que enfrentarnos, perderé.
Puede que yo sea inmortal. (Puede. No sé a quién podría preguntárselo.) Pero, aun así, es ese tipo de inmortalidad a la que se le puede cortar la cabeza o prender fuego.
Lee es... algo completamente distinto.
Cuando explota, es más un elemento de la naturaleza que un mago. No creo que nuestro bando pueda llegar nunca a derrotarlo o dominarlo. Pero yo sé (lo sé), que tengo que cumplir con mi papel.
Estamos en guerra.
Es probable que el Humdrum sea el responsable de haber matado a mi madre, pero el Hechicero va a terminar expulsando de la esfera mágica a toda mi familia. Para que sirvamos de ejemplo. Ha acabado con nuestra autoridad. Ha vaciado nuestras arcas. Ha manchado nuestro nombre. Solo nos queda esperar al día en que le dé por apretar el botón de las bombas nucleares.
Y Lee es su bomba nuclear particular. Con él como as en la manga, el Hechicero es omnipotente. Puede obligarnos a hacer lo que quiera... Puede hacernos desaparecer.
No puedo permitir que eso suceda.
Este es mi mundo, el mundo de los Hechiceros. Tengo que cumplir con mi deber y luchar por él. Aun sabiendo que voy a perder.
Lee está de pie delante de su armario, buscando una camisa limpia que ponerse. Estira un brazo sobre la cabeza y veo cómo se le marcan los músculos de los hombros.
Lo único que hago es perder.
Me siento, echando las mantas a un lado. Lee se sobresalta y coge una camisa del armario.
—¿Te has olvidado de que estoy aquí? —le pregunto.
Llego de dos grandes zancadas hasta mi armario, cojo unos pantalones y una camisa y me los cuelgo del brazo. No tengo ni idea de por qué Lee se entretiene tanto con la ropa, como si tuviera que tomar una decisión muy difícil. Todos los días va vestido con el uniforme, fines de semana incluidos.
Cuando cierro la puerta de mi armario, reparo en que me está mirando fijamente. Parece inquieto. No estoy seguro de qué habré hecho para inquietarlo, pero le dedico una mueca de desprecio para terminar de desquiciarle del todo.
Me visto en el baño. Lee y yo nunca nos hemos vestido el uno enfrente del otro, es una prolongación de nuestra paranoia mutua. Y doy gracias a todas las serpientes siseantes. Mi vida ya es bastante dolorosa.
Cuando ya estoy vestido y listo para volver al cuarto, me encuentro con que Lee está todavía de pie al lado de la cama, con la camisa puesta pero sin abrochar y la corbata colgando del cuello. Su pelo tiene peor aspecto incluso que cuando se ha despertado, como si se hubiera estado revolviendo los rizos con la mano.
Se queda paralizado y se gira para mirarme.
—¿Qué pasa, Lee? ¿Se te ha comido la lengua el gato?
Él se encoge involuntariamente. Se te ha comido la lengua el gato es un hechizo muy retorcido que yo ya he usado contra él dos veces, cuando estábamos en tercero.
—JaeHyun —se aclara la garganta— Yo...
—¿Eres una desgracia para la magia?
Aparta la mirada.
—Yo...
—Escúpelo, Lee. Parecía que estabas a punto de lanzar un hechizo. ¿Es eso? La próxima vez usa tu varita, por lo visto ayuda.
Se revuelve el cabello una vez más con una sola mano.
—¿Podrías, simplemente...?
No hay nada impresionante en los ojos de Lee. Son de tamaño y forma normales. Los tiene un poco hinchados. Sus pestañas son cortas y de color marrón oscuro. Ni siquiera el color es demasiado impresionante. Solamente azul. Ni azul marino. Ni azul cerúleo. Ni con matices violetas o verdes.
Entonces parpadea. Tartamudea. Siento que empiezo a sonrojarme. (Por Crowley, sí que debí de beber sangre anoche si soy capaz de sonrojarme.)
—No —le digo mientras recojo mis libros— La verdad es que no. Y ya estoy saliendo por la puerta. Bajando las escaleras.
Escucho que Lee refunfuña a mis espaldas.
Cuando baja a desayunar, todavía lleva la corbata colgando del cuello. Kim frunce el ceño y aparta la mirada. Lee suelta el bollo que se está comiendo y se limpia las manos en los pantalones antes de anudársela. Alza la vista para mirarme, pero yo ya estoy mirando hacia otro lado.
35
TAEYONG
Doyoung quiere comer en el prado.
—Hace calor —dice—el césped está seco y es posible que no podamos hacer otro pícnic hasta primavera.
Creo que lo que busca es mantenerme alejado de JaeHyun y Jungwoo. Se han pasado toda la semana con jueguecitos. Turnándose para lanzarse miradas desde la otra punta del comedor y desviar después la vista rápidamente. JaeHyun también me mira todo el rato, para asegurarse de que me doy cuenta.
Todo el mundo sigue especulando sobre dónde ha estado durante las últimas semanas. Los rumores más populares son una «oscura ceremonia de iniciación que lo traumatizó demasiado como para mostrarse en público» e «Ibiza».
—Mi madre va a venir para llevarme esta noche al pueblo —me dice Dongs. Estamos sentados, con la espalda apoyada sobre el tronco de un enorme y retorcido tejo, y mirando hacia direcciones ligeramente distintas— Vamos a ir a cenar —dice—¿Te apetece venir?
—No te preocupes, gracias.
—Podríamos ir a ese sitio de tallarines japoneses que te gusta tanto. Mi madre invita.
Niego con la cabeza.
—Debo mantener vigilado a JaeHyun —le respondo— Sigo sin tener ni idea de dónde ha estado.
Dongs suspira, pero no discute. Mira fijamente el césped seco de la pradera.
—Echo de menos las Apariciones. Eran tan mágicas...
Me río.
—Ya me entiendes —me responde— A mi madre se le apareció la tía Beryl, y yo me lo perdí.
—¿Qué le dijo?
—¡Pues lo mismo que la última vez! «Deja de buscar mis libros. Ahí no hay nada para los de tu clase».
—Espera un momento, ¿volvió para decirle que deje de buscar sus libros?
—Era investigadora universitaria, como mi madre y mi padre. Cree que nadie es suficientemente inteligente como para entender sus investigaciones.
—No me puedo creer que tus antepasados hayan vuelto solo para insultaros.
—Mi madre dice que siempre supo que la tía Beryl se llevaría su mal genio al infierno.
—¿Los fantasmas se aparecen alguna vez en sitios donde no deberían estar?
—Creo que son más bien como almas...
—Vale, pues las almas. ¿Alguna vez se pierden?
—No estoy seguro—responde Dongs. Le arranca un trozo a su sándwich y se gira para mirarme— Sé que se les puede confundir. Que es posible intentar ocultarles sus objetivos. Algo así como que, si te preocupa que un alma pueda volver y revelar alguno de tus secretos, puedes intentar esconder a la persona viva a la que se van a aparecer. Ha habido asesinatos, incluso. Si te asesinan, no se te pueden aparecer y, por tanto, no puedes escuchar ni revelar ninguno de los secretos de la Aparición.
—¿Entonces las Apariciones pueden confundirse...?
—Sí, solamente se aparecen donde creen que alguien podría estar. Igual que haría una persona normal. Madame Bellamy dijo que vio a su marido rondando por la parte de atrás de su aula antes de que consiguiera cruzar el Velo.
Igual que cuando vi a la madre de JaeHyun en la ventana...
Debería contarle a Dongs lo que me ha pasado. Siempre le cuento a Dongs lo que me pasa.
—Vámonos —me dice mientras se pone de pie y se sacude el césped de las piernas— O llegaremos tarde a clase.
Coloca su mano unos centímetros por encima de las servilletas y los envoltorios de plástico y, con un giro de muñeca, dice:
—¡Cada mochuelo a su olivo! —y, al decir eso, desaparecen.
—Qué desperdicio de magia —digo, por costumbre, mientras recojo las mochilas. Dongs pone los ojos en blanco.
—Estoy tan cansado de oírte decir eso... Se supone que debemos usar la magia. ¿Para qué la estamos reservando?
—Para que esté ahí cuando la necesitemos.
—Ya me sé la respuesta oficial, Taeyong, gracias. En Estados Unidos la gente piensa que, cuanto más usa uno la magia, más poderoso se vuelve.
—Lo mismo piensan de los combustibles fósiles.
Dongs me mira, incrédulo, y empieza a reírse.
—No me mires así —le respondo— Sé mucho de combustibles fósiles.
🔮
Soy compañero de clase de JaeHyun en la mitad de las asignaturas. En nuestro curso hay solo otros cincuenta alumnos. Ha habido semestres enteros en los que hemos coincidido en todas las asignaturas y hemos tenido que estar juntos todo el día.
Solemos sentarnos lo más lejos que podemos el uno del otro, pero hoy, en Elocución, madame Bellamy nos hace despejar el centro del aula apartando los pupitres a un lado y nos pone por parejas. JaeHyun acaba sentado justo detrás de mí.
Madame Bellamy no ha vuelto a ser la misma desde la Aparición; es como si... Bueno, como si hubiera visto a un fantasma. Nos pone un montón de trabajo práctico y luego se dedica a deambular por la parte de atrás del aula, como si estuviera perdida. A estas alturas, en octavo, ya hemos superado las partes básicas de Elocución: proyección de la voz, pronunciación correcta de las consonantes, hablar en voz alta. Llegados a este punto, todo está más relacionado con los matices. Con cómo volver más poderoso un hechizo diciéndolo con pasión e intención. Con cómo hacer las pausas justas antes de determinadas palabras para fortalecer el encantamiento.
Kai es mi compañero hoy. Como casi todos los días. Se le da fatal Elocución. Aún repite los hechizos con el mismo tono monótono que emplearía para leer apuntes. Sus hechizos funcionan, pero acaban deshinchándose y aterrizando como si fueran globos de plomo. Si Kai hace levitar algo, se sacude espasmódicamente; si transforma algo, lo hace como si fuera una animación barata de stop—motion.
Doyoung dice que Kai da vergüenza ajena, y no solo por su ridícula hebilla mágica.
JaeHyun dice que Kai nunca hubiera sido admitido en Watford en los viejos tiempos.
La elocución de JaeHyun es perfecta. Y es capaz de dominarla en cuatro idiomas. (Aunque supongo que en lo que respecta a su dominio del francés, el latín y el griego solo puedo fiarme de su palabra.) Le escucho perfectamente detrás de mí, lanzando hechizos de enfriamiento y calentamiento uno detrás de otro. Noto en la nuca cómo cambia la temperatura del aire.
—Más despacio, señor Bae —le dice madame Bellamy— No es necesario desperdiciar tanta magia.
Percibo la irritación que destila la voz de JaeHyun cuando empieza a escupir hechizos incluso más rápido que antes.
Me resulta inquietante lo mucho que JaeHyun y Doyoung tienen en común. Se lo he mencionado a él en varias ocasiones.
—Además —apunté—las familias de los dos odian al Hechicero.
—Mi familia no se parece a la de los Bae —me contestó— Ellos son unos racistas que discriminan a otras especies. Estoy seguro de que JaeHyun piensa que yo no debería estar en Watford.
—¿Son racistas? —le pregunto— ¿Pero él no pertenece a alguna raza? En los retratos, su madre parece española, o árabe.
—El árabe y el español son idiomas, Taeyong. Y todo mundo pertenece a alguna raza. JaeHyun es la persona más blanca que yo haya visto.
—Pero porque es un vampiro —le contesto.
Joder, tengo que contarle a JaeHyun lo de su madre. O tengo que contarle a Dongs lo de la madre de JaeHyun... O a lo mejor debo contárselo al Hechicero. Si no ha sido el Humdrum el que ha matado a la madre de JaeHyun, ¿entonces quién ha sido?
No soy capaz de guardar un secreto tan grande.
No me cabe dentro.
🔮
Dongs se cuela en mi habitación antes quedar con su madre esta noche. Es estúpidamente valiente, lo único en lo que Doyoung se muestra estúpido. Juraría que esa parte de su personalidad crece cuanto más tiempo pasa entre emergencias. Estoy tentado de cerrarle la puerta en las narices.
—Si JaeHyun te encuentra en nuestra torre se chivará —le digo— Y luego te expulsarán.
Él hace un gesto con la mano para quitarle importancia.
—Está en el campo, viendo entrenar al equipo. Bae está ahí tan vigorozo.
Empuja la puerta, pero yo lo detengo.
—Entonces te acusará algún otro.
—Bah. Todos los chicos de nuestro curso me tienen miedo. Creen que voy a convertirlos en rana.
—¿Existe un hechizo para eso?
—Sí, pero es demasiado agotador, y después tendría que besarlos a todos para que recuperaran su forma normal.
Dando un largo suspiro, suelto la puerta y echo un vistazo hacia las escaleras mientras Doyoung se desliza al interior de mi habitación.
—Solo he venido a convencerte de que vengas conmigo —dice.
—Pues no va a funcionar.
—Por favor, Taeyong. Mi madre no me echará tantos sermones si vienes con nosotras.
—Me los echará a mí, entonces.
Me siento en la cama, sobre la que tengo desparramados un montón de libros.
También hay algunos viejos documentos de la biblioteca.
—Exacto. Sería una carga compartida... Oye, ¿estás leyendo La Crónica Mágica?
La Crónica es lo más parecido a un periódico que tenemos los magos. Lleva un registro de los nacimientos y muertes, de los vínculos mágicos y las leyes, además de las actas de todas las asambleas del Aquelarre. He podido sacar clandestinamente algunos volúmenes de principios de la década de los 2000 de la biblioteca.
—Sí —le contesto— He oído decir que es fascinante.
—Eso me lo has oído decir a mí —me dice— Y sé que no me estabas prestando atención cuando te lo decía. ¿Por qué estás leyendo La Crónica Mágica?
Levanto la vista de los libros.
—¿Alguna vez has oído hablar de un mago llamado «Taeil» o «Moon»?
—¿En toda la historia de la magia, quieres decir?
—No. No lo sé, tal vez. Solo alguien que se llame así. ¿A lo mejor un político o alguien que haya formado parte del Aquelarre? ¿O un profesor?
Él se apoya en mi cama y me dice:
—¿Esto es para el Hechicero? ¿Estás en alguna misión?
—No —sacudo la cabeza— No, ni siquiera le he visto. Esto es... Bueno, es por JaeHyun —Dongs me mira, sorprendido— Estaba pensando en su madre —le digo— En algo que he oído. Que quizá tenía un enemigo.
—Los Bae siempre han tenido más enemigos que aliados.
—Exacto. De todas formas, estoy seguro de que no es importante.
En realidad, a Dongs todo esto no le interesa pero, como ya he formulado la pregunta, intenta contestarme.
—Un enemigo llamado Taeil...
Pero entonces algo empieza a sonar en el bolsillo de su abrigo. Se le abren los ojos de par en par y su mano vuela al bolsillo.
Siento cómo a mí también se me ponen los ojos como platos.
—¿Tienes un teléfono?
—Taeyong...
—¡Doyoung! ¡No puedes tener un móvil en Watford!
Él se cruza de brazos.
—No entiendo por qué no.
—Son las reglas. Son un riesgo de seguridad.
Frunce el ceño y se saca el teléfono del abrigo. Es un iPhone blanco, nuevo.
—Mis padres se sienten mejor si saben que lo llevo conmigo.
—¿Cómo es que funciona aquí? —le pregunto— ¿No se supone que hay hechizos que...?
Doyoung está revisando sus mensajes de texto.
—Mi madre lo encantó. Ya ha llegado, está en la entrada... —vuelve a mirarme—Por favor, ven con nosotros.
—Tu madre podría ser una supervillana terrorífica.
Dongs se ríe.
—Ven a cenar con nosotros, Taeyong.
Vuelvo a negar con la cabeza.
—No. Quiero terminar de revisar esto antes de que vuelva JaeHyun.
Al fin, se rinde y se va, corriendo por las escaleras de la torre como si le importara un bledo que lo pillen. Me acerco a la ventana e intento divisar a JaeHyun en el campo de fútbol.
36
DOYOUNG
Mi madre insistió en que tuviera un móvil después de lo que pasó con el Humdrum.
En verano, estuvo algunas semanas diciendo que ni siquiera podía volver a Watford. Y mi padre tampoco intentó convencerla de lo contrario. Creo que se sentía culpable. Como si hubiera tenido que anticiparse a lo que el Humdrum se traía entre manos.
Mi padre se pasó todo el mes de junio encerrado en su laboratorio y no salía ni siquiera para comer. Mi madre le preparaba su biryani preferido y le dejaba platos humeantes al lado de la puerta.
—¡Ese chiflado! —mi madre no paraba de despotricar— ¡Mandar niños a pelear contra el Humdrum!
—No nos mandó el Hechicero —intenté rebatirle— El Humdrum nos secuestró.
Aquello solo sirvió para enfurecerla más. Supuse que querría averiguar cómo lo había conseguido el Humdrum. (Es imposible secuestrar a alguien de esa forma, teletransportarlo tan lejos. Se necesita mucha magia... Y ni siquiera Taeyong tiene tanta.) Sin embargo, mi madre no quiso tratarlo de forma racional.
Me alegró mucho comprobar que desconocía los detalles de todos los líos en los que nos habíamos metido. Y, debo añadir, de los cuales siempre nos las habíamos apañado para salir. Al menos nos deberían reconocer ese mérito.
Estoy seguro de que mi madre hubiera tardado mucho menos en tranquilizarse de no ser por las pesadillas.
Cuando sucedió de verdad, no grité.
Taeyong y yo estábamos de pronto en medio del Bosque Velado, mirando boquiabiertos a JaeHyun y Jungwoo, y yo cogiendo a Taeyong del brazo. Un segundo después, estábamos en mitad de un claro en Lancashire. Taeyong reconoció el lugar porque había vivido en un centro de menores de la zona cuando era pequeño, cerca de Pendle Hill. Hay una enorme escultura sonora que parece un tornado, y al principio pensé que aquel sonido era el Humdrum.
En aquel momento me di cuenta de que estábamos en un punto muerto.
Mi padre se dedica a estudiar los puntos muertos, así que he oído hablar mucho sobre ellos. Son agujeros en la atmósfera mágica que comenzaron a aparecer cuando lo hizo el Humdrum. Entrar en uno es como perder uno de los sentidos. Como abrir la boca y darte cuenta de que no puedes emitir ningún sonido. La mayor parte de los magos son incapaces de soportarlo. Se vuelven locos inmediatamente. Mi padre me contó que él nunca ha tenido tanto poder como la mayor parte de los magos, así que la idea de perderlo no le resulta tan aterradora.
Así que Taeyong y yo aparecemos de repente en el claro. Puedo sentir al instante que se trata de un punto muerto. Pero es más que eso. Es peor. El viento arrastra una especie de silbido extraño, y todo está seco, muy seco, y caliente.
A lo mejor no se trata de un punto muerto, pensé. A lo mejor solo es un punto moribundo.
—Lancashire —pensó Taeyong en voz alta. Y, entonces, el Humdrum apareció.
Yo supe que era el Humdrum porque era la fuente de todo lo que estaba pasando. Igual que sabes que el sol es el responsable de que durante el día haya luz. Todo el calor y la aridez provenían de él. O estaban siendo absorbidas por él.
Y ninguno de los dos, ni Taeyong ni yo, gritamos o intentamos correr, porque estábamos paralizados de terror. Ahí estaba el Humdrum. Y era exactamente igual que Taeyong. Exactamente igual a Taeyong cuando le vi por primera vez. Once años, con unos jeans sucios y una camiseta vieja. El Humdrum estaba jugando incluso con una pequeña pelota roja de goma que Taeyong se negó a soltar durante todo primero.
Aquel niño botó la pelota en dirección a Taeyong, y este la atrapó. Después, empezó a gritarle al Humdrum:
—¡Basta! ¡Basta! ¡Muéstrate, cobarde! ¡Muéstrate!
Hacía tanto calor y todo estaba tan seco que era como si nos estuviera succionando la vida, sorbiéndonosla a través de nuestra propia piel.
Ambos habíamos sentido aquello antes, durante otros ataques del Humdrum: ese efecto de succión seco y áspero, como si fuera arena. Conocíamos la sensación, la reconocimos enseguida. Pero nunca habíamos visto al Humdrum. (Ahora me pregunto si aquella sería la primera vez que el Humdrum tuvo la capacidad de mostrarse.)
Taeyong estaba seguro de que el Humdrum usaba una especie de máscara de su cara solo para burlarse de él. Seguía gritándole que mostrara su verdadero rostro.
Pero lo único que hizo el Humdrum fue empezar a reírse como si fuera un niño pequeño. De esa forma que tienen los niños pequeños de reírse cuando se les empiezan a escapar las carcajadas y ya no pueden parar.
(En realidad, no sé por qué, ni qué significa, pero creo que el Humdrum no se apareció de esa forma para gastarle una broma cruel: creo que esa es su forma real. Creo tiene el mismo aspecto que Taeyong.)
La succión comenzó a volverse demasiado fuerte. Bajé la vista y, al mirarme el brazo, descubrí que de mis poros estaba empezando a brotar un líquido amarillo y sangre.
Taeyong estaba gritando; el Humdrum estaba riéndose.
Me estiré, le quité la pelota a Taeyong y la arrojé colina abajo.
El Humdrum dejó entonces de reírse e, inmediatamente, se lanzó como un rayo a buscarla. En el segundo en el que nos dio la espalda, la succión se detuvo.
Me caí al suelo.
Taeyong me levantó y me echó sobre su hombro (lo cual me parece bastante alucinante, teniendo en cuenta que él y yo pesamos más o menos lo mismo). Siguió adelante como un auténtico marine y, en cuanto salimos del punto muerto, me cambió de posición junto a su pecho y de su espalda emergieron unas grandes y huesudas alas. Bueno, o algo parecido a alas. Deformes, con demasiadas plumas y demasiadas articulaciones...
No hay ningún hechizo capaz de conseguir eso. No hay palabras mágicas tan poderosas. Lo único que hizo Taeyong fue decir:
—¡Desearía poder volar!
Y sus palabras se hicieron magia.
(Esto no se lo he contado a nadie. Los magos no son como los genios: no funcionamos a base de deseos. Si alguien se enterara de que Taeyong es capaz de hacer eso, lo quemarían vivo en una hoguera.)
Los dos estábamos heridos, así que intenté conjurar hechizos de sanación. Pensaba que el Humdrum volvería a transportarnos al claro en cuanto encontrara su pelota. Sin embargo, quizá aquel era de ese tipo de trucos que no podía repetir dos veces en un día.
Taeyong voló lo más lejos que pudo, conmigo agarrado a él, pegado a él mediante hechizos que se debilitaban con rapidez. Entonces, debió de darse cuenta de lo desquiciados que parecíamos y descendió para aterrizar cerca de un pueblo.
Queríamos coger un tren, pero Taeyong no lograba hacer que sus alas volvieran a retraerse. Porque aquello no eran alas. Eran huesos y plumas y magia... y fuerza de voluntad.
Sobre eso tratan mis pesadillas: estamos escondidos en una zanja, al lado de la carretera. Taeyong está completamente exhausto. Yo estoy llorando. Intento sujetar sus alas y empujarlas para que vuelvan a meterse otra vez dentro de su espalda, para que podamos ir al pueblo y coger un tren. Sus alas se deshacen en mis manos. Y Taeyong sangra.
En mis pesadillas, soy incapaz de recordar cuál es el hechizo correcto...
Pero sí pude recordarlo ese día. Es un hechizo que se usa con niños que están asustados, para deshacer el efecto de bromas pesadas y fantasías poco realistas. Puse mis manos sobre la espalda de Taeyong y mascullé:
—¡Paparruchas!
Las alas se desintegraron sobre sus hombros en una amalgama de polvo y sangre. En la estación, Taeyong le robó la cartera a alguien para poder comprar los billetes.
Dormimos en el tren, acurrucados. Y, cuando regresamos a Watford, lo hicimos en medio de la ceremonia de fin de curso. Mi madre y mi padre estaban allí, y me llevaron a rastras a casa.
Estuvieron a punto de no dejarme volver a la escuela en otoño. Intentaron convencerme de que me quedara en Estados Unidos. Mi madre y yo nos gritamos muchísimo, y no hemos vuelto a mantener una conversación normal desde entonces.
Les dije a mis padres que no podía perderme el último año en Watford. Sin embargo, todos sabíamos que lo que realmente estaba diciendo era que no pensaba permitir que Taeyong volviera sin mí.
Les dije que iría caminando hasta Watford o que encontraría la manera de llegar volando.
Así que ahora me obligan a llevar siempre encima un teléfono móvil.
37
JUNGWOO
Watford es un lugar tranquilo si no eres el novio de Lee Taeyong y te has pasado tantos años con él que nunca te has molestado en hacer otros amigos.
Yo no tengo compañero de cuarto. El compañero que me asignó el Crisol, se puso enferma en quinto y volvió a casa.
Taeyong y JaeHyun le hicieron algo. Mi padre dijo que contrajo una laringitis traumática súbita.
—Una tragedia para cualquier mago.
—Sería una tragedia para cualquiera —le respondí— Los Normales también hablan.
La verdad es que no echo de menos a Jisoo. Estaba muy celosa de que a Taeyong le gustara yo, y no ella. Y se burlaba constantemente de mis hechizos. Además, siempre se pintaba las uñas sin abrir la ventana.
Tengo amigos, claro. Amigos de verdad. En casa. Pero no tengo permiso para contarles absolutamente nada sobre Watford. Ni siquiera tengo la capacidad de hacerlo: mi padre me hechizó para hacerme callar el día que me pilló quejándome de mi varita delante de mi amigo YangYang.
—¡Solamente le he dicho que era un rollo tener que llevarla a todos lados! ¡Ni siquiera he mencionado que es mágica!
—¡Ay, por el amor de Dios Jungwoo! —dijo mi padre. Mi madre estaba lívida.
—Tienes que hacerlo, Minho.
Así que mi padre levantó su varita, apuntó hacia mi cara y dijo:
—¡Apud Fordwat non loqui!
Es un hechizo muy serio. Solo los miembros del Aquelarre tienen permiso para usarlo. Supongo que aquella era una situación comprometida: si les cuentas a los Normales algo sobre la magia, hay que rastrearles hasta encontrarlos y hacerles un lavado de cerebro. Y, si eso no es posible, tienes que mudarte.
Así que ahora, YangYang (nos conocimos en Primaria, y ese es su nombre de verdad. Es agradable, ¿verdad?) piensa que estudio en un internado superreligioso donde está prohibido usar Internet. Lo que, tal como yo lo veo, es verdad.
Porque la magia es una religión.
Lo que ocurre es que no existe la posibilidad de no creer, o de practicarla solo durante Semana Santa o Navidad. Tu vida tiene que girar alrededor de la magia todo el tiempo. Si has nacido con magia, estás automáticamente atrapado en una serie de guerras que nunca terminan porque nadie sabe ya por qué empezaron.
Eso no se lo digo a mis padres. Ni tampoco a Taeyong, ni a Dongs.
Apud verum adfectus non loqui.
🔮
JaeHyun pasea solo por el patio. No hemos hablado desde que volvió.
Nunca hemos hablado de verdad, supongo. Ni siquiera aquella vez en el Bosque Velado. Taeyong apareció de repente antes de que la cosa llegara a más y luego desapareció igual de repentinamente.
(Justo cuando crees que vas a vivir una escena que no involucre a Taeyong, él se deja caer para recordarte que todos los demás somos personajes secundarios en la catástrofe de su vida.)
Ese día, en cuanto Taeyong y Dongs desaparecieron, JaeHyun me soltó las manos.
—¿Qué cojones le acaba de pasar a Lee?
Esas fueron las últimas palabras que me dedicó.
Sin embargo, sé que todavía me mira en el comedor. Sé que eso hace que Taeyong se vuelva loco. Esta mañana, terminó hartándose y estampando el tenedor contra la mesa. Cuando me volví para mirar a JaeHyun, él me guiñó un ojo.
Ahora apuro el paso para alcanzarlo. El sol se está poniendo y la luz hace que su grisácea piel casi parezca cálida. Sé que también provoca la sensación de que mi cabello refulja como si estuviera envuelto en llamas.
—Jae—le digo tranquilamente, sonriendo como si su nombre fuera un secreto. Vuelve ligeramente la cabeza para mirarme.
—Jungwoo —suena cansado.
—No hemos hablado desde que has vuelto —le digo.
—¿Y lo hacíamos antes?
Decido arriesgarme.
—No tanto como a mí me hubiera gustado.
Suspira.
—Por Crowley, Jungwoo. Debe haber una forma mejor de llamar la atención de tus padres.
—¿Qué?
—Nada —me contesta, y sigue caminando.
—JaeHyun, pensé que... Pensé que a lo mejor necesitabas hablar con alguien.
—No, estoy bien.
—Pero...
Se detiene un momento y vuelve a suspirar mientras se frota los ojos.
—Mira..., Jungwoo. Ambos sabemos que no importa la razón por la que Lee y tú se estén peleando. Lo solucionaréis pronto y volverán a su destino de ensueño. No lo compliques.
—Pero nosotros no...
JaeHyun ha reanudado la marcha. Cojea un poco. Quizá por eso no ha vuelto a jugar al fútbol. Sigo acompañándole.
—A lo mejor no quiero un destino de ensueño —le digo.
—Cuando averigües cómo escapar del destino, dímelo, por favor.
Camina tan deprisa como le permite la cojera, y decido no correr detrás para ponerme a su altura. Eso daría una impresión bastante desesperado.
—¡A lo mejor quiero algo más interesante! —le grito.
—¡Yo no soy más interesante! —me grita él, sin volver la cabeza— Simplemente no te convengo. Aprende a diferenciarlo.
Me muerdo el labio inferior e intento no cruzarme de brazos como un niño de seis años.
¿Cómo sabe él que no me conviene?
¿Por qué todo el mundo cree saber qué es lo mejor para mí?
38
JAEHYUN
Lee se ha pasado el día entero observándome. Semanas enteras. Y la verdad es que no estoy como para soportarlo. A lo mejor mi tía Jessica tenía razón: tenía que haberme quedado más tiempo en casa y descansar. Me siento hecho una mierda.
Es como si fuera incapaz de saciarme, como si no pudiera entrar en calor. Y luego, anoche, tuve una especie de ataque en las catacumbas. Ahí abajo está siempre muy oscuro. Y, aunque puedo ver en la oscuridad, tuve la sensación de estar otra vez metido en ese estúpido ataúd de los cenutrios.
No podía estar más tiempo bajo tierra. Atrapé seis ratas, les aplasté el cráneo contra el suelo y até las colas en un nudo. Después, me las llevé arriba y les chupé la sangre en el patio, bajo las estrellas. Solo me faltó mandarle a toda la escuela una carta firmada declarando que soy un vampiro. Un vampiro que le tiene miedo a la oscuridad, por Crowley bendito.
Les eché los esqueletos de rata a los lobos de mar. (Son peores que las ratas. Los dejaría secos si su sabor no fuera tan penetrante y se me quedara durante semanas en la boca. Como un sabor a carne de presa y pescado, todo mezclado.)
Después dormí como un muerto durante nueve horas y, aun así, no fue suficiente. Llevo medio adormilado desde la comida y no es que pueda subir a mi habitación para echarme una siesta. Estoy seguro de que Lee se sentaría enfrente de mí y se dedicaría a observarme.
Me ha estado siguiendo desde que volví. No se mostraba tan pesado desde quinto; ayer incluso me siguió al baño de chicos y fingió que solo necesitaba lavarse las manos.
No tengo la fuerza necesaria para todo esto.
Siento que vuelvo a tener quince años, como si fuera a dejarme llevar si se me acerca demasiado (para besarle o morderle). La única razón por la que fui capaz de sobrellevar ese año fue que no supe decidir cuál de esas dos opciones me sacaría de mi desgracia.
Aunque es probable que el propio Lee me saque de mi desgracia si intentara cualquiera de las dos.
Esas eran mis fantasías en quinto: besos, sangre y que Lee le hiciera un favor al mundo deshaciéndose de mí.
Esta tarde he ido a ver el entrenamiento de fútbol para tener una excusa para poder sentarme. Me escabullí del equipo cuando todos se fueron a cenar.
Jungwoo se me acerca en el patio y vuelve a intentar enredarme en ese drama suyo de bello caballero despechado, pero no tengo tiempo para este dolor de muelas. Me he enterado por la señorita Yoona de que el Hechicero regresará mañana a Watford y yo todavía no he encontrado la manera de colarme en su despacho. (Seguramente porque es una idea estúpida.) Pero, si subo ahí y robo algo, al menos podré quitarme de encima durante un tiempo a Jessica.
Me arrastro hasta la Torre de los Lamentos. Ignoro la escalera de caracol y cojo el ascensor de servicio hasta el último piso.
Atravieso la puerta y me dirijo hacia el despacho del director. Cuando mi madre ostentaba el cargo, yo vivía aquí con ella. No tendría más de cinco años. Mi padre venía casi todos los fines de semana, y en verano volvíamos todos juntos a la casa de Hampshire.
Mi madre me dejaba jugar en su despacho mientras ella trabajaba. Me sacaba de la guardería y dejaba que esparciera todos mis bloques de Lego sobre la alfombra.
Cuando llego al despacho del director, la puerta se abre sin problemas: el Hechicero nunca deshabilitó los hechizos protectores que mi madre lanzó para permitirme el acceso. Puedo entrar también a sus aposentos. (Una vez me colé ahí dentro y acabé vomitando en su inodoro.) Si fuera por Jessica, tendría que inspeccionar sus dependencias todas las noches, pero le he dicho que tenemos que guardarnos ese truco para cuando realmente lo necesitemos. Hasta que nos resulte útil. Y no utilizarlo solo para prenderle fuego a una bolsa llena de mierda y dejarla encima de su cama.
—Además, Jessica, no pienso cagar dentro de una bolsa.
—Lo haré yo, imbécil; mi mierda también vale.
Se me encoge el estómago en cuanto entro en el despacho. En cuanto veo el escritorio de mi madre. Está oscuro, las cortinas están echadas, así que enciendo un pequeño fuego en la palma de mi mano y lo alzo delante de mí.
Mi madrastra se asusta mucho cuando me ve hacer esto.
—Jae: no. Eres inflamable.
Pero encender un fuego me resulta tan fácil como respirar, apenas tengo que usar magia y siempre siento que lo tengo bajo control. Puedo hacer que se retuerza entre mis dedos como si fuera una serpiente. Mi padre siempre dice:
—Es igual que Irene. Tiene más fuego que un demonio.
(Aunque mi padre marcó una línea roja el día que me pilló fumando en el garaje.)
—Por Crowley bendito, JaeHyun. Eres inflamable.
El despacho tiene exactamente el mismo aspecto que cuando yo jugaba aquí. Podría pensar que el Hechicero se habría deshecho de todas las cosas de mi madre para colgar pósteres del Che Guevara, pero no lo ha hecho.
Hay polvo en la silla. En la silla de mi madre. Y otra gruesa capa de polvo sobre el teclado del ordenador. No creo que lo use mucho. El Hechicero no es el tipo de persona que se sienta a escribir. Siempre anda merodeando por ahí o blandiendo una espada o haciendo algo que justifique ese disfraz de Robin Hood que lleva puesto.
Abro el cajón superior con la varita, pero no hay nada, apenas algunos viejos artículos de oficina. El cargador de un móvil.
Mi madre siempre guardaba té en este cajón. Y chicles de menta y caramelitos. Me acerco para ver si aún puedo olerlos: tengo la capacidad de percibir olores que a otras personas les pasan desapercibidos. (Puedo oler cosas que ninguna persona puede oler.) (Porque no soy una persona.)
El cajón huele a madera y cuero. La habitación huele a cuero y a acero y al bosque, igual que el propio Hechicero. Abro los otros cajones con la mano. No hay trampas. No hay nada personal dentro. Ni siquiera estoy seguro de qué llevarle a Jessica. Un libro, quizá.
Alzo la llama para poder echarle un vistazo a los estantes y, durante un momento, considero la posibilidad de soplar, de hacer que todo el despacho se incendie. Entonces, me doy cuenta de que todos los libros están desordenados. Totalmente desordenados. Apilados unos encima de otros en lugar de estar colocados en las baldas, algunos de ellos apilados en el suelo. Siento la necesidad de ordenarlos por temas igual que solía hacerlo mi madre. (Siempre me dejaba coger sus libros. Tenía permiso para leer cualquiera, siempre y cuando lo devolviera a su lugar y prometiera preguntar si algo me asustaba o me confundía.)
Quizá debería aprovechar que todos estos libros estén desorganizados: nadie se va a percatar si falta uno, o varios. Me acerco a uno con un dragón grabado en el lomo. El dragón tiene la boca abierta y unas llamas salen de ella para forman el título, Fuegos y llamaradas: El arte de arder.
Un rayo de luz se refleja en la estantería que hay junto a mí y me doy media vuelta con un respingo, lanzando el libro por los aires, las páginas ondeando al viento. Algo sale del libro cuando cae al suelo.
Lee está de pie en el umbral de la puerta.
—¿Qué estás haciendo aquí? —exige saber. Tiene la espada desenvainada.
He visto muchas veces esa espada en acción. Lo más lógico sería que me mostrara aterrado pero, en cambio, lo encuentro reconfortante. Ya he lidiado con esto, con Lee, varias veces antes.
Debo de estar realmente exhausto, porque le digo la verdad:
—Estoy buscando uno de los libros de mi madre.
—No deberías estar aquí —me responde mientras sujeta la espada con ambas manos.
Sostengo la llama por encima de mi cabeza y me alejo de los estantes.
—No le estoy haciendo daño a nadie. Solo quiero un libro.
—¿Por qué?
Sus ojos descienden hasta el libro, que está tirado entre los dos, y luego se abalanza sobre él, abandonando la posición de ataque para llegar a él antes que yo. Me apoyo en la estantería y cruzo un tobillo delante del otro. Lee ya está agazapado sobre el libro. Seguramente cree que es una pista, la que hará que mi conspiración se desmorone.
Vuelve a ponerse de pie, los ojos fijos en el trozo de papel que tiene en la mano.
Parece alterado.
—Toma —me dice suavemente mientras me lo ofrece— Perdona...
Cojo el papel. Es una foto. Él se me queda mirando. Estoy tentado de metérmela en el bolsillo sin mirarla siquiera para poder hacerlo tranquilamente después, pero la curiosidad me puede y la levanto hasta mis ojos.
Soy yo.
Estoy en la guardería, creo. (Watford solía tener maestros infantiles y una guardería, la misma donde atacaron los vampiros.)
En la foto no soy más que un bebé, no tendré más de tres o cuatro años. Llevo puesto un peto de color gris claro con pantaloncillos bombachos y unas botas de piel blancas. Lo más llamativo es mi piel, de un llamativo tono rojizo y dorado que contrasta con la blanca camisa y los calcetines del mismo color. Le sonrío a la persona que saca la foto. Y alguien me tiene cogido de la mano.
Reconozco el anillo de boda de mi madre. Reconozco su gruesa y áspera mano.
Y, entonces, soy capaz de recordar su mano. Descansando encima de mi pierna cuando quería que me quedara quieto. Sosteniendo con precisión la varita en el aire. Deslizándose dentro del cajón de su escritorio para sacar un dulce y metérselo en la boca.
—Tus manos raspan —le decía cuando me frotaba la mejilla.
—Son las manos de un portador del fuego —me contestaba— Son lanzallamas.
Recuerdo las manos de mi madre rascándome la mejilla, colocándome el pelo detrás de las orejas.
Las manos de mi madre alzadas sobre su cabeza y prendiéndole fuego al aire dentro de la guardería mientras un monstruo con la piel blanca como la tiza me hundía los dientes en la garganta.
—JaeHyun... —dice Lee.
Ha recogido el libro y me lo ofrece. Lo cojo.
—Necesito contarte algo —me dice.
—¿Qué?
¿Desde cuándo tenemos Lee y yo algo que decirnos?
—Tengo que hablar contigo.
—Pues habla —le respondo, con la barbilla alzada.
—Aquí no —vuelve a guardar su espada— No deberíamos estar aquí. Y lo que tengo que decirte es privado.
Durante un momento, ni siquiera un momento, durante menos de medio segundo, me lo imagino diciendo: «La verdad es que me siento desesperadamente atraído por ti». Y después me imagino a mí mismo escupiéndole en la cara. Luego me imagino lamiéndole el escupitajo de la mejilla y besándole. (Porque estoy mal de la cabeza. Y si no, preguntenle a quien quieran.)
Con un ¡Pide un deseo!, apago la llama que arde en la palma de mi mano, guardo la foto dentro del libro y me lo coloco bajo del brazo.
—Afortunadamente para nosotros —le digo—tenemos nuestra propia suite privada en lo alto de una torre. ¿Suficientemente privado para ti?
Él asiente con la cabeza, un poco avergonzado, y me hace un gesto para que pase frente a él.
—Vámonos ya.
Y eso hago.
39
TAEYONG
Acabo de pillar a mi enemigo con las manos en la masa, irrumpiendo en el despacho del Hechicero. Podría hacer que lo expulsaran por esto. Por fin.
Y, en cambio, le he entregado lo que ha ido a robar. Y, luego, voy y le pregunto si podemos pasar tiempo a solas. Y todo porque he visto una foto suya de cuando era bebé.
Pero es que la cara que tenía JaeHyun en esa foto... Sonriendo solamente porque se sentía feliz, con las mejillas rojas como manzanas.
Y la cara que puso cuando la vio... Como si alguien hubiera hecho sonar un gong y todas sus barreras se hubiesen desmoronado.
Volvemos a nuestro cuarto y es un poco incómodo. No tenemos ningún tipo de experiencia en caminar uno al lado del otro, aunque por lo general solemos ir siempre en la misma dirección. Mantenemos la distancia en las escaleras y nos alejamos aún más mientras caminamos por los patios de la escuela. Me entran ganas de volver a desenvainar mi espada.
JaeHyun ha ido mosqueándose progresivamente y, cuando llegamos a nuestra habitación, está profundamente cabreado. Cierra la puerta de un portazo a nuestras espaldas, deja caer el libro encima de su cama y, después, se cruza de brazos.
—Muy bien, Lee. Ya estamos solos. Cuéntame lo que sea que me quieras decir.
Yo también cruzo los brazos.
—Vale —digo— Solo... siéntate, por favor.
—¿Por qué tengo que sentarme?
—Porque me haces sentir incómodo.
—Qué bien —me responde— Deberías alegrarte de que no te esté desangrando.
—¡Por Dios santo, JaeHyun! —le digo. Blasfemo como un Normal solo cuando me sacan de mis casillas— ¿No podrías calmarte y ya? Esto es importante.
JaeHyun sacude la cabeza, claramente molesto, pero se sienta en el borde de la cama, frunciéndome el ceño. Tiene esos ojos caídos, como de perro, que siempre parecen mirar por debajo de los párpados a pesar de tenerlos completamente abiertos. Y sus labios se tuercen naturalmente en las comisuras. Es como si su cara hubiera sido diseñada para hacer pucheros.
Camino hasta mi mochila y saco un cuaderno. Apunté todo lo que pude el día después de que la madre de JaeHyun se me apareciera: en aquel momento lo escribí para contárselo después al Hechicero.
Me siento en mi cama, delante de él, y de mala gana se gira para quedar de lado.
—Vale —le digo— Mira, en realidad yo no quiero contarte esto. Ni siquiera sé si debería hacerlo. Pero se trata de tu madre y creo que no estaría bien que no te lo dijese.
—¿Cómo que se trata mi madre? —sus brazos se descruzan y se inclina hacia mí para intentar quitarme el cuaderno de las manos.
Lo aparto.
—Voy a contártelo, ¿vale? Escúchame.
Entrecierra los ojos.
Yo me siento estúpidamente aturullado.
—Cuando no estabas...
No estabas aquí cuando el Velo se levantó.
Lo adivina inmediatamente, las aletas de su nariz se inflan y los ojos se le salen de las órbitas. Es jodidamente inteligente, no sé cómo voy a hacer para poder estar a su altura alguna vez.
—Mi madre... —empieza a decir.
—Te estaba buscando. Se apareció varias veces en la habitación. ¿Dónde estabas para que no pudiera encontrarte?
—¿Mi madre cruzó el Velo?
—Sí. Dijo que había sido convocada aquí, a nuestro cuarto. Que este era tu sitio. Y se enfadó mucho al ver que no estabas aquí. Quería saber si yo te había hecho daño.
—¿Habló contigo?
—Sí. Bueno... sí —me froto el pelo con las manos— Vino a buscarte y yo por poco me cago de miedo cuando me preguntó si te había hecho daño. Y luego dijo que el Velo se estaba cerrando...
Bajo los ojos en dirección al cuaderno.
JaeHyun me lo arrebata esta vez y hojea las páginas rápidamente. Luego me lo vuelve a lanzar al pecho.
—Escribes como un animal. ¿Qué fue lo que te dijo?
—Me dijo que... —se me quiebra la voz— Que su asesino está libre. Que deberías encontrar a Taeil para darle paz.
—¿Darle paz?
No sé qué más decirle. Su rostro se llena de agonía.
—Pero ella mató a los vampiros.
—Lo sé.
—¿Se refería al Humdrum?
—No lo sé.
—Vuelve a contármelo.
Vuelvo a mirar mis notas.
—Mi asesino está libre, Taeil lo sabe. Encuentra a Taeil y dame paz.
—¿Quién es Taeil? —JaeHyun me exige una respuesta. Es feroz y autoritario, igual que su madre.
—No me lo dijo.
—¿Qué más? —me pregunta— ¿Pasó algo más?
—Bueno... ella me dio un beso —me tiemblan las manos y me froto las yemas de los dedos contra la frente— Me dijo que era para ti, que te lo diera.
—Y, luego, ¿qué? —tiene los puños apretados a ambos lados del cuerpo.
—Luego se fue —le respondo— Volvió otra vez más, esa misma noche, antes de que el Velo se cerrara... —JaeHyun tiene cara de querer estrangularme— Y ella, bueno, ella parecía distinta, como si estuviera más triste, como si estuviera llorando —vuelvo a comprobar mis notas— Y esa vez no pude verla, pero escuché que decía: «Mi niño, mi cielo.» Aquello lo dijo varias veces, creo. Después me llamó por mi nombre y me dijo que jamás te hubiera abandonado. Y luego: «Me dijo que éramos estrellas.»
—¿Quién dijo eso? ¿Taeil?
—Supongo, no lo sé.
JaeHyun aprieta los puños y su voz sale de él como un tenso rugido.
—Quién cojones es Taeil.
—No lo sé. Pensé que tú lo sabrías.
Se levanta de la cama y empieza a vagar por la habitación.
—Mi madre volvió. Volvió para poder verme. Y fuiste tú quien habló con ella en mi lugar. Increíble.
—Bueno, ¿y tú dónde estabas? ¿Por qué no pudo encontrarte?
—¡Estaba indispuesto! ¡No es de tu incumbencia!
—Bueno, ¡pues entonces espero que tu viajecito secreto haya valido la pena! —le espeto— ¡Porque tu madre vino a verte! ¡Vino una y otra y otra y otra vez...! ¡Y tú estabas por ahí planeando tu desesperada rebelión!
Deja de pasearse y, acto seguido, se abalanza sobre mí. Sus manos buscan mi cuello. Y estoy más asustado por él que por mí, a pesar de que sé que quiere matarme. Porque si me toca un solo pelo, van a expulsarlo. El Anatema.
Me levanto de un salto y lo agarro por las muñecas. Está frío.
—JaeHyun, no quieres hacerme daño. ¿Verdad?
Intenta zafarse de mí. Jadea con furia.
—No quieres hacerme nada —le digo, intentando empujarlo hacia atrás—¿Verdad que no quieres hacerme daño? Perdóname. Mírame a los ojos. Perdóname.
Sus ojos grises vuelven a enfocarme, y da un paso hacia atrás, apartando los brazos de mí. Los dos miramos a nuestro alrededor por toda la habitación, esperando que el Anatema empiece a hacer efecto.
Alguien llama a la puerta y ambos damos un respingo.
—¿Taeyong? —escucho a Dongs al otro lado de la puerta.
JaeHyun enarca una ceja y casi puedo escucharlo pensar: «Interesante.» Lo empujo a un lado y abro la puerta.
—Dongs, ¿qué estás haciendo...?
Ha estado llorando. Vuelve a empezar y dice:
—Taeyong —y se echa a mis brazos.
Lo envuelvo lentamente en un abrazo y alzo la mirada hacia JaeHyun, esperando a que haga sonar la alarma.
Sacude la cabeza, como si todo esto fuera demasiado para él.
—Voy a dejaros solos —dice y pasa a nuestro lado deslizándose para salir por la puerta. Odio pensar que va a usar esto en contra de Doyoung, o de mí, pero ahora tengo que ocuparme de Dongs, que solloza en mi camisa.
—Oye —le digo, palmeándole ligeramente la espalda. No se me dan muy bien los abrazos y éllo sabe, pero seguramente ahora mismo no le importa— Oye, oye, ¿qué pasa?
Él se aparta y se limpia la cara con la manga. Todavía lleva puesto el abrigo.
—Mi madre... —tiene la cara completamente contraído. Vuelve a limpiarse con la manga.
—¿Tu madre está bien?
—Sí, todo el mundo está bien. Pero me ha contado que Lucas fue ayer a verla — Dongs está hablando demasiado rápido, llorando todavía— Fue de parte del Hechicero, con otros dos de sus Hombres, para registrar nuestra casa.
—Pero ¿por qué?
—El Hechicero los envió. Lucas dijo que era un registro rutinario para buscar magia prohibida, pero mi madre le contestó que no existe eso de los registros rutinarios, y que preferiría que la condenaran al Abismo de la Desesperación antes que dejar que el Hechicero la tratara como a un enemigo del Estado. Después, Lucas dijo que aquello no era una petición. Mi madre le contestó que podían regresar cuando tuvieran una orden del Aquelarre —Dongs tiembla en mis brazos— Y Lucas le dijo que estamos en guerra y que el Hechicero es el Hechicero. Y que mi madre no tenía nada que esconder, de todas formas. Mi madre le contestó que no se trataba de eso, que se trataba de los derechos civiles y de la libertad, y de que tu hijo de veinte años no se presentara en la puerta de casa como Rolf en Sonrisas y lágrimas. Estoy seguro de que Lucas se sintió humillado y que no era él mismo, o que quizá se dejó llevar por su parte más estúpida, porque le contestó que pensaba volver y que, para entonces, más le valía a mi madre cambiar de postura. Mi madre dijo que podía regresar como un fascista o como un nazi, pero que no podría hacerlo como su hijo.
A Dongs se le vuelve a quebrar la voz y se cubre la cara con ambos brazos, dándome un codazo en la barbilla sin querer.
Echo la cabeza hacia atrás y lo cojo de los hombros.
—Estoy convencido de que solo se les ha escapado un poco de las manos. Hablaremos con el Hechicero.
Se aparta violentamente de mí.
—Taeyong, no. No puedes hablar de esto con él.
—Dongs, es el Hechicero. No va a intentar hacerle daño a tu familia. Sabe que son buenos.
Vuelve a negar con la cabeza.
—No, mi madre me hizo prometer que no te lo contaría, Taeyong.
—Nada de secretos —le digo, repentinamente a la defensiva— Tenemos un pacto.
—¡Lo sé! Y por eso estoy aquí, pero no puedes contárselo al Hechicero. Mi madre está asustada. Y mi madre nunca se asusta.
—¿Por qué no dejó sencillamente que registraran la casa?
—¿Y por qué debería permitirlo?
—Porque —le digo— si el Hechicero hace esto, estoy convencido de que es por alguna razón. El Hechicero no va por ahí fastidiando a la gente. No tiene tiempo para eso.
—Pero ¿y si llegan a encontrar algo?
—¿En tu casa? No hay nada que encontrar.
—Pero podrían hacerlo —dice— Conoces a mi madre: «La información busca ser libre», «No existen las ideas equivocadas». Nuestra biblioteca es prácticamente tan grande como la de Watford y mucho más completa. Si quisiera encontrar algo peligroso, estoy seguro de que podría hacerlo.
—Pero el Hechicero no quiere hacerle daño a tu familia.
—Entonces, ¿a quién quiere hacerle daño, Taeyong?
—¡A la gente que quiere hacernos daño a nosotros! —le digo, prácticamente gritando— ¡A la gente que quiere hacerme daño a mí!
Dongs encoge los brazos y me mira. Ya casi ha dejado de llorar por completo.
—El Hechicero no es perfecto. No siempre tiene razón.
—Nadie es perfecto. Pero debemos confiar en él. Lo hace lo mejor que puede.
En cuanto termino de decir eso, siento que la culpa me golpea en el estómago. Tenía que haberle contado al Hechicero lo del fantasma. Tenía que habérselo contado a Dongs. Tenía que habérselo contado a cualquiera de los dos antes que a JaeHyun. A lo mejor he estado espiando para el bando equivocado.
—Necesito pensar sobre todo esto —dice Dongs— No es mi secreto, no me corresponde contarlo. Ni a ti tampoco.
—Vale.
—Vale.
Se le vuelven a llenar los ojos de lágrimas y agita otra vez la cabeza.
—Debería irme. Todavía no me puedo creer que JaeHyun no se haya presentado aquí con el tutor de la residencia. Deben de creer que está mintiendo...
—No creo que haya ido a delatarte.
Dongs resopla por la nariz.
—Por supuesto que ha ido a delatarme. Pero me da igual. Tengo preocupaciones más urgentes.
—Quédate un poco más —le digo.
Si se queda, le contaré lo de la madre de JaeHyun.
—No. Ya hablaremos de todo esto mañana. Solo necesitaba contártelo.
—Tu familia estará a salvo. No tienes de qué preocuparte. Te lo prometo.
Doyoung parece escéptico, y casi espero que me recuerde lo inútiles que han sido mis palabras hasta ahora. Pero se limita a asentir con la cabeza y me dice que me verá mañana en el desayuno.
🔮
Aturullado: Confundir a alguien , turbarlo de modo que no sepa qué decir o cómo hacer algo.
40
JAEHYUN
Podría hacer que empapelaran a Kim por esto.
(Pensaba que era imposible violar los hechizos de restricción de las residencias. Pero era de esperar que Kim encontrara la forma de hacerlo. Es endiabladamente ingenioso.)
Pero me da igual.
Vuelvo a dirigirme a las catacumbas y me dedico a cazar sin pensar.
La tumba de mi madre está aquí. Odio la sensación de que pudiera estar observándome. ¿Las almas pueden ver a través del Velo? ¿Sabe que me he convertido en uno de ellos?
En ocasiones me pregunto qué hubiera ocurrido si ella hubiera sobrevivido.
Fui el único niño de la guardería al que convirtieron ese día. Los vampiros podrían haberme llevado con ellos si mi madre no los hubiera detenido.
Mi padre llegó en cuanto se enteró. Jessica y él hicieron todo lo posible por curarme, pero sabían que ya me habían convertido. Que la sed de sangre acabaría por manifestarse tarde o temprano.
Y lo único que hicieron fue...
Hacer como si nada hubiera pasado. Por Crowley, tuvieron suerte de que no empezara a devorar gente cuando entré en la pubertad. No creo que mi padre hubiera dicho ni una sola palabra aunque me hubiera pillado chupándole la sangre a la sirvienta. «Jae, cámbiate de ropa para la cena. Vas a hacer enfadar a tu madrastra.»
Hubiera preferido pillarme desnudando a la sirvienta... (Le decepciona mucho más el hecho de que sea homosexual que el hecho de que esté muerto.)
Mi padre prefiere ignorar que soy un vampiro (excepto en lo concerniente a ser inflamable), y sé que nunca me echará de casa a causa de ello.
Pero ¿y mi madre?
Ella me hubiera matado.
Ella se hubiera enfrentado a mí, a lo que soy, y hubiera hecho lo correcto.
Mi madre nunca hubiera dejado entrar a un vampiro en Watford. Y no lo hizo.
Me detengo cuando llego a la puerta de su cripta. A la piedra en la pared que señala dónde está.
Fue la persona más joven en dirigir Watford. Y uno de los tres directores que, a lo largo de la historia, murió defendiéndolo. Descansa aquí, en un lugar honorífico, parte de los mismos cimientos de la escuela.
Mi madre volvió.
Volvió a buscarme.
¿Qué significado tiene que no haya podido encontrarme?
A lo mejor los fantasmas no pueden ver a través de los ataúdes.
A lo mejor no pudo verme porque no estoy completamente vivo. ¿Seré yo capaz de verla a ella cuando Taeyong acabe finalmente conmigo?
Porque terminará haciéndolo.
Acabará conmigo.
Lee hará lo correcto.
🔮
Permanezco en las catacumbas hasta que termino de alimentarme. Hasta que me harto de estar furioso. Hasta que no soporto mirar la foto durante más tiempo. (De niño era una rechonchita bolsa de sangre muy afortunada.)
Hasta que termino de llorar.
Cabría pensar que es algo que se pierde con la transformación: las lágrimas. Pero todavía hago pis, todavía lloro. Todavía pierdo agua.
(En realidad, no sé cómo funciona esto de ser un vampiro. Mi familia se niega a dejar que me vea un médico mágico. Pero bueno, no es precisamente como si me hubiera pillado una gripe o necesitara una vacuna.)
Las flores que había dejado encima de la tumba de mi madre ya se han marchitado. Les lanzo un hechizo ¡En abril, aguas mil!, y vuelven a florecer. Invierto en el hechizo más magia de la que me puedo permitir utilizar ahora mismo, porque crear comida y devolver vida a las flores requiere de energía vital, y me dejo caer contra la pared.
Últimamente, cuando estoy muy cansado, ni siquiera puedo mantener la cabeza erguida.
Y mi pierna izquierda no ha llegado a curarse por completo desde lo de los cenutrios. Se me duerme. Doy un pisotón contra el suelo de piedra y noto una extraña sensación subiéndome por el talón.
Si mi madre pudo cruzar el Velo, significa que todavía no se ha ido definitivamente. No está aquí, no puede verme. Pero tampoco está en el Más Allá. Su alma está atrapada en un lugar intermedio.
¿Cómo puedo ayudarla?
¿Encontrando a ese tal Taeil? ¿Fue él quien envió a los vampiros?
Siempre me han dicho que fue el Humdrum quien lo hizo. Incluso Jessica lo cree.
Ha sido el Humdrum quien ha mandado a Watford todo lo demás.
Tengo la pierna izquierda tan dormida que, cuando por fin llego a nuestra torre, tengo que apoyarme en la derecha e ir arrastrándola detrás de mí escaleras arriba.
Kim se ha ido ya de nuestra habitación. Lee está metido en su cama y las ventanas están abiertas. Se ha duchado. Lee usa el jabón que nos dan en la escuela. Por eso siempre huele a hospital cuando está limpio.
No me molesto en enjuagarme la cara ni en cambiarme de ropa. Me limito a desvestirme, me quedo en ropa interior y me meto en la cama. Me siento como si estuviera muerto. Como si llevara muerto mucho tiempo.
En cuanto consigo acomodarme, con los ojos cerrados y habiéndome obligado a no llorar otra vez, Lee se aclara la garganta. Está despierto. No puedo llorar.
—Voy a ayudarte —me dice, en voz tan baja que solo un vampiro podría escucharlo.
—¿Que vas a ayudarme a qué?
—A encontrar a quien haya matado a tu madre.
—¿Por qué?
Se da la vuelta para poder mirarme a la cara. Casi no puedo distinguirlo en la oscuridad. Él no puede verme.
Se encoge de hombros.
—Porque atacaron Watford.
Le doy la espalda.
—Porque era tu madre —dice Lee— Y la mataron delante de ti. Y eso... Eso está mal.
41
BO—GYEOL
El Velo se está cerrando.
Atrayéndonos a todos de vuelta, pero a mí no logra atraparme.
Creo que ya no queda lo suficiente de mí. Imagínatelo: no tener vida suficiente como para estar propiamente muerto. No tener suficiente sustancia para cruzar a un lado ni tampoco para volver al otro.
Preferiría quedarme aquí.
Preferiría seguir hablando contigo, aunque no puedas escucharme. Aunque no pueda verte. (Hubo un momento en el que creí que podría hacerlo. Hubo un momento en el que creí que podrías escucharme.)
Permanezco aquí, a la deriva. Voy deslizándome sobre suelos que no me sostienen. Vuelo a través de paredes que no pueden contenerme.
El mundo es gris y está lleno de sombras.
Les cuento mi historia.
Parte III: 42
TAEYONG
JaeHyun está casi vestido cuando me despierto.
Está de pie delante de la ventana (aunque hace demasiado calor aquí dentro, la ha cerrado), y se está haciendo el nudo de la corbata, mirando su reflejo en el espejo.
Lleva el pelo largo, aunque es un chico, y, cuando juega al fútbol, le cae sobre los ojos y las mejillas. Sin embargo, se lo echa hacia atrás después de ducharse, así que, parece un gánster desde primera hora de la mañana, o un vampiro de alguna película en blanco y negro.
Siempre me pregunto si JaeHyun logra ser un vampiro solo porque se parece muchísimo a uno. Pero quizá llamarlo así sea pasarse, ser demasiado directo, ir demasiado a las claras. (JaeHyun tiene una nariz larga y fina, de esas que comienzan muy arriba en la frente y prácticamente se encuentra en medio de sus cejas. A veces, cuando lo observo, me dan ganas de estirar el brazo y bajarle la nariz dos centímetros, aunque sé que no va a funcionar.) (También tiene la nariz un poco torcida en la parte inferior, por mi culpa.)
No sé qué vamos a hacer esta mañana.
O sea, prometí ayudarle a averiguar qué le pasó a su madre. ¿Se supone que vamos a empezar ahora mismo? ¿O es una de esas promesas que me perseguirán durante años a partir de ahora, incluso cuando ya me haya olvidado de todo esto?
Y, de todas maneras, aún somos enemigos, ¿no? ¿Seguirá queriendo matarme?
Tal vez no intente hacerlo hasta que le haya ayudado con lo de su madre; supongo que esa es una idea reconfortante.
JaeHyun tira del nudo de la corbata una última vez y se gira hacia mí mientras se pone la chaqueta.
—No te has librado.
Me incorporo.
—¿Qué?
—No pretenderás que me crea que lo de anoche fue un sueño o que no era lo que querías decir. Me vas a ayudar a vengar la muerte de mi madre.
—Nadie dijo nada sobre venganza —me desarropo dando un tirón a las sábanas y me incorporo sacudiéndome el pelo con ambas manos. (Cuando duermo se me enreda)— Dije que te ayudaría a descubrir quién la mató.
—Eso es ayudarme, Lee. Porque, en cuanto lo sepa, los mataré.
—Bueno, en esa parte no te voy a ayudar.
—Ya lo estás haciendo —dice JaeHyun, y se echa la mochila al hombro.
—¿Qué?
—A partir de este momento —dice, apuntando hacia el suelo— Empezaremos con esto ahora. Es nuestra prioridad más importante.
Se dirige a la puerta. Intento argumentar.
—¿Qué...?
JaeHyun se detiene, resopla y se da media vuelta hacia mí.
—¿Qué pasará con todo lo demás? —pregunto.
—¿A qué te refieres con «lo demás»? —responde— ¿Las clases? Podemos seguir yendo a clase.
—No —protesto— Tú sabes qué es lo demás —pienso en los últimos siete años de mi vida. En todas sus amenazas vacías, y en cada amenaza que ha cumplido— Quieres que te ayude con esto, pero... también quieres empujarme por las escaleras.
—Está bien. Prometo no tirarte por las escaleras hasta que resolvamos esto.
—Lo digo en serio —insisto— No puedo ayudarte si estás constantemente tendiéndome trampas.
Responde con desprecio.
—¿Crees que esto es una trampa? ¿Que he traído a mi madre de entre los muertos para joderte?
—No.
—Hagamos una tregua —añade.
—¿Tregua?
—Estoy seguro de que sabes qué significa «tregua», Lee. Nada de agresiones hasta que esto termine.
—¿Nada de agresiones?
Pone los ojos en blanco.
—Nada de actos de agresión.
Cojo mi varita mágica de la mesa que separa nuestras camas y me dirijo hacia él, elevándola en la mano izquierda a la vez que extiendo la derecha.
—Júralo —le digo— Con magia.
Me mira con los ojos entrecerrados. Me doy cuenta de que tiene la mandíbula tensa.
—Está bien —dice, y aleja de un golpe mi varita— Pero no dejaré que te me acerques con eso.
Saca su propia varita del bolsillo interior de su chaqueta y la sostiene entre nosotros. Luego, me coje la mano (la suya está fría) y la aparto precipitadamente, por puro reflejo. Ejerce más presión.
—Tregua —dice JaeHyun, mirándome a los ojos.
—Tregua —respondo, no muy convencido.
—Hasta que descubramos la verdad —añade.
Asiento.
Luego da un golpe a nuestras manos unidas.
—¡Palabra de caballero!
Siento la magia de JaeHyun penetrar en mi mano. La magia ajena nunca se percibe como la propia: lo mismo que la saliva ajena no sabe como la propia. (Aunque yo solo puedo hablar del sabor de la de Jungwoo.) La magia de JaeHyun arde. Como el calor de la fricción. Permanece en los músculos de mi mano.
Acabamos de hacer un juramento. Nunca antes había hecho uno. JaeHyun todavía podría romperlo (aún podría volverse en mi contra), pero sufriría calambres en las manos y perdería la voz durante unas cuantas semanas. Quizá todo forme parte de su plan.
Ambos miramos nuestras manos unidas. Aún puedo sentir su magia.
—Podemos hablar sobre esto después de clase —dice JaeHyun— Cuando volvamos aquí.
Afloja su mano y yo retiro la mía.
—Vale.
🔮
Llego tarde a desayunar y Doyoung no me ha guardado ni una sardina, ni siquiera una tostada.
Dice que no tiene ganas de hablar y yo tampoco, aunque tengo que decirle muchas cosas.
Jungwoo sigue sin querer sentarse con nosotros. Esta mañana, ni siquiera lo he visto: me pregunto si se habrá ido a alguna parte con JaeHyun. Tendría que haber añadido eso a la tregua: «También tienes que dejar en paz a mi novio».
Exnovio, supongo. En fin.
—¿Ya has tenido noticias de tu madre? —le pregunto a Dongs.
—No —responde— ¿JaeHyun me va a delatar?
—No. ¿Ha vuelto el Hechicero?
—No le he visto.
Apenas se come la mitad del desayuno, como siempre; y yo como el doble, solo para mantener la boca ocupada. Salgo temprano de clase de Griego porque siento que he abandonado a Dongs (no puedo ponerme de su lado contra el Hechicero) Si sirve de algo, tampoco podría ponerme nunca de parte del Hechicero contra él.
Cuando llego a clase, JaeHyun ya está ahí. Ignorándome. Me ignora toda la mañana.
Lo veo en el pasillo unas cuantas veces cuchicheando con Johnny y Sungchan.
Cuando llega la hora de volver a vernos en nuestra habitación, le digo a Dongs que no iré a cenar porque me voy a quedar estudiando y atravieso el patio corriendo para volver a La Casa de los Enmascarados.
En cuanto llego a las escaleras, comienzo a preguntarme si esta reunión será una trampa, pero no es más que una paranoia. JaeHyun no tiene que engañarme para atraerme a nuestra habitación; duermo ahí todas las noches.
No es como aquella vez que intentó que me comiera la quimera. Aquella vez, me pidió que nos encontráramos en el Bosque Velado. Dijo que tenía información para mí, sobre mis padres, y que era demasiado peligroso arriesgarse a contármela en el campus de la escuela.
Sabía que estaba mintiendo.
Intenté convencerme de que iba al bosque solo para ver qué era capaz de hacer y darle una buena paliza. Aunque una parte de mí seguía pensando que quizá realmente supiera algo sobre mis padres (bueno, alguien debe de saber quiénes son) Y aunque JaeHyun solo pretendiera usarlo en mi contra, seguiría siendo algo.
Fue maravilloso cuando la quimera detectó primero a JaeHyun, oculto en los árboles, y se abalanzó sobre él en lugar de perseguirme a mí. Debí dejar que el monstruo lo persiguiera. JaeHyun se lo tenía merecido...
También aquella vez que estábamos en cuarto y me dejó una nota con la letra de Jungwoo donde decía que la esperara bajo el tejo al anochecer. Estaba helando y, por supuesto, él no apareció y me quedé ahí toda la noche sin poder moverme hasta que bajaron el puente levadizo a la mañana siguiente. Mi conjuro para calentar no funcionó y los demonios de la nieve no dejaron de tirarme castañas a la cabeza. Se me pasó por la cabeza machacarlos, pero son una especie mágica protegida. (Por el calentamiento global.) Me pasé toda la noche esperando que ocurriera algo peor. ¿Por qué JaeHyun me torturaba con demonios de la nieve? Son bolas de nieve semiconscientes con cejas y manos. Ni siquiera son malignos. Pero no pasó nada más, lo que significa que el malvado plan de JaeHyun se desmoronó, o que su malvado plan era que estuviera a punto de morir congelado la noche antes de un examen importante.
Luego, el año pasado, me dijo que la señorita Yoona quería verme y, cuando fui a su despacho, JaeHyun había encerrado una mofeta dentro. La señorita Yoona estaba segura de que era culpa mía, aunque le caigo muy bien.
Me vengué metiendo la mofeta en su armario, lo que en realidad tampoco fue una venganza, porque compartimos habitación.
Ahora estoy delante de la puerta, todavía intentando decidir si se trata de una trampa. Decido que da igual, porque incluso aunque supiera que es una trampa, entraría.
Cuando abro la puerta, JaeHyun está empujando una antigua pizarra frente a nuestras camas.
—¿De dónde has sacado eso? —pregunto.
—De un aula.
—Sí, pero ¿cómo ha llegado hasta aquí?
—Volando.
—No —replico—en serio.
Pone los ojos en blanco.
—Lancé un Arriba, arriba y adiós. No me costó mucho.
—¿Por qué?
—Porque estamos resolviendo un misterio, Lee. Me gusta organizar mis pensamientos.
—¿Así sueles planear cómo arruinarme la vida?
—Sí. Con trozos de tiza de colores. Deja de quejarte —abre su mochila y saca unas cuantas manzanas y otras cosas envueltas en papel encerado— Come —dice y me lanza un envoltorio.
Es un sándwich de beicon. También ha traído una jarra de té.
—¿Qué es todo esto? —le pregunto.
—La cena, evidentemente. Sé que no funcionas a menos que te des un buen atracón.
Desenvuelvo el sándwich y decido darle un mordisco.
—Gracias.
—No me las des —dice— Suena fatal.
—No tan mal como que tú me traigas sándwiches de beicon.
—Muy bien, de nada. ¿A qué hora llega Kim?
—¿Por qué iba a venir?
—Porque siempre lo hacéis todo juntos, ¿no? Cuando accediste a ayudarme, contaba con que traerías a tu otra mitad, el más inteligente.
—Doyoung no sabe nada de esto —aclaro.
—¿No sabe nada sobre la Aparición?
—No.
—¿Por qué no? Pensé que se lo contabas todo.
—Es que... parecía que era asunto tuyo.
—Es que es asunto mío —reafirma JaeHyun.
—Exacto. Así que por eso no se lo he dicho. Dime, ¿por dónde empezamos?
En su rostro se dibuja una mueca.
—Contaba con que Kim nos dijera por dónde empezar.
—Comencemos por lo que sabemos —digo— Por ahí es donde siempre comienza Doyoung.
—Muy bien.
JaeHyun parece realmente nervioso. Golpea con la tiza en la pernera de su pantalón y deja manchas blancas en él. «Taeil», escribe en la pizarra con una prolija caligrafía cursiva.
—Eso es lo que no sabemos —aclaro— A menos que te hayas inventado algo.
Niega con la cabeza.
—No, nunca he oído hablar sobre él. Hice una inspección rápida en la biblioteca a la hora de la comida; pero es poco probable que encuentre algo en el Jardín de versos para niños.
De la biblioteca de Watford han sacado la mayoría de los libros sobre magia. El Hechicero quiere que nos concentremos en libros Normales para que nos acostumbremos al lenguaje.
Antes de las reformas del Hechicero, Watford era tan proteccionista con los conjuros tradicionales, que eran lo único que enseñaban, en lugar de hechizos más nuevos que funcionaban mejor. Incluso hubo iniciativas para que los libros y la cultura victorianos fueran tan populares como los Normales, solo para infundir un aliento renovado a los viejos conjuros.
—La lengua evoluciona —dice el Hechicero— Nosotros también debemos hacerlo.
JaeHyun vuelve a mirar la pizarra. Ahora tiene el pelo seco y le caen mechones sueltos sobre las mejillas. Se coloca una tiza detrás de la oreja, luego escribe una fecha en la pizarra:
«12 de agosto de 2002.»
Comienzo a preguntarle qué ocurrió ese día, entonces, me doy cuenta.
—Solo tenías cinco años —digo— ¿Recuerdas algo?
Me observa, luego devuelve la mirada a la pizarra.
—Algo.
43
JAEHYUN
Algo. No recuerdo cómo comenzó el día, ni ninguna de las partes normales.
Solo recuerdo unas cuantas cosas de ese año. Una excursión al zoológico. El día que mi padre se afeitó el bigote y no lo reconocí.
Recuerdo que, en general, iba a la guardería.
Que todos los días nos daban galletas integrales con leche. El mural de un conejo en el techo. Una niña que un día me mordió. Recuerdo que había trenes y que me gustaba el color verde. Que había bebés y que, a veces, si alguno lloraba, la profesora me permitía acercarme a la cuna y decir:
—No te preocupes, nubecita, vas a estar bien.
Porque eso era lo que mi madre me decía cuando yo lloraba.
No creo que hubiera muchos niños. Solo los hijos de los profesores. Dos salas. Yo todavía estaba con los bebés.
No recuerdo haber estado ahí de manera específica el 12 de agosto. Sin embargo, recuerdo cuando los vampiros derribaron la puerta.
Los vampiros (nosotros) somos extraordinariamente fuertes cuando estamos de cacería. Una robusta puerta de roble con conejitos y tejones tallados... no supone ningún impedimento para un grupo de vampiros.
No estoy seguro de cuántos vampiros fueron a la guardería ese día. Parecían docenas, pero no puede ser que fueran tantos, porque fui el único niño al que mordieron. Recuerdo que uno de ellos, un hombre, me levantó como si fuera un cachorro, cogiéndome por la parte trasera del peto. El babero se alzó y me ahogó por un segundo.
Por lo que recuerdo, mi madre se encontraba justo detrás de ellos, llegó casi de inmediato. Pude escucharla gritando conjuros antes de que pudiera verla. Vi su fuego azul antes de ver su rostro.
Mi madre podía invocar el fuego en voz baja. Podía arder durante horas sin cansarse.
Podía lanzar corrientes de fuego sobre la cabeza de los niños; el aire cobraba vida gracias a él.
Recuerdo que la gente salió huyendo. Recuerdo que vi a uno de los vampiros encenderse como una bengala. Recuerdo la mirada en el rostro de mi madre cuando me vio, un destello de agonía ante el hombre que me aprisionaba y hundía sus dientes en mi cuello.
Y luego, dolor.
Y luego, nada...
Debí de perder el conocimiento.
Cuando desperté, estaba en el despacho de mi madre, y mi padre y la señorita Yoona me lanzaban conjuros de curación.
Cuando desperté, mi madre se había muerto.
44
TAEYONG
JaeHyun eleva la mano hacia la pizarra y escribe «vampiros», y luego, «en una misión del Humdrum» y, más adelante, «una muerte».
No entiendo cómo es capaz de hacer esto: hablar sobre vampiros sin admitir que él también es uno. Fingir que aún no lo sé. Que él no sabe que yo ya lo sé.
—Bueno, no hubo solo una muerte —aclaro— También murieron vampiros, ¿me equivoco? ¿Tu madre los mató a todos? ¿Cuántos?
—Es imposible saberlo —cruza los brazos— No hubo restos —vuelve a girarse hacia la pizarra— No quedan restos en este tipo de muertes, solo cenizas.
—Entonces el Humdrum envió vampiros a Watford...
—La primera transgresión en la historia de la escuela —señala JaeHyun.
—Y la última —añado.
—Bueno, se ha vuelto mucho más difícil, ¿no te parece? —apunta JaeHyun— Eso es algo que le debemos a tu Hechicero; tener esta escuela más tiesa que una vela. Ocultaría Watford detrás del Velo si pudiera.
—¿Ha habido algún ataque de vampiros desde entonces?
JaeHyun se encoge de hombros.
—No creo que los vampiros ataquen normalmente a los magos. Mi padre dice que se comportan como los osos.
Ellos.
—¿Cómo? —le pregunto.
—Bueno, cazan donde es más sencillo hacerlo, entre los Normales, y no atacan magos a menos que estén hambrientos o rabiosos. Es complicarse demasiado.
—¿Qué más te contó tu padre sobre los vampiros?
La voz de JaeHyun es fría:
—Rara vez surge el tema.
—Bueno, quería decir —cuadro los hombros y, después de pensarlo, digo— que en esta situación específica ayudaría saber cómo actúan los vampiros.
JaeHyun frunce los labios.
—Seguramente beben sangre y se convierten en murciélagos, Lee.
—Me refiero a culturalmente, ¿vale?
—Claro, eres un fanático de la cultura.
—¿Quieres que te ayude, o no?
Suspira y escribe en la pizarra: «Vampiros: alimento para la mente». Me embuto el último mordisco del sándwich en la boca.
—¿De verdad los vampiros se pueden convertir en murciélagos?
—¿Por qué no le preguntas a uno? Continuemos: ¿qué más sabemos?
Me levanto de la cama y me limpio las manos en el pantalón. Luego saco de mi escritorio un ejemplar encuadernado de La Crónica.
—Busqué la cobertura del ataque en la prensa.
Abro el tomo por la página adecuada y se lo paso. El retrato oficial de su madre abarca la mitad de la página. También hay una foto de la guardería quemada y ennegrecida, y el titular:
VAMPIROS EN LA GUARDERÍA
Irene Jung—Bae muere al defender Watford contra los seres oscuros.
¿Nuestros hijos están a salvo?
—Nunca había visto esto —asegura JaeHyun, cogiendo el tomo. Se sienta en mi silla y comienza a leer la historia en voz alta:
El ataque ocurrió apenas unos días antes de que comenzara el semestre de otoño. Imagine la matanza que hubiera ocurrido en un día típico de Watford...
La profesora Mary, administradora de la guardería, dijo que una de las bestias atacó a Jung—Bae por detrás, clavándole los colmillos en el cuello, justo después de que ella hubiera decapitado a otro que amenazaba a su propio hijo.
«Se convirtió en una Furia —señaló Mary— Como algo salido de una película. El monstruo la mordió y ella profirió el conjuro ¡Tigre! ¡Tigre!, reluciente incendio, y entonces ambos quedaron envueltos en llamas...».
JaeHyun detiene la lectura. Parece inquieto.
—No lo sabía —confirma, más para el libro que para mí— No sabía que la habían mordido.
—¿Qué quiere decir Tigre, tigre? —me detengo.
No me fío de mí mismo cuando pronuncio hechizos nuevos en voz alta.
—Es un conjuro de inmolación —señala— Era muy popular entre los asesinos..., y entre amantes desdeñados.
—Entonces ¿se suicidó? ¿De manera premeditada?
Cierra los ojos e inclina la cabeza hacia delante sobre el libro. Siento que debería hacer algo para consolarle, pero es imposible que tu peor enemigo te consuele.
Excepto que... Diablos, no soy su peor enemigo, ¿o sí? Diablos y demonios.
Aún sigo a su lado y golpeo mi mano contra su hombro (una especie de palmadita de consolación) y cojo el tomo. Continúo la lectura en voz alta donde se ha quedado:
Su hijo, Yoon Oh, de cinco años de edad, quedó conmocionado, pero resultó ileso. Su padre, Jung Yunho, llevó al niño al hogar de la familia en Hampshire para que se recuperara.
Se ha convocado al Aquelarre a una asamblea de emergencia desde la fecha de este escrito para debatir sobre el ataque en Watford, la escalada de los seres oscuros y el nombramiento de un director interino.
Ha habido peticiones para cerrar la escuela hasta que se resuelvan nuestros problemas con los seres oscuros, e incluso se ha sugerido que imitemos a los estadounidenses y los escandinavos e integremos a nuestros hijos en las escuelas de los Normales.
—Hay más artículos al respecto —le digo—sobre qué hacer con Watford. He estado leyendo los que se publicaron durante unos cuantos meses. Muchas actas de asambleas, debates y notas editoriales. Hasta que el Hechicero quedó a cargo en febrero.
JaeHyun mira en dirección a mí, pero tiene la mirada perdida. El pelo le tapa los los ojos, tiene los brazos cruzados y se abraza los codos. Intento hacer lo que he hecho antes para consolarlo de nuevo: en realidad, esta vez pongo mi mano en su hombro.
—Todo está bien —le digo. Se ríe. Un ladrido seco.
—Definitivamente, esto no está bien.
—No. Quiero decir que está bien que no te sientas bien. Lo que estés sintiendo, está bien.
Se levanta y se sacude mi mano de encima.
—¿Eso es lo que te dicen tus amigos cada vez que haces explotar un trozo nuevo de las instalaciones de la escuela? Porque te están mintiendo. No está bien. Y no va a estarlo. Hasta ahora, solo ha sido un signo de que ocurrirán cosas peores. No vas a estar bien, ¿o sí, Lee?
Siento cómo el sonrojo asciende como una oleada por mi espalda y mis hombros, y lo reprimo alejándome de manera deliberada él.
—No se trata de mí.
—No creía que se tratara de ti —gruñe—pero ya me he equivocado antes contigo. Aquí, siempre se trata de ti.
Dejo caer el libro en mi escritorio y me encamino hacia la puerta. Tenía que haber sabido que esto no iba a funcionar. Es un grandísimo e intolerable imbécil, incluso cuando es completamente patético.
🔮
—Pensé que estabas estudiando —dice Doyoung.
Se ha llevado el portátil a la mesa del comedor y hay papeles esparcidos alrededor.
También hay una jarra de té, pero estoy seguro de que ya se ha enfriado.
Pongo mi mano sobre la jarra y digo:
—¡Más leña al fuego!
Escucho el burbujeo del té y una fina grieta en la tetera hace caer la tapa.
—Estaba ayudando a JaeHyun con algo —respondo—pero ya he terminado.
Definitivamente.
Él frunce la nariz por encima la jarra de té agrietada mientras yo me sirvo una taza. Puedo adivinar qué está pensando: Eso no debería estar pasando, pero alza la cabeza y vuelve a fruncir la nariz.
—¿Estabas ayudando a JaeHyun con algo?
—Sí. Ha sido un error.
Me siento y tomo un sorbo de té. Me quema la lengua.
—¿Por qué estabas ayudando a JaeHyun con algo?
—Es una larga historia.
—Lo que me sobra es tiempo, Taeyong.
Entonces es cuando escuchamos el primer grito. Me pongo de pie, tiro la mesa y rompo la jarra de té definitivamente.
Unos chicos llegan corriendo al comedor desde el patio. Todos gritan. Consigo agarrar a una chica de primer año prácticamente levantándola del brazo.
—¿Qué ocurre?
—¡Un dragón! —grita— ¡El Humdrum ha enviado un dragón!
Tengo la espada en la mano y ya estoy corriendo hacia la puerta. Sé que Dongs viene justo detrás de mí.
Afuera, el patio está vacío, pero hay rastros de quemaduras en la fuente y una franja de tierra ennegrecida. Puedo sentir el Humdrum en el aire, esa sensación de succión vacía, su ansia seca. A estas alturas, la mayor parte de los estudiantes de Watford reconoce esa sensación; es tan efectiva como la mejor alarma.
Atravieso la primera y la segunda entrada corriendo y una onda de calor me golpea en el arco principal, cuando estoy a punto llegar al puente levadizo. Es un muro de aliento ardiente. Sostengo el arma delante de mi rostro y siento que Dongs me agarra por la espalda de la camisa. Extiende su anillo y lo pasa sobre mi hombro.
—¡No puedes pasar!
—¿Qué es eso? —le grito.
—Un conjuro de barrera. No funcionará a menos que el dragón conozca la canción.
—¿Y cómo se supone que el dragón va a conocer esa canción?
—¡Lo estoy haciendo lo mejor que puedo, Taeyong!
—¡Ni siquiera puedo verlo! —le grito— ¿Tú puedes?
No lo veo, pero creo que lo escucho. Se agita. Un río de fuego se vierte sobre el prado y alzo la mirada: se precipita hacia nosotros. Parece un tiranosaurio rex rojo, con unos ojos amarillos de gato y unas enormes y correosas alas rojas.
Dongs sigue arrojando hechizos por encima de mi hombro para intentar derribarlo.
—¿Qué haremos cuando esté en el suelo? —le pregunto.
—¡Dejará de bombardearnos con fuego! —grita.
Intento recordar la última vez que luché contra un dragón, pero entonces apenas tenía once años. Estoy seguro de que, simplemente lo hice estallar. Acércate más, pienso en el monstruo, así podré hacerte pedazos.
El dragón gira un par de veces en el aire sin lanzarnos fuego y, por un minuto, pienso que uno de los conjuros de Dongs está funcionando. Luego veo su objetivo: un grupo de niños, quizá de tercero, agazapados debajo del tejo.
La señorita Yoona está con ellos y la veo lanzar hechizos al dragón con su barita. Corro hacia el árbol, saco la varita del bolsillo trasero de mi pantalón y grito al dragón lo más fuerte que puedo:
—¡Su atención, por favor!
Pongo todo el peso de mi magia ahí.
El dragón se detiene y hace un movimiento para acercase a mirarme, suspendido por un momento en el aire, como si estuviera haciendo una pausa. Luego echa la cabeza hacia atrás y se abre paso hacia mí.
—¡Oh, maldición! —dice Doyoung.
Está a unos cuantos metros de mí. Se dirige a la escuela (no al dragón), y grita:
—¡Nada que ver!
—¿Qué haces? —le grito mientras giro a la derecha para alejar al dragón de los edificios.
—¡Tu hechizo para llamar la atención le ha hecho efecto a toda la escuela! —dice Dongs— Todo el mundo está saliendo para ver qué ocurre. ¡Nada que ver! —vuelve a gritar en todas las entradas— ¡A sus puestos!
Vuelvo la mirada y veo niños en el puente levadizo y otros que corren sobre el borde de las murallas. El dragón se vuelve a abalanzar sobre nosotros y decido correr hacia él. Lanza una llamarada de fuego sobre mi cabeza. En el último momento, caigo y me alejo rodando: sus dientes se clavan en la tierra a mi lado.
Levanta el vuelo, resopla, aparentemente lleno de frustración, y me embiste cerrando la quijada de golpe. Hago oscilar la espada sobre su cuello y el filo lo alcanza y se clava en él. El dragón levanta el vuelo nuevamente y yo me elevo con él, aferrado a mi espada, aprovechando el impulso para balancearme sobre la cabeza de la bestia, insertando las rodillas detrás de su quijada.
Esto está mejor. Ahora puedo estrangularlo.
El dragón intenta sacudirse para soltarse de mí (y yo intento sacar mi espada de su cuero para poder darle otra estocada) cuando escucho a JaeHyun gritando mi nombre. Busco con la mirada y lo veo corriendo a lo largo de las murallas.
Debe de haber lanzado un hechizo para poder elevar su voz. (Me pregunto si se tratará de ¡Atención, atención! Es un hechizo que nunca he conseguido conjurar.)
—¡Taeyong —grita—no le hagas daño!
¿Que no le haga daño? A la mierda. Vuelvo a tirar de espada.
—¡Taeyong! —grita JaeHyun de nuevo— ¡Basta! ¡No son seres oscuros!
Llega al final de la muralla pero, en lugar de detenerse, da un salto a la parte superior del muro y pasa sobre el foso. ¡Con solo una carrera consigue saltar fuera del edificio! ¡Y no se cae! Flota por encima del foso y aterriza al otro lado. Es la cosa más hermosa que he visto jamás.
El dragón también debe de pensar lo mismo, porque deja de luchar conmigo y sigue a JaeHyun con la cabeza.
Sus alas baten con menos furia. Casi se arrellana en el aire y baja en picado hacia JaeHyun, aspirando pequeñas nubes de fuego.
JaeHyun corre hacia nosotros y luego se detiene con las piernas separadas y su varita en el aire.
—JaeHyun —le grito—¡no!, ¡eres inflamable!
—¡Todo es inflamable! —me responde.
—¡JaeHyun!
Pero ya está apuntando hacia el dragón y lanzando un hechizo:
—Mariquita, mariquita, levanta el vuelo a tu hogar, tu casa se incendia y tus hijos ya no están.
El primer verso es un hechizo común para plagas y ratones, cosas así. Pero JaeHyun continúa. Está intentando recitar la canción infantil completa. Como si fuera el mismísimo Houdini.
—Mariquita, mariquita, levanta el vuelo a tu hogar, tu casa se incendia y tus hijos se quemarán. Todos menos una, su nombre es Elena, que está debajo del cazo de la avena.
En nuestro mundo no hay nada más poderoso que las canciones infantiles: son versos y refranes que se aprenden en la niñez y permanecen en la mente para siempre. Un mago poderoso puede hacer que un ejército dé marcha atrás con Humpty Dumpty.
—Mariquita, mariquita, levanta el vuelo a tu hogar, tu casa se incendia y tus hijos se quemarán.
El dragón no se marcha, pero se encuentra fascinado por JaeHyun. Aterriza delante de él e inclina la cabeza. Si ahora suelta una bocanada de fuego, bastará para arrasar con él.
Pero JaeHyun se mantiene firme:
—Todos menos uno, su nombre es Nino, que yace debajo de la piedra del molino.
Me deslizo para soltarme del cuello de la bestia y saco la espada con el peso de mi cuerpo mientras desciendo.
—Mariquita, mariquita, levanta el vuelo a tu hogar, tu casa se incendia y tus hijos se quemarán.
Me pregunto por qué nadie le está ayudando: luego miro a mi alrededor y veo que todos los estudiantes y profesores de la escuela se encuentran en las ventanas y en las murallas. Todos están inmóviles y atentos, como les pedí que hicieran. Incluso Dongs se ha rendido. O quizá está tan atónito como yo. JaeHyun sigue adelante.
—Todos menos una, su nombre es Vera, que se oculta debajo de una sopera.
El dragón mira por encima de su hombro y me hace pensar que quizá está considerando marcharse caminando. Pero, entonces, golpea con su pie, frustrado, y extiende sus anchísimas alas.
JaeHyun eleva aún más la voz. Tiene sudor en la frente y en el nacimiento del cabello, y le tiemblan las manos.
Quiero ayudarle, pero lo más probable es que le estropee el hechizo. Considero la opción de darle una estocada al dragón mientras está distraído, pero JaeHyun me ha pedido que pare. Me muevo lentamente hasta que me encuentro detrás de él.
El dragón sacude la cabeza y comienza a dar vueltas de nuevo. Empiezo a pensar que de verdad quiere irse. Que quiere que el hechizo funcione.
—Mariquita, mariquita, levanta el vuelo a tu hogar, tu casa se incendia y tus hijos se quemarán.
Ahora, a JaeHyun le tiembla el brazo entero.
Le apoyo la mano en el hombro para afianzarlo. Y, entonces, hago algo que nunca había hecho antes: algo que posiblemente no hubiera intentado con alguien a quien temiera hacer daño.
Empujo.
Cojo un poco de la magia que puja constantemente por salir de mi interior y presiono levemente para transmitírsela a JaeHyun.
Su brazo se endereza como una vara y su voz resuena aún más a mitad de frase:
—El vuelo a tu hogar.
Las alas del dragón se estremecen y se mueve dando tumbos.
Le transmito un poco más de magia. Me preocupa que sea demasiada, pero JaeHyun no desfallece ni se doblega. Su hombro es una dura roca, firme bajo mi palma.
—¡Mariquita, mariquita, levanta el vuelo a tu hogar! —estalla su voz. Las alas del dragón se agitan frenéticamente, como un avión despegando hacia atrás.
Dejo de empujar y cierro los ojos, dejo que JaeHyun use mi magia del modo que mejor le parezca. No quiero que se me vaya la mano y activarlo como una granada.
Cuando vuelvo a abrir los ojos, el dragón es un punto rojo en el cielo y se escucha un aplauso procedente de las murallas.
—¡A sus puestos! —grita JaeHyun, y apunta con su varita hacia la escuela. La muchedumbre comienza a dispersarse de inmediato. Luego JaeHyun se aleja de mi mano y se pone delante de mí.
Me mira como si fuera la mayor de las abominaciones. (Lo cual ya sabíamos todos que soy.) Se le enarca tanto la ceja derecha que da la sensación de que se le hubiera separado del ojo.
—¿Por qué me has ayudado? —le pregunto.
—Tregua —me dice, aún alarmado. Luego sacude la cabeza, igual que lo hizo el dragón cuando intentaba sacudirse el hechizo de JaeHyun— De todas maneras, no te estaba ayudando a ti —levanta la mano para frotarse detrás del cuello— Estaba ayudando al dragón. Pudiste haberlo matado.
—Estaba atacando la escuela.
—No porque quisiera hacerlo. Los dragones no atacan a menos que se sientan amenazados. Y los dragones ni siquiera viven en esta parte de Inglaterra.
Doyoung se topa conmigo como un tren de carga. Me coge la mano y la coloca sobre su hombro.
—Enséñame —me dice— Enciende la máquina.
Aparto la mano.
—¿Qué?
Él me la coge de nuevo.
—He visto lo que acaba de pasar —vuelve a poner mi mano en su hombro—¿Cuándo has aprendido a hacer eso?
—Basta —le digo, de la manera más convincente que puedo mientras miro alrededor, buscando a cualquiera que pudiera estar escuchándonos. El prado está lleno de chicos; todos inspeccionan las marcas de quemaduras y actúan, en general, como si hubieran estado a punto de morir.
—Solo le daba apoyo moral.
—Excelente trabajo, caballeros —la señorita Yoona está a nuestro lado; ni siquiera la he visto acercarse— Muy pocas veces he visto una canción infantil tan poderosa y llena de matices, señor Bae; y tampoco una situación que la requiriera de manera tan urgente.
JaeHyun se inclina de manera modesta. Con un gesto perfecto. El pelo le cae hacia delante.
—Señor Lee —continúa, y se dirige hacia mí—Quizá usted pueda proporcionar un informe al director a su regreso. Y vamos a trabajar la moderación esta semana en Elocución.
Hundo la cabeza.
—Sí, profesora.
—Descansen —dice, sin usar la magia.
Doyoung vuelve a colocar mi mano en su hombro. La retiro inmediatamente.
De vuelta al castillo, veo a Jungwoo, el único que aún nos observa desde las murallas.
45
TAEYONG
—¡Has visto una Aparición! ¡Y no me lo has contado!
Doyoung está de pie con los brazos en jarras y estoy segurísimo de que ahora mismo estaría torturándome con sus hechizos si JaeHyun no le hubiera quitado la varita.
—¿Se lo has contado a él? —hace un gesto con la mano hacia JaeHyun— ¿Pero no me lo has contado a mí?
—Era su madre —argumento.
—Sí —añade—pero él ni siquiera estaba aquí.
—Iba a contártelo, Dongs, pero luego volvió, y todo se fue complicando.
—Te lo estamos contando ahora —corrige JaeHyun.
—¿«Estamos»? —dice— ¿Desde cuándo ustedes dos son «nosotros»?
—¡No somos «nosotros»! —respondo casi a gritos. JaeHyun lanza las manos al aire y se deja caer en su cama.
—Son imposibles.
—Y ¿desde cuándo —me dice Dongs— eres una toma de corriente a la que los demás magos pueden enchufarse sin más?
—No lo sé —respondo— Nunca antes lo había intentado.
—Inténtalo de nuevo —dice y se deja caer en mi cama, al lado de mí.
—Dongs, no. No quiero hacerte daño.
Pone mi mano en su hombro.
—Taeyong, imagina lo que podríamos hacer con tu poder y mis hechizos. Podríamos haber acabado con el Humdrum para la hora de cenar; y luego podríamos hacernos cargo del hambre y la paz en el mundo.
—Imagina lo que hará el Hechicero cuando se dé cuenta de que tiene un generador de energía nuclear en su patio trasero —canturrea JaeHyun desde su cama.
Trago saliva y miro hacia la pared. La mano de Dongs cae de mi hombro. Debo admitir que no tengo ganas de contarle al Hechicero (ni a nadie más) lo que he hecho hoy. Ya es bastante malo no poder controlar mi poder. No quiero que se me vaya por completo de las manos.
La mano de Dongs cubre la mía en la cama.
—¿Era un hechizo especial? —me pregunta muy bajito.
—No —le digo—solo... empujé.
—Enséñame.
JaeHyun se incorpora sobre un codo para ver mejor. Miro directamente a los ojos a Dongs.
—Confío en ti —dice.
—Eso no significa que no te vaya a hacer daño.
Dongs se encoge de hombros.
—El dolor es pasajero.
—Eso no significa que no te vaya a perjudicar.
Vuelve a encogerse de hombros.
—Venga... hay que descifrar cómo funciona.
—Nunca hay que hacer nada —aclaro— Pero tú siempre quieres.
Me aprieta la mano.
—Taeyong.
Miro en la profundidad de sus ojos; no me va a dejar en paz hasta que acceda. Intento recordar la sensación que tuve allí, en el prado. Como que mi magia se estaba abriendo, desenredando (tan solo un poco) Apenas soltando un poco...
Doy un empujón muy pequeño.
—¡Serpientes siseantes! —dice Dongs, apartando la mano y levantándose de la cama de un salto— Vete a joder a un trol de nueve dedos, Taeyong —sacude la mano con lágrimas en los ojos— ¡Por Stevie Nicks y Gracie Slick! ¡Joder!
Me pongo de pie.
—¡Lo siento! ¡Dongs, perdóname! ¡Déjame ver!
JaeHyun se deja caer de nuevo en su cama, muerto de risa. Doyoung me muestra el brazo: lo tiene rojo y lleno de ronchas.
—Lo siento —le digo y le cojo la muñeca con suavidad— Deberíamos ir a la enfermería.
—No creo —dice— Me parece que ya se me está pasando —se le estremece el brazo.
JaeHyun se levanta de la cama y echa un vistazo.
—¿Han sentido como si les hubiera lanzado un hechizo? —pregunto.
—No —contestan ambos al mismo tiempo.
—Se parecía más a un golpe seco —aclara Doyoung, y mira a JaeHyun— ¿Tú qué sentiste?
JaeHyun saca su varita mágica.
—No sé. Estaba concentrado en el dragón.
—¿Te dolió? —le pregunta.
—Tal vez no viste lo que pensaste que veías —dice JaeHyun— Quizá Lee en realidad solo me estuviera dando apoyo moral.
—Claro. Y quizá tú seas el Hechicero más prodigioso que haya habido en cinco generaciones.
—Tal vez lo sea —le dice mientras le da golpecitos a Dongs en el brazo con su varita de marfil— ¡Ponte bueno!
—¿Cómo te ha hecho sentir eso? —le pregunto.
—Mejor —dice renuente, y aleja el brazo de nosotros. Le frunce el ceño a JaeHyun—Ardiente.
JaeHyun sonríe alzando de nuevo la ceja.
—Me refiero a la temperatura —añade— Tu magia produce la misma sensación que una grasa ardiente, Jae.
JaeHyun hace ondear su varita con desdén y la dirige a la pizarra.
—Es una cosa de familia.
Como decía, la magia de cada mago da lugar a una sensación distinta. La magia de Doyoung produce una sensación espesa y deja un sabor en la boca como a salvia. Me gusta bastante.
—Entonces... —dice Doyoung mientras lo sigue hacia la pizarra— Viste una Aparición. Una auténtica Aparición: Irene Jung—Bae estuvo aquí.
JaeHyun mira por encima de su hombro.
—Pareces impresionado, Kim.
—Lo estoy —dice Doyoung— Tu madre era una heroína. Desarrolló un hechizo para la fiebre gnómica. Además, fue la directora más joven en la historia de Watford.
JaeHyun mira a Dongs como si fuera la primera vez que se ven.
—Y —Dongs continúa— defendió a tu padre en tres duelos antes de que él aceptara su propuesta.
—Eso suena a costumbre bárbara —digo.
—Así era la tradición —añade JaeHyun.
—Era brillante —afirma Dongs— He leído las actas.
—¿Dónde? —pregunta JaeHyun.
—Las tenemos en la biblioteca de mi casa —dice Dongs— A mi padre le encantan los ritos matrimoniales. Cualquier tipo de magia familiar, en realidad. Mi madre y él están unidos en cinco dimensiones.
—Suena encantador —dice JaeHyun, y me siento aterrado, porque creo que lo dice en serio.
—Yo voy a hacer que el tiempo se detenga cuando haga mi propuesta a Yuta — dice Doyoung.
—¿El japonés bajito? ¿El de las gafas?
—Ya no es tan bajito.
—Qué interesante —JaeHyun se frota el mentón— Mi madre era el no va más.
—Era una leyenda —Doyoung sonríe.
—Pensé que tus padres detestaban a los Bae —digo.
Ambos me miran como si acabara de meter una mano en un tazón de sopa.
—Eso es política —dice Doyoung— Estamos hablando de magia.
—Obviamente —respondo— ¿En qué estaba pensando?
—Obviamente, no estabas pensando —dice JaeHyun.
—¿Qué está pasando ahora mismo? —pregunto— ¿Qué estamos haciendo?
Doyoung cruza los brazos y entrecierra los ojos delante de la pizarra.
—Nosotros —declara—Estamos investigando quién mató a Irene Jung—Bae.
—La leyenda —añade JaeHyun.
Doyoung lo mira con ternura, el tipo de mirada que normalmente solo usa conmigo.
—Para que pueda descansar en paz.


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